Javier Cardenete es uno de los fotógrafos periodísticos de Alcalá de Henares que hace mucho tiempo también es cineasta. Actualmente está mostrando en la 12ª Muestra de Cine de Lavapiés su más reciente cortometraje, 58 ore de întoarcere, terminado en 2014. Se trata de un cortometraje documental de unos trece minutos de duración. Se proyectará en pantalla grande de los cines de Madrid capital mañana 2 de julio, en el Campo de la cebada, y también los días 8 y 9 de septiembre, como se indica en la página de la Muestra de Cine de Lavapiés, aunque se pueda ver ya en pantalla pequeña por Internet. De este trabajo también son partícipes Samuel Alarcón, José Cabrera Betancourt, Xavi Rivas, Isabel Abejón (de manera directa) y, según los agradecimientos, de manera más indirecta otro fotógrafo alcalaíno como es Miky Díez entre otros.
El documental, que no se priva tampoco de mostrar un fragmento de una entrevista a Noam Chomsky, trata de un viaje en autobús de cincuenta y ocho horas entre Alcalá de Henares y Bucarest. Curiosamente la ciudad complutense está conectada de manera directa con la capital de Rumania de esta manera. Es uno de los medios de transporte más usados por la emigración rumana para venir o irse de España. Javier Cardenete tomó este autobús para rodar el trayecto y recabar testimonios diversos sobre lo que supone esta emigración. He de recordar que Alcalá de Henares recibe dos motes internacionales, el de "la pequeña Bucarest", por ser la ciudad con más rumanos fuera de Rumania, y "la pequeña Varsovia", por ser la ciudad con más polacos fuera de Polonia.
En mayo de 2014 escribí casi seguidas tres entradas en esta bitácora con motivo de las elecciones del Parlamento Europeo. En una de esas entradas escribí sobre el origen de la Unión Europea, Noticia 1344ª. Al ser fundamentalmente un producto ideado en el periodo de entreguerras, pero nacido sólo tras la Segunda Guerra Mundial y, por tanto, en buena parte hija de la Guerra Fría, uno de los problemas que presenta la Unión Europea es que quien no está dentro de ella en Europa se encuentra con que sus productos no se venden en los mercados internacionales porque se les añaden unos impuestos de exportación que no tienen los productos que se venden dentro de la Unión entre los países miembros. Eso genera unos problemas económicos dentro de las lógicas capitalistas que ahuyentan la inversión, la generación o el mantenimiento de puestos de trabajo y demás. Por eso, entre las cuestiones políticas y militares del momento, era muy goloso entrar en la Comunidad Económica Europea a todos los países de Europa Occidental, luego Unión Europea a partir de los años 1990. Con el fin de la Guerra Fría esta tesitura llegó a los países de Europa oriental, unido a la necesidad de un sostén que evitara que Rusia quisiera regresar para ejercer un control político o económico sobre ellos. Si lo han logrado sí o no es otro debate largo e interesante. La cuestión es que se han realizado diversas ampliaciones de la Unión, entre las que Rumania aprovechó la de 2007 para ser uno de los Estados miembros. Sin embargo, el diseño de la Unión Europea, que aspiraba a ser justo con todos los miembros, se ha vuelto desigual, sobre todo desde que estalló la crisis económica de 2008 y Alemania impuso sus normas y visiones económicas desde 2010. La desigualdad de la Unión empezó en ese momento, primero a favor de un eje Berlín-París, ahora parece ser que a favor exclusivo de lo que diga Berlín. Mientras los europeos de la Unión podíamos circular libremente entre los Estados miembros, los rumanos, polacos y búlgaros, siendo miembros de la Unión, no pudieron hacerlo hasta el 2013 ó el 2014. Los alemanes fundamentalmente frenaron su movilidad ante un miedo supuesto de que emigraran masivamente a su país, abarataran los sueldos, se aprovecharan de las ventajas de sus políticas sociales y demás prejuicios que, si bien algo de realidad llevan, están cargados de altas dosis de xenofobia más o menos consciente de sí o no.
La Unión Europea vive las recetas económicas de Alemania, las mismas recetas del sacrificio ante todo, según aprendieron ellos mismos sufriendo en sus carnes la reconstrucción de su país tras 1918, luego tras 1945 y luego tras 1990. Pero su camino no es un camino único, aparte, claro está, que parece que están aprovechando el momento para hacer de la Unión Europea su patio, su extensión casi de "protectorado" económico, al menos por lo que toca al Sur y al Este europeos. Sin embargo, la emigración rumana empezó mucho antes de esa entrada en la Unión Europea. Empezó justo al final de la Guerra Fría, que es el momento político donde pudieron hacerlo. O sea, tras 1991. En principio los mayores inmigrantes del antiguo bloque soviético habían sido serbios, bosnios, croatas... todos aquellos que se vieron afectados por la guerra de la desintegración de Yugoslavia, en especial de Bosnia-Herzegovina, que acabó en 1995. Podríamos decir que más o menos después de esa guerra fue cuando empezó a notarse más la llegada masiva de emigrantes que venían de Polonia, de Bulgaria, de Rumania... y de otros países del Este, incluida Rusia en esos años. Alcalá de Henares, aquí en España, vive su multiculturalidad con ellos desde esos años.
El documental de Javier Cardenete no entra en temas políticos de este calado, pero sí recoge las voces de aquellas personas que han sufrido las consecuencias de las diferentes políticas laborales de la Unión Europea que les ha forzado a abandonar su país. Como se escucha en el documental, hay unos dos millones de rumanos emigrados y repartidos por Europa. Italia y España son los países con mayor número de rumanos fuera de Rumania, ya sea porque los encuentren como países socialmente parecidos al suyo o porque les guste o por la razón que sea, pero fundamentalmente, como también se escucha, se debe a la falta de trabajo y a los malos sueldos y malas condiciones de vida que los recortes económicos y el sostenimiento de la moneda euro ha supuesto a la vida diaria de las personas, unas consecuencias que, como dice uno de los viajeros, se están empezando a conocer en España tal como ellos las conocieron en su país. Esos diseños económicos vienen de las instituciones europeas, fundamentalmente controladas por los alemanes en el peso de importancia de las decisiones que se toman. Hoy mismo, lunes 29 de junio de 2015, por ejemplo, Grecia tiene bloqueados sus bancos debido a una serie de problemas económicos cuya solución está bloqueada en parte porque los alemanes son defensores de sacar a Grecia del euro mientras los griegos piden renegociar su deuda externa con Europa para poder sacar adelante políticas sociales que beneficien el modo de vida de los ciudadanos griegos, tan castigados por seguir las líneas de austeridad que le marcó la Unión. La emigración rumana citada en el documental, esos dos millones que viven fuera, reportan menos dinero a la economía de Rumania, porque sus remesas se han visto afectadas por el desempleo que avanza por todo el sur europeo. Si esos dos millones regresaran de golpe a Rumania, la crisis rumana se potenciaría de una manera tal que haría temblar de nuevo a toda la Unión. Aclamar que regresen a su país o cerrarles las puertas o poner restricciones a la emigración dentro de la Unión Europea es, ahora mismo, algo tan peligroso como una bomba de relojería. Lo mismo pasaría con los numerosos emigrantes de la Unión estos últimos años, como por ejemplo búlgaros o españoles. A pesar de lo que fomentan los británicos o los partidos políticos xenófobos cuyos puntos de vista se expanden por las sociedades, contemplar la emigración de países que tienen altas tasas de emigrantes fuera de sus fronteras como un asunto de devolverles a su país o entorpecerles la vida supondría tantos problemas económicos al país del que son como al país donde están ahora mismo, aunque sean problemas de direcciones diferentes, su origen y núcleo sería le mismo. El entramado de la Unión Europea a estas alturas es como es y cambiarlo sin provocar problemas es algo ilusorio. La cuestión es si realmente se desean esos sacrificios, más todavía si resulta que la Unión Europea en principio habla de crear una federación, de hermandad y del "todos somos europeos".
El trayecto en autobús de cincuenta y ocho horas es una emigración legal y silenciosa donde se entra y se sale de un mundo más anclado en décadas atrás a otro más avanzado hacia el presente pero que también se estanca. Una de sus puertas de entrada y salida está en la vía Complutense de Alcalá de Henares. No son los viajeros a los que adulan los políticos cada vez que claman a España como una potencia mundial del turismo, esos que entran por avión, tren o barco con enormes maletas llenas de objetos para disfrutar una temporada, no para establecer una vida. Unos turistas que el año pasado llegaron en orden de los sesenta millones de personas en un país como España de cuarenta millones de habitantes. Sesenta millones de turistas reclamando y usando recursos como el suelo, el agua, la electricidad, la comida, etcétera, engordando unas facturas de infraestructuras públicas de una población de cuarenta millones de personas, de las que pagarán impuestos treinta o veinte millones de esas personas. Un turismo mucho más que sobrexplotado y algo insostenible, a pesar de las bondades que los empresarios del sector dice de ellos, siempre bien mirado socialmente mientras la emigración por motivos laborales, como la de estos rumanos, llega con la idea de trabajar y aportar a esos cuarenta millones de personas y su sistema público siendo mal vistos, incluso, despreciados por algunas personas.
Javier Cardenete no entra a analizar estos detalles de los que hablo, pero su documental de trece minutos nos invita a reflexionar sobre estos y otros temas asociados, especialmente cuando al final de documental oigamos a Noam Chomsky hablar a ritmo de imágenes de archivo de la Huelga General o de las manifestaciones de Rodea el Congreso de años atrás. Coger el autobús a Bucarest, ¿es un viaje al pasado o al futuro?, nos pregunta Cardenete en la presentación de su cortometraje. Inteligente pregunta, pues en el fondo lo que nos muestra es la continuación de España como un país de emigración a lo largo de su Historia. El breve periodo de los años 1990-2000 donde éramos nosotros los que mayoritariamente recibíamos emigrantes en lugar de producirlos fue eso, breve. En consecuencia, realizar el análisis del viaje de cincuenta y ocho horas hacia Rumania, aunque podría haber hecho el trayecto que parecería más lógico, el inverso hacia España, nos recuerda y nos pone a pensar las historia humanas que hay en cada acción económica y política de los gobiernos de la Unión Europea, y más en concreto sobre el presente español, tan devastado política, económica, social y laboralmente.
Saludos y que la cerveza os acompañe.