La imagen habla por sí sola. Es el terremoto de febrero de Turquía y Siria, podría ser perfectamente el de septiembre de Marruecos, la inundación de Libia que desbordó dos presas y mató a la gente de dos municipios enteros, la larga batalla de varios meses por Bajmut en la guerra de Ucrania de la primera mitad de este año, el atentado de Hamas en Israel con mil cuatrocientos muertos o la desproporcionada respuesta israelí contra los palestinos que lleva ya veinte mil muertos. Los periódicos que empiezan a publicar resúmenes del año, cuando ponen fotos de Palestina da igual que consideren la respuesta de Israel desproporcionada a modo de crimen de guerra o derecho a la defensa, todos los que yo he visto de cualquier tendencia política ponen niños y niñas muertos por las bombas israelíes sobre los palestinos.
En Noche Buena y Navidad en Belén, Cisjordania, todas las confesiones cristianas que allí se hayan han acordado, desde que Israel empezó los bombardeos a Palestina, que ninguna de sus Iglesias ni parroquias hagan celebración de Navidad, sólo oraciones y misas. El propio Papa en su misa de Navidad ha condenado lo que está ocurriendo del mismo modo que ha condenado el acto terrorista de Hamas.
La fotografía que he seleccionado como la más representativa del año es efecto de un terremoto que devastó un territorio entero. Y es que seguimos siendo muy endebles frente a la Naturaleza, aunque creamos que no. Pero esa foto es algo más. En ella se recoge una historia humana de gran trascendencia mil veces narrada en dramas escritos y cantados a lo largo de todas las épocas. Como si saliera de los dramaturgos de la antigua Grecia, de la pluma de Shakeaspeare o de la voz de María Callas, en el fondo todas las emociones humanas que nos recuerdan precisamente eso: nuestra humanidad, se recogen en esta imagen.
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