LA HUELGA MARCIANA (parte 2 de 2)
El asedio al edificio de ocio cedió su primera fase de batalla a otra de un asedio más estancado. Fue aquella la quinta decisión de Minas de Marte, con aprobación y acuerdo de Cohen, el jefe del servicio de seguridad y policía. Se les suministraría comida, aunque esta sería mínima. Para las Naciones Unidas de La Tierra la situación comenzaba a ser grave, según la reunión más reciente sin claras decisiones de solución.
Los periodistas apenas lograban intuir en todas sus dimensiones lo que estaba sucediendo. Aún trataban de digerir el esclarecimiento de los hechos de los primeros días de huelga y la responsabilidad política de quién ocultó a la opinión pública las primeras cuarenta y ocho horas. En consecuencia la opinión pública de La Tierra, que no comprendía los cambios de dirección producidos en Marte por falta de informaciones, comenzaba a desinteresarle una noticia que aparentemente parecía una noticia más de cambio de sillas en las Naciones Unidas de La Tierra, Minas de Marte y la colonia marciana. Sería muy escandalosa o no, pero en general se percibía la apatía ante una noticia que parecía repetida de otros sucesos pasados de lucha por ocupar cargos entre las diferentes tendencias del Consejo. Minas de Marte y las Naciones Unidas de La Tierra aprovecharon aquello. Comprendían que ganaban tiempo con esa apatía. Alimentaron la desinformación con la sobredimensión de varias destituciones internas que eran innecesarias, injustas e irrelevantes. Los medios de comunicaciones se interesaron por aquellos nuevos hechos y lo que no tenía valor informativo se transformó en la primera plana de todo informativo. Los debates que atrajo todo aquello invitaban cada vez más a ala opinión pública a abandonar la lectura y la atención de toda noticia que llevara la mención de Marte. Consecuentemente los medios de comunicación comenzaron a interesarse por otras noticias. Sólo los periodistas más veteranos siguieron tratando de informar y de saber sobre lo que estaba ocurriendo de verdad. Todo aquello era parte de la sexta decisión.
Los familiares en La Tierra de los colonos mineros en huelga reclamaron ser informados de lo que ocurría en Marte. Habían pasado veinte días sin comunicación con ellos y sin noticias que les satisficiera. Además, algunos comenzaban a acusar la falta de paga mensual de Minas de Marte. Habían logrado organizarse. Al fin fueron recibidos de forma privada y discreta por las Naciones Unidas de La Tierra.
Se les reunió a todos en bloque dentro del edificio de asambleas y reuniones. El secretario de prensa les tranquilizó con palabras acerca de estar trabajando para desbloquear la situación. Aseguraba que los huelguistas se encontraban en perfecto estado y que las comunicaciones seguían interrumpidas por una tormenta solar, razón por la que se producía la lentitud de las negociaciones y la falta de noticias. Sus palabras tranquilizadoras abundaban en muchas frases vacías que no afirmaban ni negaban nada concreto. Al final de la reunión les comunicó que para garantizarles estar informados de primera mano, y para que no sufrieran problemas económicos, iban a ser instalados dentro de aquel edificio a cargo de los gastos de las Naciones Unidas de La Tierra. Tal medida fue sugerida por Minas de Marte. Desde ese momento la voz de los familiares fue más inalcanzable para los periodistas más veteranos.
Dentro del edifico de ocio los huelguistas comenzaban a alcanzar condiciones de vida degradantes. Sufrían cortes de luz y agua indiscriminados. La comida era insuficiente para todos, por lo que estaban empezando a fatigarse con facilidad. No sabían nada de lo que ocurría fuera de aquellas paredes, lo que provocaba ya un estado de paranoia acusado en varios de los huelguistas asediados. Estaban en definitiva a muy poca distancia entre la resistencia suicida o el abandono derrotista de su protesta.
Entre tanto, los huelguistas presos en la galería minera fueron sacados de allí. Cohen obedecía una orden de las Naciones Unidas de La Tierra, que al fin habían tomado una primera decisión. Debían ser trasladados en secreto a La Tierra para conocer de primera mano las reivindicaciones. Bresadola los embarcó en una nave rápida de pasajeros. Por lo demás, Cohen mantuvo el asedio al edificio de ocio, en lo que era ya un mes y cinco días.
Cuando la nave de los huelguistas presos en Marte, pero trabajadores suspendidos temporalmente en La Tierra, partía en dirección a La Tierra, las dos naves precedentes con la producción pendiente de envío a Marte estaban prontas a entrar en la atmósfera terrestre. El capitán de aquel convoy comenzaba ya las secuencias de entrada en la órbita gravitacional del planeta madre.
Minas de Marte preparaba el aterrizaje de las naves. La actividad en sus pistas para naves galácticas era muy viva, aunque era mayor dentro de los hangares que debían recibir los cargamentos. Desde los edificios de control se emitían ya todos los parámetros necesarios para la maniobra. Los periodistas fueron invitados para que informaran de una apariencia de normalidad en los envíos desde Marte, a pesar de que en realidad era un envío fuera de lo corriente. Todos estaban ya atentos al cielo cuando la primera nave transporte hizo su aparición. Era apenas un puntito diminuto y brillante que parecía crecer con rapidez. En breve se posaría sobre el suelo con su estruendo habitual. Los periodistas y los técnicos miraban con sus cascos para los oídos bien colocados en sus cabezas. Todos con las miradas alzadas, sólo las caras públicas de Minas de Marte no las alzaban. Estaban preparando mentalmente todo aquello que debían decir cuando se produjese el aterrizaje. Se ordenó a la tripulación desde los telecomunicadores que sólo se relacionase con el personal técnico habitual, a pesar de que encontrarían numerosa prensa cuando salieran. La segunda nave hizo aparición en el cielo, como otro minúsculo y brillante objeto veloz. Ambos puntos se acercaban de modo previsible ante la expectación que producía su llegada. Dentro de los edificios de control todos los ordenadores funcionaban frenéticamente. Sólo un técnico, Karagounis, miraba su ordenador sin expectación, si no con extrañeza. La nave capitana del convoy había dejado de emitir una de sus señales de vuelo. Era una señal no muy importante, pero no era habitual que se desconectase en una entrada en la atmósfera. Fue cuando los periodistas que miraban a través de los ventanales con su mirada alzada hacia las naves no supieron diferenciar un fulgor de un par de segundos del brillo que hasta entonces habían estado observando. La primera nave comenzó a zigzaguear en el cielo e intentaba levantar el vuelo en lugar de seguir descendiendo. Karagounis llamó al técnico director de la base para decirle que se había apagado una segunda señal de la primera nave, fue ese el momento en el que casi todo el personal comenzó su nerviosismo y un aumento de sus voces sin dejar que Karagounis pudiera comentar lo que había notado. Casi todas las señales de transmisión se apagaban, eran equívocas o ambiguas. Los periodistas comenzaron su actividad frenética de retransmisión de los hechos. De repente sí distinguieron claramente un segundo gran fulgor saliendo de la nave capitana. A continuación una estela de humo blanquecino dibujó en el cielo la trayectoria imprecisa de aquella nave. La segunda nave, que había recortado su distancia con la primera, trató de esquivarla. Lo logró con un fuerte giro hacia la derecha en una primera ocasión. Trataba de alcanzar el suelo terrestre para aterrizar cuando la primera nave, en otro zigzagueante giro descontrolado, viró de súbito hacia ella. Un tercer fulgor y un gran estruendo posterior dejó ver como la primera nave parecía estar cayendo en picado, sin vuelo alguno ya. Impactó de pleno contra la segunda nave, que había ganado algo de distancia. Todos los periodistas y técnicos observaron atónitos lo que ocurría. Con la boca abierta por unos segundos, los suficientes para darse cuenta de que los numerosos fragmentos de ambas naves, así como las naves, se precipitaban con violencia hacia el lugar donde deberían haber aterrizado. Todo el mundo comenzó a correr despavorido tratando de alejarse de los ventanales y, sobre todo, de salir de los edificios huyendo de aquella zona. Derribaron mesas, sillas y ordenadores, atropellándose entre ellos, para colapsar cualquier tipo de entrada a puertas y ventanas. Un sonido ensordecedor, como si estuvieran en medio de un trueno, invadía el lugar junto a una fuerte luz blanca en crecimiento. El calor comenzaba a ser insoportable. Una lengua de fuego y destrucción barrió el lugar en poco tiempo.
Las Naciones Unidas de la Tierra tenían a la opinión pública mundial muy alterada y consternada por el inexplicable accidente de aquellas naves. El periodismo más veterano en asuntos coloniales había muerto en aquellos sucesos. Las teorías paranoicas de conspiración ocupaban ahora los medios de comunicación sin que más de la mitad de ellas fueran mínimamente comprobadas siquiera. Hacían las delicias de las mentes más ávidas de lo escabroso. Se habían perdido numerosas vidas humanas, buena parte de ellas eran los principales ingenieros y técnicos que habían controlado hasta entonces los viajes entre La Tierra a Marte y al revés. El propio envío de la producción minera marciana se había perdido irremediablemente y la huelga proseguía paralizando la posibilidad de que el próximo envío se realizara en sus fechas correspondientes, incluso si se hubiesen puesto a trabajar en ese momento la producción estaba ya gravemente afectada para las necesidades del planeta metrópoli. En consecuencia, al día siguiente de aquel trágico accidente casi todos los negocios mundiales registraron una desconfianza tal en el mercado que muy pocos se salvaron de protagonizar perdidas. La situación continuó inalterable en las dos semanas siguientes. Las empresas medianas comenzaron a sentir los estragos de la falta de pedidos de las grandes empresas, por lo que las pequeñas empresas sufrieron más aún la escasez de pedidos de las medianas empresas y de la gente de la calle, pues el desempleo aumentó. Los empresarios de La Tierra comenzaron a despedir a sus empleados con la esperanza de mantener sus ritmos de vidas multimillonarias. Los precios aumentaron. Las Naciones Unidas de La Tierra trataron de acordar alguna medida, pero en la tercera semana desde el accidente aún debatía sobre el asunto. La población mundial cada vez mostraba más su descontento, sin embargo el paso de los días hacía que ese descontento fuese limándose hasta llegar a ser sólo quejas sin llegar a organizarse más allá del disgusto. En parte esa aparente calma la había logrado los comunicados de Minas de Marte, los cuales habían sabido elaborar mensajes de normalidad dentro de la anormalidad de la situación. Habían presentado una crisis colonial, económica, política y social que no se sabía qué rumbo tenía, como una mera crisis pasajera, por dura que fuera, dentro del sistema establecido. Eso adormecía en lo posible las posibilidades de que se desbocara el descontento mundial.
Los mineros en huelga se encontraban asediados dentro del edificio de ocio desde donde practicaban su resistencia. Los cortes de agua duraban ahora mayor tiempo que al principio del encierro. Habían tomado la decisión de defecar en el suelo de determinadas salas del edificio con el fin de poder beber el agua de las cisternas de los inodoros. El nivel de vida alcanzado dentro de aquella situación había alcanzado la gloriosa dimensión de un nauseabundo estancamiento que les amenazaba ahora con la enfermedad a falta de alimentación, ejercicio, higiene y salubridad. No sabían nada de lo que había ocurrido en La Tierra, como nada sabían al respecto de su huelga más allá de las paredes que veían con sus ojos. El asedio al que les sometía los cuerpos de seguridad de Minas de Marte era total y absoluto incluso en lo informativo. Aquello era como cortarles también su sentido sensorial, y en buena parte su raciocinio para contemplarlo todo desde mayores perspectivas que les permitiera una nueva visión para una negociación que, no sabían, era imposible desde que Cohen, el jefe de seguridad y policía de Marte, tomó posesión de la dirección de Marte.
Las noticias del catastrófico accidente en La Tierra habían llegado al nuevo despacho de Cohen con inmutable mutismo. Cohen valoraba la situación con un corto y miope sentido estratégico que le hacía diferenciar los hechos de La Tierra y los de Marte más independientes entre sí de lo que realmente no lo eran. Para él la máxima preocupación era atajar cuanto antes la situación marciana. Si no había eliminado ya la resistencia de aquellos mineros no era por otra cuestión más allá de no haber recibido ninguna confirmación positiva de Minas de Marte ni de las Naciones Unidas de La Tierra sobre sus reiteradas peticiones de que le enviasen nuevos mineros que cubrieran la extinción del trabajo de los huelguistas. No comprendía de costos, contratos, ni derechos adquiridos. Necesitaba a aquellos mineros para poder dirigir Marte en buenas condiciones algún día mientras no supiera que fuese a tener nuevos obreros; obreros nuevos que, para su desquicio, le eran negados ya por silencios administrativos, ya por negaciones directas, ya por negaciones indirectas.
Los dirigentes huelguistas presos de Marte llegaron a La Tierra en total secretismo. Se cumplía en esos momentos dos meses y medio del comienzo de la huelga marciana. Los familiares de los mineros llegados ni supieron de ello. Legalmente para la dirección de las Minas de Marte en La Tierra y para las Naciones Unidas de La Tierra eran oficialmente suspendidos temporales de empleo y sueldo, excepto Garamond, que era un cargo destituido y acusado legalmente de abandono de sus funciones y socorro a la huelga. Sin embargo, en la realidad más práctica, todos eran literalmente presos, presos como lo habían sido desde que Cohen los había encarcelado en Marte.
La situación en La Tierra era de acuciante crisis. El lamentable accidente ocurrido no sólo había creado una profunda brecha psicológica mundial, sino que también había creado un estado de pavor mezclado con oportunismo sibilino de parte de las grandes empresas de La Tierra. Todas habían jugado sus intereses a preservar sus ingresos aunque fuera a costa de destruir empresas intermedias y pequeñas llevándose de por medio a una buena parte de las personas que trabajaban en ellas. Todas mostraban grandes pérdidas económicas en sus haberes comerciales, lo que les servía de gran excusa para buscar ahorros cerrando centros, fomentando despidos masivos de trabajadores, y presionando para lograr el poder de pagar sueldos bajos y despidos abaratados. Pero ninguna mostraba como por detrás de los periodistas, a escondidas de ellos, manejaban aún grandes negocios y pactos que en realidad no mostraban enormes pérdidas, sino ganancias menores. Una de las grandes beneficiadas, paradójicamente, era Minas de Marte, quien a la postre guardaba las reservar excedentes de envíos minerales anteriores incluso al inicio de la huelga. Ahora los podía vender al triple y al cuádruple de su precio real con la falsa excusa fácil de hacer creer de tener que aumentar el precio dada una escasez a costa de la huelga y, sobre todo del accidente. Algunos economistas se dieron cuenta de que el accidente, aunque de gran impacto traumático popularmente, no significaba una pérdida tremenda como para afectar al mercado de aquella manera. Pero los medios de comunicación hábilmente informados por el secretario de prensa de Minas de Marte alimentaron la idea contraria. El accidente, con su importante coste en vidas humanas, era, para Minas de Marte, una gran pérdida también por la destrucción del último envío de los minerales de Marte desde el comienzo de la huelga. El traumático recuerdo de las muertes horribles de aquel día hacía de aquello una verdad a la que no se le podía oponer ningún “pero”. Los economistas que hacían ver que económicamente hablando aquello eran falacias eran acallados bajo un vapuleo general de la sociedad hacia sus personas. Un solo envío de medio cargamento de Marte se transformaba de este modo en la pérdida más catastrófica del sistema colonial espacial en el que se había basado La Tierra en las últimas décadas. Una hecatombe que, obviamente, llevaba a la crisis de los despidos y las subidas de precios que los trabajadores aceptaban como mártires y corderos ante el matadero. Entre tanto, Minas de Marte, subía el precio de sus materias primas por encima de lo razonablemente humano, en cuanto a esas subidas de precios afectaban negativamente a las vidas de millones de personas.
Para Minas de Marte era fácil achacar la continuación de los males de aquella crisis a los males que propagaban aquellos que eran los culpables: los huelguistas. Les resultaba fácil vender la idea de que el traumático accidente no se habría producido si no hubiera sido un envío excepcional por culpa de su huelga. Se había realizado, según ellos, con prisas y negligencias. Por tanto, poco a poco, las iras de millones de desempleados que comenzaban a no tener ingresos con los que poder comer, comenzaron a enfocarse contra los mineros huelguistas de Marte. Las Naciones Unidas de la Tierra mandaron una orden a Cohen, nuevo gobernador y autoridad de los cuerpos de seguridad y policía de Marte, para que detuviera a Bresadola, máximo cargo responsable de los viajes de Marte a La Tierra. Cohen cumplió la orden complacido en una rapidez inusual. Sin embargo, a expensas de saberlo Minas de Marte y las Naciones Unidas de La Tierra, Bresadola fue ejecutado de un disparo en la cabeza en el mismo momento de su presunta detención. Su cuerpo fue enterrado por una galería minera dinamitada por la policía marciana.
Nadie informó de varios de los informes secretos acerca de las causas del accidente de las naves de Marte. Fallos en los motores y los dispositivos de dirección de vuelo por falta de revisiones periódicas obligatorias. Aquellas revisiones, por normativa y por ley, corrían a cargo de Minas de Marte y en última instancia por la de las Naciones Unidas de La Tierra. Enterraron las carpetas mal numeradas en cajas de cartón dentro de las profundidades de las galerías de un enorme archivo tan grande como un cementerio.
Tras varias semanas de interrogatorios y celdas los líderes huelguistas en La Tierra fueron enviados a prisión bajo la acusación de sedición. Habían intentado con su huelga, decía la sentencia, subvertir el orden mundial y atacar a la sociedad de las Naciones Unidas de La Tierra. La lamentable situación en la que se encontraban millones de personas, en deplorables condiciones de vida por falta de un sueldo, era algo que habían perpetrado ellos para conseguir sus objetivos privilegiados por controlar la producción minera marciana de la que dependía el planeta madre. Todos fueron condenados por ello a prisión incomunicada de por vida sin posibilidad de redención ni reducción de pena. Labordeta en concreto, representante sindical de los obreros de Marte, fue acusado de autor intelectual y cabecilla de la insurrección marciana, por lo que fue acusado de las máximas responsabilidades de sedición junto a Garamond, antiguo director de las Minas de Marte en Marte. Una pequeña modificación de la declaración de derechos humanos por las Naciones Unidas de la Tierra permitió su condena a muerte, en consideración de que su responsabilidad había ocasionado la muerte por hambre de numerosa población africana y asiática por falta de suministros, así como de la hecatombe humana que suponía la crisis económica en la vida de los millones de habitantes de todo el planeta madre.
Fueron ejecutados sin más premura dos días después.
Minas de Marte había perfeccionado una serie de androides que ahora eran capaces de realizar labores mineras con apenas la asistencia de unos pocos técnicos. Fueron enviados a Marte con el aplauso mundial de los habitantes de La Tierra. Los famélicos huelguistas de Marte fueron liberados por Cohen de su asedio el justo tiempo para ser asesinados por los disparos de sus agentes cuando salían del edificio de ocio. Los que aún buscaron refugio de nuevo en el interior fueron bombardeados. Las Naciones Unidas de la Tierra se hicieron llamar desde entonces: Las Naciones Unidas de La Tierra y Marte. Cohen ya no admitía relevos en su mandato supeditado a La Tierra, ante la mirada atenta de su segundo de mando.
Los familiares de los huelguistas de Marte nunca olvidaron.
El asedio al edificio de ocio cedió su primera fase de batalla a otra de un asedio más estancado. Fue aquella la quinta decisión de Minas de Marte, con aprobación y acuerdo de Cohen, el jefe del servicio de seguridad y policía. Se les suministraría comida, aunque esta sería mínima. Para las Naciones Unidas de La Tierra la situación comenzaba a ser grave, según la reunión más reciente sin claras decisiones de solución.
Los periodistas apenas lograban intuir en todas sus dimensiones lo que estaba sucediendo. Aún trataban de digerir el esclarecimiento de los hechos de los primeros días de huelga y la responsabilidad política de quién ocultó a la opinión pública las primeras cuarenta y ocho horas. En consecuencia la opinión pública de La Tierra, que no comprendía los cambios de dirección producidos en Marte por falta de informaciones, comenzaba a desinteresarle una noticia que aparentemente parecía una noticia más de cambio de sillas en las Naciones Unidas de La Tierra, Minas de Marte y la colonia marciana. Sería muy escandalosa o no, pero en general se percibía la apatía ante una noticia que parecía repetida de otros sucesos pasados de lucha por ocupar cargos entre las diferentes tendencias del Consejo. Minas de Marte y las Naciones Unidas de La Tierra aprovecharon aquello. Comprendían que ganaban tiempo con esa apatía. Alimentaron la desinformación con la sobredimensión de varias destituciones internas que eran innecesarias, injustas e irrelevantes. Los medios de comunicaciones se interesaron por aquellos nuevos hechos y lo que no tenía valor informativo se transformó en la primera plana de todo informativo. Los debates que atrajo todo aquello invitaban cada vez más a ala opinión pública a abandonar la lectura y la atención de toda noticia que llevara la mención de Marte. Consecuentemente los medios de comunicación comenzaron a interesarse por otras noticias. Sólo los periodistas más veteranos siguieron tratando de informar y de saber sobre lo que estaba ocurriendo de verdad. Todo aquello era parte de la sexta decisión.
Los familiares en La Tierra de los colonos mineros en huelga reclamaron ser informados de lo que ocurría en Marte. Habían pasado veinte días sin comunicación con ellos y sin noticias que les satisficiera. Además, algunos comenzaban a acusar la falta de paga mensual de Minas de Marte. Habían logrado organizarse. Al fin fueron recibidos de forma privada y discreta por las Naciones Unidas de La Tierra.
Se les reunió a todos en bloque dentro del edificio de asambleas y reuniones. El secretario de prensa les tranquilizó con palabras acerca de estar trabajando para desbloquear la situación. Aseguraba que los huelguistas se encontraban en perfecto estado y que las comunicaciones seguían interrumpidas por una tormenta solar, razón por la que se producía la lentitud de las negociaciones y la falta de noticias. Sus palabras tranquilizadoras abundaban en muchas frases vacías que no afirmaban ni negaban nada concreto. Al final de la reunión les comunicó que para garantizarles estar informados de primera mano, y para que no sufrieran problemas económicos, iban a ser instalados dentro de aquel edificio a cargo de los gastos de las Naciones Unidas de La Tierra. Tal medida fue sugerida por Minas de Marte. Desde ese momento la voz de los familiares fue más inalcanzable para los periodistas más veteranos.
Dentro del edifico de ocio los huelguistas comenzaban a alcanzar condiciones de vida degradantes. Sufrían cortes de luz y agua indiscriminados. La comida era insuficiente para todos, por lo que estaban empezando a fatigarse con facilidad. No sabían nada de lo que ocurría fuera de aquellas paredes, lo que provocaba ya un estado de paranoia acusado en varios de los huelguistas asediados. Estaban en definitiva a muy poca distancia entre la resistencia suicida o el abandono derrotista de su protesta.
Entre tanto, los huelguistas presos en la galería minera fueron sacados de allí. Cohen obedecía una orden de las Naciones Unidas de La Tierra, que al fin habían tomado una primera decisión. Debían ser trasladados en secreto a La Tierra para conocer de primera mano las reivindicaciones. Bresadola los embarcó en una nave rápida de pasajeros. Por lo demás, Cohen mantuvo el asedio al edificio de ocio, en lo que era ya un mes y cinco días.
Cuando la nave de los huelguistas presos en Marte, pero trabajadores suspendidos temporalmente en La Tierra, partía en dirección a La Tierra, las dos naves precedentes con la producción pendiente de envío a Marte estaban prontas a entrar en la atmósfera terrestre. El capitán de aquel convoy comenzaba ya las secuencias de entrada en la órbita gravitacional del planeta madre.
Minas de Marte preparaba el aterrizaje de las naves. La actividad en sus pistas para naves galácticas era muy viva, aunque era mayor dentro de los hangares que debían recibir los cargamentos. Desde los edificios de control se emitían ya todos los parámetros necesarios para la maniobra. Los periodistas fueron invitados para que informaran de una apariencia de normalidad en los envíos desde Marte, a pesar de que en realidad era un envío fuera de lo corriente. Todos estaban ya atentos al cielo cuando la primera nave transporte hizo su aparición. Era apenas un puntito diminuto y brillante que parecía crecer con rapidez. En breve se posaría sobre el suelo con su estruendo habitual. Los periodistas y los técnicos miraban con sus cascos para los oídos bien colocados en sus cabezas. Todos con las miradas alzadas, sólo las caras públicas de Minas de Marte no las alzaban. Estaban preparando mentalmente todo aquello que debían decir cuando se produjese el aterrizaje. Se ordenó a la tripulación desde los telecomunicadores que sólo se relacionase con el personal técnico habitual, a pesar de que encontrarían numerosa prensa cuando salieran. La segunda nave hizo aparición en el cielo, como otro minúsculo y brillante objeto veloz. Ambos puntos se acercaban de modo previsible ante la expectación que producía su llegada. Dentro de los edificios de control todos los ordenadores funcionaban frenéticamente. Sólo un técnico, Karagounis, miraba su ordenador sin expectación, si no con extrañeza. La nave capitana del convoy había dejado de emitir una de sus señales de vuelo. Era una señal no muy importante, pero no era habitual que se desconectase en una entrada en la atmósfera. Fue cuando los periodistas que miraban a través de los ventanales con su mirada alzada hacia las naves no supieron diferenciar un fulgor de un par de segundos del brillo que hasta entonces habían estado observando. La primera nave comenzó a zigzaguear en el cielo e intentaba levantar el vuelo en lugar de seguir descendiendo. Karagounis llamó al técnico director de la base para decirle que se había apagado una segunda señal de la primera nave, fue ese el momento en el que casi todo el personal comenzó su nerviosismo y un aumento de sus voces sin dejar que Karagounis pudiera comentar lo que había notado. Casi todas las señales de transmisión se apagaban, eran equívocas o ambiguas. Los periodistas comenzaron su actividad frenética de retransmisión de los hechos. De repente sí distinguieron claramente un segundo gran fulgor saliendo de la nave capitana. A continuación una estela de humo blanquecino dibujó en el cielo la trayectoria imprecisa de aquella nave. La segunda nave, que había recortado su distancia con la primera, trató de esquivarla. Lo logró con un fuerte giro hacia la derecha en una primera ocasión. Trataba de alcanzar el suelo terrestre para aterrizar cuando la primera nave, en otro zigzagueante giro descontrolado, viró de súbito hacia ella. Un tercer fulgor y un gran estruendo posterior dejó ver como la primera nave parecía estar cayendo en picado, sin vuelo alguno ya. Impactó de pleno contra la segunda nave, que había ganado algo de distancia. Todos los periodistas y técnicos observaron atónitos lo que ocurría. Con la boca abierta por unos segundos, los suficientes para darse cuenta de que los numerosos fragmentos de ambas naves, así como las naves, se precipitaban con violencia hacia el lugar donde deberían haber aterrizado. Todo el mundo comenzó a correr despavorido tratando de alejarse de los ventanales y, sobre todo, de salir de los edificios huyendo de aquella zona. Derribaron mesas, sillas y ordenadores, atropellándose entre ellos, para colapsar cualquier tipo de entrada a puertas y ventanas. Un sonido ensordecedor, como si estuvieran en medio de un trueno, invadía el lugar junto a una fuerte luz blanca en crecimiento. El calor comenzaba a ser insoportable. Una lengua de fuego y destrucción barrió el lugar en poco tiempo.
Las Naciones Unidas de la Tierra tenían a la opinión pública mundial muy alterada y consternada por el inexplicable accidente de aquellas naves. El periodismo más veterano en asuntos coloniales había muerto en aquellos sucesos. Las teorías paranoicas de conspiración ocupaban ahora los medios de comunicación sin que más de la mitad de ellas fueran mínimamente comprobadas siquiera. Hacían las delicias de las mentes más ávidas de lo escabroso. Se habían perdido numerosas vidas humanas, buena parte de ellas eran los principales ingenieros y técnicos que habían controlado hasta entonces los viajes entre La Tierra a Marte y al revés. El propio envío de la producción minera marciana se había perdido irremediablemente y la huelga proseguía paralizando la posibilidad de que el próximo envío se realizara en sus fechas correspondientes, incluso si se hubiesen puesto a trabajar en ese momento la producción estaba ya gravemente afectada para las necesidades del planeta metrópoli. En consecuencia, al día siguiente de aquel trágico accidente casi todos los negocios mundiales registraron una desconfianza tal en el mercado que muy pocos se salvaron de protagonizar perdidas. La situación continuó inalterable en las dos semanas siguientes. Las empresas medianas comenzaron a sentir los estragos de la falta de pedidos de las grandes empresas, por lo que las pequeñas empresas sufrieron más aún la escasez de pedidos de las medianas empresas y de la gente de la calle, pues el desempleo aumentó. Los empresarios de La Tierra comenzaron a despedir a sus empleados con la esperanza de mantener sus ritmos de vidas multimillonarias. Los precios aumentaron. Las Naciones Unidas de La Tierra trataron de acordar alguna medida, pero en la tercera semana desde el accidente aún debatía sobre el asunto. La población mundial cada vez mostraba más su descontento, sin embargo el paso de los días hacía que ese descontento fuese limándose hasta llegar a ser sólo quejas sin llegar a organizarse más allá del disgusto. En parte esa aparente calma la había logrado los comunicados de Minas de Marte, los cuales habían sabido elaborar mensajes de normalidad dentro de la anormalidad de la situación. Habían presentado una crisis colonial, económica, política y social que no se sabía qué rumbo tenía, como una mera crisis pasajera, por dura que fuera, dentro del sistema establecido. Eso adormecía en lo posible las posibilidades de que se desbocara el descontento mundial.
Los mineros en huelga se encontraban asediados dentro del edificio de ocio desde donde practicaban su resistencia. Los cortes de agua duraban ahora mayor tiempo que al principio del encierro. Habían tomado la decisión de defecar en el suelo de determinadas salas del edificio con el fin de poder beber el agua de las cisternas de los inodoros. El nivel de vida alcanzado dentro de aquella situación había alcanzado la gloriosa dimensión de un nauseabundo estancamiento que les amenazaba ahora con la enfermedad a falta de alimentación, ejercicio, higiene y salubridad. No sabían nada de lo que había ocurrido en La Tierra, como nada sabían al respecto de su huelga más allá de las paredes que veían con sus ojos. El asedio al que les sometía los cuerpos de seguridad de Minas de Marte era total y absoluto incluso en lo informativo. Aquello era como cortarles también su sentido sensorial, y en buena parte su raciocinio para contemplarlo todo desde mayores perspectivas que les permitiera una nueva visión para una negociación que, no sabían, era imposible desde que Cohen, el jefe de seguridad y policía de Marte, tomó posesión de la dirección de Marte.
Las noticias del catastrófico accidente en La Tierra habían llegado al nuevo despacho de Cohen con inmutable mutismo. Cohen valoraba la situación con un corto y miope sentido estratégico que le hacía diferenciar los hechos de La Tierra y los de Marte más independientes entre sí de lo que realmente no lo eran. Para él la máxima preocupación era atajar cuanto antes la situación marciana. Si no había eliminado ya la resistencia de aquellos mineros no era por otra cuestión más allá de no haber recibido ninguna confirmación positiva de Minas de Marte ni de las Naciones Unidas de La Tierra sobre sus reiteradas peticiones de que le enviasen nuevos mineros que cubrieran la extinción del trabajo de los huelguistas. No comprendía de costos, contratos, ni derechos adquiridos. Necesitaba a aquellos mineros para poder dirigir Marte en buenas condiciones algún día mientras no supiera que fuese a tener nuevos obreros; obreros nuevos que, para su desquicio, le eran negados ya por silencios administrativos, ya por negaciones directas, ya por negaciones indirectas.
Los dirigentes huelguistas presos de Marte llegaron a La Tierra en total secretismo. Se cumplía en esos momentos dos meses y medio del comienzo de la huelga marciana. Los familiares de los mineros llegados ni supieron de ello. Legalmente para la dirección de las Minas de Marte en La Tierra y para las Naciones Unidas de La Tierra eran oficialmente suspendidos temporales de empleo y sueldo, excepto Garamond, que era un cargo destituido y acusado legalmente de abandono de sus funciones y socorro a la huelga. Sin embargo, en la realidad más práctica, todos eran literalmente presos, presos como lo habían sido desde que Cohen los había encarcelado en Marte.
La situación en La Tierra era de acuciante crisis. El lamentable accidente ocurrido no sólo había creado una profunda brecha psicológica mundial, sino que también había creado un estado de pavor mezclado con oportunismo sibilino de parte de las grandes empresas de La Tierra. Todas habían jugado sus intereses a preservar sus ingresos aunque fuera a costa de destruir empresas intermedias y pequeñas llevándose de por medio a una buena parte de las personas que trabajaban en ellas. Todas mostraban grandes pérdidas económicas en sus haberes comerciales, lo que les servía de gran excusa para buscar ahorros cerrando centros, fomentando despidos masivos de trabajadores, y presionando para lograr el poder de pagar sueldos bajos y despidos abaratados. Pero ninguna mostraba como por detrás de los periodistas, a escondidas de ellos, manejaban aún grandes negocios y pactos que en realidad no mostraban enormes pérdidas, sino ganancias menores. Una de las grandes beneficiadas, paradójicamente, era Minas de Marte, quien a la postre guardaba las reservar excedentes de envíos minerales anteriores incluso al inicio de la huelga. Ahora los podía vender al triple y al cuádruple de su precio real con la falsa excusa fácil de hacer creer de tener que aumentar el precio dada una escasez a costa de la huelga y, sobre todo del accidente. Algunos economistas se dieron cuenta de que el accidente, aunque de gran impacto traumático popularmente, no significaba una pérdida tremenda como para afectar al mercado de aquella manera. Pero los medios de comunicación hábilmente informados por el secretario de prensa de Minas de Marte alimentaron la idea contraria. El accidente, con su importante coste en vidas humanas, era, para Minas de Marte, una gran pérdida también por la destrucción del último envío de los minerales de Marte desde el comienzo de la huelga. El traumático recuerdo de las muertes horribles de aquel día hacía de aquello una verdad a la que no se le podía oponer ningún “pero”. Los economistas que hacían ver que económicamente hablando aquello eran falacias eran acallados bajo un vapuleo general de la sociedad hacia sus personas. Un solo envío de medio cargamento de Marte se transformaba de este modo en la pérdida más catastrófica del sistema colonial espacial en el que se había basado La Tierra en las últimas décadas. Una hecatombe que, obviamente, llevaba a la crisis de los despidos y las subidas de precios que los trabajadores aceptaban como mártires y corderos ante el matadero. Entre tanto, Minas de Marte, subía el precio de sus materias primas por encima de lo razonablemente humano, en cuanto a esas subidas de precios afectaban negativamente a las vidas de millones de personas.
Para Minas de Marte era fácil achacar la continuación de los males de aquella crisis a los males que propagaban aquellos que eran los culpables: los huelguistas. Les resultaba fácil vender la idea de que el traumático accidente no se habría producido si no hubiera sido un envío excepcional por culpa de su huelga. Se había realizado, según ellos, con prisas y negligencias. Por tanto, poco a poco, las iras de millones de desempleados que comenzaban a no tener ingresos con los que poder comer, comenzaron a enfocarse contra los mineros huelguistas de Marte. Las Naciones Unidas de la Tierra mandaron una orden a Cohen, nuevo gobernador y autoridad de los cuerpos de seguridad y policía de Marte, para que detuviera a Bresadola, máximo cargo responsable de los viajes de Marte a La Tierra. Cohen cumplió la orden complacido en una rapidez inusual. Sin embargo, a expensas de saberlo Minas de Marte y las Naciones Unidas de La Tierra, Bresadola fue ejecutado de un disparo en la cabeza en el mismo momento de su presunta detención. Su cuerpo fue enterrado por una galería minera dinamitada por la policía marciana.
Nadie informó de varios de los informes secretos acerca de las causas del accidente de las naves de Marte. Fallos en los motores y los dispositivos de dirección de vuelo por falta de revisiones periódicas obligatorias. Aquellas revisiones, por normativa y por ley, corrían a cargo de Minas de Marte y en última instancia por la de las Naciones Unidas de La Tierra. Enterraron las carpetas mal numeradas en cajas de cartón dentro de las profundidades de las galerías de un enorme archivo tan grande como un cementerio.
Tras varias semanas de interrogatorios y celdas los líderes huelguistas en La Tierra fueron enviados a prisión bajo la acusación de sedición. Habían intentado con su huelga, decía la sentencia, subvertir el orden mundial y atacar a la sociedad de las Naciones Unidas de La Tierra. La lamentable situación en la que se encontraban millones de personas, en deplorables condiciones de vida por falta de un sueldo, era algo que habían perpetrado ellos para conseguir sus objetivos privilegiados por controlar la producción minera marciana de la que dependía el planeta madre. Todos fueron condenados por ello a prisión incomunicada de por vida sin posibilidad de redención ni reducción de pena. Labordeta en concreto, representante sindical de los obreros de Marte, fue acusado de autor intelectual y cabecilla de la insurrección marciana, por lo que fue acusado de las máximas responsabilidades de sedición junto a Garamond, antiguo director de las Minas de Marte en Marte. Una pequeña modificación de la declaración de derechos humanos por las Naciones Unidas de la Tierra permitió su condena a muerte, en consideración de que su responsabilidad había ocasionado la muerte por hambre de numerosa población africana y asiática por falta de suministros, así como de la hecatombe humana que suponía la crisis económica en la vida de los millones de habitantes de todo el planeta madre.
Fueron ejecutados sin más premura dos días después.
Minas de Marte había perfeccionado una serie de androides que ahora eran capaces de realizar labores mineras con apenas la asistencia de unos pocos técnicos. Fueron enviados a Marte con el aplauso mundial de los habitantes de La Tierra. Los famélicos huelguistas de Marte fueron liberados por Cohen de su asedio el justo tiempo para ser asesinados por los disparos de sus agentes cuando salían del edificio de ocio. Los que aún buscaron refugio de nuevo en el interior fueron bombardeados. Las Naciones Unidas de la Tierra se hicieron llamar desde entonces: Las Naciones Unidas de La Tierra y Marte. Cohen ya no admitía relevos en su mandato supeditado a La Tierra, ante la mirada atenta de su segundo de mando.
Los familiares de los huelguistas de Marte nunca olvidaron.
Por Daniel L.-Serrano (Canichu, el espía del bar).
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2 comentarios:
relato en el mejor estilo Canichu, felicidades!!!
Muchas gracias, Harry, me alegra que te guste.
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