lunes, marzo 03, 2014

NOTICIA 1312ª DESDE EL BAR: EL FRÍO QUE NOS ACOGE MIENTRAS LOS ROBOTS CAMINAN ENTRE LOS HUMANOS (capítulo 10)



Capítulo 10: Un partido por jugar

Alcalá de Henares D.F. orbitaba Indonesia. La ciudad se veía desde sus cielos de azul turquesa en los atardeceres y sus noches. Mientras las gentes indonesas paseaban por sus verdes entornos, muchos de sus compatriotas estaban embarcando hacia la ciudad galáctica o estaban ya allí. Ma Ría Ría y Ana Cañas habían hecho una gran labor publicitaria. Pocas veces se podía disfrutar de unas vacaciones en órbita dentro de una ciudad flotante. La ocasión era única, era la presentación de la ciudad como distrito federal. Era una ocasión espectacular. El equipo indonesio de béisbol iba a jugar un partido de baloncesto con la selección de los visitantes. Los deportes clásicos podían encontrar allí su hueco incluso en promoción hacia las próximas Olimpiadas. Y luego estaba lo de aquella exposición que patrocinaba Yogui. Todo tenía una repercusión que había desbordado un tanto las previsiones. Los indonesios estaban encantados, tanto como los alcalaínos.

Para la alcaldesa Anna Guillou aquella era la ocasión para recaudar un dinero extra con el que poder hacer frente a las nuevas tarifas energéticas de Galaxia Eléctrica. Era un tema ciertamente preocupante, aunque entraba dentro de los percances previstos en su ascenso político. Era más inquietante el descubrimiento que Doxa Grey había realizado mientras aislaba a Enrique Bermejo de sus entornos cibernéticos. Había sido un descubrimiento fortuito. El antiguo gestor madrileño estaba mejor ubicado de lo que hubieran imaginado. No iba a ser un rival fácil. Detrás de él no estaba tan sólo Madrid D.F., pues al parecer varios de los contactos más delicados de alterar tenían que ver con relaciones personales con la alta jerarquía de la Iglesia Amalgamada, la religión más extendida de la Federación. La prudencia les aconsejó no alterar esas comunicaciones, a pesar de que le habían aislado de todas las demás. Su plan de desacreditarle para poder eliminarle sin problemas posteriores lo habían tenido que dejar de momento parado. Cortar el lazo de unión con esa jerarquía debía ser para ellas una tarea delicada. La eliminación física del gestor hubiera sido deseable. Pero el propio don Juan Manuel ya se había postulado en relación a eso el día que, habiéndose citado para negociar esa muerte, decidió atentar contra sus vidas. Don Juan Manuel era un mero mercenario, como todos los capos mafiosos. Era aún un peón útil para la ciudad. Anna Guillou no deseaba tocarlo, aunque sí deseaba mandarle una advertencia. Pocos días atrás Código casi hubiera podido ser asesinado por Paul Helldog, probablemente, pensaba ella, para aislarla de un protector que además actuaba desde la legalidad. Pero Codigo estaba vivo. Anna Guillou iba con un poco más de cautela. Su principal preocupación era sin duda en esos momentos Bermejo, que era quien había comprado a su socio común, don Juan Manuel.

Doxa Grey ardía en sed de venganza, pero Anna Guillou la había parado en seco. Además, su otra tarea, la de hacerse con el control de los suministradores de energía de la ciudad, no paraba de toparse una y otra vez contra los muros de Galaxia Eléctrica. La inactividad cautelar que le había pedido tener la alcaldesa la estaba revolviendo por dentro. Era demasiado impaciente.

Los indonesios llegaban a los muelles de desembarque con gran fluidez mientras los entresijos de la ciudad estaban negros. Llegaban rodeados de frío, de un frío inusual para el subsuelo de la ciudad. Un frío equiparable al del desierto helado que existía entre todos aquellos que debían ejercer un buen gobierno en ese momento. Un frío, por otra parte, provocado.

Miguel Ángel Rodríguez, el nuevo cónsul de Galaxia Eléctrica, había dado la orden secreta de ir bajando la temperatura de aquel mundo mientras no se abonase lo que la empresa consideraba suyo por cambiar de categoría política aquel rincón flotante de la Federación. Los dueños de la situación, ellos, los ejecutivos de aquel lucrativo negocio, no tenían miramientos con los habitantes de los mundos a los que suministraban energía. Ellos sólo contemplaban el dinero. Daban frío a Alcalá de Henares D.F., un frío que algunos habitantes empezaban a notar como algo anecdótico en sus conversaciones, confiados en que nunca nada malo podía pasarles, mientras por ellos velasen los que les suministraban el calor necesario cuando era necesario. Pero aquellos eran fríos, como máquinas. Como máquinas que eran.

Nada de todo ello parecía existir. Por tanto, nada importaba. Las noticias locales daban en sus pantallas en esos momentos una entretenida entrevista donde careaban a los entrenadores del Alcalá Basket, Jimmy de Jesús, y de la selección de béisbol de Indonesia, Alejandro Remeseiro. Era un programa que esos días llamaba suficientemente la atención a ciudadanos y visitantes, sobre todo en vísperas del encuentro deportivo. No dejaba de ser gracioso lo que se decían. No se tomaban en serio aquel encuentro. Sólo los espectadores más simples, los que menos respuestas necesitan, se tomaban en serio un encuentro deportivo entre dos equipos cuyos deportes nada tenían que ver entre sí, salvo ser deportes clásicos.

Código se encontraba en un bar bajo una de aquellas pantallas de televisión. Él no prestaba mucha atención. Le preocupaba principalmente el paradero de Esther Claudio, la polizón. Desde su último encuentro no había parado de pensar en ella. Le había salvado la vida, sin tener porqué, pero sobre todo había desaparecido en la ciudad con las ropas cubiertas de aquel polvillo amarillo que ya había acabado con la vida de dos personas y que tenía a la bióloga Pat Patri en su casa, sin apenas vida social. Ni siquiera parecía importarle demasiado reparar en que tenía un problema mayor, don Juan Manuel, que, parecía ser, había puesto precio a su cabeza, o al menos eso parecía cuando Paul Helldog intentó matarle.

El bar estaba medio lleno de gente de fuera de la ciudad, pero siempre estaban allí en la barra los clientes habituales como él. No era un bebedor empedernido, pero le gustaba ir por allí y encontrarse con otros habituales de los que se había hecho conocido. Por ejemplo, de Iván Pascual.

Iván era la persona que más conversación le solía dar, reunidos con una cerveza en aquella barra. Según él, había sido uno de los navegantes exploradores que habían descubierto un par de planetas habitables hacía ya muchos años. No era muy viejo, pero tampoco muy joven. Era imposible cerciorar su historia, pero para todos era una historia real. La realidad siempre es aquello en lo que se cree real, y en aquel bar todas las historias de sus habituales eran historias reales.

-Navegar en medio de una tormenta galáctica, eso sí que es una proeza –le contaba sentado a su lado en la barra-. No esto de jugar corriendo detrás de unas pelotas. Ya no se aprecia lo que nosotros hicimos. La fama hoy día es para el más insulso. No se valora el esfuerzo o el costo de una proeza. No creo en ninguno de estos tipos.

Iván Pascual seguía hablando sin que Código estuviera realmente atento del todo. El programa televisivo proseguía con Jimmy de Jesús contestando con sarcasmo a Alejandro Remeseiro. Ambos entrenadores sabían que su cometido en aquella ciudad era un paripé interesado y político. Algunos forasteros escuchaban atentamente embelesados la promesa de un gran espectáculo irrepetible, a pesar de que no captaban el sentido irónico de Alejandro Remeseiro contestando a Jimmy de Jesús. Aquellos espectadores portaban consigo las entradas del evento en sus bolsillos. Iván Pascual seguía bebiendo su cerveza mientras hablaba con Código.

-Me interesaría más bajar a ese planeta que ver ese estúpido partido –Iván Pascual bebió-. Oye, Código, te noto ausente.

-Sí, tal vez un poco –contestó Código-. Han pasado cosas.

-Deja el trabajo, ahora estás en tu tiempo libre. Tienes que apreciar tu tiempo libre. Algún día no lo tendrás más.

-Pensaba en una mujer.

Iván Pascual sonrió.

-Mira –le dijo-, como este –Iván señaló con su jarra de cerveza hacia la pantalla de televisión.

Código levantó la cabeza y observó la pantalla con cierta desidia. Alejandro Remeseiro había dejado de hablar por un momento del encuentro deportivo y hablaba de una mujer de pelo corto a la que había conocido. Estaba haciendo un llamamiento televisivo para que fuera al campo de juego con la finalidad de conocerse en persona. Los espectadores de la mesa estaban regocijados. Aquella entrevista ahora añadía un cierto matiz de asuntos del corazón que les hacía gracia. Su entrenador de béisbol parecía haber encontrado el amor en Alcalá de Henares D.F., lo que probablemente ahora había atraído la atención hacia la pantalla a algunos presentes más en el bar.

Código comprendió enseguida que aquel hombre estaba describiendo a Esther Claudio. Probablemente la había encontrado furtivamente en algún lugar. Se despidió rápidamente de Iván Pascual y dejó pagadas las bebidas de ambos sobre la barra. Su idea ahora era encontrar su vehículo para ir hasta la emisora donde se estaba produciendo la entrevista. Debía encontrarse con aquel indonesio. Quizá fuera valiosa la información que le diera sobre el lugar del encuentro que hubiese tenido con ella. No había tiempo que perder. En la calle había mucha gente andando de un lado para otro llenos de artículos promocionales. Código montó en su coche gravitatorio y se lanzó a lo largo de la avenida Juan de Austria buscando el mejor camino hacia el Paseo de los Afligidos. También el tráfico era fluido, pero él llevaba los indicadores oficiales para que le abrieran paso. Los silenciosos vehículos electromagnéticos abrían para él vías inexistentes para evitar accidentes innecesarios. Sin embargo, torciendo en un cruce, un coche más raudo que el suyo se estrelló contra su parte trasera. Código perdió la estabilidad de su vehículo. Dio varias vueltas sobre sí. La gente llena de pánico le dejaba sitio como podía, hasta que definitivamente Código logró hacerse con los frenos justo a tiempo para que el choque contra una pared de una casa apenas fuera demasiado grande. Los sistemas contra accidentes se habían disparado dentro del coche. Código no podría seguir su camino. El coche que se había estrellado era el de la autoescuela del robot Sergio Pérez, el amigo manumitido del antiguo gestor Enrique Bermejo. Estaba unos metros más lejos, parado de igual manera.

Código se acercó al coche del empático para ver si el robot seguía funcionando. Era extraño que hubiera perdido el control como lo había hecho. Cuando Código llegó, sin embargo, no había nadie dentro. ¿Ahora también le quería eliminar el antiguo gestor madrileño?

El robot empático Sergio Pérez corría unas calles no muy lejanas a aquella, alejándose con un destino muy concreto. Mientras en otro lugar de la ciudad, en ese mismo momento, Doxa Grey volvía locos sus circuitos. Doxa Grey ardía en sed de venganza. Enrique Bermejo debía pagar sus deudas. ¿Quién iba a sospechar que hacía unos días había llamado al robot desde el ayuntamiento, o más bien le había dado una orden remota de ir hacia allá, para manipular físicamente sus circuitos? Anna Guillou podía ser cautelosa, pero ella, Doxa Grey, era furiosamente vengativa.

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