Capítulo
4: El eremita
La
nave Nereida era la típica nave de alcance medio de las estaciones
gravitatorias de tipo ciudad colonial. Nunca navegaba muy lejos de su estación.
Sus autonomías eran limitadas.
La
Nereida había partido de Alcalá D.F. hacia varios días al destino más distante
al que podía haber sido enviada, Indonesia. Aquel era un planeta prácticamente
verde. Era muy rico en oxígeno no contaminado apto para la vida humana. Desde
la nave se veía sus dos enormes continentes verdes, sin desiertos apenas, con
sus dos cascotes polares y sus dos enormes océanos, cubiertos de una serie de
nubes blanquecinas que mostraban con claridad, en remolino, que debía haber un
huracán en marcha en una parte de uno de sus hemisferios en esos momentos.
También era un planeta rico en agua, mucha de ella en su subsuelo. De hecho, aunque
tenía cordilleras escarpadas relativamente jóvenes con grandes bosques y
selvas, era un planeta tan lleno de formas de vida casi exclusiva de pantanos y
manglares, que en realidad, pese a lo favorable para la vida humana, sólo un
treinta por ciento del suelo del planeta era totalmente adecuado para la
instalación de edificaciones y poblaciones sin necesidad de realizar grandes
obras de ingeniería. Aunque quizá el mayor inconveniente del planeta cuando fue
colonizado fueron las numerosas y devastadoras epidemias de enfermedades
letales que albergaba. La combinación letal de insectos, virus y bacterias era
el mal endémico, propiamente dicho, de aquel mundo. Paradójicamente, pese a su
riqueza en recursos naturales, el planeta importaba tan grandes cantidades de
medicinas fabricadas en otros mundos habitados de la Federación Galáctica, como
exportaba muestras vegetales e investigadores farmacológicos para la industria
terapéutica.
Por
todo ello, en La Nereida se encontraba en esos momentos la bióloga Pat Patri
recibiendo las últimas ayudas para ponerse el traje sellado que todo científico
visitante en Indonesia debía usar si bajaba a las selvas del planeta. La
alcaldesa Anna Guillou le había concedido un permiso para acompañar en aquel
viaje a la misión diplomática de la Directora de Asuntos Turísticos de Alcalá
de Henares D.F., Ma Ría Ría. Pat Patri tenía interés en recoger algunas
muestras con la idea de enriquecer las especies vegetales de la estación
gravitatoria. Buscaba con ello fortalecer las zonas vegetales que
proporcionaban oxígeno natural dentro de la cúpula y de paso tener especimenes con
los que obtener algunos de los fármacos que más escaseaban habitualmente
durante los periodos en los que la estación no estaba en la ruta de ningún otro
mundo habitado. También tenía encargos particulares de conseguir semillas exóticas
para cultivos de alimentos. Eran demasiadas tareas para el tiempo que iba a
estar en aquel planeta, pero todo lo que buscaba le fue enviado por escrito a
las autoridades encargadas de las Relaciones de las Ciencias de la
Biodiversidad en Indonesia justo antes de partir de la ciudad galáctica. Era
una misión biológica habitual en el planeta. Más o menos todo sería rápido,
pues solían ser cuestiones ya preparadas por los indonesios. Para Pat Patri su
viaje prácticamente sería más bien un bello e interesante paseo entre la selva
y los manglares, bien acompañada de varios de los más prestigiosos biólogos de
Indonesia, que, por otra parte, estaban deseando enseñarla algunas especies
piscícolas nuevas que habían descubierto hacía unos meses. Lo habían anunciado
por toda la red de información de las páginas científicas de la Federación. Indonesia
era un mundo apasionante donde, metafórica o literalmente, sumergirse. La
sonrisa de blancos dientes bien dispuestos de la grácil pelirroja Pat Patri iba
a disfrutar aquello.
Sin
embargo, el viaje de Ma Ría Ría, la pequeña mujer rubia que dirigía los asuntos
turísticos de la ahora Alcalá de Henares D.F., iba a ser un viaje diplomático.
La alcaldesa Anna Guillou había dispuesto que aquel iba a ser el primer
contacto de la ciudad galáctica como distrito federal. El aumento de precios de
Galaxia Eléctrica exigía además obtener algunos ingresos. Para las ciudades galácticas
esto solía resultarles muy fácil cuando llegaban a acuerdos con los planetas
habitados para orbitar en torno a ellos, con la idea de que varios de los
habitantes del planeta pudieran disfrutar de unos días de vacaciones en otro
mundo de un modo más asequible que un viaje interplanetario.
Ma Ría
Ría tenía en mente organizar algo más que unos días de descanso para unos pocos
ciudadanos indonesios. Había embarcado con ella a Jimmy de Jesús, el entrenador
del equipo de baloncesto oficial de la ciudad. Buscaba organizar un encuentro
deportivo lo suficientemente popular como para tener grandes beneficios a costa
de los habitantes de los dos mundos. Pero había encontrado una piedra en su
camino, Ana Cañas, la Directora de las Relaciones Públicas Entre Mundos de
Indonesia. Los objetivos marcados en sus intenciones marcaban antes de
aterrizar un rictus de agobio en los labios de Ma Ría Ría. No parecía que ella lo
fuera a disfrutar. En una video conferencia habían adelantado una primera reunión.
-No
nos interesa el baloncesto, lamento decírselo –le explicaba Ana Cañas con tono
amable y permanente expresividad facial afable-. En Indonesia no se juega. Tenemos
una liga de balón volador, quizá se pueda combinar. ¿Qué le parece si
realizáramos un pase de nuestros mejores jugadores?
-El
Alcalá Basket no lo aceptaría. Entre nosotras, Jimmy de Jesús aborrece el balón
volador. Como sabrá llevó a nuestro equipo al campeonato de ciudades galácticas
de deportes clásicos. Es posible que quizá pueda interesar a sus ciudadanos de
una demostración de tiros libres –María intentaba mostrar su mejor sonrisa.
-No
creo que funcionara. Las últimas cuotas de espectadores de un partido de
baloncesto en vídeo apenas fueron algo testimonial en nuestras emisiones lúdicas.
-Entiendo,
pero quizá, con una campaña publicitaria bien enfocada…
-Lo
siento, directora. Incluso habiendo ascendido su ciudad en estatus político a
distrito federal, los gustos de los indonesios no variarían. Sin embargo…
-Me
gusta ese sin embargo –dijo con ligera ilusión Ma Ría Ría.
-Sí,
a mí también. En Indonesia gusta mucho un único deporte clásico.
-¿El
fútbol? También tenemos un equipo destacado que podría…
-No.
El béisbol. ¿Le suena Alejandro Remeseiro Fernández?
-Sí…
claro –los ojos de Ma Ría Ría habían perdido algo del brillo de su anterior
respuesta, a la vez que no tenía una total convicción sobre quién era
aquella persona.
-Fue
un bateador muy famoso hace años. Ahora es indonesio, como nosotros. Dirige y
entrena a nuestra selección de béisbol, que aspira a clasificarse para las
Olimpiadas. Nos gustaría publicitar un poco la actividad del equipo. Un
encuentro deportivo entre el notable Alcalá Basket, del campeonato de ciudades
galácticas, y nuestra selección de béisbol podría ser muy bien acogido por
nuestros ciudadanos, y estoy segura que entre los suyos. La rentabilidad de
imagen para ambos además es muy deseable. El nuevo distrito federal jugando
junto a un posible equipo olímpico.
Ma Ría Ría no comprendía muy bien cómo iban a celebrar un encuentro deportivo unos
baloncestistas con beisbolistas. Aquello era un disparate inmenso. Titubeó en
su conversación con un pequeño silencio.
-Los
espectadores de nuestros partidos de béisbol son prácticamente el noventa por
ciento de nuestros habitantes. Un partido así puede tener mucha expectación. Ya
sé lo que piensa –dijo Ana Cañas con seguridad-, pero deje que sean los
entrenadores quienes lo resuelvan… son deportes clásicos, tienen más en común que
en diferencia.
-Hay
cosas imposibles. ¿Le gusta el deporte?
-La
pregunta ofende, pero sé que no es su intención. Es normal la reticencia. Pero imagínelo,
por ejemplo, un doble encuentro de dos días, primero juegan al baloncesto
todos, y luego al béisbol. Algo simpático. Revestido de la fraternidad entre
los jugadores de los deportes clásicos, la esencia de los viejos juegos olímpicos.
El espíritu deportivo.
-Tampoco
suena tan mal –se le escapó a Ma Ría Ría en voz alta mientras pensaba que el
noventa por ciento de un planeta observando aquello eran muchos ingresos-. Esta
bien, les reuniremos. Desembarcaremos en breve, ¿le parece bien tener una reunión
formal dentro de seis horas?
-Por
supuesto, mandaré a buscarla en un vehículo oficial. Por cierto Directora Ma Ría
Ría, tengo un ciudadano especial interesado en pasar unos días en Alcalá de
Henares D.F., ¿conoce al señor Yogui?
-Sí –esta
vez Ma Ría Ría estaba plenamente segura. Yogui era un multimillonario muy
conocido por sus múltiples fiestas a todo lujo y excesos. Era un bon vivant,
como hubiera dicho Anna Guillou. Un joven de tez morena, anchas espaldas y
amplias manos, que nunca tuvo necesidad de trabajar. Había heredado un imperio
económico que administraban múltiples secretarios y hombres fieles por él, que
había dedicado su formación académica a jugar partidos de otro deporte clásico,
el rugby.
-Esta
pasando una temporada con nosotros –dijo Ana Cañas-. Cuando supo de la llegada
de su colonia nos hizo saber que deseaba subir a ella para pasar unos días en órbita
a Indonesia.
-No
habrá problema. El señor Yogui será bienvenido. Podrá ir a Alcalá de Henares
D.F. en esta misma nave en su vuelo de regreso si lo desea –puede que el joven
y corpulento Yogui, que había mostrado en público su capacidad de beber un
litro de cerveza en un trago de apenas unos segundos, cometiera alguna de esas
orgías por la que se había ganado el apodo mediático de “El Oso”, pero su
dinero y su gasto era aún más conocido allá por donde pasaba.
En
otro lugar de La Nereida, en la cabina de vuelo, Código se disponía a preparar
el aterrizaje asistido por Grisóstomo cuando recibieron la información de la
presencia de Yogui en la pequeña nave cuando regresaran. El primero en leerlo
en la pantalla de mensajes internos fue Grisóstomo.
-El
Oso Yogui con nosotros, ¿qué te parece? –dijo sonriendo.
-No
le esperaba – contestó Código.
-Menudo
pasajero. ¿Qué hará aquí?
-No
lo sé. Estará descansando.
-¡Descansando!
–dijo lleno de sorna Grisóstomo-. Su vida entera es un descanso. Sólo se cansa cuando
las borracheras le dejan tener resaca.
-Serás
respetuoso con él.
-Claro,
no soy idiota –Grisóstomo no lo era, pero como su padre, hablaba de todo-. La
verdad es que me gustaría una vida como la suya… ya sabes, por las mujeres. Dicen
que un día un delegado de la Federación le dijo en la cara al Oso Yogui que no debería existir la poligamia. Que era
contrario a la poligamia. Y como en el planeta donde estaba Yogui alojándose en
ese momento le habían permitido vivir varios meses con varias mujeres, ya
sabes, muy, bueno, ya sabes… ese delegado le siguió diciendo que si ahora estaba allí porque estaba trabajando en
un proceso para traer mayor democracia en ese sistema, porque era uno de esos
sistemas en el borde de la Federación y las normas… bueno, ya sabes… y el tío
que si hay que prohibir la poligamia y todo eso. Y el Oso Yogui, levantándose
de su silla, porque estaba sentado, ¿sabes? Le mira unas dos cabezas por
encima, porque es tan alto… y aquel delegado tan bajo… le dice algo así como: yo
creo que no. La democracia no se consolida estableciendo prohibiciones al
ejercicio de la libertad en las relaciones afectivas de las personas.
Totalmente serio, ¿entiendes? Era un discurso del tipo: esas restricciones no
son sólo legales, también religiosas. Impide la
libertad del amor libre toda religión que impone la monogamia o que impone la
poligamia, y más cuando esta además beneficia y perjudica a uno de los sexos y
discrimina incluso a aquellos que no son heterosexuales. El delegado se puso
todo rojo con aquellas palabras, y el Oso Yogui que no, que la poligamia no debiera ser prohibida, ni
tenía porqué dejar de existir. “Ni siquiera es sinónimo su inexistencia por
ilegalidad a ser demócratas”, le dijo, “ni su existencia por imposición legal
tampoco”. He visto bastante esas imágenes, diciendo que la poligamia debiera
ser permitida para aquellas personas que la deseen adquirir en unas relaciones
de libertad e igualdad de condiciones a la hora de adquirirla. El Oso Yogui no
quería decir que esta sea lo que se imponga a la monogamia. Decía que en lo que
creía él es en el amor libre. Si libremente la pareja quiere ser monógama, que
lo sea, si quiere ser polígama que lo sea, si la poligamia elegida es de una
mujer que desea varios hombres de pareja, ¿por qué no si todos lo aceptan? y si
es un hombre y varias mujeres, o bien varias mujeres y varios hombres... ¿qué
más da cómo constituyamos nuestra familia o cómo deseemos compartir nuestros
sentimientos y nuestro sexo? No estaba hablando de libertinaje sexual. No hablaba
de poligamia por sexo, que tampoco es que la desprecie, en absoluto, bueno, ya
sabes su vida… más o menos, lo que a veces sabemos todos… Él estaba hablando de
núcleos familiares. ¿Por qué no? ¿Por qué no el amor libre, esto es: dando libertad
a las personas para que elijan sin remordimientos religiosos o amenazas
legales? Sabemos lo que implica religiosamente la poligamia, pero incluso si en
esos términos todos los miembros de la familia lo han elegido y deseado libremente,
que habrá casos que así lo sea ¿cuál es el problema? Sabes, yo también creo que
el problema es cuando hay imposición en uno u otro sentido, en el político o el
religioso. La cuestión es que hay que desligar las elecciones sexuales de cada
uno de las reticencias legales posibles, es más difícil hacerlo de las
religiosas, porque las religiones tienen una base diferente en su creación,
pero para eso está la pedagogía y la educación, que también ha de ser libre pensante
y no dictada por códigos morales claramente condenatorios de todo lo que lo
conservador desea que no se cambie, que se conserve. Bueno, ¿y por qué no?
-Las relaciones entre las personas puede ser descubierta de
uno hacia el otro de modo tan impredecible como imposible de predicar –resumió Código
a su modo.
-¿Qué? –dijo Grisóstomo un tanto desorientado ante esa
contestación después de su enorme discurso.
-Que tenemos que aterrizar. Ve preparando la entrada en
la atmósfera indonesa.
-A veces pienso que el ignorante no es el que ignora, ¿sabes?,
si no aquel que por tener unos puntos de vista y unas opiniones diferentes a
las tuyas te trata con prepotencia y te minusvalora queriendo quedar por encima
de uno mismo. Y esto es válido pública o privadamente –Grisóstomo no había
entendido a Código, pero eran amigos y colegas de muchas misiones conjuntas a
pesar de los dos mundos abismales entre la rectitud ética del mundo de uno, y
la herencia de los negocios del otro. Se tenían, pese a todo, aprecio.
Código pasó por alto que Grisóstomo no entendiera que le
había dado la razón aportando muy esquemáticamente un poco más. Le había
escuchado con atención. Siempre lo hacía incluso cuando tenían tareas que hacer
importantes, como aterrizar en un planeta. Escuchar podía ser un modo de evitar
en el futuro un enfrentamiento fruto de la transformación del hijo del capo en
el capo.
La Nereida entró en el cielo verde turquesa de Indonesia.
Ya estaba preparada una plataforma de aterrizaje para recibir a sus pasajeros. Incluso aquella
zona de transbordos galácticos tenía un bello ajardinamiento ampliamente
poblado de árboles. Era un lugar lejano a las cuestiones que se debatían en el
interior de la Nereida. Cuestiones que sólo se albergaban en las vidas humanas.
Aquel mundo verde era otro mundo. Precisamente desde las sombras de un
bosquecillo improvisado por las manos de algún experto arquitecto de la
jardinería, les observaba descender a ese mundo un delgado y estilizado eremita
llamado Jess Barbieri.
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