lunes, agosto 24, 2015

NOTICIA 1515ª DESDE EL BAR: UN MAL BUEN INICIO (capítulo 7 de 13)

Luis Abad, Chicha "Excelentísimo Chechu", Ramón Sánchez, Zia Mei y yo hemos llegado a la mitad del relato. Jesús "Chicha, Excelentísimo Chechu", El circo de Chicha, pinta hoy el capítulo. El trabajo de los ilustradores está siendo un trabajo impecable, personalmente estoy muy contento con los resultados. Que la cerveza os acompañe en la lectura.


UN MAL BUEN INICIO
Capítulo VII



Depositó el libro con gran cuidado en la mesa, no quería dañarlo. Era una segunda edición de principios del siglo XIX algo ajada. Una colección de Odas de Keats, tal vez su obra más hermosa. Colocó el separador y lo dejó abierto por la “Oda sobre una urna griega” que tenía subrayada la frase:

¿Quiénes son los que vienen hacia el sacrificio?
¿A qué verde altar, extraño sacerdote,
guías esa novilla que muge a los cielos
con sus sedosos flancos ornados de guirnaldas?

También depositó la placa Petri con 3 gotas de sangre, dos viejas de Cebríán y Albescu, y una nueva. Limpió la mesa por si la pudiera haber manchado de algún modo. La figurilla de barro cocido con cuatro puntos esta vez tenía forma de cánido. Observó el bodegón, recogió la bolsa y se marchó. Cuando atravesaba el umbral de la puerta se topó con una mujer que entraba deprisa, cuando se cruzaron percibió su aroma. Ya bajaba la escalinata cuando ella lo llamó:

-¿Disculpe?- Grito la inspectora Ruiz-, ¿este es el edificio de Trinitarios?

-Sí, ¿en qué puedo ayudarla?

-¿Ha visto algo raro?

-¿Quién lo pregunta?

-La policía- dijo señalando la placa que llevaba atada al cinturón.

-No he visto nada raro, pero había mucho ruido en los sótanos.

-Gracias.

-Perdón.

Ruiz se giró impaciente.

-¿Qué?

-¿Eso que lleva es Agua de colonia Álvarez Gómez?

-Sí –Ruiz sintió como se ruborizaba y se llevó la mano al cuello donde solía echarse una gotitas por las mañanas. Él se marchó y ella entró algo desorientada en el edificio.

Que empezara por los sótanos le daba el tiempo necesario para salir tranquilamente de allí. Para cuando encontrara el bodegón estaría ya en casa. Se había gastado casi todo sus ahorros en montar aquella exposición en la casa de la entrevista. Había tenido que soportar al artistilla de mierda de Manuel Roncallo y su lamentable proyecto audiovisual de danza e imágenes grotescas. Pero al final había podido insertar dentro de la exposición el stand que había diseñado. Ya era hora de sacar a los monstruos a la luz. Desnudo de espaldas y atado por las manos a la pared estaba Javier Cercal. Una bola de sadomasoquismo cubría su boca. Tras el metacrilato los visitantes de la exposición comenzaron a desfilar. Proyectada sobre la pared iba apareciendo su historia, cómo intentó dejarle su mujer, cómo la abofeteó y cómo tras pillarla llamando a la policía, finalmente, tras diecisiete puñaladas consiguió acabar con su sufrimiento. También cómo tras un breve juicio había sido condenado por homicidio involuntario y soltado al ya haber cumplido nueve meses de cárcel. Una manguera de alta presión permitía al gusto dispararle agua al hombre, también un pulsador rojo daba pequeñas descargas eléctricas que se trasmitían por todo su mojado cuerpo. 217 personas acudieron a la apertura de la exposición y desde su casa por el circuito de cámaras de seguridad vio como todos castigaban sin piedad al supuesto actor por su supuesto crimen. No fue hasta el cierre cuando un miembro de seguridad se dio cuenta de que algo iba mal. Pero ya no había vuelta atrás, Cercal había perecido. Cuando los forenses lo desamordazaron encontraron en su boca una figura circular de barro con tres puntos. Por dentro del stand, de modo que solo podía ser leído por Cercal, había una frase, “Dime y lo olvido, enséñame y lo recuerdo, involúcrame y lo aprendo”.


Helena Cobeño tarareaba distraída la melodía del prólogo de “Simón Boccanegra” de Verdi. Su padre pasaba de la alegría, a la ira y declamaba un interminable monólogo sobre la incompetencia de la policía, del país y hasta de sí mismo. Ya había visto esta obra varias veces, el padre amantísimo que se desvive por su única hija. Lástima que su padre por mucho que dijera, al final, nunca le hacía caso. Tan solo si gastaba más dinero de la cuenta la llamaba. Tampoco le importaba mucho, siempre había sido así, al menos desde que murió su madre. Pasaba meses sin verle. A pesar de su juventud, apenas llegaba a los 24 años, Helena hacía tiempo que era una adulta y vivía sola. Su padre se despidió y juró que la sacaría de allí cuánto antes. Volvió a quedarse sola en la habitación. Acarició la cruz que colgaba de su cuello. Cogió el bolígrafo con el que había firmado su declaración y se levantó. Se miró en el falso espejo, de cerca. Se tocó las ojeras y giro levemente la cabeza. Su brazo se extendió con tranquilidad hacia atrás para luego impactar con brutal fuerza en el espejo. Antes de poder reducirla entre tres policías había rayado en el espejo con el bolígrafo: ¿Por qué yo?

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