Luis
Abad, Chicha "Excelentísimo Chechu", Ramón Sánchez, Zia Mei y yo hemos llegado a la mitad del relato. Jesús "Chicha, Excelentísimo Chechu", El circo de Chicha, pinta hoy el capítulo. El trabajo de los ilustradores está siendo un trabajo impecable, personalmente estoy muy contento con los resultados. Que la cerveza os acompañe en la lectura.
UN MAL BUEN INICIO
Capítulo VII
Depositó
el libro con gran cuidado en la mesa, no quería dañarlo. Era una segunda
edición de principios del siglo XIX algo ajada. Una colección de Odas de Keats,
tal vez su obra más hermosa. Colocó el separador y lo dejó abierto por la “Oda
sobre una urna griega” que tenía subrayada la frase:
¿Quiénes son los
que vienen hacia el sacrificio?
¿A qué verde
altar, extraño sacerdote,
guías esa novilla
que muge a los cielos
con sus sedosos
flancos ornados de guirnaldas?
También
depositó la placa Petri con 3 gotas de sangre, dos viejas de Cebríán y Albescu,
y una nueva. Limpió la mesa por si la pudiera haber manchado de algún modo. La
figurilla de barro cocido con cuatro puntos esta vez tenía forma de cánido.
Observó el bodegón, recogió la bolsa y se marchó. Cuando atravesaba el umbral
de la puerta se topó con una mujer que entraba deprisa, cuando se cruzaron
percibió su aroma. Ya bajaba la escalinata cuando ella lo llamó:
-¿Disculpe?-
Grito la inspectora Ruiz-, ¿este es el edificio de Trinitarios?
-Sí,
¿en qué puedo ayudarla?
-¿Ha
visto algo raro?
-¿Quién
lo pregunta?
-La
policía- dijo señalando la placa que llevaba atada al cinturón.
-No
he visto nada raro, pero había mucho ruido en los sótanos.
-Gracias.
-Perdón.
Ruiz se giró impaciente.
-¿Qué?
Ruiz se giró impaciente.
-¿Qué?
-¿Eso
que lleva es Agua de colonia Álvarez Gómez?
-Sí
–Ruiz sintió como se ruborizaba y se llevó la mano al cuello donde solía
echarse una gotitas por las mañanas. Él se marchó y ella entró algo
desorientada en el edificio.
Que
empezara por los sótanos le daba el tiempo necesario para salir tranquilamente
de allí. Para cuando encontrara el bodegón estaría ya en casa. Se había gastado
casi todo sus ahorros en montar aquella exposición en la casa de la entrevista.
Había tenido que soportar al artistilla de mierda de Manuel Roncallo y su
lamentable proyecto audiovisual de danza e imágenes grotescas. Pero al final
había podido insertar dentro de la exposición el stand que había
diseñado. Ya era hora de sacar a los monstruos a la luz. Desnudo de espaldas y
atado por las manos a la pared estaba Javier Cercal. Una bola de sadomasoquismo
cubría su boca. Tras el metacrilato los visitantes de la exposición comenzaron
a desfilar. Proyectada sobre la pared iba apareciendo su historia, cómo intentó
dejarle su mujer, cómo la abofeteó y cómo tras pillarla llamando a la policía,
finalmente, tras diecisiete puñaladas consiguió acabar con su sufrimiento.
También cómo tras un breve juicio había sido condenado por homicidio
involuntario y soltado al ya haber cumplido nueve meses de cárcel. Una manguera
de alta presión permitía al gusto dispararle agua al hombre, también un
pulsador rojo daba pequeñas descargas eléctricas que se trasmitían por todo su
mojado cuerpo. 217 personas acudieron a la apertura de la exposición y desde su
casa por el circuito de cámaras de seguridad vio como todos castigaban sin
piedad al supuesto actor por su supuesto crimen. No fue hasta el cierre cuando
un miembro de seguridad se dio cuenta de que algo iba mal. Pero ya no había
vuelta atrás, Cercal había perecido. Cuando los forenses lo desamordazaron
encontraron en su boca una figura circular de barro con tres puntos. Por dentro
del stand, de modo que solo podía ser leído por Cercal, había una frase,
“Dime y lo olvido, enséñame y lo recuerdo, involúcrame y lo aprendo”.
…
Helena
Cobeño tarareaba distraída la melodía del prólogo de “Simón Boccanegra”
de Verdi. Su padre pasaba de la alegría, a la ira y declamaba un interminable
monólogo sobre la incompetencia de la policía, del país y hasta de sí mismo. Ya
había visto esta obra varias veces, el padre amantísimo que se desvive por su
única hija. Lástima que su padre por mucho que dijera, al final, nunca le hacía
caso. Tan solo si gastaba más dinero de la cuenta la llamaba. Tampoco le
importaba mucho, siempre había sido así, al menos desde que murió su madre.
Pasaba meses sin verle. A pesar de su juventud, apenas llegaba a los 24 años,
Helena hacía tiempo que era una adulta y vivía sola. Su padre se despidió y
juró que la sacaría de allí cuánto antes. Volvió a quedarse sola en la
habitación. Acarició la cruz que colgaba de su cuello. Cogió el bolígrafo con
el que había firmado su declaración y se levantó. Se miró en el falso espejo,
de cerca. Se tocó las ojeras y giro levemente la cabeza. Su brazo se extendió
con tranquilidad hacia atrás para luego impactar con brutal fuerza en el
espejo. Antes de poder reducirla entre tres policías había rayado en el espejo
con el bolígrafo: ¿Por qué yo?
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