Tardo últimamente un poco más de lo habitual en actualizar la bitácora, es algo que en breve pasará de suceder. La cuestión es que últimamente ando con un profundo sentimiento de frustración que va y viene con mejores momentos de alegría. He de imaginar que es el sino de nuestros días, no soy único en esto. Pero hago cosas, muchas cosas. Y entre esas cosas estuve mirando una vieja enciclopedia sobre inventos de toda la Historia de la Humanidad y sobre el funcionamiento mecánico de todo aquello que necesita de la mecánica. Esa enciclopedia perteneció a mi padre, el cual este año cumplirá diez años de su muerte.
La verdad es que ojear esas enciclopedias siempre te da más información de la que vas buscando. Aprendes. A pesar de ello, en nuestros días mucha gente prefiere usar Internet y sus múltiples recursos que no dejan de ser enciclopedias generales (como Wikipedia), o temáticas (como Imdb, FilmAffinity, Musicapedia, Anarcopedia o Biografías y Vidas, por ejemplo) o bien diccionarios (RAE, o WordReference, o el Diccionario Biográfico de la Fundación Pablo Iglesias), o incluso recopilaciones (como las que ofrece Noticias Jurídicas), pura copia de estas otras publicaciones en papel. La diferencia está en que alguien que usa las nuevas tecnologías suele usarlas por su inmediatez, y salvo casos de aburrimiento extremo, lo habitual es teclear lo que se busca, verlo y usarlo. En las publicaciones en papel buscabas lo que necesitabas y por el camino te entretenías en ojear y mirar informaciones que desconocías. A veces, simplemente cogías estas enciclopedias para pasar un rato. La enciclopedia que yo cogí estos días de mi padre estuvo por muchos años, los de mi infancia, en mi dormitorio por entonces. Mi padre no encontró mejor sitio para poder guardar parte de su biblioteca personal que la habitación de sus hijos, la cual con la edad pasó a ser la mía exclusiva, después la de mi abuela materna, y actualmente es el dormitorio de los invitados, que normalmente suele ser mi tío materno. Yo cogía en mi infancia esos libros. Varias de mis primeras lecturas fueron de este modo novelas de Juan Marsé, Camilo José Cela, Mario Vargas Llosa, Frederick Forsyth, Erich Segal y otros autores, libros anónimos hindúes en su versión religiosa íntegra y no en una edición distorsionada por el interés único y sesgado de cómo conciben el sexo (hablamos del Kamasutra y del Ananga Ranga), libros recopilatorios de discursos de Kennedy, y enciclopedias de inventos, de animales, de etnias del mundo, de ciudades, de Historia, de ufología, de mecánica, de electrónica, de la cocina del cocinero de Carlos I, de economía pensados por Ramón Tamames e incluso otro sobre la Comunidad Económica Europea anterior a 1980... Tal vez no eran los libros más adecuados para un infante según algunos pedagogos actuales, pero la verdad es que con ellos aprendí mucho más de lo que se esperaba, hasta el punto que en clase a veces iba por delante de mis compañeros en conocimientos. Hay que decir que según iba aprendiendo a leer mi padre solía encargarse de que cada cumpleaños y Navidades hubiera como mínimo un libro de regalo asegurado apropiado a nuestras edades, a menudo un poco para edades más avanzadas.
Ojeabas esos libros y por el camino encontrabas informaciones que te permitían conocer más del mundo y abrir tu mente un poco más a cómo lo concibes desde puntos de vista más amplios. Ampliados precisamente con esa nueva información.
Por una mezcla de sensaciones de diversa índole, y sintiéndome estos días parte de esta generación perdida, como ya nos llaman a los treintañeros, me dio por recrearme un rato en mi antigua habitación. Hace unos dos meses la vieja estantería escritorio donde se guardaban esos libros estaba ya tan aquejada del paso del tiempo, que no se tenía en pie si no era apoyada contra la pared y cargada de mucho peso, el de los viejos libros. Uno de sus laterales se rompió hace tiempo, cuando lo movimos para pintar. Así que en diciembre o noviembre lo cambié por otro mueble. Una amiga cercana a mi edad tuvo que volver a casa de sus padres a vivir, después de haber sido independiente durante tres años, el desempleo y la falta de ingresos la obligaba a eso y a deshacerse de todos sus muebles en el tiempo máximo de apenas cinco días. Regaló los muebles que sus hermanos no pudieron guardarle en espera de tiempos mejores (vete a saber cuándo serán estos), y entre esos muebles yo me quedé con otra estantería escritorio parecida a aquella que yo tenía. La de mi padre era de 1974, la de ella sería de 1970. Lo pinté un poco y le dejé conservado el nombre grabado a cuchillo por uno de sus hermanos cuando sólo tenían que preocuparse de sus juegos infantiles y las notas escolares. Probablemente esa grabación se merece estar perpetuamente allí, como parte de su pasado. Obviamente aquel mueble, antes que mío, y antes que suyo, había sido de los padres de ella, de sus hermanos.
Allí estaba yo mirando concretamente nada, simplemente estando en la habitación. Tras un rato me fijé en este mueble, y en los libros que me acompañaron en mi infancia, los de mi padre. Saqué uno y lo ojeé. Luego otro. Y así, en un cuarto o quinto, decidí sacar la Historia de los Inventos que editó Salvat entre 1979 y 1980, que reeditó en 1982. Allí encontré una reproducción del cartel que os he puesto hoy en esta noticia. Es un cartel del tren subterráneo londinense (el metro de Londres) de 1912. Se puede ver uno de los primeros aviones de la Historia volando en el aeródromo de Hendon. La gente ya había volado de forma experimental, pero también de forma sistematizada, desde el siglo XVIII por medio de globos aerostáticos. Así por ejemplo, el libro recuerda que el cochero sir George Cayley amenazó con abandonar su empleo si le obligaban sus patronos a volar en un globo. Eso pasó durante uno de los primeros experimentos por lograr una línea aérea comercial de pasajeros estable en 1853, cerca de Scarborough (Yorkshire, Reino Unido). Hubo más voluntariedad de participar de la sistematización de los viajes aéreos de pasajeros entre 1870 y 1871, durante el sitio bélico que sufrió París por tropas alemanas primero, y por las tropas del propio gobierno francés después, durante la Comuna de París. Fue una manera de evacuar a las personas que decidieron abandonar la ciudad. Los estadounidenses hermanos Wright inventaron los vuelos a motor dirigidos en 1903, y con ellos nacieron los aviones. Por entonces apenas eran vuelos experimentales, buscando perfecciones y avances, o bien deportivos. Muy poca gente pensaba en su uso de un modo estable y beneficioso para lo sociedad. Pero en 1911 fueron los británicos los que empezaron con ello. Desde el aeródromo de Hendon comenzaron una serie de vuelos en avión para repartir el correo de un modo rápido a lugares alejados del país, normalmente hacia Windsor, donde había miembros del gobierno viviendo. Los alemanes ya llevaban haciendo algo similar desde 1910, ellos usaban globos aerostáticos dirigidos con motor y timones, los zeppelines. Llegaron a transportar entre 1910 y 1914 sin incidentes hasta 35.000 pasajeros. La I Guerra Mundial empezó en ese año 1914 y los aviones vieron una serie de innovaciones tecnológicas que les hicieron volar de los 114 kilómetros por hora iniciales a los 225 kilómetros por hora que alcanzaron en 1918, al final de la guerra. Además, se les vio una serie de utilidades nuevas y se descubrió las grandes ventajas que brindaban para múltiples funciones, héroes militares del aire, ases de la aviación, al margen. Los zeppelines verían su final cuando en 1937 el Hindenburg tuviera un terrible y espectácular accidente que mató a treinta y siete personas. Entre tanto, los aviones excedentes de la guerra eran un problema de mantenimiento para los gobiernos, como solución se permitió que algunos bombarderos se transformaran en vehículos civiles de pasajeros. En 1919 se consolidó la primera línea aérea estable entre París y Londres, pero no se diseñaron aviones específicamente para pasajeros hasta que no comenzaran los años 1920. El primero fue el Armstrong-Withworth Argosy, que podía llevar veinte pasajeros a la vez. Pero no podían volar distancias superiores a ese trayecto París-Londres, por cuestiones técnicas. No hasta que el piloto español Ramón Franco atravesó el Atlántico Sur en 1926 desde España a Argentina, no hasta que el norteamericano Lindberg demostró en 1927 que se había logrado la tecnología suficiente para poder volar sin escalas desde Nueva York a París por el Atlántico Norte, y no hasta que esto mismo lo consolidó su compatriota la piloto Amelia Earhart en 1932, quien durante la década anterior ya había volado de lado a lado Estados Unidos de América en una carrera aérea para mujeres. Los zeppelin sufrían su mayor revés en 1937, como he dicho, un año antes los británicos tenían un avión capaz de volar de Londres a Ciudad del Cabo (Sudáfrica) con treinta y dos pasajeros de modo regular, eran los hidroaviones Short Empire. Y en 1939, al fin, hubo aviones regulares de pasajeros y comerciales entre Europa y América de modo regular. Luego la II Guerra Mundial, más avances, los cohetes, los motores de pistón, los turbopropulsores, el Boeing 707 (1954), los Concorde (1969, como experimento, desde 1976 regular) y, o, los Airbus (2011).
Estuve así leyendo, observando el cartel y pensando sobre estas cosas, hasta que decidí abandonar la habitación. Fui al salón a leer la prensa diaria, manifestaciones en Portugal por los recortes sociales del gobierno. Manifestaciones en España por lo mismo. Los resultados electorales de Italia en torno a los descontentos con esos mismos recortes. Inmigrantes que huyen de una Grecia donde algunos griegos les culpan de sus males y otros tantos protestan por más recortes sociales, todos de la mano de Europa, como los del resto. La muerte del pensador francés Hessel hace unos días y su libro Indignaos, dirigido a la juventud, que parece perdida. Nuestras vidas no pueden volar sin más, han de tener objeto personal. La sensación es exactamente igual al del resto de las dos últimas semanas, sólo que tal vez no seamos tan generación perdida, y quizá en algún momento pasemos a ser la perdición del sistema que nos pierde. Es un juego de palabras, pero no un juego cualquiera. El conocimiento está en nuestras manos, y la sucesión generacional también. No debemos permitir que seamos una generación perdida. Hay que hacer, hay por hacer. Los caminos son nuestros, aunque sean otros los que van en carruaje.
Saludos y que la cerveza os acompañe.
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