Capítulo 6: El oráculo.
Las conversaciones y negocios con los indonesios habían
dado ya todos sus frutos. En breve Alcalá de Henares D.F. orbitaría en torno a
Indonesia en busca del dinero de su turismo. Flotaría en la nada de su
atracción gravitatoria, a prudente distancia de los satélites artificiales de
sus comunicaciones.
La Nereida se encontraba en la plataforma Thomas More
donde días antes había aterrizado en el planeta verde. Debía partir de regreso
a la ciudad galáctica. Ma Ría Ría había regresado acompañada de Ana Cañas y de
sus respectivos orgullos deportivos, Jimmy de Jesús y Alejandro Remeseiro,
confusos e incómodos con un encargo deportivo irrisorio, aunque mediáticamente
conveniente. También Pat Patri estaba en aquellos momentos asegurando la carga
de los especimenes vegetales que le interesaban para el progreso de la ciudad
que viajaba en el silencio del universo. Igualmente estaba ya instalado el
multimillonario Yogui, que había entrado
discretamente en la nave, pero había hecho traer consigo un sarcófago de
transportes galácticos algo llamativo. Algunos operarios de la plataforma
Thomas More terminaban en esos momentos de instalarlo adecuadamente para su
traslado a Alcalá de Henares D.F. junto al resto de las pertenencias de Yogui.
Estaba allí observando aquello un hombre con barba y ojos penetrantes que
también viajaría con ellos a la ciudad colonial, de parte de Yogui. Se trataba
del historiador Basterra. Dentro de aquel sarcófago había toda una pieza de
historia, un hombre. No un hombre cualquiera, si no uno de otras épocas. Uno
perfectamente conservado en el frío del interior de otro sarcófago que había
dentro del que ahora terminaban de anclar los operarios. Un sarcófago
criogénico.
Quien dormía un sueño de siglos era Borja Montero, un
viejo músico del siglo XXI. “El Oso” Yogui lo había comprado por una importante
suma de dinero en una subasta de objetos históricos. La visita de Alcalá de
Henares D.F. era su oportunidad de rentabilizar algo de su inversión. Las
ciudades galácticas en órbita a un planeta habitado solía atraer a muchos
turistas de todos los rincones del planeta en cuestión. Gracias a la
intercesión de la Directora de las Relaciones Públicas Entre Mundos de
Indonesia, Ana Cañas, había podido acordar con la
Directora de los Asuntos Turísticos de Alcalá de Henares D.F., Ma Ría Ría, una
exposición temporal en torno a esta conocida figura de la música. El potentado
Yogui planeaba incluso una lujosa recepción con el sarcófago criogénico en el
centro, con banda de música incluida tocando temas míticos de aquel hombre que
en vida tocaba unas populares canciones de estilo blues y rock.
El interés de Yogui en pisar la ciudad ambulante había cobrado entonces una
claridad total para Ma Ría Ría. Código, sin embargo, no entendía muy bien el
interés que suscitaba contemplar el sarcófago donde en su interior descansaba
alguien con sus constante vitales en suspenso, no obstante: vivo, mas dormido
como si fuera un muerto.
-Las discográficas ya no avalaban el tipo de letras de
sus canciones y sus actitudes en los escenarios. No por ser él, exactamente,
era algo que venía ocurriendo desde la década de los años 1980, me atrevería a
decir, aunque hubo un intento en la década siguiente de 1990 de recuperar ese
ambiente por parte de algunos estilos musicales –le explicaba el historiador M.
Basterra-. Tal vez, después, con el avance en comunicaciones que supuso la
informática con Internet, debió servirles de revulsivo para que los
músicos y las discográficas se pensasen a sí mismos en lo que realmente querían,
desaparecieran o se transformasen. Volvieron al origen, a algún lugar a
mediados de aquel siglo XX, donde los músicos convivían con la industria, pero
más como músico que como industria, eran sinceros consigo mismos y eso lo
agradecía el público, compartiendo ideas y experiencias con la música. Desde
que el músico que convive con la industria se dejó dominar más por la industria
que por la música, se volvieron nada sinceros consigo mismos, y quizá por ello
la gente prefirió volver a escuchar a los clásicos de cualquier estilo de
música. Del pasado original de la música rock yo salvaría muchos álbumes
que recopilaban canciones concebidas en conjunto, del presente que vivió Borja
Montero sólo salvaría singles, canciones sueltas. Tal vez la revolución
musical con Internet permitió que los músicos se disociaran de esas
discográficas que los desnaturalizaron. Quizá comprendieron que el futuro
estaba en que los músicos que se formaron entre el final del siglo XX y el
comienzo del siglo XXI ahora podían disociarse de esas discográficas que no les
permitían hacer cosas como, por ejemplo, aquel mítico Bob Marley en esta
canción de "War": cantar y citar a los derechos humanos,
usando esas palabras. Con Internet la desaparición del hombre de
negocios ejecutivo se hizo necesaria en un proceso largo. ¿Para qué servía el
ejecutivo que al escuchar algo como “War” prefería decirle al músico que
cantase sobre otras cosas más amables y retransmitibles en las radios
comerciales para las masas de gente, o que le dijese al músico que se vistiese
con ropa que fuera de una tal forma porque eso atraía a la gente a productos
comerciales, considerando el ejecutivo que no les atraía tanto oír cosas de los
derechos humanos? La música es arte, y el arte es la transmisión de lo que
motiva a su creador, el negocio debía cambiar su rumbo desde que se dejó
abandonar a sí mismo más a las cuentas bancarias que a lo que realmente los
músicos y la gente quería. Ahí es donde renació la importancia nueva de los
músicos locales hechos a sí mismos desde la honestidad de las audiencias
locales a lo largo del siglo XXI. Por eso por la exhibición del señor Borja
Montero en un sueño eterno atrae a tanta gente dispuesta a pagar por ello.
¿Paradójico, verdad?
-¿Y realmente la gente pagará por esto? –preguntó Código.
-No lo dude –contestó rápido el historiador M. Basterra-.
Borja Montero, el original, hizo buena parte de su carrera iniciándose en Alcalá
de Henares, la antigua, la de La Tierra. Con una campaña publicitaria adecuada
creo que el señor Yogui rentará una gran cantidad de su inversión. Yo me
conformo como comisario de la exposición con enviar la información histórica de
un modo lo suficientemente acertado para que la gente no la olvide.
Código mantuvo un ligero silencio de reflexión mirando el
sarcófago de transporte galáctico que contenía el sarcófago criogénico.
-He escuchado algunas canciones de este hombre. Siempre
me pareció muy visceral “Forgotten Rite” –dijo Código anecdóticamente
mientras M. Basterra revisaba el anclaje del sarcófago.
-Si, es una canción que define bastante bien algunos de
los aspectos de su vida, sin embargo, esa canción era del Borja Montero
original, el único, el único del mundo entero. Este es el otro Borja Montero.
¿Recuerda “A Secret Life Near You”? Este es ese Borja Montero.
-No sabía que hubiera dos Borjas Monteros.
-Y no los hay, aunque sí –M. Basterra se volvió sonriendo
a Código y prosiguió-. El primer Borja Montero vivió entre el siglo XX y el
siglo XXI, como comprenderá aún no se había avanzado en todo lo que ahora
sabemos sobre criogenia. Los mayores clásicos de su carrera son de esos años.
Cuando murió pasado algo más de la mitad del siglo XXI, el Salón de la Fama del
Rock compró los derechos sobre su cuerpo a sus herederos y recogieron algunas
muestras genéticas antes de enterrarlo en el panteón que aún se puede visitar
en La Tierra. Lo cierto es que Montero sabía que tenía una enfermedad terminal y
pagó uno de aquellos escáneres de memoria cerebral que se hacían en aquellas
épocas. Todos los conocimientos y recuerdos más importantes de su vida quedaron
así preservados e igualmente adquiridos por el Salón de la Fama del Rock. Unos
años más tarde lo clonaron y le practicaron en el cerebro la introducción de
una parte robótica del mismo para poder insertarle una copia de aquella
memoria. Ese fue el segundo Borja Montero. El del siglo XXII. Aún hay gente que
cree que es el mismo, a pesar de la imposibilidad de que eso pudiera haber
ocurrido. Su carrera musical también tuvo éxito, pero son los conocidos como
clásicos menores. Lamentablemente aquellas grabaciones de memoria no permitían
almacenar las sensibilidades ni las emociones de la persona original, ni
siquiera hoy día.
-Entonces este es el segundo Borja Montero –dijo Código.
-Sí y no. Físicamente sí, pero en cierto modo también es
el original en todos los sentidos.
-Pero cómo usted ha dicho, sus emociones…
-¿Sabe, señor Código, lo que ocurre con el sistema
empático de los robots?
-Que ya casi no los fabrican con él, no resultaron
rentables en el mercado.
-Sí y no, una vez más. Los robots plenamente empáticos
casi no se fabrican ya por lo que acaba de decir. Sin embargo, cuando la
inteligencia artificial rebasa ciertos límites, y nuestros robots lo hicieron
hace mucho tiempo, resulta imposible que no tengan un mínimo de sentimientos
empáticos. Hasta los animales los tienen, era lógico que algunos robots
alcanzaran unos mínimos, es un dato poco conocido. Obviamente la empatía en los
robots que se venden como no empáticos es una empatía muy reducida, mínima, tan
poca que es casi residual en su cerebro electrónico, testimonial. Así pues,
¿qué nos puede asegurar que realmente no hubiera algo emocional del Borja
Montero primigenio en la grabación de memoria que realizó y que tuvo la
posibilidad de desarrollarse en el clon?
-Pero se habrá mezclado con las propias emociones del
clon.
-Por supuesto, ya no es algo puro, pero es muy cercano al
original. A la gente común, los que vienen a las exposiciones como las que
propone el señor Yogui, no les importan esos detalles –sentenció M. Basterra.
-De todas formas, eso no importa, ¿No cree? –dijo Código
señalando con la barbilla al sarcófago.
-Para historiadores y científicos sí, incluso para los
músicos más puristas. Lamentablemente la muerte del clon se produjo cuando la
criogenia con resultados positivos aún era algo deficitaria. La congelación de
los fluidos corporales provocaban lesiones internas en los cuerpos. Cuando los
individuos eran descongelados volvían a la vida con múltiples problemas
médicos, a veces sólo lo hacían para morir con algún sufrimiento. Por eso se
prefirió no descongelar a algunos de aquellos pioneros, como el señor Borja
Montero. Sin embargo podemos disfrutarle hoy día vivo entre nosotros.
-Vivo, vivo…
-La publicidad, querido, la pedagogía y la publicidad…
-M. Basterra dio unos golpecitos en el hombro a Código y se despidió antes de
ir en busca del magnate Yogui para darle la noticia de que su inversión ya
estaba a bordo perfectamente instalada.
Código se quedó en la bodega de carga de la nave, donde
ya no había nadie. Todo el mundo estaba ya en los compartimentos superiores
esperando su regreso para despegar rumbo a Alcalá de Henares D.F.. Grisóstomo
estaba preparando ya los motores. Código iba a cerrar la compuerta de carga
cuando recibió un mensaje de él. La nave indicaba que uno de los transmisores
que se comunicaban directamente con la ciudad galáctica presentaba un pequeño problema.
Nada muy grave, pero lo suficiente como para tener que salir a solucionarlo
desde fuera. Código salió y recorrió los bajos. Una nube de agua vaporizada
salía a propulsión por uno de los conductos que acertaba de lleno sobre el
transmisor. Era una pequeña avería no muy importante que podía ser reparada de
mejor manera cuando llegaran a su destino. De momento les servía simplemente
con cerrar el conducto y usar un transmisor auxiliar, más limitado que aquel,
pero suficiente en casos como este.
Entre la neblina accidental que había provocado el agua
nebulizada distinguió en ella una silueta delgada y estilizada. El eremita Jess
Barbieri se dejó ver ante él mirándole con aquellos ojos extraños. Código no
comprendía muy bien qué hacía allí aquel hombre. Debía hacerle salir de la
plataforma, pues correría el peligro de ser calcinado o arrastrado por la
inercia del despegue. Sin embargo, antes de que Código le dijera nada, Jess
Barbieri, con una voz extraña, como si aquellas cuerdas vocales acabasen de salir
de una criogenia prolongada por siglos como la de Borja Montero, una voz como
de otro mundo extraño y lejano, le dijo:
-Cuando el viento acerca palabras de voces conocidas, es
mejor ponerse al abrigo por si las trajo por soplar con inesperada fuerza
que nos pueda quebrantar la salud.
Código no entendió aquello, pero aquel eremita no le dejó
hablar. Prosiguió.
-Código –Código no sabía cómo conocía su nombre-,
acuérdate de lo que te he dicho. Estaréis en órbita en torno nuestra, pero
cuando la abandonéis tendrás que encontrar tu rumbo. Cuídate del frío. Allá
donde vais transportáis un peligro.
El eremita se fue despacio desapareciendo entre el agua
nebulizada, que cedía en su presión. Código no había comprendido aquel
extraño encuentro. Fue hacia el extremo de la plataforma hacia el que se había
encaminado el eremita, pero este ya no estaba. Código volvió a entrar para
reunirse con Grisóstomo. Este le esperaba con todo preparado. Código se
sentó en su puesto y empezó a conectar todos los sistemas de despegue. Un tanto
confundido, frenó en su labor.
-Ha pasado algo raro ahí abajo –le dijo a Grisóstomo.
-¿El qué? –contestó mientras seguía con su tarea.
-Había alguien –dijo Código reanudando la suya.
-¿Quién? ¿Una chica? –bromeó Grisóstomo.
-No… olvídalo. Ya se fue.
La Nereida despegó abandonando Indonesia, a la que habrían
de volver con Alcalá de Henares D.F., aunque había más pasajeros que cuando
vinieron, Código no habló demasiado en la primera hora de vuelo. Grisóstomo trató
de abrir una conversación.
-Una vez, hace años, cuando era adolescente, una
chica me retuvo toda una noche de bares y baile. Tras cerrar los bares, me dijo
que tomáramos la última en su casa, pero en esos momentos apareció un amigo,
nos dijo de ir a otro bar que conocía abierto, bailó con ella, rió con ella, me
mandó a por bebidas, porque me tocaba pagar a mí, y al volver, se iban ya los
dos. Meses más tarde yo estaba con una antigua amiga riéndome en otro bar. Esta
chica apareció, me miró desde el otro lado del local, esperó a que ella se
fuera al servicio. Se acercó. Preguntó seca que si estaba con ella, y contesté
que con ella había venido al bar, lo que no era mentira, pero tampoco era la
realidad que ella se había ideado. Se volvió, y se fue. Una vez, hace años,
cuando era adolescente, en otro año diferente de la adolescencia, una chica me
retuvo toda una noche riendo conmigo en un bar. Llegó un amigo, habló con ella,
rió con ella un poco y se fueron juntos. Meses más tarde fui al cine con una
antigua amiga. Llegamos tarde y nos sentamos en una esquina. Cuando hubo una
pantalla con luz blanca nos descubrimos codo con codo aquella chica y yo. Ella
saludó, me preguntó por mi amiga, y se la presenté. No volví a verla. Una vez,
hace años, cuando era adolescente, en otro año, o quizá en alguno de esos años,
me retuvo en un bar las invitaciones a cerveza de una chica repetidas dos
semanas. A la tercera semana al fin se decidió por preguntarme por otro de mis
amigos. Años después se acordaba de lo divertidas de esas cervezas de dos fines
de semana. Una vez, hace años, cuando era adolescente, ya sabes... Bueno,
pasado el tiempo, siendo adulto viviendo como un adolescente, una chica me
retuvo conversando en un bar durante una noche, le presenté a unos cuantos
amigos, pero ella sólo quería conversar. Y eso nunca está mal, ¿no?
-Cállate.
-Venga,
no has dicho nada desde que despegamos. ¿Quién había en la plataforma?
-Nada,
ya te dije que no tenía importancia.
-Está
bien, está bien. ¿Sabes? Voy a bajar a la bodega a echar un vistazo. A ver si
está allí tu fantasma. Seguro que tiene más conversación.
Grisóstomo
salió de la cabina y fue hacia la bodega de carga. En el pasillo que unía la
cabina de mando con la sala de reunión intermedia de la pequeña nave de
distancia media se encontró a la bióloga Pat Patri con una extraña planta
estirada con pequeñas ramitas de las que salían numerosas hojas bulbosas con
pequeñas florecillas ocres.
-Qué
extraña planta –dijo Grisóstomo parando su camino.
-Sí, pero es bella –contestó Pat Patri amablemente.
-¿Es para nuestros jardines?
-Me temo que si la tuviéramos en nuestros jardines esta
pequeña nos daría problemas. La recogí para experimentar un poco con ella.
Tiene unas propiedades un tanto venenosas.
Crisóstomo se inclinó sobre las florecillas para olerlas.
-Me encanta el peligro –dijo.
Aspiró fuertemente mientras intentaba tocar una de esas
flores. Un ligero roce de sus dedos hizo que una de ellas reventara soltando
un cierto polvillo amarillo que fue a depositarse en las cavernas de sus fosas
nasales.
-¡Oh! Rápido suénese la nariz –le espetó la bióloga
pasando la planta a una de sus manos y sacando con la otra un pañuelo para
ofrecérselo.
Grisóstomo se sonó fuertemente la nariz.
-Quizá no me gusta tanto el peligro.
-No se preocupe, su veneno es muy particular. Aturde a
sus víctimas hasta hacerlas perseguir a alguien de su género de sexo contrario.
Las enamora.
-Vaya… entonces creo que no me despegaré de ti.
-No se haga ilusiones, yo no inhalé nada. Es un
potenciador de los instintos de atracción sexual, pero sus efectos son más
bien más parecidos al amor que a la actividad sexual. Me hablaron de ella los
colegas de oficio de Indonesia. No sabemos muy bien a qué responde este efecto,
pero puede ser interesante investigarlo. Será mejor que aspire algo de agua por
la nariz y la expulse con todas sus fuerzas. La ablución es lo más indicado,
sin duda. Si no, me parece a mí que con tanto tiempo que va a pasar en la cabina
de mando con Código terminará pidiéndome flores para regalárselas.
Pat Patri se deshizo de Grisóstomo con un elegante
movimiento y una sonrisa mientras seguía su camino. Grisóstomo se quedó mirando
cómo se alejaba por el pasillo. De camino a la bodega de carga comenzó a sentir
un cierto mareo. Bajó las escaleras metálicas y se sentó cerca del sarcófago
donde dormía Borja Montero. Se sentía algo extraño, entre el aceleramiento del
corazón y el cansancio de sus músculos. El sudor comenzó a bajarle por la
frente, que se volvía fría. Casi estaba al borde del colapso. Necesitaba
tumbarse, cuando alguien se agachó hacia él y le zarandeó por los hombros haciéndole
reaccionar sacándole del estupor enfermizo que empezaba a apoderarse de él.
Debería haber hecho caso a Pat Patri con el agua. Delante de él había una bella
joven delgada de pelo corto y voz suave preguntándole si se encontraba bien.
-¿Qui… quién eres tú? –preguntó Grisóstomo reponiéndose.
-Marcela.
-No estás registrada… yo… yo llevó los registros de
pasajeros… Eres una polizón –Grisóstomo se estaba reponiendo.
-A partir de ahora llámame Esther Claudio –le dijo
sacando una pequeña botellita de agua de uno de sus bolsillos y mojando su cara
con la palma de su mano-. Oye, ¿no me delatarás, no? Te estoy ayudando.
Grisóstomo debía informar a Código, pero estaba aún
intentando recuperar su pulso corriente. El sudor parecía ceder. Su frente fría
parecía querer recuperar su temperatura con ayuda del agua de aquella mano. El
tacto suave como la voz de ella hacía ahora que su corazón acelerado tuviera
ahora un nuevo pulso fuerte bombeando la sangre a todo su cuerpo animándolo y
reanimándolo mientras su sistema nervioso enviaba nuevas órdenes a su cuerpo.
Cogió la mano de ella que le lavaba y se la llevó lentamente a sus labios.
Besó aquella palma mojada mirando a la joven a los ojos. Aquella Marcela, renacida en
una nueva Esther Claudio, le devolvió la mirada. Ella se incorporó y se apartó
de él perdiéndose entre la carga. Grisóstomo aún se quedó un rato sentado,
maravillado. Deseaba quedarse allí, entre la carga de la nave.
La Nereida navegaba por el frío espacio exterior.
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