Kevin Seefried pasará a la Historia de Estados Unidos como la primera persona que introdujo, desplegó y paseó una bandera confederada dentro del Capitolio. Ocurrió el pasado 6 de enero de este año, cuando una muchedumbre de seguidores de Donald Trump asaltaron el Congreso de su país creyendo a su líder político cuando les dijo que les habían robado las elecciones, sin ser así, y en ese día se producía un trámite electoral que ratificaba la victoria del Partido Demócrata, representado por Biden, frente al Republicano, representado por Trump. Ni siquiera en todo el periodo prebélico de la Guerra de Secesión estadounidense había ocurrido eso con los representantes de los Estados del sur que acabarían confederándose, ni tampoco con su presidente electo, Jefferson Davis, que se enfrentó electoralmente a Abraham Lincoln en 1860 y que en 1861 decidió crear los Estados Confederados de América, provocando la secesión que llevaría a la guerra civil (la Guerra de Secesión) que duró de 1861 a 1865. Durante la guerra, mucho menos, pues Washington era federal. Cuando James Wilkes Booth asesinó a Lincoln en aquel abril de 1865 en el Teatro Ford, tampoco hubo tal osadía. Andrew Johnson fue la persona que sucedió en la presidencia a Lincoln. Era de los políticos del Sur que había sido contrario a la guerra y por ello Lincoln lo había mantenido a su lado. Cuando accedió a la presidencia comenzó una política de reconciliación que pasaba por permitir la legalidad de la bandera confederada, los monumentos a confederados y numerosos vetos a toda ley de derechos civiles que en el fondo perpetuaban la segregación racial en el sur estadounidense, pero sin esclavismo, por ello dividió profundamente a los seguidores del Partido Republicano. Eso provocó que en 1868 se transformara en ser el primer presidente de aquel país en pasar en 1869 por lo que en España llamaríamos una moción de censura y en Estados Unidos se llama impeachment (juicio político, según algunos traductores, juicio de destitución, según otros traductores). Fue destituido y Grant ocupó la presidencia. Ni siquiera en aquellos tiempos "reconciliadores" de Andrew Johnson se coló la bandera confederada en el Capitolio. Llegó el siglo XX y tampoco se coló en su década más conservadora y sureña, la del presidente Eisenhower de 1953 a 1961. Han tenido que pasar alrededor de ciento setenta años de aquella guerra civil para que por primera vez ocurra, pero no precisamente en un contexto natural de democracia, libertad de ideas y debate, como buscaba el polémico Andrew Johnson, si no en un contexto de confrontación política promovida por el presidente saliente, Trump, contra la entrada de su sucesor, Biden, lo que le asemeja a un intento de golpe de Estado fallido que, paradójicamente, venía a defender un orden democrático federal contra el que se levantaron todos aquellos que en 1861 decidieron atacar Fort Sumter, dando comienzo a la guerra que enfrentaría al Norte con el Sur.
No sé si Kevin Seefried era consciente de la paradoja al portar la bandera que llevó junto a su hijo adolescente desde el porche de su casa en Delaware a los salones y pasillos del Capitolio en Washington. Se jactó de haberlo hecho delante de un compañero de trabajo días después, lo que le valió que este le denunciase a las autoridades, por el asalto al Capitolio, porque la realidad es que nada le impedía llevar una bandera confederada siempre que hubiera seguido las normas del juego, por ejemplo en una visita guiada para turistas o siendo senador. Por el asalto y porque su hijo rompió una ventana para entrar puede que les espere la cárcel, ya se verá la sentencia. De lo que no parece que fuera consciente es de esa paradoja, al menos que creyera que la federación se transformaría en una confederación o que quizá los Estados reforzarían sus poderes frente al gobierno federal, pero si esperaba eso, entonces tal vez hizo una mala lectura o una lectura engañosa de lo que Trump ofrecía.
Trump lleva décadas haciendo declaraciones que caen o rozan el racismo y la xenofobia, según el caso. Décadas antes incluso de meterse en política. Siendo político no han sido pocas las ocasiones con guiños a organizaciones ultraderechistas y al ala más dura de los conservadores clásicos norteamericanos. Entre estas organizaciones está el Ku Klux Klan, una asociación secreta racista de sudistas cuyo origen está en diciembre de 1865, por la unión de seis veteranos de guerra confederados bajo túnicas y capirotes blancos, con cruces rojas y cruces incendiadas en persecución de los negros, indios e hispanos, posteriormente también de los judíos durante un tiempo en el siglo XX. Pero si bien estas organizaciones no dejaban de estar presentes en los discursos de Trump, lo que realmente estaba presente de manera mayoritaria eran los Estados del Sur y los del Medio Oeste, ya sea prometiendo un gran muro que les separe de México, ya sea haciendo comentarios y valoraciones xenófobas y racistas en el sentido de los no anglosajones como ladrones de beneficios sociales y trabajo, o ya sea prometiendo una justicia social que alcanzase a los norteamericanos de clases bajas y media-baja del campo y de las industrias con una idea nacionalista ("los americanos primero" y "América primero") que recordaba la frase del presidente Polk (1845-1849): "América para los americanos", que promovió varias guerras con los mexicanos, entre las que destaca la de 1846-1848 (en la que México perdió California) y muchas décadas después la Guerra Hispano-Estadounidense de 1898 (contra España, por Cuba y Puerto Rico, más Filipinas en Asia). Frase que realmente ocultaba unos tintes supremacistas de los anglosajones blancos sobre todos los demás en Norteamerica.
Una de las características de los confederados era el racismo, este racismo azuzado por Trump es lo que ha hecho que muchos analistas hayan razonado que los conflictos raciales crecieron durante su legislatura de 2016-2020, sin embargo esto no es exactamente así. Es cierto que en 2020 los abusos policiales contra los negros, que produjo una violencia tal que llevó al asesinato de varios ciudadanos negros a manos de policías blancos, desembocó en el movimiento Black lives matters ("las vidas de raza negra importan" o "las vidas negras importan") que a la vez llevó a serios disturbios y otras muertes y desafortunadas frases de Trump echando gasolina al fuego. Es cierto que en los años precedentes se dieron otros disturbios similares. Es cierto que con Trump y sobre todo este 2020 aumentó la venta de armas en sectores de la población que antes no compraban tantas armas, el principal sector que creció en compra de armas fue el de las mujeres negras y latinas, el siguiente sector el de los negros en general y el otro sector el de los latinos, los blancos también compraron armas en un porcentaje mayor que otros años, pero el aumento era mucho menor que estos otros sectores, quizá porque buena parte de los ultraderechistas blancos o de los conservadores blancos ya portaban todo tipo de armas o las poseían. Todo eso son datos que son comprobables, que son ciertos, pero no es exactamente cierto que todo esto sea producto de Trump. Si uno acude a hemeroteca encontrará que los disturbios raciales y los asesinatos de negros y latinos a manos policiales o de ultraderechistas racistas comenzaron a aumentar de manera considerable durante las legislaturas del primer presidente negro estadounidense, Barack Obama (2008-2016), paradójico, pero real, especialmente en su segundo mandato de 2012-1016. Su gobierno coincidió con la Gran Recesión de 2008, que a tanta gente dejó atrás, lo que me hace preguntarme a veces si aquel aumento de racismo, aparte de los miedos tópicos que se crecen y aprovechan los más intransigentes, tuvo componentes políticos al ser Obama negro, o en otras palabras, si la identificación racial pudo ser un componente de asociación mental con política, por lo que hubiera disturbios donde se mezclara raza, política y economía no necesariamente de una manera racional. Es algo para lo que en 2021 no tengo respuesta y que se necesitaría de investigaciones sociológicas para poder contestar. A lo que nos atañe ahora mismo, y quizá la respuesta podría indicarnos una asociación indiscutible de los acontecimientos, como pueda ser la victoria de un líder racista en las elecciones de 2016, es que no es del todo cierto que los disturbios y asesinatos raciales y racistas se dieran en aumento solo en el mandato Trump, se arrastraba desde el mandato de Obama. Según las estadísticas que se publicaron en 2016, hasta esa fecha el gobierno de Obama había batido el récord de problemas raciales hasta esa fecha. Ahora mismo lo debe tener el gobierno Trump.
Lo económico es otro factor importante en los hechos. Fue Trump el que puso aranceles a productos chinos y europeos, vetó otros productos, entorpeció servicios cibernéticos no estadounidenses, favoreció con ayudas a la producción estadounidense, especialmente agraria y siderúrgica, prometió el empleo a las clases bajas anglosajonas norteamericanas, identificó a los latinoamericanos como culpables de los problemas económicos de esos mismos anglosajones, en consecuencia prometió un muro entre Estados Unidos y México del que dijo que pagaría México (no pudo llevarlo a cabo), endureció la política de extradiciones, identificó crimen con inmigrantes y con razas, y, en fin, poco menos que prometía un renacer de la Norteamérica WASP (white anglo-saxon protestant, protestante blanco anglosajón, que es el mito fundacional de las colonias británicas del siglo XVII en la costa Este, el cual olvida a los indios, holandeses, suecos, españoles, franceses, africanos, mestizos, criollos y otros grupos que también estuvieron en los orígenes de Estados Unidos). A todo esto, entre tanto, deterioraba todos los avances sociales de la era Obama, como su programa de salud pública, los cuales venían a ayudar precisamente a esas mismas clases bajas que ahora Trump decía defender y en realidad deterioraba.
Trump ha alimentado numerosas ideas desde hace años las cuales muchas de ellas son falsas, otras no son exactamente ciertas o bien son de difícil o imposible realización. No quiere decir que todo lo que dijera no fuera cierto, dentro de su propia ideología, pero sí habla esto del uso mediático más manipulador para llevar al extremo una serie de promesas y de análisis más o menos populares entre los más necesitados de las clases trabajadoras y más o menos coincidentes con los análisis y anhelos de las personas más reaccionarias de la derecha, de los conservadores e incluso de aquellas personas que creen con más fe que pruebas en toda clase de teorías conspirativas que encubierta y supuestamente atentan contra el mundo civilizado que ellos consideran de la más perfecta moral y el más perfecto orden, como es el caso de Jake Angeli, conocido como Q Shaman, seguidor de QAnon, una organización que cree en teorías de la conspiración tales como por ejemplo que el Partido Demócrata oculta en el fondo una red de pederastas que desean degenerar Estados Unidos. Jake Angeli, apodado en los medios de comunicación como "el Hombre Bisonte", era el joven alto, blanco y de ojos azules que entró en el Capitolio vestido de chamán indio con un tatuaje en su vientre del Mjölnir (el martillo de Thor, el dios germano) y los colores de la bandera estadounidense (la cual llevaba en su mano) pintados en su cara, la bandera federal.
¿Cómo explicar que Trump, presidente federal, consiga un apoyo tan férreo de los confederales como para que entren en el Capitolio en su ayuda?, la pregunta es retórica, pues el tema sudista es mucho más complejo que el forcejeo federal-confederal y requeriría de un análisis mayor propio para sí mismo. A todas aquellas promesas en falso tan fielmente creídas por sus seguidores hay que sumarle la mayor de las mentiras, repetida hasta la saciedad incluso antes de que empezara la campaña electoral, la mentira de que se iban a robar las elecciones al Partido Republicano mediante votos falsos, robo de votos y falta de recuentos o recuentos dúplices. Era una mentira evidente y comprobada con posterioridad, pero caló y funcionó. En realidad Trump no estaba hablando en defensa de la democracia de su país, sino más bien intentando salvaguardarse de lo que judicialmente podía sobrevenirle una vez que pierda la inmunidad diplomática de su cargo de presidente, por múltiples causas, ahora agravadas por la incitación a la toma del Capitolio, aunque después pidió que se respetase a las autoridades. No es muy distante a mentiras repetidas hasta la saciedad en España, por ejemplo cuando se afirmó tras la moción de censura que llevó a su primer gobierno a Pedro Sánchez que nadie le había elegido, cuando en realidad electoralmente por supuesto que el PSOE fue elegido y que las herramientas que utilizó son perfectamente democráticas y dentro de la Constitución, o como cuando se afirma hasta la saciedad hoy día que vivimos una dictadura socialcomunista, cuando tampoco es verdad, o como cuando en 2004 al perder las elecciones el PP hubo medios de comunicación, asociaciones, políticos y personas que afirmaban que todo se había debido a un complot secreto que equivalía a un golpe de Estado en el que, para rizar el rizo, ETA estaba implicada en connivencia con el PSOE. La cosa es que así escrito parecen locuras decir que esto se dijo, pero si se repasan hemerotecas se verá que todas estas cosas se han afirmado en España y que en las calles hay gente común que las han creído y defendido, como los seguidores de Trump han creído y defendido lo que Trump les ha dicho. Más allá, la comparación de la manifestación "Rodea el Congreso" de 2012 ha sido presentada estos días por Vox, PP y Ciudadanos como algo análogo al asalto del Capitolio, cuando en realidad en aquella ocasión quienes fuimos a aquella manifestación no teníamos ninguna intención de entrar en el Parlamento, ni de tomarlo, ni de asaltar al gobierno, ni de tomar políticos rehenes, ni de nada parecido, sino de llevar los motivos de la protesta, la reivindicación materializada en el instrumento constitucional y democrático de la manifestación a las puertas del Congreso en lugar de a la Plaza del Sol, ya que al final la policía solía rodearnos y encerrarnos en esa plaza y alrededores como si fuera un manifestódromo. Ni mucho menos es real que Podemos estuviera detrás, como han afirmado algunos políticos, más que nada porque ni siquiera existía, se fundó en 2014. Pero la mentira está ahí, se lanza y obran para que cuaje y hay una parte de la sociedad en la que cuaja.
Como sea, este intento de retención del poder en manos de Trump no tenía posibilidades de salir adelante. Por un lado Trump usa como lanzadera el Partido Republicano y este tiene sus propias ideas, las cuales se dividen entre los diversos líderes que tiene en cada Estado miembro de la Unión. Trump no ha desarrollado unas bases ideológicas sobre las que vertebrar un proyecto político. Ha lanzado ideas nacionalistas y xenófobas, pero no ha lanzado un ideario. Además, lo ha centrado todo en su persona. Esto ha hecho que el propio Partido Republicano tenga división dentro de sí. Por un lado los más radicales conservadores y la extrema derecha se posiciona con Trump, pero los conservadores más tradicionales se posicionan, dentro de sus ideas, del lado del Estado y la Constitución por encima de su líder en estos momentos, Trump. No es de extrañar que el propio Trump para mantener unidos a sus seguidores apelara precisamente a esos mismos valores de la Constitución y del Estado de la ley y el orden, sin embargo, no puedes basar la fundación de tu país y toda tu Historia como garante de democracia, representada en la Constitución y la Declaración de Derechos, pero luego querer interiorizar eso en tu mandato personal. Evidentemente muchos republicanos comprenden que eso es atentar contra los valores democráticos en los que se fundó Estados Unidos, por mucho que diga Trump. Por otro lado, Trump ha maltratado a los aliados clásicos de Estados Unidos en la política internacional, pero ha alabado a muchos enemigos clásicos del imaginario conservador en esa misma política, lo que hace que muchos militares recelaran. Más allá, Trump ha hecho muchos feos a miembros destacados de sus fuerzas armadas y de los mandos de la CIA y del FBI, sobre todo a costa de la supuesta trama rusa sobre la manipulación de las elecciones de 2016 para favorecer la victoria de Trump, asunto investigado y siempre presente estos últimos años. Estos desaires alejan más aún a Trump de los altos mandos de las fuerzas del orden y sin el apoyo de esas fuerzas armadas, todo intento de golpe de Estado en el pasado 6 de enero estaba fracasado, por mucho que al Capitolio llegaran personas armadas de la sociedad civil. El problema sería que en los próximos cuatro años algún conservador se aventure a explorar el camino de la mentira de Trump con la visión de atraerse a la vez a los mandos más conservadores de esas fuerzas armadas y esos servicios secretos. Parece algo imposible, pero nunca se sabe. En cierto modo, fijándonos en el siglo XX, Mussolini, Hitler y Mola sabían de la importancia de ese logro para lograr sus objetivos de usurpación del poder en sus respectivos países, Italia, Alemania y España. Pero aún así, en vista de la errática forma de comportarse de Trump unas horas después de iniciado el asalto al Capitolio, errática consigo mismo y su arenga de actuar de aquel modo, es posible que Trump solo quisiera forzar lo imposible para mantenerse en el poder intentando un recuento imposible a su favor, pero se le fue de las manos y, asesorado o no por sus abogados, reculó ante la posibilidad real de llevar al país a un baño de sangre o quedar deslegitimado si su poder se mantenía mediante el asalto al Capitolio y no mediante las urnas (se dijese del resultado de esas elecciones algo cierto o falso).
El próximo día 20 nombran a Biden presidente mediante su juramento, algunos grupos seguidores de Trump podrían intentar algo más allá de una manifestación. Lo veo difícil, porque las autoridades ya han tomado medidas como acampar a la Guardia Nacional dentro del Capitolio, veinte mil efectivos, más colocar a cinco mil efectivos más de fuerzas del orden como puedan ser policías y servicio secreto en las inmediaciones del edificio. Además, se ha autorizado a la Guardia Nacional a portar armas automáticas dentro de este histórico lugar y a disparar a matar si fuera necesario. Parece poco probable que los seguidores de Trump tengan algo de espacio para un próximo intento de algo más allá que una manifestación controlada, al menos que deseen tomar otras instituciones en el resto de Estados de Estados Unidos, o que decidan renombrar a Trump presidente como los sudistas hicieran en 1861 con Jefferson Davis cuando se nombró a Lincoln presidente. Poco probable y si ocurriera, corto recorrido, Trump no ofrece nada más que su propio personalismo y dudo que este personalismo quiera jugar una carta tan arriesgada que podría acabar con él más allá que en la cárcel, en una pena de muerte por alta traición. Trump es ególatra, pero no es tonto, aunque haya jugado a parecerlo cuando le ha convenido. Sabe bien que no tiene los apoyos que necesitaría para un paso tan complejo. Los republicanos están divididos respecto a su figura. El ejército no le apoya. El resto de fuerzas del orden, tampoco. Los grandes hombres de negocios tampoco están a su lado, no quieren perder sus imperios, no obstante los negocios de Trump han caído en picado esta semana. Y los líderes extranjeros ya han reconocido la victoria de Biden. Trump solo encuentra apoyos en la América profunda y en una serie de republicanos que si bien algunos le seguirán cuando se enfrente a su segundo impeachment, otra buena parte estaría por decir que tomarán distancias en cuanto deje de ser presidente y haya que tomar posiciones para reconstruir el partido y formar oposición. A Trump lo que debe preocuparle ahora mismo, aparte de volver a dar prestigio a la marca de sus negocios, es el proceso que tal vez le lleve a la cárcel y tal vez le transforme en el presidente con más deshonor de la Historia de Estados Unidos, después de Jefferson Davis, que no fue electo más que por los suyos, pero que ahí está.
En todo caso, de todos los nombres propios del 6 de enero de 2021 habría que retener el de Eugene Goodman, el policía negro con algo de sobrepeso que armado solo con una porra y estando sin compañeros con él, fue perseguido por las escaleras del Capitolio por la turba. Parece ser que este policía, como se ve en los videos, se volvió a empujar levemente al que parecía la persona a la que seguían el resto y comenzó a ascender por el ramal izquierdo de la escalera, que se bifurcaba, volviéndose cada poco para decirles que no avanzaran, cosa que lo que hacía era que avanzaran más y le siguieran. Parece que Goodman va en retirada, por lo que le pueda caer, sin embargo les estaba salvando la vida, según informó el Congreso norteamericano días después. El otro ramal de la escalera llevaba directamente a una puertecita que daba acceso al hemiciclo, donde había algunos senadores protegidos por agentes federales con fusiles semiautomáticos que hubieran disparado contra cualquiera que hubiera abierto y entrado por esas puertas. Goodman les desvió de ese pasillo y de esa puerta y dio tiempo a que por el pasillo que él tomó, el camino largo a la otra entrada al hemiciclo, los agentes federales hicieran una barricada en la puerta de acceso y tomaran posiciones, fue allí donde se disparó de manera letal a Ashli Babbit, la mujer héroe de guerra y seguidora de Trump que trató de trepar y entrar por el cristal roto de una de las hojas de esa puerta, razón por la cual fue disparada. En todo caso, Eugene Goodman evitó un baño de sangre que de producirse hubiera podido traducirse en violencia en las calles y quién sabe si en una nueva guerra civil. Goodman salvo la democracia, en parte, y la vida de un tumulto ultraderechista y en buena parte racista.
Joe Biden ha declarado ya que en las primeras veinticuatro horas de su gobierno aprobará una batería de medidas dispuestas para desmantelar varias de las políticas más conflictivas de Trump, como por ejemplo que Estados Unidos regresará al combate contra el cambio climático regresando al Tratado de París, el fomento de uso de mascarillas para frenar la Covid-19, la revisión de las políticas migratorias restrictivas quitando el veto a varios países, o el intento de recuperar relaciones perdidas con varios países con los que Obama comenzó políticas de amistad. No quiere decir que su gobierno vaya a ser la panacea. Biden es un demócrata de la rama moderada, lo que quiere decir que su posición política dentro del Partido Demócrata está en el ala conservadora de ese partido, por tanto puede tender puentes al ala moderada del Partido Republicano, dentro de esos puentes, desmontando el legado Trump, pueden caber políticas no muy favorables para los trabajadores, y no solo para los americanos, también para los europeos, como el tratado comercial trasatlántico que frenó Trump y que era proyecto de Obama y eso puede agravar los problemas de una América profunda que por esa misma razón de deterioro de sus vidas optaron por apoyar a Trump. Agravar problemas que a la vez sea un proceso que les haga autoafirmarse en un análisis acertado de aquel apoyo a alguien que les convenció estar haciendo algo por ellos, aunque no lo estuviera haciendo. Dentro de ese hipotético espacio, si se diera, todo puede surgir en los próximos años. En realidad la solución de problemas multiplicados desde la Gran Recesión de 2008 en América, como en Europa, pasa por algo que aún no ha cuajado en los grandes políticos y empresarios: recuperar y mejorar las vidas de las clases trabajadoras.