UN MAL BUEN INICIO
Capítulo VI
-Dice
que la dejó en el Ruiz de Velasco –le comentó a Fabra a Ruiz cuando esta llegó
a la sala del otro lado del espejo.
-¿El
pabellón Caja de Madrid?
-Sí.
-Puede
que sea de Meco. ¿Qué ha contado de él?
-Le
defiende.
-Síndrome
de Estocolmo.
-No
me parece un síndrome de Estocolmo habitual –dijo Fabra mirando a través del
espejo a Helena Cobeño siendo interrogada por una agente de uniforme.
Helena
era una víctima, realmente no debía estar en aquella habitación, pero algunas
de las cosas que había dicho se salían de la clásica víctima de un rapto. El
único lugar de la comisaría donde podían hablar en un falso ambiente de
intimidad que diera confianza a la civil era aquella habitación de
interrogatorios. Le habían dicho que en esos momentos ese era el lugar más
tranquilo de la comisaría. Mientras la agente de uniforme hablaba con ella
acompañada de otra agente con un café para ella, al otro lado del espejo la
escuchaban Fabra, Ruiz y otras cinco personas más. Su padre estaba aún por
llegar desde Madrid.
-Lleva
una camiseta con el gato de Alicia en el País de las Maravillas –comentó Ruiz.
-El
gato de Cheshire, con su sonrisa de lado a lado. Macabro, pero da confianza a
la pequeña Alicia.
-¿La
ropa es suya?
-No.
Se la dio él. En realidad si te fijas debajo del gato pone “The big brother
and the holding company”, es el primer cartel de un concierto de Janis
Joplin antes de ser famosa y ponerle su nombre a su grupo. El gran hermano era
una referencia al hermano mayor, el que te vigila y cuida de tipo un medio u
otro, como en la novela de George Orwell.
-¿Sabemos
si su raptor es nuestro asesino? Podría ser simplemente un camello de droga.
- Sí
claro, por supuesto. ¿De dónde sacas eso?
-Oh,
venga, no me digas que no has pensado en ello alguna vez –dijo Ruiz con media
mueca de sorna en la boca-. No se deberían llevar camisetas de grupos o
cantantes de rock. Fomentan el uso de drogas. Sus vidas no son nada ejemplares.
Ya sé que puede sonar a estupidez, pero y si ella misma está drogada y por eso
le defiende.
-No
me parece drogada –dijo Fabra-. Es cierto que todo puede ser lo contrario de lo
que parece, el propio libro de Orwell está sacado en realidad de otro de
Zamiatin, pero no veo consistente tu teoría de la camiseta y las drogas. En
principio aún no hay nada que nos haga pensar que su raptor sea nuestro
asesino. De hecho quizá estemos perdiendo el tiempo en este interrogatorio.
-¿Y
que es eso que le cuelga del cuello? No parece un collar –Ruiz se acercó al
cristal del espejo.
-Ya
me fijé –dijo Fabra sin moverse-. Es un escapulario trinitario. Los trinitarios
son una orden religiosa que en el pasado se dedicaron a reunir dinero para
salvar cautivos cristianos presos de los corsarios musulmanes de Berbería o del
Imperio Turco. Cervantes fue liberado por ellos mismos.
-Pareces
una enciclopedia.
-Os
queréis callar, por favor –dijo un policía de uniforme a su lado.
Ruiz
se fijó en la cuerda morada que le pasaba a Helena Cobeño por el cuello para
sujetar aquella imagen. Su intenso color morado de la Pasión de Cristo sujetaba
precisamente a un Cristo togado de morado en un escapulario díptico, lleno Él
de llagas sangrantes de su martirio, maniatadas sus manos con fuertes cuerdas
de esparto, rostro sufrido y macilento, casi apuntando ya los colores de la
muerte. A su lado una cruz con aspas azul y rojo.
Fabra
y Ruiz se miraron. Fabra sacó un pequeño bloc de notas donde anotó pequeños
comentarios para seguir la conversación.
“Fíjate
en las frases que nos dejó en los dos cadáveres”. A continuación señalaba a la
hoja anterior donde estaban anotadas junto al dibujo que hizo del primer cadáver.
Se leían: “¡Qué bella imagen; lástima que no tenga cerebro!” y “Si me engañas
una vez, tuya es la culpa; si me engañas dos veces, la culpa es mía”.
Ruiz
anotó: “Ella no traía ninguna frase escrita”.
Fabra:
“Nos quedaremos con el retrato robot que describió antes, por si acaso, pero
puede que no tengamos que estar aquí ya. Luego pediremos la transcripción”.
Ruiz:
“Ok”.
Los
dos inspectores daban aquello por perdido para su caso y se disponían a irse
cuando les llamó la atención que ella sacara algo de su bolsillo para dárselo a
la agente del otro lado del cristal. Se trataba de una figurita de barro con
forma antropomorfa con dos puntos negros dibujado sobre sí. La extraña figurita
que recordaba las cinematográficas figuras de la magia negra del vudú cobró un
aspecto espeluznante cuando las palabras de Helena Cobeño dijeron:
-Jennifer
Cebrián y Olga Albescu entregaron su carne como prenda.
-¿Perdón?
No entiendo –dijo la agente de uniforme del otro lado del espejo.
-Me
dijo que les dijera eso cuando les diera este muñeco –dijo temblorosa Helena
Cobeño mientras instintivamente tocó con la punta de sus dedos el escapulario
trinitario-. Jennifer Cebrián y Olga Albescu entregaron su carne como prenda.
Al
otro lado del espejo todos los agentes acercaron su nariz al cristal como
queriendo escuchar algo que acababa de dar un giro inesperado, a pesar de que
todos esperaban un enlace con los casos de asesinatos.
-Creo
que ya no tenemos que buscar más las identidades de los cuerpos mutilados –dijo
Ruiz-. Vamos a tener que hablar mucho con Helena Cobeño.
-Sí
–afirmó Fabra con voz contundente-, pero no ahora. Nos vamos rápido.
-¡Eh!
Pero si ahora si tenemos un enlace entre este caso y los asesinatos. Es nuestro
caso. Deberíamos ser nosotros quienes estemos en esa sala.
-No.
Algo me hace pensar que debemos ir rápido a buscar algo al único lugar donde
hubo trinitarios en Alcalá.
-¿A
Trinitarios?
-Sí,
a la Facultad de Estudios Norteamericanos de la universidad. Allí está el
Instituto Benjamín Franklin, no me gustaría que esto se hiciera internacional.
Ya de por sí es suficientemente malo.
-Está
bien –suspiró Ruiz-. Sueles tener razón, vayamos, pero necesitamos saber qué se
ha dicho en este interrogatorio, de hecho deberíamos interrogarla nosotros.
-Ya
tendremos tiempo, y este lo podremos ver en el vídeo grabado. Creo que esto es
urgente.
-Os
queréis callar –volvió a decir el anterior policía.
Fabra
y Ruiz se fueron de allí con rapidez. Ruiz recogió su bolso estirando
rápidamente su mano. Fabra salió como si de otras épocas fuera.
Al
otro lado del espejo Helena Cobeña con sus marcas de heridas por cadenas en los
tobillos describía sin gran trauma algo que no vio, los dos cuerpos
descuartizados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario