El confinamiento por el estado de alarma ante la pandemia de Covid-19 continúa su curso y ya he juntado más de diez películas completas que he visto durante el mismo desde la última vez que di cuenta de ello el pasado 19 de abril. La verdad que es que he llegado a ver trozos de otras, que ya vi empezadas o que no terminé de ver. Han puesto muchas películas que ya vi bastantes veces anteriormente y también películas que no me han interesado absolutamente nada. En todo caso, quepa entregaros ahora la tercera parte de las películas que vi durante el confinamiento. Recordad que la primera parte está en la Noticia 1958ª y la segunda parte en la Noticia 1959ª, ahí las podéis leer. Y como el estado de alarma perdura, evidentemente habrá una cuarta parte cuando reúna otro paquete de películas vistas al completo durante este periodo, hasta que acabe el dicho estado de alarma. Me he dedicado a otras cosas más abundantemente, aunque la semana pasada al fin empezó una de mis series más recomendables de la televisión española, el Ministerio del Tiempo.
Estos días se ha leído en prensa a críticos de cine buscando películas que ellos creen perfectas alegorías de lo que pasa en nuestros días, así pues, se ha vuelto a leer, por enésima y repetitivamente todo tipo de referencias a El hoyo (2019, Galder Gaztelu-Urrutia), de la cual ya os hablé en la primera entrega porque yo la vi poco antes de que empezara este confinamiento y que personalmente me parece desacertado tanto que la gente la tome como referencia como que la califique de distopía de manera automática sin preocuparse en ir a la reflexión de qué es una distopía. Pero ya os analicé bajo mi punto de vista esa película. Lo cierto es que otros han intentado acercar el ascua a la sardina de la historia de Drácula (1931, Tod Browning), que por pura casualidad fue otra de las películas que vi en este estado de alarma, y ya os hablé de ella en la segunda parte de estas entregas. La vi semanas antes de que la prensa diera cuenta de ella intentado asimilarla a la actual pandemia. La crítica en realidad era un ejercicio de autosuficiencia de su autor donde quedaba demostrado que si tú te lo planteas puedes hacer pasar por metáfora que entra como un guante de bien cualquier cosa que tenga un mínimo insignificante que pueda establecer un nexo de unión con lo que tú deseas hablar. En este caso la enfermedad expandida en secreto por un solo individuo que se mueve de uno a otro individuo y que los que quieren sanar al infectado no encuentran mejor remedio que encerrarle, aunque esto en realidad no evite que entre Drácula/Covid-19. En fin... a esta gente la pagan por publicar estas visiones en prensa estatal, mientras que en realidad no pasaría de tener el mismo valor y calidad de criterio que cualquier persona común que escribe en Internet o habla con sus amigos. Es un criterio respetable, desde luego que sí, pero a veces uno en prensa estatal, ya que la paga, espera algo que aporte más que los pensamientos más simples sin análisis realmente metidos en harina. Llegados a este nivel de análisis habrá quien diga que todo es Covid-19... y no sería raro, pues incluso en un telediario llegaron a explicar el cuadro de El Guernica de Picasso en comparativa con la pandemia actual... pajolero, impertinente.
Quizá el más acertado de los críticos buscando películas que se ajusten a una relectura metafórica de la pandemia de la Covid-19 fue Carlos Boyero, en El País. En la semana conmemorativa de uno de los aniversarios de Alfred Hitchcock le dedicó una página completa de periódico al cineasta alabando sus cualidades cinematográficas y arremetiendo contra El Hoyo cuando, según él, supo que era una de las películas más vistas mundialmente durante la pandemia. Él aportaba el título de Los pájaros (1963, Alfred Hitchcock). Unos pájaros que sin explicación un día deciden atacar a los seres humanos hasta matarlos. Los ataques pueden llegar en cualquier lugar y momento. Nadie se encuentra a salvo, no hay remedio ni explicación, solo el hecho de los ataques de los pájaros. Como solución solo queda encerrarse en las casas y no tener contacto con el exterior, aunque los pájaros harán todo lo posible por entrar en las casas a por los humanos y los humanos tomarán todas las medidas posibles dentro de las casas para que eso no ocurra. Solo al final de la película, también sin razón aparente, los pájaros dejan salir a los humanos de nuevo a las calles. Ellos no se han ido, están ahí, por todos los sitios, rodeando a los humanos, como una amenaza latente, es una nueva realidad que lo cambia todo en el comportamiento humano.
Como sea, sin distraernos mucho más, y sin entrar en el juego que nos daría comentar lo oportuno o lo inoportuno de la propuesta de Carlos Boyero, procedamos a la tercera entrega de las películas que vi desde la última vez que os las compartí.
Dos cabalgan juntos (1961, John Ford): En las semanas siguientes a la última vez que os escribí sobre el cine que estoy viendo estos días, Telemadrid seguía siendo la mejor oferta para poner la televisión si no se quería ver debates estériles e informativos repetitivos de la Covid-19, y si tampoco se quería ver la quincuagésima repetición de unas determinadas series de televisión. En su habitual película del Oeste de todas las tardes pusieron esta, que he visto innumerables veces, también es cierto, y que incluso tengo en DVD. Me la sé bien. Como ya comenté en las entregas anteriores, John Ford hizo varias películas contrarias al racismo, siempre desde su género cinematográfico estrella, el Oeste. En esta ocasión Richard Widmark y James Steward deben colaborar desde los puestos de un hombre de honor del ejército y un comisario corrupto para encontrar y traer de vuelta a prisioneros blancos que los indios raptaron años atrás. Para ellos el ejército organiza un campamento en el que se recogen todo tipo de datos sobre los desaparecidos y se contrata con dinero al personaje interpretado por Steward, conocedor de las costumbres indias, para que use parte de ese dinero en el pago del rescate. Steward es un personaje lleno de prejuicios raciales, aunque valora en realidad que blancos e indios tienen sus propias costumbres y territorios y no se deben alterar ni mezclar. Widmark, por el contrario, cree en las personas al margen de razas, pero sujetos a códigos de honor, normas y leyes, las mismas que se salta Steward, pues considera al ser humano como ser por naturaleza corruptible en todos los sentidos, de hecho, a quien realmente desprecia Steward es a las personas de doble moral y falsas apariencias y convicciones éticas. Cuando se encuentran a los desaparecidos estos se han adaptado totalmente a la vida india, por lo que el problema llega cuando son llevados de regreso al mundo blanco y son los propios blancos que los querían de vuelta quienes ahora los rechazan por ser culturalmente como indios. Así pues, John Ford vuelve a cuestionar la cuestión racial como algo determinante en la persona y pone su foco en lo cultural, las necesidades, las creencias y las morales diferentes. La película puede recibir lecturas propias de la Guerra Fría y poner en las razas críticas a las mentalidades capitalistas y a las comunistas, aunque está muy bien orientada como crítica al racismo en un contexto de cine de acción del Oeste. Como todo en John Ford, nada de lo que entra en el cuadro de una escena o en el diálogo del guión está al azar, todo cobra sentido y ayuda a ir creciendo al metraje hacia su mensaje final. Recomendable, aunque con el ritmo propio del género en los años 1960 y las caracterizaciones y asunciones de personajes propios de la época también. La película está bien, pero, como la he visto muchas veces, la vi como entretenimiento de la tarde que ya me sé.
Caza mayor (2014, Jalmari Helander): Este fue una de las películas de estreno que nos propuso Antena 3, por cierto que estos días me animé al fin a leer la traducción de blockbuster, que nunca supe muy bien qué era, y significa taquillazo o éxito de taquilla, por lo que ahora podría decir que muchas de las películas que mis amistades han llamado de blockbuster en realidad no lo fueron, no lo eran, ni por asomo, por muy espectaculares que sean en pantalla. Como sea, esta película finlandesa que emitieron por la noche me pareció rara en sí misma. Tenía los elementos propios del cine espectáculo de Hollywood, incluido un actor superestrella como es Morgan Freeman, mezclados con elementos de cine independiente europeo más propios de ser proyectados en festivales de cine europeo. Rara en sí misma se hace atractiva por ello mismo. Ni llega a convencer como taquillazo de Hollywood, ni llega a convencer como cine europeo, ni llega a alcanzar ser cine independiente ni mucho menos intelectual. Incluye niño finlandés de protagonista, aspirante a ganarse la admiración de su padre, que no cree en él, como cazador con arco de caza mayor soltado en soledad en la preadolescencia a la montaña e hielos nórdicos. Este niño, algo cerrado de mente y desconocedor de que vive en el silo XXI a juzgar por el guión torpe que le otorgaron a su personaje, se topa con el presidente de Estados Unidos, el cual ha caído en las montañas heladas de Finlandia tras sufrir un accidente aéreo a bordo del Air Force One. Descubrirán sobre la marcha que en realidad se trató de un atentado terrorista que tiene por objetivo... cazar al hombre más poderoso del planeta. Así tal cual, ni terrorismo religioso ni político ni económico, simplemente terrorismo por deporte de caza, de caza humana en este caso, pero de caza. Va más allá, porque al final descubrimos un complot dentro del propio gobierno estadounidense para dar un golpe de Estado sin que parezca que se ha dado un golpe de Estado, por lo que de fondo se quiere criticar el juego sucio y la guerra oculta de la alta política, pero en el fondo esto va de crecimientos personales, tanto del niño como del presidente. Desde la persona más insignificante a la más poderosa, todos quedamos igualados ante algo común: la vida y abrirse paso en ella. Con tan bizarro planteamiento y tan bizarra forma de exponerlo, en algún momento incluso gracioso a pesar de la seriedad con la que se plantea todo, uno no puede menos que quedarse a ver la película si le gusta el culto a lo raro y deforme que se toma en seriedad a sí mismo. En todo caso, el argumento en sí mismo es todo un subgénero en las películas de acción, nos podría recordar películas más afortunadas como El desafío (1997, Lee Tamahori) o Máximo Riesgo (1993, Renny Harlin).
Los cañones de San Sebastián (1968, Henri Verneull): No es la mejor película del Oeste que ha transmitido Telemadrid estos días. De hecho la vi mientras iba haciendo otras cosas. Lo mejor que tiene es la banda sonora de Ennio Morricone y un Anthony Quinn que, como en otras películas del Oeste, pareciera que hiciera siempre del mismo personaje. Esta producción francesa está basada en una novela de William Barby. Narra la historia de un rebelde del Imperio Español en Nueva España (México), presumiblemente en la zona de lo que será Texas o California, que es herido y se refugia en una iglesia en la que su sacerdote le da cobijo. El protagonista termina disfrazado de sacerdote y es trasladado a un pueblo llamado San José, el cual es asaltado de manera común por bandidos y comanches, sin que los habitantes se atrevan a hacerles cara. Se suelen refugiar en sus casas y escondites y darles todo lo que quieren. Quinn, como falso sacerdote y como rebelde, se indigna con la situación y poco a poco trata de movilizar y organizar al pueblo para que se defienda, ya que el ejército español no puede proporcionar tropas para la defensa de un pueblo pequeño e insignificante en la frontera. Este relato nos recordará otra película del Oeste mucho más afortunada, Infierno de cobardes (1973, Clint Eastwood), que a la vez nos recordará la historia de Los siete magníficos (1960, John Sturges), la cual viene de la película japonesa Los siete samuráis (1954, Akira Kurosawa). El argumento en su base ha estado en innumerables películas del Oeste desde los años 1950, recordemos también como dos ejemplos Solo ante el peligro (1952, Fred Zinnemann), o Wyatt Earp (1994, Lawrence Kasdan), pero también en películas de época, como la ambientada en la Guerra de los Treinta Años, El último valle (1970, James Clavell). Así pues, la película probablemente se hizo para lucir al actor latino de éxito en Hollywood en aquella década, pues el Sistema de Estrellas del negocio cinematográfico en Hollywood (Star System) implica desde los años 1910 que haya determinados personajes arquetípicos que siempre deben aparecer en la oferta de películas, el latino, el galán, la mujer fatal, el héroe fracasado pero gracioso, etcétera. Dentro de ese esquema, al ser una producción francesa, tiene posibilidades de que el género quiso explorar las posibilidades del Western con visión europea, dado el éxito de los directores italianos como Sergio Leone, sin embargo la película probablemente no pasó de ser un relativo éxito de lo que se llamó cine de barrio.
La reina Victoria y Abdul (2017, Stephen Frears): Uno de los éxitos más recientes de crítica y público y también bastante galardonada, especialmente la actriz que interpreta a la reina Victoria, de Reino Unido. No la vi en el cine y tampoco me llamó la atención en su día como para buscarla, tampoco tuve tiempo en mi vida personal aquel 2017, pero ahora que Televisión Española 1 la ponía por primera vez en televisión pública me animé a verla, porque lo cierto es que como historiador tenía curiosidad por ver cómo retrataron a la reina Victoria. Obviamente se trata de una película histórica de carácter biográfica, género conocido como biopic (biographical picture, o película biográfica). En 1887 uno de los súbditos de la reina Victoria en La India, Abdul Karim, es reclamado junto a otro indio para la entrega de un objeto simbólico de su protectorado en La India. La reina ya está muy anciana, pero de todos es sabido que la longevidad de esta persona hizo que llegara a pisar los primeros años del siglo XX. La cuestión es que con los muchos años que tiene ya en 1887, se encuentra aburrida y de vuelta de todos los protocolos que hacen que se sienta presa y controlada en la Corte. En todo caso, conocer a Abdul hace que ella le tome afecto y le transforma en su secretario personal, para escándalo de otros miembros de la familia real, de los políticos británicos e incluso objeto de rumores entre la ciudadanía. Abdul la hace rejuvenecer y sentirse viva y con ganas de aprender cosas nuevas, en concreto sobre La India, haciendo que rompa con tópicos, como por ejemplo que Abdul no es hindú, si no musulmán. La influencia de este personaje hace recordar el amorío que tuvo la reina años atrás con otro sirviente, lo que hace temer a la política y moral del momento, así como pone en alerta a los personajes más racistas del momento, pero también beneficia en torno al conocimiento en Europa del arte y cultura de La India, su comida, y otras cuestiones. Queda reflejado así el lado más humano de la reina Victoria, que entre otras cosas pasó a la historia por su estricto código moral y ético que, en su vida privada, ella misma se saltó, como tantos otros victorianos que querían dar ejemplo sin darlo, de ahí las dos expresiones de "moral victoriana", como rectitud férrea y conservadora, y "doble moral victoriana", como valores férreos conservadores de cara al exterior pero en secreto y privado todo lo contrario. La película tiene un grupo de actores que captaron todos muy bien la esencia de cada uno de sus personajes, todos famosos en la Historia. El guión supo explicar bien detallada la historia en todos sus detalles y enmarcarlo dentro de una historia humana personal y afectiva no muy común al retratar a Victoria. Además recoge bien el ambiente protocolario, imperial y político. Tiene una ambientación perfecta en escenarios, vestuario, peinados y contextos. La fotografía recoge con toques preciosos y coloridos, o bien opacos cuando hace falta, todos los detalles que ayudan a narrar el choque de novedades con las cotidianas cosas del relato biográfico previo de Victoria. Pequeños detalles de comportamiento y pequeñas escenas aparentemente intrascendentes dibujan en realidad una profundidad psicológica dentro de la reina Victoria pocas veces, o ninguna, tocada en el cine. Además el guión sabe escoger los momentos adecuados para no perder detalles importantes de todo lo ocurrido hasta la fecha de la muerte de la monarca, a la vez que no nos aburre, ya que nos hace interesarnos por los personajes al humanizarlos bajándolos de los pedestales del respeto institucional o histórico y acercándolos a emociones humanas comunes de necesidad de afecto, de vejez y de rejuvenecimiento casi como enamoramiento que despierta pasiones ya aparentemente dormidas para siempre. Película recomendable, y quizá también recomendable doblemente en la enseñanza secundaria en algún instituto tanto para enseñar lo que son actitudes racistas o también la importancia de la riqueza cultural, como para comprender un poco mejor en la Historia la época y moral victoriana a través de alguna de las escenas, aunque sin separarla demasiado de Gandhi (1982, Richard Attenborough).
Sicario: el día del soldado (2018, Stefano Sollima): A la semana siguiente de la tremenda película comentada antes, Televisión Española 1 decidió poner esta película, todo lo contrario de la anterior, aunque alguna virtud tiene, pese a que esa virtud no sea, a mi juicio, algo que la salve. Es una película de acción con planteamiento de taquillazo de Hollywood, pero con toques de cine independiente un poco europeo, como la anterior de la que hemos hablado más arriba, solo que esta vez es una coproducción estadounidense-italiana. Es una película que tras ver el comienzo iba a quitarla, me quedé un poco más por ver si algo cambiaba y, en fin, sin parar de darle una oportunidad al final la vi entera y me quedé con sensación de haber perdido el tiempo. Lo que no se le puede negar es que da lo que promete el título: es una película donde constantemente hay escenas de acción, tensión, mucha gente permanentemente enfadada, violencia verbal, todo el mundo muy duro y muy resabiado, todos con traumas profundos irresolubles que les llevan por el camino del mamporro como solución a todos los males, pero este relato, de fondo, suelta algún detallito de crítica social y política que para un público aficionado a lo fácil y a la acción sin reflexión puede introducirles sin que ellos lo sepan un principio de cuestionamiento de las cosas del mundo que, precisamente, ellos resolverían a mamporros. Lo cierto es que era la secuela de Sicario (2015, Denis Villeneuve), y tal como termina parece que promete (o amenaza) una tercera parte. Yo solo he visto esta segunda parte y me vale y basta. Básicamente es un capítulo más de la guerra sucia de Estado contra los declarados enemigos del Estado, en este caso contra narcotraficantes mexicanos que operan al sur de Estados Unidos metiendo droga en Estados Unidos. Llaman a un grupo paramilitar que hace trabajos secretos y sin respeto a la legalidad internacional ni a los derechos humanos allá donde el gobierno lo necesita, nada más alejado de los valores democráticos, de los derechos humanos y de la libertad, pero que es una idea que en tiempos de crisis como la actual parece que cuaja en una parte de la sociedad occidental, de eso se vale la película. De eso se vale para montar una historia de acción pero también para lanzarles un mensaje a los forofos de estas ideas sobre lo contraproducente y lo contradictorio de este tipo de prácticas y héroes, pero esto no lo dicen directamente, lo hacen con toda la sutileza (y sangre y huesos rotos y cráneos explotados) que pueden. El plan es provocar una guerra de bandas mafiosas narcotraficantes del norte de México para que se maten entre ellas y, en ello, poder intervenir Estados Unidos más fácilmente para acabar con ellas ya por las vías legales y no encubiertas. En medio está la población civil como víctimas colaterales, la pobreza que hace que la gente busque peligrosas ayudas, la inmigración ilegal, las redes ocultas de tráfico de personas y drogas, etcétera. Y por supuesto, los protagonistas no sólo como verdugos, si no también como víctimas del propio sistema de combate, del propio sistema que los utiliza y de su propia violencia y modo de entender la vida. Una frase de la película llega a insinuar este tipo de prácticas en Oriente Próximo y Medio por parte norteamericana para lograr sus intereses políticos y económicos, pero no exploran más ese campo de juego, simplemente lo sugieren y lo llevan a la práctica con el narcotráfico mexicano, sugiriendo así al espectador que existen guerras provocadas por su propio gobierno y vendidas con protagonistas diferentes a los que en realidad lo fueron, siendo además una guerra algo crudo que puede llevarte a ti mismo por medio. El ritmo de montaje impone mucha cámara en movimiento casi como si se tratara algunas escenas a modo de reportaje de documental informativo en zona de guerra, quizá como recurso de verisimilitud y para meter al espectador aún más dentro de la zona de disparos. No dudo que este tipo de cine tendrá sus seguidores. Yo mismo veo cine de acción, entre otro cine, pero este tipo de acción, de presentar la acción, me recuerda otras películas con los mismos recursos estilísticos desde la década de 2000 y muchas veces me parece que terminan perdiendo el guión en favor del espectáculo, es verdad que aquí tratan de no alejarse mucho del planteamiento original, pero terminas perdiéndote en ¿quién, por qué, cómo, dónde, disparó? Ahora bien, deja bien asentada en la cabeza la existencia de la guerra sucia y de la corrupción de Estado, y no tengo muy claro hasta qué punto tiene un toque pelín xenófobo o bien pelín etnocéntrico en la idea del manido eslogan del siglo XIX de "América para los americanos".
La habitación (2015, Lenny Abrahamson): El fin de semana en el que acababa el confinamiento estricto y comenzaron los permisos para pasear con los niños, Televisión Española 1 puso en la noche del domingo este largometraje coproducción de Irlanda, Reino Unido y Canadá que venía muy a cuento como mensaje a lanzar a los telespectadores, tal como han venido haciendo en general todas las televisiones a través de la mayoría de películas que han seleccionado en sus parrillas todas estas semanas. El argumento comienza con la incertidumbre de si estamos ante una película de ciencia ficción, distopía u otra cosa, al presentarnos a una madre y a un niño encerrados en una habitación, aislados del mundo exterior. Todo su mundo se ha reducido a eso y a objetos que parece que llevan allí mucho tiempo. Aislados incluso de la vida, según aparenta la sensación del niño cuando ve un ratón de verdad en el cuarto. Pero es una idea que refuerza el lenguaje del niño y la madre, cuando hablan de personas de mentira (las de la televisión) y cosas de verdad (las de la habitación). Hay una tercera persona real que interactúa con ellos, un hombre que cada noche entra en el cuarto y trae cosas a la madre mientras el niño debería estar dormido dentro de un armario. A través de este elemento sabremos que se trata de un rapto que sufrió la mujer de niña, la cual fue encerrada en una caseta de jardín, donde la viola y usa sexualmente el hombre, un vecino de ella. Ha formado una familia al quedarse embarazada y criar al niño ella sola en la caseta. Depende del hombre y se ve obligada a seguirle obedientemente en todo lo que desea para que él les proporcione comida, electricidad o ropa. El hombre ha perdido su empleo y se ha vuelto más violento. A partir de ahí la madre se propone un plan de escape usando a su hijo. Hasta aquí la película ya tendría montado un argumento válido por sí mismo de película de suspense (en inglés: thriller). De hecho el director supo imprimirle a esta primera mitad de la película un carácter donde se juega con lo real y lo real, con lo engañoso, y con un uso de las luces y sombras naturales que terminan forzando así la idea central del argumento mediante el montaje y la fotografía, pero la cuestión es que la película no es una mera historia de suspense. De hecho el raptador pierde relevancia a mitad de metraje. Madre e hijo logran escapar y en realidad descubrimos que lo que se nos propone es un largometraje introspectivo sobre la psicología y las fobias de unas personas que durante años, y en el caso del niño toda su vida, su realidad se ha visto confinada a un espacio reducido y ahora afrontan su reinserción paulatina y traumática a la sociedad, a la libertad de movimientos y al mundo exterior. Ellos mismos, sus mentes, son víctimas y a la vez culpables de sus problemas, de sus limitaciones personales y a la vez de su superación y liberación. Inteligentemente el director pone la cámara en cada momento de la película de manera que nos sitúa en el lugar de la confusión y de la paranoia, ayudado del guión, que ayuda a crearnos ese no saber dónde o en quién depositar la confianza de un mundo cambiado al salir de nuevo a él después de mucho tiempo de reclusión. Un poco toma para sí el relato que usó Platón de la caverna para explicar la relatividad de lo que consideramos realidad respecto a la verdad. Película interesante que me resultó un acierto haberla visto, aunque fuese de larga duración. Cito una de sus escenas en la cual la madre reflexiona sobre todas esas personas que ahora mostraban su preocupación por ellos una vez libres, pero que cuando desapareció no la buscaron: "¿Sabes qué les pasó? ¿No? Pues nada, siguieron viviendo su vida y no les pasó nada". Duro cuestionamiento sobre la integridad y sinceridad de la psicología de masas.
El héroe de Berlín (2016, Stephen Hopkins): Antena 3 apostó su película de estreno de la primera semana que se podía pasear con los niños (quien tuviera hijos, hermanos, sobrinos o nietos con los que vivan) a este biopic del atleta mítico Jesse Owens. Este corredor estadounidense de raza negra ha sido uno de los corredores más rápidos de la Historia. Varias de sus marcas más veloces no fueron superadas hasta décadas después de haber sido batidas. Pero sin duda es recordado por haberse dado a conocer internacionalmente en las Olimpiadas de 1936, celebradas en Berlín. Él ya era conocido en Estados Unidos, no obstante se había clasificado para correr las Olimpiadas. Aquellas Olimpiadas fueron organizadas por el gobierno nazi de Hitler con la idea de usarlas de lanzadera y potenciadoras de sus ideas de supremacía racial, pues consideraba a la raza germana como raza aria, pura y superior al resto. Las Olimpiadas de Berlín de 1936 vivieron el primer boicot a unos juegos olímpicos. Sociedades de judíos y de negros se negaban a participar de los juegos, e incluso la izquierda política se organizó para contraprogramar las Olimpiadas con unas Olimpiadas Obreras en Barcelona, pero estas no se llegaron a celebrar porque estalló la guerra civil en España. Como sea, Jesse Owens corrió en Berlín y venció en todas las pruebas muy por encima de las marcas de los corredores alemanes y de los corredores blancos, lo que dejaba en entredicho y falsedad los postulados racistas del nazismo, para vergüenza y malestar de Adolf Hitler. La película recoge justo los años previos a esas Olimpiadas, en los cuales Jesse Owens es descubierto como atleta por otro atleta que corrió en las Olimpiadas de París en 1924, Larry Snyder, y llega hasta un poco después de las Olimpiadas de Berlín, siendo obviamente las pruebas olímpicas el plato central y principal de toda la acción. Yo tenía ganas de ver esta película, aunque no fui al cine en su día y después le perdí la pista, este era el momento, sin embargo, como película me defraudó. Me pareció excesivamente larga, aunque a la vez se comía muchos detalles o no ahondaba en lo realmente interesante, contenía personajes mal dibujados y un guión tan formal y tan plano que no invitaba a nada, ni interés, ni emoción, ni nada. Indiferencia a pesar de tener muchos elementos que pudieron hacer una narración interesante. Aún con todo el largometraje está muy bien valorado, por una parte porque es el primer homenaje explícito en el cine a Jesse Owens, aunque viene de manos de los canadienses, no es una producción estadounidense, por otra parte se ha destacado su fotografía y su luz. Usa un filtro que hace que toda la película contenga una luz y un color similar al de los documentales coloreados de cintas en blanco y negro rodadas en los años 1930, pero con un brillo muy del siglo XXI. Además, la narración se dispone con modernas infografías de carteles informativos sobre el lugar y el momento que muestra que recuerda los documentales históricos que hace la BBC con actores, esos son los dos trucos principales del director para ganar verosimilitud, dos trucos técnicos que apelan a tecnología aplicada a documentales de Historia. Por lo demás, las interpretaciones son planas, solo destacaría como llamativa, pero no como bien hecha, la de Jason Sudeikis como Larry Snyder, que parece que está intentando interpretar a Kevin Costner y no a su personaje asignado. La interpretación de Barnaby Metschurat como Goebbels no es creíble, teniendo en cuenta que el Ministro de Propaganda nazi tenía don de gentes y en esta película es todo lo contrario. Quizá el personaje mejor logrado es el de la cineasta judía Leni Riefensthal, por Carice Von Houten. De todos modos, queda bien reflejado la grandiosidad de la arquitectura nazi, los medios propagandísticos audiovisuales, la corrupción política y ética y otras cuestiones, incluido el racismo norteamericano en Estados Unidos a pesar de contar con Jesse Owens como héroe contra el nazismo. Anoto que la llegada de Jesse Owens a Berlín contiene alguna escena que parece salida de Harry Potter y el cáliz de fuego (2005, Mike Newell), tal estropicio de guión me hizo sonreír.
Buffalo '66 (1998, Vincent Gallo): La tengo en DVD por un regalo que me hizo mi amigo Julián Vadillo en una de sus mudanzas de casa, aún no la había visto. Se trata de una película de cine independiente muy en el estilo de este tipo de cine en los años 1990, con seria autocrítica como sociedad occidental de consumo, y con una violencia social que muestra lo más bajo y menos glorioso de esa sociedad. Si hasta los años 1980 los protagonistas, aunque fueran personajes fracasados, tenían algo de excepcionales y de triunfadores, algo que les hacía únicos, en los años 1990 el cine independiente comenzó a sacar personajes de antihéroes, fracasados que no tenían porqué triunfar, o gente cuyas aspiraciones en la vida no era lo que culturalmente se había potenciado en todos los productos mediáticos. Quizá todo esto es influjo de la contracultura del grunge y el cine de gente como Tarantino y los Coen, explorando en los inframundos que sustentan la sociedad. En este caso se trata de un hombre joven que ha salido de la cárcel por un crimen que confesó haber cometido pero que en realidad no cometió, sino que lo reconoció al llegar a un trato con un mafioso local con el que había contraído una deuda de dinero al fallarle una apuesta deportiva a favor de los Buffalo. El tiempo que ha pasado en la cárcel ha tratado de ocultarlo a sus padres con mentiras, pero al salir debe regresar a la casa paterna, para ello necesita una pareja, pues les contó que tenía una novia. Pasa el apuro raptando a una mujer joven en un aula de danza. Ella vive obsesionada con querer ser una actriz, así que la violenta posición en la que está poco a poco la interioriza hasta caer en una especie de síndrome de Estocolmo mezclado con amor de verdad hacia su raptador. Con este argumento se va descubriendo una Norteamérica obrera fracasada socialmente enferma y fracasada que encuentra su refugio en el deporte, las apuestas ilegales, la prostitución, el desempleo, el descarte social, la falsa fama en salas de karaoke, la falsa apariencia, la despersonalización, etcétera, y en medio una violencia en todos los habitantes que tratan de gastar sus frustraciones ejerciendo su violencia, verbal, física o psicológica, contra el que cree más débil o inferior, sin que haya nada que haga pensar que no sean personas iguales en todos los aspectos. El montaje excepcional nos muestra saltos en el tiempo a modo recuerdos en formatos de fotografías a modo de videos ampliados. La textura y la iluminación casi nos lleva a un contexto como de los años 1970, aunque evidentemente son los años 1990. Prácticamente habla de una sociedad muy diferente a la sociedad de casas con jardín y familias modélicas que mostraban el cine y la televisión norteamericanos hasta ese momento por lo general. Película interesante con recursos en el montaje de carácter experimental para narrar. Está bien. Un relato contracultural, podría firmar alguno de los escritores contraculturales que se revalorizaron en esa década, como Bukowski.
Superman returns: el regreso (2006, Brian Singer): La puso La Sexta en una de las tardes de este fin de semana recién acabado. Fue la quinta entrega de la saga de Superman que empezó Richard Donner en 1978 con Christopher Reeve de actor. Dado que Reeve estaba inválido y ya con cierta edad, el nuevo actor fue Brandon Routh, físicamente parecido a Reeve de joven. Routh era de hecho un incondicional del personaje Superman, por lo que ser llamado para este papel fue un sueño realizado. Sin embargo, su interpretación fue infravalorada en su día y la película pasó al fracaso. No volvió a ser llamado para el papel y durante varios años su carrera sufrió un varapalo duro. Solo recientemente comienza a mejorar. Sería absorbida en 2013 por la nueva versión de Superman dirigida por Zack Snyder. El problema de la película es que la gente en 2006 seguía recordando a Reeve como el único actor posible, a pesar de que en televisión se aceptaba con mucho éxito a otros actores como Superman de joven, como Superboy. Otro problema es que este personaje había sido rebasado por otros superhéroes más oscuros o más complejos en el cine, como Batman, la Patrulla X o Spiderman. Pero quizá su principal problema, tal como yo lo veo, es que el guión olvidó que el Superman que gustaba en el cine combinaba la acción y los superpoderes con el sentido del humor y cierto carisma, con una personalidad con empatía. En esta quinta parte el director lo apostó todo a la trascendencia, a la seriedad, a lo grave, a lo grandioso sin mirar los pequeños detalles, estaba totalmente alejado del Superman de cine que recordábamos desde la década de 1980. Ahora bien, ese Superman enfadado y sin sentido del humor sí triunfó en el metraje de 2013 y siguientes. Así pues, hay quien dijo que el problema era que esta quinta parte de 2006 guardaba paralelismos con la película de 1978 y con varios pasajes de las otras tres entregas anteriores. No faltó, eso sí, Marlon Brando como padre de Superman gracias a los efectos especiales y de montaje. No recuerdo porqué razón no vi esta película en el cine en 2006, ni tampoco llegué a verla en televisión posteriormente, aunque sí fui al cine a la versión de 2013, y quedé un tanto escaldado, aunque comprendí su lógica al unirla a las que vinieron después. Ahora que ha pasado el tiempo, fuera de los prejuicios de la masa de gente de su año de estreno, la he visto por primera vez y he de decir que a pesar de no corresponder bien con el personaje de Reeve, la historia encaja bien con la saga y con los cómic. De hecho Superman regresa de un viaje por la galaxia en la que ha buscado su mundo, lo que en los años 1990 ocurría de verdad en una saga en la que el Superhéroe decidió desterrarse de La Tierra y errar galácticamente en busca de sus orígenes. No se ha hecho película aún con ese destierro, pero esta quinta parte comenzaba a partir de su regreso del mismo. A pesar de sus muchos detractores, personalmente creo que es mejor que Superman IV: en busca de la paz (1987, Sidney J. Furie), que era la anterior. Pero es verdad que su falta de sentido del humor y lo trascendente que quiere hacerla el director hace que la película no dé de sí todo lo que realmente pudo haber dado. Tenía elementos de guión suficientes para haber recuperado al personaje en 2006 y no en 2013. Fueron malogrados. La narración no se queda solo en el regreso de Superman, después de haber dejado a su suerte a los humanos. También regresa Lex Luthor con ganas de hacer un negocio energético con los restos abandonados de la fortaleza de Superman, a costa de crear un grave cataclismo ecológico. Además, Superman se reencuentra con Lois Lane, cuya actriz, Kate Bosworth, fue reseñada como lo mejor de la película en su día (aunque personalmente creo que era mucho mejor con creces Margot Kidder). Recordemos que aunque en esta película no aparece, siguiendo la saga de cómics, tras regresar de su destierro Superman se casaría con ella, y tras ello vendría la muerte y la resurrección del superhéroe. El metraje contiene así un mensaje ecologista que denuncia los abusos de los grandes negocios que por hacer dinero no tiene problema en cometer todo tipo de abuso sobre los recursos. El mensaje es positivo, pero quizá ha envejecido un poco mal ahora que sabemos algunas de las consecuencias reales y dramáticas de varias de las cosas que ocurren en el cataclismo ecológico que aquí se plantea y que en esta película aparece de manera espectacular pero inocentemente muy inocua. Kevin Spacey funciona bien como Lex Luthor. En voz de este personaje aparece por primera vez en una película de
Superman el cuestionamiento del superhéroe al actuar al margen de la
ley, pero en nombre de la justicia. La película me entretuvo pero me dejó una sensación de oportunidad perdida por una dirección equivocada, a la vez que oportunidad incomprendida como intento de mantener la saga.
Creed. La leyenda de Rocky (2015, Ryan Coogler): La pusieron ayer domingo en Cuatro, por la tarde. En esta ocasión esta es la séptima película de una saga que ha dado para ocho películas hasta la fecha, la saga de Rocky (1976, John G. Avildsen), protagonizada por Silvester Stallone y con guiones suyos. Son buenas películas, especialmente las dos primeras, aunque la tercera parte probablemente es ya algo sensacionalista y la cuarta es pura máquina de hacer caja en taquilla y propaganda norteamericana en el final de la Guerra Fría, poco más. Las he visto muchas veces. El personaje era uno de los personajes míticos de todo niño de los años 1980. Muy evidentemente la primera parte solo la he visto en vídeo o televisión, porque yo no había nacido en 1976, y la segunda parte, de 1979, es justo del año que nací. No guardo recuerdo de que mis padres me llevaran al cine a ver la tercera y cuarta parte, aunque sí de verlas por primera vez en video VHS, en mi casa. Sí vi por primera vez en cine la quinta parte, que me pareció una reinvención de ascenso y caída del héroe deportivo muy digna, aquella fue en 1990. La siguiente abandona la numeración romana para llamarse directamente con el nombre y el apellido del protagonista, Rocky Balboa, dirigida por el propio Stallone en 2006. Tenía bastante curiosidad por ver esta película, pero no pude ir al cine a verla, iba mal de dinero ese año, la verdad. Y cuando vi algo de ella por primera vez la vi en contra de mi voluntad, pues se puso fragmentariamente, dando saltos de un lado a otro, sin consultarme si la había visto ya, y mostrándome el final de buenas a primeras, en 2017. En fin, con la película totalmente destripada, al menos la disfruté al completo y del tirón tiempo después, en 2018, que la puso Telemadrid. Hasta ese momento Rocky se había transformado en una saga que narraba en realidad el ascenso, evolución y caída de un deportista de élite internacional desde que es joven y en sus mejores momentos hasta su declive siendo ya alguien mayor apartado de las competiciones. Cada largometraje toca aspectos interesantes diferentes y hay que reconocer que la reinvención de la saga a partir de 1990 es muy notable, tanto que al final adquiere una coherencia de falso biopic muy estudiada, con una profundización psicológica de un héroe americano que vive el sueño de hacerse a sí mismo y después cae, pero asciende hasta encontrarse en sintonía y en paz. Tanto el relato como el personaje evolucionan, hasta el punto que se muestra el boxeo como deporte y no como medio para desenfrenar peleas y enemistades personales. Pero la cosa es que la película que vi en esta ocasión es la de Creed, la leyenda de Rocky. En esta séptima entrega Rocky pasa el relevo al hijo ilegítimo de su antagonista y posterior amigo y entrenador Apolo Creed, que es Adonis Creed. Este personaje será el que lleve ahora el peso de la saga, mientras que Rocky pasa a ser su entrenador, y por tanto un actor secundario, curioso giro en la Historia del cine. De hecho en la octava entrega Adonis Creed se enfrentará al pupilo pugilístico de Iván Drago, el boxeador soviético que mató a su padre y que fue antagonista de Rocky en la cuarta entrega, pero esa octava parte aún no la he visto. Vi por primera vez esta séptima parte, que a la vez es la primera de Creed. Es notablemente una buena película, si bien es cierto que la construcción de los personajes ya está hecha a lo largo de toda una filmografía elaborada desde 1976. Toda la exploración psicológica ya está construida, como en una serie de televisión, toda su historia está ya hecha. Si quitáramos esa baza probablemente la película quedaría desdibujada y no se comprendería buena parte de las reacciones y las confianzas inmediatas de los personajes, todo funciona a la primera porque conocemos una evolución vital desde años, desde décadas atrás, pero si la película no contara con todo lo que traía detrás, nadie entendería determinadas confianzas, ni determinadas escenas, ni determinadas reacciones. La película ya tiene dibujado personajes, historia y escenarios, solo debe preocuparse de construir unos nuevos para Adonis Creed, que en parte ya los tiene hechos a través de su pasado familiar, y para su novia. Incluso su antagonista está sin dibujar, no importa su antagonista, solo debe aparecer muy enfadado para darle emoción al combate final, pero no importa nada ni de él, ni de su entrenador. La película entra más bien en los problemas personales de Adonis Creed, en su ascenso de la nada a algo y en cómo envejece Rocky como dueño de un restaurante italiano, admirado pero incapaz de aportar mucho deportivamente, aunque ahora vuelva a ser entrenador. Sigue el mismo esquema de guión que la primera entrega, pero le añade el paso del tiempo, la vanidad de todo frente a la fragilidad de la vida y la necesidad de pasar un legado para que los jóvenes lo continúen están en esta película como tema principal, que por otra parte ya estaba implícito entre el primer entrenador de Rocky y Rocky. Ahora a todo ello se suma el choque entre un siglo XX que queda atrás y un siglo XXI y sus nuevas formas sociales, deportivas y tecnológicas que avanzan y son herederas de ese siglo XX que se va. Un guión inteligente, bien medido en sus tiempos, que sigue ahondando en los personajes, dejando al boxeo como algo importante para darle emoción pero en segundo plano en realidad. Buenas interpretaciones. La saga está en buenas manos. Es una película recomendable. Tengo curiosidad por su continuación. Es un buen taquillazo con algún toque intimista de parte de la esencia de la saga misma.
Handia (2017, Jon Garaño y Aitor Arregi): La pusieron anoche en Televisión Española 1. Esta película española fue rodada en vasco y fue ganadora de galardones en 2018. No me llamó la atención para verla en cine, pero ahora que la ponían en televisión me planteé verla por curiosidad. Es otro biopic, aunque esta vez de un personaje marginal de la Historia. Arranca en el País Vasco de 1836, por entonces: Vascongadas. La Primera Guerra Carlista está en marcha y el ejército carlista pasa por un pueblo pequeño en el que hacen una leva forzosa. En esa leva se llevan al hijo mayor de un campesino, que nunca digerirá bien que su padre le eligiera a él en lugar de su hermano menor para que vaya a combatir. Tras varios años de guerra los carlistas son derrotados en 1840 y este hijo ha quedado inútil de un brazo, por lo que no podrá ayudar a su padre en sus tierras, aunque tampoco quiere regresar a esa vida y menos con la espina clavada que tiene de la elección de su padre. Al regresar descubre que su hermano menor ha sufrido una enfermedad rara que hace que no pueda evitar crecer sin parar, sufre gigantismo. Él desea emigrar América, pero la economía familiar está arruinada y se ve obligado a colaborar de algún modo. La llegada de un feriante les tienta para hacer dinero mostrando al hermano menor como un coloso por toda España. Así comienza el relato de la vida real de una persona tratada como objeto de espectáculo con la finalidad de ganar dinero. En lo que se llamaba ferias y espectáculos de monstruos y portentos esta persona se hizo famosa, aunque él era ocultado e impedido de hacer vida normal para poder crear interés en las personas dispuestas a pagar por verle. Mientras esta tragedia ocurre en la tormentosa vida del hermano menor, el hermano mayor no repara en ganar dinero y lujos a costa del drama del menor. Los tratos con los padres pasan altibajos, pero siempre con cierto resentimiento y con las vistas puestas en los dineros, pues incluso un tercer hijo es mandado a América, a pesar de que quien quería ir era el primer hijo. El gigante es mostrado a la reina Isabel II, que es retratada como una niña malcriada y con apetitos sexuales, nada diferente a cómo ha sido retratada otras veces en el cine y como parece ser que así era en la vida real, y es paseado también ante los ojos de médicos que se burlan de la escasa cultura y pobreza de los hermanos. De este modo viajan a Inglaterra para participar con otros gigantes de un acto mágico que quiere pasar por ciencia en los restos prehistóricos de Stonehenge. Allí el gigante, que ha reclamado cierta independencia, conoce a una gigante con la que tiene un idilio limitado por su tiempo breve de estancia. En uno de los viajes son asaltados, pierden su dinero y la familia queda de nuevo en la ruina, es salvada por un duro sacrificio económico del hermano mayor. La historia evoluciona así a una historia donde esta familia lo pierde todo a la vez que es mofada. El largometraje cuenta la historia de los recelos familiares, los dramas y analfabetismos de la España profunda del siglo XIX, las duras formas del espectáculo en el siglo XIX, etcétera. A decir verdad, de manera más breve y mucho más efectiva transmite un mismo mensaje con un drama total una de las historias de La balada de Buster Scruggs (2018, de Joel y Ethan Coen). La película cuenta con muchos medios, para ser española, el gigantismo es creíble, la introspección en los diferentes conflictos psicológicos construye personajes complejos, muy complejos, pero la verdad es que, aunque entiendo que la película es muy efectiva para mucha gente, después de habe visto antes la de los Coen, a mí en este metraje me faltó algo, creo que le falta algo, hay algo que no termina de estar bien rematado, pero no sabría decir el qué, quizá un punto de apoyo fuerte que haga que nos mantenga la atención. Quizá la película se preocupó mucho de la estética, que es impecable, con caracterizaciones buenas y fotografías afortunadas. Los aciertos son aciertos, pero falta algo que le dé un sentido dramático todavía más sólido del que por sí tiene. No está mal, no obstante, pero es una película reposada.
Y sin más, hasta la próxima entrega, cuando reúna más películas vistas durante lo que queda de estado de alarma. Saludos y que la cerveza os acompañe.
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