Londres conserva sus autobuses de dos pisos y sus taxis con formas que recuerdan los años 1940, del mismo modo que algunos de sus pueblos ingleses hacen permanecer las barcas con barqueros de remos que pasan a las personas de un lado a otro. En Estados Unidos pasa algo similar con viejos oficios que permanecen y tecnologías más propias de los años 1950 o 1920, depende de qué hablemos, puestas al día. En Lisboa los tranvías son un medio de comunicación normal y corriente (salvo cuando es temporada alta de turistas, que están invadidos por oleadas de turistas), y hablamos de tranvias que igualmente tienen sus formas y mecanismos más relacionados con los años 1960 o anteriores que propios del siglo XXI. En Milán sus tranvías están conservados al estilo de los años 1950. Y así podríamos seguir en relación a numerosos países occidentales. No sólo con materiales, también con oficios. ¿No tienen dinero para poner máquinas modernas e informatizadas al modo siglo XXI, las cuales acaben con oficios y trabajos para "abaratar" costos y "facilitar" vidas? No, no es eso. Tienen más dinero y capacidades que España. Lo que ocurre es que en todos esos lugares hay otra mentalidad: el progreso en combinación a sus costumbres y a la vida de sus ciudadanos. No porque algo se pueda hacer, pongamos por caso llenar de cajeros automáticos una sucursal bancaria completa, es lo mejor. Entre el encanto, la esencia personal del lugar, la Historia y la necesidad de mantener algunos puestos de trabajo, se mueven ellos.
En un documental y después en artículos de periódico he leído que entre Japón y Estados Unidos se está investigando y fabricando ahora mismo nuevas tecnologías robóticas que entre 2020 y 2030 podrán hacer prácticamente todo el trabajo repetitivo de las industrias y la agricultura, e incluso del sector servicio en torno a la hostelería. Deben probarlos antes y ambos tienen por plan probarlos en España, por ser un país más susceptible de maquinizarlo e informatizarlo todo para que los empresarios abaraten costes (a costa de destruir empleo humano). Si eso se cumpliera en breve veremos mayores tasas de desempleo con el matiz de que habrá miles de personas sin poder reubicarse laboralmente, no porque no tengan capacidad de reciclarse, sino porque no existirán puestos de trabajo, ya que estos los ocuparían robots. Siempre se dice aquello de que simplemente la gente se reeducaría, pero eso no es real. Desde que la maquinización del trabajo se multiplicó en el siglo XIX la evolución histórica sólo nos ha demostrado que la reubicación laboral sólo se da a unos pocos, que son los que se pueden permitir aprender sin tener grandes problemas con aquello de conseguirse algo con lo que comer. La maquinización elimina puestos de trabajo irrecuperables. Ejemplo básico: si en el antiguo Oeste Norteamericano se necesitaban cuadrillas de diez o veinte o treinta hombres para trasladar de pastos a las grandes manadas de vacuno, con la llegada del ferrocarril y la perfección de la red ferroviaria estos ganados sólo necesitaban de unas cuatro o cinco personas que ayudaran a meter las vacas en los vagones y sacarlas luego para llevarlas al matadero o al prado correspondiente, al lado de las estaciones de tren. Si las cuadrillas de vaqueros del Oeste y Medio Oeste Norteamericano empleaba a miles de vaqueros, el ferrocarril supuso el desempleo de miles de esos miles de vaqueros, y el ferrocarril, que según los que hablan de reubicación laboral sería su salida, no necesitaba a tantos miles de empleados. Una locomotora necesitaba de una persona para conducirla, a lo sumo dos, y las calderas de carbón lo mismo. El servicio del tren podríamos ponerlo también en una decena de personas.
Como expliqué en 2008, en
"Crisis económicas en la Historia" (
Noticia 538ª), el capitalismo actual ha sufrido varias crisis de consecuencias brutales, la de 1873 tuvo como marco el cambio del patrón plata por el patrón oro, pero en el fondo de ese cambio y de esa crisis estaba precisamente la destrucción masiva de empleo que hubo a causa de todo tipo de maquinaria nueva en el mundo, como el ferrocarril, las máquinas de vapor para tejer o para realizar diversas tareas fabriles, las máquinas cosechadoras, etcétera. Pensemos en el ejemplo anteriormente dado. El empleo que generaba el transporte de ganado de manera tradicional no sólo implicaba empleo a grandes cuadrillas de vaqueros, implicaba también empleo en el sector hostelero que albergaba a esos vaqueros cuando llegaban a poblaciones, implicaba empleo de herradores para sus caballos, empleo de servicio de postas, empleo en caballerizas, empleo incluso de servicios de seguridad, empleo en vestimenta de trabajo ganadero, etcétera. La desaparición de esa forma de vida provocó la aparición de otra, la de la rapidez tecnológica del ferrocarril, necesitada de menos trabajadores. Tenía sus ventajas, no lo voy a negar, contrajo mejoras alimentarias para muchas zonas, sólo que la lógica con la que se realizó fue la de enriquecer a los grandes ganaderos. Efectivamente, el transporte en tren de ganado era algo que se podían permitir los grandes ganaderos, por lo que se hicieron con todos los buenos negocios relacionados con ganado, mientras que los pequeños y medianos ganaderos se arruinaron o tuvieron que cambiar el ganado por cualquier otra cosa que les diera para vivir. Se acababa así unas formas de vida y una serie de trabajos y empleos a favor de otras. El paro, el desempleo, aumentó en todo occidente. Tenemos ahí una serie de problemas obreros en el último cuarto del siglo XIX derivados de la crisis de 1873 que no van a parar hasta la Primera Guerra Mundial, estallada en 1914. Segadas por vía de la guerra millones de vidas la recuperación fue posible en los años 1920 hasta la gran crisis de 1929, que sólo volvió a recuperar empleos tras la otra gran matanza de la Segunda Guerra Mundial de los años 1940. La siguiente crisis grande fue la del petróleo en 1973, que tuvo numerosas secuelas en crisis menores pero devastadoras en los años 1980 hasta la desaparición de la Unión Soviética en 1991. Después: la más grande de todas ellas, la de 2008, dentro de la cual aún vivimos, donde ha ocurrido la crisis económica de la salida de Reino Unido de la Unión Europea en este 2016, cuyas pérdidas económicas en la Bolsa han sido mayores que en 1929 y en 2008. Lo de 2016 está tan reciente, fue el mes pasado, que las consecuencias aún están por ver cuáles serán y si la Unión Europea puede amortiguarlas haciendo de ese acontecimiento una parte de la crisis de 2008 o por contra no puede amortiguarlo y 2016 será una crisis más allá de 2008.
Pero me desvío de mis pensamientos iniciales, porque realmente yo no soy economista. No negaré las ventajas del mundo moderno gracias a las nuevas tecnologías y a los nuevos descubrimientos. De todo esto, por otra parte, ya hablé una vez más en 2008, a través del análisis de la obra de Pierre George,
"Sociedades en mutación", de 1981 (
Noticia 499ª,
Noticia 500ª y
Noticia 501ª). Allí se leían cosas como esta:
"(...) los trabajadores sólo tienen por opción reeducarse en las nuevas
tecnologías para continuar en el mercado de trabajo, ya que las
tecnologías sustituyen al propio trabajador y no necesitan de él. Los
trabajos que quedan son los peor remunerados por la imposibilidad de
usar máquinas en ellos y haber abundante mano de obra (albañilería,
recogida de fruta, etc.), trabajar en el sector del turismo, o bien
actuar de comerciante o recurrir al autoempleo, recurso este muy
utilizado por los jóvenes, quienes junto a las mujeres y a los mayores
de 40 años, son los mayores afectados por el paro. Todo esto no puede
menos que beneficiar a los grandes empresarios, quienes, desde el final
de la guerra fría, se han lanzado a un capitalismo salvaje donde todo es
objeto de globalización económica en su propio beneficio, aunque con
mensajes a la sociedad acerca de las posibles ventajas para todos". Y esto de lo que hablaba Pierre George, aunque tan de 2016, lo había analizado él en 1981, fecha de una década en la que la informatización y la primera robótica ya empezaba a ocupar los puestos de trabajo que antes desempeñaban personas humanas. La tecnología más avanzada avanza y nos hace avanzar al mismo tiempo que, era lo que Pierre George trataba de alertar, se hacía desaforadamente sin dar respuestas a una gran cantidad de personas que se quedaban y se quedan, a la fuerza, fuera del sistema y del mundo laboral, por tanto: fuera del control de sus propias vidas.
Nos llega ahora la noticia de aquellos robots que quieren aplicar a trabajos repetitivos sean de fábrica, de agricultura o de construcción, o incluso como camareros y asistentes de habitaciones y limpieza. Si se llega a ese punto, ni siquiera ese nicho, que era el que decía Pierre George que le quedaba a los trabajadores, quedaría intacto y en pie como vía de escape para el trabajador. Trabajar en tiempo de máquinas es complejo si cada vez hay menos nicho de empleo para el humano y vía abierta al uso de lo automatizado.
¿Hablo en contra de la robótica? No, no es estrictamente así. Ya desde finales del siglo XVIII existió en movimiento ludista, un grupo de personas que se extendieron desde Reino Unido a otros lugares de Europa y que se dedicaban a sabotear las máquinas (en ese momento telares mecánicos de vapor y máquinas cosechadoras) porque a causa de ellas muchas familias perdían sus empleos y se expandían grandes hambrunas entre la población trabajadora que dependía de esos oficios. No hablo de un regreso al movimiento ludista, ni hablo de frenar avances, pero sí llamo a la reflexión, al menos a la mía propia, sobre la necesidad de humanizar cada avance tecnológico y no olvidar nunca que el sistema social se basa en la convivencia y bienestar de todos, o eso debiera, y no sólo en la prosperidad de unos pocos empresarios, políticos y banqueros.
En Estados Unidos, Reino Unido, Francia, España y otros países se ha detectado en los últimos años de tan profunda crisis económica y social el aumento de la riqueza, pero a la vez el aumento de la desigualdad social. En otras palabras: los ricos son cada vez más ricos y los pobres más pobres, desapareciendo la clase media y desapareciendo lazos de solidaridad social. Eso ha tenido en cada país unas repercusiones y las sigue teniendo. No sabemos donde desembocarán, pero nunca ha sido bueno ahondar en la desigualdad social y en la acumulación de la riqueza por parte de unos pocos, sin redistribución, sin solidaridad social. En cualquier cuerpo donde sólo una parte crece eso se considera o puede derivar en una atrofia, y una atrofia no es algo muy sano ni lleva a buen puerto al cuerpo.
Recuerdos... tengo recuerdos que no tienen mucho que ver como argumento con lo que estaba diciendo. Recuerdo cuando en los años 1980 y hasta mediados de los 1990 aún se pagaban los sueldos en muchas empresas de manera semanal, no se hacía mediante ingresos bancarios, sino que se pagaban en sobres. Todo debidamente computado en nómina, pero se daban en mano. Tampoco hacía falta acreditar estudios, cursos, o experiencia laboral para entrar a trabajar en numerosos oficios. Existían contratos de aprendiz donde el trabajador era contratado y la propia empresa le enseñaba el oficio mediante la formación trabajando. Rara era la empresa que después de mantener a un trabajador trabajando sin saber nada, formándole de manera práctica durante años, se deshacia de ese trabajador, porque había sido una inversión y porque esa persona al formarse con ellos no sólo conocía su oficio, sino que además conocía cómo funcionaba y se hacía ese trabajo precisamente en ese lugar y no en otra empresa. Lo más probable es que las cosas que acabo de recordar no sean prácticas en pleno 2016. Y sin embargo, durante muchas décadas, aquello funcionó así. Pero los tiempos han cambiado. A una empresa actual parece interesarle más la movilidad continua del trabajador, o en otras palabras: no mantener a lo largo del tiempo a un trabajador, sino poder mandarle al paro y contratarle de nuevo a él o a otro según sus temporadas altas y bajas de volumen de trabajo. Cosa que viene bien al empresario, pero viene mal a la vida del trabajador, a la economía del Estado y al conjunto de la sociedad. Se beneficia el empresario, pero no le encuentro beneficios para nadie más. Se han hecho demasiadas leyes que favorecen en este sentido desde 2010. No digo que se vuelva al modelo de los años 1980, pero desde luego el modelo de 2010, reforzado en 2012, no es el ideal.
Inglaterra conservando puestos de trabajo en oficios clásicos como el de barquero, los tranvías antiguos de Lisboa y de Milán. ¿Realmente pasaría algo malo si no ponemos un trabajador y cuatro cajeros automáticos en un banco? ¿Pasaría algo fatal si le decimos a Japón que no queremos taxistas robot, que nos gusta tener un taxista humano como Londres en sus coches imitando formas de los años 1940? ¿Hay algún problema en que el albañil sea una persona? ¿Podemos seguir siendo personas los que limpiemos los servicios de un gimnasio o de un bar o de donde sea? Si la idea de los grandes empresarios de tecnología es que cualquier trabajo pueda ser realizado por una máquina, nos queda hacerles pensar, o pensar nosotros mismos, sobre qué ocurrirá cuando más de la mitad de la población no tenga puesto de trabajo al que ir.
Por supuesto se puede hablar también de las implicaciones que tiene la relación humano con humano y el sentimiento que tiene incorporado interactuar con personas o el mantener un modo de hacer, el sentir, igualmente, que se cuidan los unos a los otros. Errores, no errores, ventajas, desventajas... No soy tan simple como para no pensar en todas y cada una de las cosas a favor y en contra de lo que es la tecnología nueva y la no tecnología nueva. Reino Unido es uno de los Estados más avanzados del mundo, por poner un ejemplo, y parece que ellos han encontrado un cierto equilibrio hasta la fecha, y no hablo de la realidad de los últimos años, si no a lo largo de la Edad Contemporánea. Un equilibrio no exento de desigualdades y de luchas, eso es cierto, pero parece como si ellos, u otras naciones, han sabido avanzar a la vez que mantener una determinadas esencias de para qué sirve el trabajo. Quizá queda encontrar un equilibrio, pero este debe ser reflexionado sobre todo por aquellos que invierten su dinero para crear empresa, pues a fin de cuentas son ellos los que hacen y deshacen en estas cuestiones, más o menos ayudados por las leyes de los Estados.
Hay una gran cadena de reparto de mercancias que venden por Internet que se ahorraron el costo de crear grandes almacenes y mantener un personal que venda, reponga, mantenga las instalaciones, etcétera. Instalaron una red de vendedores por ordenador, menos costosa que vender de manera tradicional en comercio, y una serie de almacenes donde contratan personal de almacén para empaquetar los pedidos. Esa misma empresa está pensando ahora mismo en sustituir progresivamente los mozos de almacén por robots, y a los repartidores, aún a más largo plazo, cambiarlos por robot voladores, drones. Esto mismo lo piensa una gran cadena de cocinado y reparto de pizzas a domicilio, ahorrándose así el sueldo y el mantenimiento de repartidores humanos que vayan en moto.
No tengo respuestas ni señalo respuestas. No argumento en contra de los avances tecnológicos, pero sí creo necesario reflexionarlo en el contexto que se dan: que es las sociedades y el cómo hacen evolucionar a las mismas. Todo está intercomunicado. Nada ocurre sin que algo reaccione en torno a ese suceso. Todo se concatena. Del mismo modo que a finales del siglo XIX y principios del XX existían investigadores que decían: "se puede hacer, pero ¿es útil a la sociedad hacerlo?", esa pregunta debiera estar siempre vigente. Ni el ferrocarril ni los cajeros automáticos son malos, ni siquiera los robots que trabajan ensamblando piezas de un coche en una fábrica de montaje. La cuestión es el uso, las repercusiones. Se puede aplicar para mejorar determinadas cuestiones, pero ¿qué ocurre cuando la única lógica es el lucro absoluto aún pasando por encima de las sociedades? El desempleo acumulado de la década de 1860 desembocó en la crisis de 1873, entretanto se había creado la Primera Internacional y numerosas protestas obreras. La organización obrera contra un sistema exclusivo del capitalismo es una consecuencia lógica ante el malestar y el malvivir de miles, millones, de personas, en pro de unos pocos.
Ahora bien, ante aquella pregunta de investigadores de finales del siglo XIX y principios del XX habría que recordar que cuando se descubrió la electricidad de una manera moderna en el siglo XVIII esta sólo era un mero atractivo de juegos de salón de la alta burguesía y la alta nobleza. No se le encontraba mayor utilidad que jugueterar con ella haciendo alzarse los pelos o haciendo que un globo se pegue a uno mismo por efecto de la electricidad estática. Y sin embargo en pleno siglo XXI la electricidad nos permite ver por la noche o en cuartos oscuros de una manera mejor que con velas y sin riesgo de incendios, nos permite cocinar, telecomunicarnos a grandes distancias, que se muevan muchos de los trenes existentes hoy día, mover las máquinas de las fábricas mediante las cuales tenemos una gran cantidad de bienes de consumo y alimentos, muchos de ellos, bienes y alimentos, de primera necesidad, es fundamental en mucha de la tecnología médica, es ayuda en algunos aparatos de higiene, es posiblemente una alternativa viable en la conservación del medio ambiente para sustituir los vehículos de hidrocarburos, etcétera. En el siglo XVIII toda la tecnología que hace eso posible aún no había sido inventada, por lo que la electricidad no era algo relevante, y durante buena parte del siglo XIX eso siguió siendo así. Cada cosa tiene su tiempo. Pero independientemente del tiempo de cada cosa y de sus posibles usos por venir, la cuestión no es tanto para qué usarlo sino cómo usarlo. Fue en el siglo XIX, en pleno auge de la mentalidad y la filosofía del positivismo, que se consideraba que el humanismo y sus valores no podían ser ajenos a los avances científicos. Todo científico que se preciara, siguiendo las ideas del positivismo, sólo haría bien si ligaba sus investigaciones a valores humanísticos. El ya citado: "se puede hacer, pero, ¿es útil a la sociedad hacerlo?". Volvemos en redondo al ejemplo del uso de la electricidad en el siglo XVIII y en el XXI, y vuelvo sobre la base de plantearse no tanto el cómo hacerlo, si no el cómo, para qué, por qué y qué hará hacerlo.
Yo no tengo respuestas ni las aporto. A fin de cuentas todo esto va más a allá de la tecnología. ¿Mantener un tranvía al estilo 1950 de un sólo vagón y con un conductor y un revisor, estilo Lisboa, forzando así que haya varios coches de tranvía circulando, o montar un tranvía del siglo XXI con varios vagones, ahorrándose vehículos en circulación como tranvía, un sólo conductor y ningún revisor porque esa tarea la hace una máquina por la cual el viajero meta un billete magnético de viaje, estilo Madrid? ¿Montar un baño público con un guarda contratado, o montar una cabina de baño público unipersonal y al cual se accede introduciendo una moneda? ¿Que te traiga la pizza una persona que probablemente cobrará muy poco sueldo pero de otro modo no tendría empleo, o dar el visto bueno a que un robot volador, un drone, te lo acerque a tu ventana? El tema va más allá de innovar tecnológicamente o no, hay puestos de trabajo que desaparecen sin necesidad de recurrir a nuevas tecnologías. Los cajeros automáticos quizá eran una nueva tecnología en los años 1980, cuando se popularizaron en España, pero son invento de 1967, llevan en la cultura occidental cuarenta y nueve años funcionando. Fue fundamentalmente con la crisis de 2008 que los bancos españoles comenzaron los despidos masivos de empleados en sus sucursales y la sustitución por estas máquinas. Buena parte del saneamiento de sus cuentas, al margen de rescates recibidos por parte del Estado y de la Unión Europea, fue mediante el cierre de sucursales y el despido de trabajadores. Usaron una teconología antigua, la de los cajeros automáticos, perfeccionada, pero inserta en la cultura occidental desde 1967, y en España desde finales de los 1970, principios de los 1980. Ahí no fue una cuestión de avances tecnológicos, aunque no quepa duda de que un cajero automático lo es, relativamente reciente, pese al tiempo que lleva entre nosotros, fue una cuestión de cómo y para qué usar la tecnología, que en este caso se resolvió para ahorrar dinero a los bancos comportándose como empresas, sin pararse en considerar en cuestiones humanas y sociales como son el mantener puestos de trabajo. No han sido los bancos los grandes perdedores de la crisis. Es más, los bancos españoles tuvieron beneficios varios de los años de la crisis, sólo que no eran tan altos como los que tenían antes de la crisis de 2008. Es en todas estas cosas donde cabe la reflexión, el debate, el saber a dónde queremos ir. Y es aún más complejo todo, pues podríamos poner el caso de los periódicos desapareciendo en favor de una prensa electrónica en el mejor de los casos y de redes sociales en otros casos, eliminando por el camino no sólo puestos de trabajo periodísticos, sino también de vendedores, repartidores, operarios de rotativas de imprenta, papeleras y demás. Y ahí hay elementos más complejos que la tecnología, como pueda ser también el abaratamiento de cara al consumidor y su economía personal o las ideas ecologistas, acertadas o no, sobre el asunto, o la desconfianza en la prensa moderna.
Y en eso reflexionaba hoy. Saludos y que la cerveza os acompañe.