Hay en el Museo de la Fundación Lázaro Galdiano un extraño bodegón del siglo XVI donde no aparecen alimentos, sino la armadura de un caballero rodeada de objetos suntuarios que aluden al alma de este guerrero o de esta persona cuya coraza decorada y cuyo casco emplumado nos habla de alguien con cierto poder. Hay instrumentos musicales, paletas de pintor, una estatuilla clásica, un orbe del mundo donde lo que se ve son animales que vuelan y ángeles, algunas armas de caza, los pies de alguien, un retrato, una bandera abandonada como objeto que es entre el resto de los objetos... No aparece la persona a quien todo esto pertenece. Su desorden en el suelo nos hace pensar quizá en un abandono. Un retrato de otoño, en mi imaginación. Un retrato de la vanidad de las cosas cuando el tiempo pasa y con él la vida, quizá a modo más real en la mente del artista que lo creó. Es un sin duda un retrato, más que un bodegón, de un alma y una vida, no de la cara de quien portó la armadura, símbolo de poder y de vitalidad. Pinturas y músicas en alegoría a las juventudes. Plumas como vanidad y mando. Otoño, otoño. Nada más hoy en mi cabeza. Otoño como metáfora. Otoño en sus primeros días en el hemisferio norte del planeta. El cuadro puede hablarnos de lo que quiera, yo en mi subjetividad lo recuerdo asociado a otoño. Lo vi no hace mucho, en estas últimas semanas de verano, con una amiga, y me gustaría volver a verlo así, tal cual, con la misma compañía. Otoño, primavera. Si en el hemisferio norte es otoño, en el sur es primavera. Si el artista pinta la armadura, el artista calza la armadura. Otoño, otoño... primavera y la belleza de la primavera. Antes ver lo positivo, que dejarnos caer como hojas, porque si bien a alguien le resultó triste que esa armadura andara ya solitaria y abandonada, esa armadura andó en alguien y nos recuerda: primavera, primavera, primavera.
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