Hoy es San Jorge, día especialmente dedicado a la Literatura, así pues, aquí os dejo el comienzo de un relato breve de uno de mis libros. Espero que os guste. Saludos y que la cerveza os acompañe.
LA HUELGA MARCIANA (parte 1 de 2)
Fue Bresadola quien registró los registros de entrada desde La Tierra. Era el tercer envío anual a las minas de Marte que no incluía los justificantes de pago de los salarios de los colonos obreros. Miró en la base de datos de su ordenador si se habían producido al menos los ingresos económicos en las cuentas correspondientes, como ocurrió en el primer retraso. Tampoco allí estaban aquellas cifras. Aquello no iba a gustar. Hacía tiempo que el ambiente estaba enrarecido, lleno de quejas y malestar. Las pagas anuales eran una condición aceptada por contrato ante unas explicaciones prácticas que parecían coherentes. La empresa Minas de Marte, propiedad de las Naciones Unidas de La Tierra, se comprometía a entregar mensualmente una parte de los sueldos a los familiares de los mineros que tuvieran familia en La Tierra, pero los sueldos para los propios colonos se entregaría anualmente en Marte, a fin de cuentas allí tampoco había demasiados lugares donde poder gastarlo. El alojamiento y el alimento lo proporcionaba Minas de Marte. No se habían instalado los prometidos cines, ni las cafeterías solían tener suministros de alcohol. Tampoco había allí espacios para organizar eventos llamativos, lo que había provocado que cualquier evento insignificante fuera en Marte un gran evento. Pero a fin de cuentas el dinero era de ellos, aún podrían realizar compras cibernéticas de objetos que les pudieran entretener a pesar de que su envío hubiese de retrasarse hasta el envío anual de la nave de suministros de Minas de Marte. Pero quizá encarecía el problema una directriz debidamente autentificada que sí había llegado, la directriz 29S. Mediante ella los mineros de Marte debían aumentar la producción de envíos a La Tierra, para lo cual se le permitía al gobernador en Marte tomar las medidas necesarias como el aumento de horas de trabajo.
Bresadola, preocupado por el futuro e inmediato efecto de la noticia, fue en persona al muelle de carga para ver con sus ojos lo que el listado recibido decía que se había enviado. Tenía la esperanza de que hubiera algún suministro no registrado que pudiera aliviar la situación. Pero no era así. Todo se ajustaba a la lista.
Labordeta, el representante sindical de los obreros de Marte, se reunió urgentemente con la dirección de Minas de Marte en Marte en cuanto supo del hecho. El señor Garamond, director de la colonia, lo recibió acompañado del jefe de seguridad y policía. La situación era realmente delicada. Las dos partes se comprendían perfectamente, pero no tenían capacidad de movimiento entre las directrices de Minas de Marte desde La Tierra y el descontento de los mineros colonos en Marte. El fracaso de las negociaciones también fue inminente.
Cuando la noticia del fracaso llegó a los obreros, Labordeta no pudo evitar que el descontento desbordado hiciera proclamar a gritos la huelga minera. Tuvo que sumarse a ese grito arrastrado por el mismo.
Las tuneladoras y perforadoras marcianas pararon de trabajar de súbito. Los mineros salieron del hormiguero de túneles para instalarse en los edificios de residencia y ocio con sus reivindicaciones.
La noticia de la huelga llegó a La Tierra con desconcierto, pero no con sorpresa. En cierto modo Minas de Marte sabía que esto estaba por ocurrir. Habían diseñado en secreto un protocolo de procedimiento para cuando llegara el momento. Aunque el protocolo no estaba bien perfilado ni acabado, el momento había llegado. Minas de Marte no informó inmediatamente a las Naciones Unidas de La Tierra. Retuvo la noticia en sus despachos mientras una comisión de decisiones de crisis tomaba decisiones rápidas a lo largo de una larga mesa de reuniones llena de documentos y papeles.
La primera decisión que se tomó fue interrumpir las emisiones de comunicación que desde Marte se trataba de hacer llegar a los medios de comunicación terráqueos. La orden fue enviada de modo inmediato de la sala de la comisión de decisiones de crisis en La Tierra al despacho del director de las Minas de Marte, el señor Garamond, en Marte. En seguida se pusieron a funcionar en secreto unos inhibidores de señales, mientras desde La Tierra se le explicaba al consejo de las Naciones Unidas de La Tierra que una tormenta solar estaba provocando problemas de comunicación con Marte.
La segunda decisión que se tomó consistió en que se debía enviar a La Tierra en modo de urgencia la producción pendiente de envío en Marte. A la vez, una parte de los servicios de seguridad y policía debía asumir las tareas de extracción abandonadas por los huelguistas, dentro de lo que pudieran hacer. Otra parte debía conminar al regreso al trabajo a los huelguistas, en una primera fase no violenta, anotar los nombres de las voces más destacadas de estos y mantener la seguridad de los intereses más directos de Minas de Marte en la colonia minera. Así se procedió.
La tercera decisión fue retener las pagas mensuales a los familiares de los colonos en La Tierra hasta el fin de la huelga, haciéndoselo saber a los mineros de Marte. Esta decisión provocó las primeras reacciones airadas y violentas entre los colonos, para las que los servicios de seguridad y policía obtuvieron el permiso con el que pasar a la fase de usar la violencia precisa con la finalidad de atajar posibles destrozos en las instalaciones y equipos de Minas de Marte. Sin embargo, se pedía que en lo posible no se dañase físicamente demasiado a los huelguistas, el protocolo de procedimiento había valorado durante mucho tiempo las estimaciones del costo que supondría enviar nuevos obreros a Marte, con nuevos contratos quinquenales y renovables; no les era rentable. Era preferible mantener a los obreros huelguistas operativos para cuando acabara el conflicto.
Al fin, la cuarta decisión, tras cuarenta y ocho horas de huelga marciana, fue informar al Consejo de las Naciones Unidas de La Tierra de la huelga. Aunque no de todas las medidas y sucesos ocurridos en aquellas horas desde el comienzo de la protesta.
El Consejo de las Naciones Unidas de La Tierra valoró los hechos y decidió reunirse al día siguiente en la sede del mismo consejo. Para ello se emitió un comunicado interno a todos los presidentes, secretarios y subsecretarios concernientes en todo el planeta. Se evitó que los medios de comunicación fueran informados aún, pues debían serlo en el preciso momento en que fuera favorable la coyuntura al propio consejo de las Naciones Unidas de La Tierra.
En Marte Bresadola había enviado a La Tierra la remesa de la producción pendiente de envío, cumpliendo la orden que le dio Garamond, el director de Minas de Marte en Marte. Ni Labordeta ni los huelguistas conocían este suceso. El capitán de la nave de carga que realizaba el transporte sólo había tenido que solicitar el apoyo de otra nave de carga para su cometido. Las dos naves navegaban por el espacio en dirección a La Tierra, imposibilitados de conocer ya la evolución de la huelga, sólo se transmitían comunicaciones de rumbo e informaciones sobre el viaje.
En el sexto día de huelga marciana el Consejo de las Naciones Unidas de La Tierra estaba bloqueado en innumerables horas de reuniones paralelas sin llegar a acuerdos ni a decisiones. Las discrepancias sobre las posibles soluciones eran demasiado fuertes como para derivar el diálogo a medidas concretas que mejorara las condiciones de vida de los mineros de Marte o que, meramente, resolviera el problema de la retención de sus sueldos en los dos últimos años. Minas de Marte aducía problemas en los beneficios esperados en relación al coste de la colonia minera como para poder pagarlos. Sus beneficios no eran tantos como los que valoraron que tendrían, por lo que compensaban la situación con aquellas retenciones temporales, el cumplimiento con la paga mensual a las familias terrestres, al menos hasta que adoptaron la tercera medida de la crisis, la cual era desconocida por el Consejo de Naciones Unidas de La Tierra, y el no despido de los colonos, esto último, por otra parte, hubiera salido elevadamente caro a Minas de Marte por el costo de las indemnizaciones, el obligado compromiso de regresar a los despedidos a La Tierra y la necesidad de obtener nuevos trabajadores contratados y trasladarlos a Marte. Fuera como fuera, las líneas de procedimiento con la huelga tomadas por Minas de Marte seguían siendo las que se estaban aplicando en ese sexto día. Sin variación.
Fue aquel día cuando los periodistas más veteranos en asuntos coloniales comenzaron a sospechar seriamente que algo anómalo estaba ocurriendo. En el séptimo día se publicó un primer titular en la prensa que decía: “Huelga en Marte”. No fue muy vendido. La opinión pública de La Tierra estaba plenamente preocupada ese día en la final de la competición internacional de fútbol. Pero al octavo día casi toda la prensa y los informativos audiovisuales y cibernéticos hablaban sobre la noticia, añadiendo unas primeras declaraciones públicas del secretario de prensa de la Comisión de las Naciones Unidas de La Tierra y del delegado de prensa de Minas de Marte. La opinión pública, aún con la resaca del final de la competición de fútbol del día anterior, comenzó cuando menos a interesarse por saber qué estaría ocurriendo, pero sin comprender las motivaciones de los huelguistas, las cuales no estaban ni casi explicadas en los medios de comunicación.
Los servicios de seguridad y policía en Marte comenzaron por entonces a manifestar su malestar por tener que realizar labores de minería. Garamond escuchó en privado la queja, pero mantuvo la orden que había recibido desde La Tierra. El jefe de seguridad y policía abandonó el despacho con mayor descontento que con el que había entrado, aunque dispuesto a cumplir disciplinadamente las órdenes. La gente bajo su mando también acató la disciplina, pero su descontento se dejó mostrar en sus relaciones con los huelguistas. Desde entonces aumentaron los choques violentos entre unos y otros. Unas veces verbales y otras físicas. Se recrudecía la situación hasta el punto que en alguna ocasión se impedía durante bastantes horas acceder a los suministros de la comida y el agua a los huelguistas, cosa que iba en contra de los intereses de Minas de Marte. Garamond no podía hacer mucho ante estas situaciones. Sus contactos con los huelguistas estaban en un punto muerto a causa de las directrices de La Tierra, inmovilistas. Para mantener esas directrices necesitaba de los servicios de seguridad y policía, el descontrol de estos ante sucesos como los de la comida y el agua era para él algo imposible de evitar. Era consciente de que en esos momentos era poco menos que un eslabón de poca o nula utilidad en aquel conflicto. Era un títere en su despacho.
En el décimo segundo día de huelga Garamond intentó desbloquear su papel de manos atadas. Para ello pensó que lo mejor sería recuperar el control sobre los servicios de seguridad y policía. Convocó en su despacho al jefe de aquellos servicios para anunciarle su decisión personal de librarles de ejercer las tareas de minería, con sus penalidades, dureza y peligros para la salud. A partir de ese momento volverían a desempeñar tan sólo sus tareas propias de seguridad y policía. La decisión fue recibida con gran agrado, como un triunfo de los servicios de seguridad y policía. Pero lo que no esperaba Garamond es que aquellos ahora sentían tener en sus manos un poder casi único para enfrentarse al conflicto. Consideraban que haberles librado de los trabajos de minería era reconocer su labor indiscriminada de privar a los mineros de comida y agua en esos días, así como los enfrentamientos verbales y físicos que habían venido ocurriendo.
El jefe de seguridad y policía usó la lista de las voces huelguistas más destacadas para encerrar a aquellas personas dentro de uno de los túneles mineros, por ser compatible con una especie de cárcel más propicia que la sala de calabozo de la colonia, la cual apenas se había usado desde la fundación mas que para faltas leves.
Los huelguistas reaccionaron encerrándose en uno de los edificios de ocio más grandes. Desde allí iniciaron un ataque, y a la vez defensa, a los servicios de seguridad y policía desde las ventanas. Usaron piedras y artilugios que crearon con sus herramientas mineras, podían equipararse a rudimentarias pistolas que lanzaban tornillos y tuercas a modo de potente metralla. El contraataque no se hizo esperar. Los servicios de seguridad y policía disparaba contra aquellos francotiradores, pero no se decidían a asaltar el edificio, conscientes de que Minas de Marte quería que aquellos obreros siguieran operativos. Pese a ello muchos de aquellos agentes de seguridad y policía deseaban entrar en plena y total batalla, pero eran leales a su jefe.
Garamond era ahora lo más parecido a un mueble inservible en su despacho. Toda la situación estaba fuera de control. A su disgusto estaba protagonizando el primer alboroto grave de la colonia marciana. Sabía que Minas de Marte y las Naciones Unidas de La Tierra le harían pagar sus responsabilidades. ¿Quién sabía si la gente de La Tierra no le estaría ya condenando de tal forma que cuando regresara fuera tratado poco menos que como un apestado? A lo largo de las horas más violentas del asedio al edificio de ocio se reunió varias veces con el jefe de seguridad y policía infructuosamente. Cada vez se daba más cuenta de haber perdido su autoridad de director de Minas de Marte en Marte. La última llamada a reunión que realizó a aquel jefe fue ignorada. Garamond, abatido y consciente de la situación tras tantas horas de incapacidad de movimiento, se comunicó con Minas de Marte para explicar los últimos sucesos, su decisión personal en ellos y presentar, consecuentemente, su dimisión. Tras ser calificado de inepto, su dimisión fue aceptada ordenándole que su último servicio fuera pasarle la dirección a Cohen, el jefe de seguridad y policía, ya que práctica y pragmáticamente él tenía la dirección efectiva de la colonia. Garamond obedeció aquella decisión y tras pasar la dirección solicitó ser encerrado en la galería minera con los huelguistas destacados. Allí, en un ambiente iluminado por una lámpara, frío, casi claustrofóbico y de aire bastante viciado, se reencontró de entre otros con Labordeta.
Por Daniel L.-Serrano (Canichu, el espía del bar).
LA HUELGA MARCIANA (parte 1 de 2)
Fue Bresadola quien registró los registros de entrada desde La Tierra. Era el tercer envío anual a las minas de Marte que no incluía los justificantes de pago de los salarios de los colonos obreros. Miró en la base de datos de su ordenador si se habían producido al menos los ingresos económicos en las cuentas correspondientes, como ocurrió en el primer retraso. Tampoco allí estaban aquellas cifras. Aquello no iba a gustar. Hacía tiempo que el ambiente estaba enrarecido, lleno de quejas y malestar. Las pagas anuales eran una condición aceptada por contrato ante unas explicaciones prácticas que parecían coherentes. La empresa Minas de Marte, propiedad de las Naciones Unidas de La Tierra, se comprometía a entregar mensualmente una parte de los sueldos a los familiares de los mineros que tuvieran familia en La Tierra, pero los sueldos para los propios colonos se entregaría anualmente en Marte, a fin de cuentas allí tampoco había demasiados lugares donde poder gastarlo. El alojamiento y el alimento lo proporcionaba Minas de Marte. No se habían instalado los prometidos cines, ni las cafeterías solían tener suministros de alcohol. Tampoco había allí espacios para organizar eventos llamativos, lo que había provocado que cualquier evento insignificante fuera en Marte un gran evento. Pero a fin de cuentas el dinero era de ellos, aún podrían realizar compras cibernéticas de objetos que les pudieran entretener a pesar de que su envío hubiese de retrasarse hasta el envío anual de la nave de suministros de Minas de Marte. Pero quizá encarecía el problema una directriz debidamente autentificada que sí había llegado, la directriz 29S. Mediante ella los mineros de Marte debían aumentar la producción de envíos a La Tierra, para lo cual se le permitía al gobernador en Marte tomar las medidas necesarias como el aumento de horas de trabajo.
Bresadola, preocupado por el futuro e inmediato efecto de la noticia, fue en persona al muelle de carga para ver con sus ojos lo que el listado recibido decía que se había enviado. Tenía la esperanza de que hubiera algún suministro no registrado que pudiera aliviar la situación. Pero no era así. Todo se ajustaba a la lista.
Labordeta, el representante sindical de los obreros de Marte, se reunió urgentemente con la dirección de Minas de Marte en Marte en cuanto supo del hecho. El señor Garamond, director de la colonia, lo recibió acompañado del jefe de seguridad y policía. La situación era realmente delicada. Las dos partes se comprendían perfectamente, pero no tenían capacidad de movimiento entre las directrices de Minas de Marte desde La Tierra y el descontento de los mineros colonos en Marte. El fracaso de las negociaciones también fue inminente.
Cuando la noticia del fracaso llegó a los obreros, Labordeta no pudo evitar que el descontento desbordado hiciera proclamar a gritos la huelga minera. Tuvo que sumarse a ese grito arrastrado por el mismo.
Las tuneladoras y perforadoras marcianas pararon de trabajar de súbito. Los mineros salieron del hormiguero de túneles para instalarse en los edificios de residencia y ocio con sus reivindicaciones.
La noticia de la huelga llegó a La Tierra con desconcierto, pero no con sorpresa. En cierto modo Minas de Marte sabía que esto estaba por ocurrir. Habían diseñado en secreto un protocolo de procedimiento para cuando llegara el momento. Aunque el protocolo no estaba bien perfilado ni acabado, el momento había llegado. Minas de Marte no informó inmediatamente a las Naciones Unidas de La Tierra. Retuvo la noticia en sus despachos mientras una comisión de decisiones de crisis tomaba decisiones rápidas a lo largo de una larga mesa de reuniones llena de documentos y papeles.
La primera decisión que se tomó fue interrumpir las emisiones de comunicación que desde Marte se trataba de hacer llegar a los medios de comunicación terráqueos. La orden fue enviada de modo inmediato de la sala de la comisión de decisiones de crisis en La Tierra al despacho del director de las Minas de Marte, el señor Garamond, en Marte. En seguida se pusieron a funcionar en secreto unos inhibidores de señales, mientras desde La Tierra se le explicaba al consejo de las Naciones Unidas de La Tierra que una tormenta solar estaba provocando problemas de comunicación con Marte.
La segunda decisión que se tomó consistió en que se debía enviar a La Tierra en modo de urgencia la producción pendiente de envío en Marte. A la vez, una parte de los servicios de seguridad y policía debía asumir las tareas de extracción abandonadas por los huelguistas, dentro de lo que pudieran hacer. Otra parte debía conminar al regreso al trabajo a los huelguistas, en una primera fase no violenta, anotar los nombres de las voces más destacadas de estos y mantener la seguridad de los intereses más directos de Minas de Marte en la colonia minera. Así se procedió.
La tercera decisión fue retener las pagas mensuales a los familiares de los colonos en La Tierra hasta el fin de la huelga, haciéndoselo saber a los mineros de Marte. Esta decisión provocó las primeras reacciones airadas y violentas entre los colonos, para las que los servicios de seguridad y policía obtuvieron el permiso con el que pasar a la fase de usar la violencia precisa con la finalidad de atajar posibles destrozos en las instalaciones y equipos de Minas de Marte. Sin embargo, se pedía que en lo posible no se dañase físicamente demasiado a los huelguistas, el protocolo de procedimiento había valorado durante mucho tiempo las estimaciones del costo que supondría enviar nuevos obreros a Marte, con nuevos contratos quinquenales y renovables; no les era rentable. Era preferible mantener a los obreros huelguistas operativos para cuando acabara el conflicto.
Al fin, la cuarta decisión, tras cuarenta y ocho horas de huelga marciana, fue informar al Consejo de las Naciones Unidas de La Tierra de la huelga. Aunque no de todas las medidas y sucesos ocurridos en aquellas horas desde el comienzo de la protesta.
El Consejo de las Naciones Unidas de La Tierra valoró los hechos y decidió reunirse al día siguiente en la sede del mismo consejo. Para ello se emitió un comunicado interno a todos los presidentes, secretarios y subsecretarios concernientes en todo el planeta. Se evitó que los medios de comunicación fueran informados aún, pues debían serlo en el preciso momento en que fuera favorable la coyuntura al propio consejo de las Naciones Unidas de La Tierra.
En Marte Bresadola había enviado a La Tierra la remesa de la producción pendiente de envío, cumpliendo la orden que le dio Garamond, el director de Minas de Marte en Marte. Ni Labordeta ni los huelguistas conocían este suceso. El capitán de la nave de carga que realizaba el transporte sólo había tenido que solicitar el apoyo de otra nave de carga para su cometido. Las dos naves navegaban por el espacio en dirección a La Tierra, imposibilitados de conocer ya la evolución de la huelga, sólo se transmitían comunicaciones de rumbo e informaciones sobre el viaje.
En el sexto día de huelga marciana el Consejo de las Naciones Unidas de La Tierra estaba bloqueado en innumerables horas de reuniones paralelas sin llegar a acuerdos ni a decisiones. Las discrepancias sobre las posibles soluciones eran demasiado fuertes como para derivar el diálogo a medidas concretas que mejorara las condiciones de vida de los mineros de Marte o que, meramente, resolviera el problema de la retención de sus sueldos en los dos últimos años. Minas de Marte aducía problemas en los beneficios esperados en relación al coste de la colonia minera como para poder pagarlos. Sus beneficios no eran tantos como los que valoraron que tendrían, por lo que compensaban la situación con aquellas retenciones temporales, el cumplimiento con la paga mensual a las familias terrestres, al menos hasta que adoptaron la tercera medida de la crisis, la cual era desconocida por el Consejo de Naciones Unidas de La Tierra, y el no despido de los colonos, esto último, por otra parte, hubiera salido elevadamente caro a Minas de Marte por el costo de las indemnizaciones, el obligado compromiso de regresar a los despedidos a La Tierra y la necesidad de obtener nuevos trabajadores contratados y trasladarlos a Marte. Fuera como fuera, las líneas de procedimiento con la huelga tomadas por Minas de Marte seguían siendo las que se estaban aplicando en ese sexto día. Sin variación.
Fue aquel día cuando los periodistas más veteranos en asuntos coloniales comenzaron a sospechar seriamente que algo anómalo estaba ocurriendo. En el séptimo día se publicó un primer titular en la prensa que decía: “Huelga en Marte”. No fue muy vendido. La opinión pública de La Tierra estaba plenamente preocupada ese día en la final de la competición internacional de fútbol. Pero al octavo día casi toda la prensa y los informativos audiovisuales y cibernéticos hablaban sobre la noticia, añadiendo unas primeras declaraciones públicas del secretario de prensa de la Comisión de las Naciones Unidas de La Tierra y del delegado de prensa de Minas de Marte. La opinión pública, aún con la resaca del final de la competición de fútbol del día anterior, comenzó cuando menos a interesarse por saber qué estaría ocurriendo, pero sin comprender las motivaciones de los huelguistas, las cuales no estaban ni casi explicadas en los medios de comunicación.
Los servicios de seguridad y policía en Marte comenzaron por entonces a manifestar su malestar por tener que realizar labores de minería. Garamond escuchó en privado la queja, pero mantuvo la orden que había recibido desde La Tierra. El jefe de seguridad y policía abandonó el despacho con mayor descontento que con el que había entrado, aunque dispuesto a cumplir disciplinadamente las órdenes. La gente bajo su mando también acató la disciplina, pero su descontento se dejó mostrar en sus relaciones con los huelguistas. Desde entonces aumentaron los choques violentos entre unos y otros. Unas veces verbales y otras físicas. Se recrudecía la situación hasta el punto que en alguna ocasión se impedía durante bastantes horas acceder a los suministros de la comida y el agua a los huelguistas, cosa que iba en contra de los intereses de Minas de Marte. Garamond no podía hacer mucho ante estas situaciones. Sus contactos con los huelguistas estaban en un punto muerto a causa de las directrices de La Tierra, inmovilistas. Para mantener esas directrices necesitaba de los servicios de seguridad y policía, el descontrol de estos ante sucesos como los de la comida y el agua era para él algo imposible de evitar. Era consciente de que en esos momentos era poco menos que un eslabón de poca o nula utilidad en aquel conflicto. Era un títere en su despacho.
En el décimo segundo día de huelga Garamond intentó desbloquear su papel de manos atadas. Para ello pensó que lo mejor sería recuperar el control sobre los servicios de seguridad y policía. Convocó en su despacho al jefe de aquellos servicios para anunciarle su decisión personal de librarles de ejercer las tareas de minería, con sus penalidades, dureza y peligros para la salud. A partir de ese momento volverían a desempeñar tan sólo sus tareas propias de seguridad y policía. La decisión fue recibida con gran agrado, como un triunfo de los servicios de seguridad y policía. Pero lo que no esperaba Garamond es que aquellos ahora sentían tener en sus manos un poder casi único para enfrentarse al conflicto. Consideraban que haberles librado de los trabajos de minería era reconocer su labor indiscriminada de privar a los mineros de comida y agua en esos días, así como los enfrentamientos verbales y físicos que habían venido ocurriendo.
El jefe de seguridad y policía usó la lista de las voces huelguistas más destacadas para encerrar a aquellas personas dentro de uno de los túneles mineros, por ser compatible con una especie de cárcel más propicia que la sala de calabozo de la colonia, la cual apenas se había usado desde la fundación mas que para faltas leves.
Los huelguistas reaccionaron encerrándose en uno de los edificios de ocio más grandes. Desde allí iniciaron un ataque, y a la vez defensa, a los servicios de seguridad y policía desde las ventanas. Usaron piedras y artilugios que crearon con sus herramientas mineras, podían equipararse a rudimentarias pistolas que lanzaban tornillos y tuercas a modo de potente metralla. El contraataque no se hizo esperar. Los servicios de seguridad y policía disparaba contra aquellos francotiradores, pero no se decidían a asaltar el edificio, conscientes de que Minas de Marte quería que aquellos obreros siguieran operativos. Pese a ello muchos de aquellos agentes de seguridad y policía deseaban entrar en plena y total batalla, pero eran leales a su jefe.
Garamond era ahora lo más parecido a un mueble inservible en su despacho. Toda la situación estaba fuera de control. A su disgusto estaba protagonizando el primer alboroto grave de la colonia marciana. Sabía que Minas de Marte y las Naciones Unidas de La Tierra le harían pagar sus responsabilidades. ¿Quién sabía si la gente de La Tierra no le estaría ya condenando de tal forma que cuando regresara fuera tratado poco menos que como un apestado? A lo largo de las horas más violentas del asedio al edificio de ocio se reunió varias veces con el jefe de seguridad y policía infructuosamente. Cada vez se daba más cuenta de haber perdido su autoridad de director de Minas de Marte en Marte. La última llamada a reunión que realizó a aquel jefe fue ignorada. Garamond, abatido y consciente de la situación tras tantas horas de incapacidad de movimiento, se comunicó con Minas de Marte para explicar los últimos sucesos, su decisión personal en ellos y presentar, consecuentemente, su dimisión. Tras ser calificado de inepto, su dimisión fue aceptada ordenándole que su último servicio fuera pasarle la dirección a Cohen, el jefe de seguridad y policía, ya que práctica y pragmáticamente él tenía la dirección efectiva de la colonia. Garamond obedeció aquella decisión y tras pasar la dirección solicitó ser encerrado en la galería minera con los huelguistas destacados. Allí, en un ambiente iluminado por una lámpara, frío, casi claustrofóbico y de aire bastante viciado, se reencontró de entre otros con Labordeta.
Por Daniel L.-Serrano (Canichu, el espía del bar).
(Este relato tiene registro de autor bajo licencia creative commons, al igual que el resto del blog según se lee en la columna de links de la derecha de la página. De este poema no está permitida su reproducción total o parcial sin citar el nombre del autor, y aún así no estará bajo ningún concepto ni forma permitida la reproducción si es con ánimo de lucro).
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