Estamos en un momento donde las relaciones de España con Hispanoamérica atraviesan una crisis de relaciones con Venezuela y otra con Argentina, a la que hay que sumar también un par de países de Centroamérica. Nuestra Historia común nos hermana, por más que algunos hispanoamericanos aún llamen a España "la madre". Lo cierto es que las independencias de Hispanoamérica en el siglo XIX se hicieron consolidando un relato férreo de colonialismo y dominación que respondía más a las realidades de los mundos anglosajones y francófonos, aunque con los Borbones en el siglo XVIII las políticas de centralización del poder entendieron las tierras de ultramar al modo como las habían entendido en Francia, supeditadas, cuando en realidad en España se las tenía como virreinatos, esto es: en igualdad al resto de los territorios españoles en la península. No olvidemos nunca que quien potenció el esclavismo africano fue Carlos III. Que los principales historiadores hispanistas hayan venido del mundo inglés consolidaron para España los términos de colonia tal como ellos lo entendían, lo que, junto a la leyenda negra, hace que la Historia quede diluida en una realidad que no es exactamente la que fue. A partir de las independencias del siglo XIX se debían crear nuevas naciones (no entraré en las innumerables guerras territoriales entre los independizados) y para ello crearon un relato de buenos y malos, de imperialistas y dominados, todo lo más, los principales artífices de aquellas independencias habían sido criollos de origen español, salvo los casos de México, con Morelos, o de la parte de Venezuela en la que combatió Páez. Las últimas independencias, de ese periodo (hay que recordar que en realidad los últimos territorios independizados de España se dan en África en el siglo XX), las de Puerto Rico, Cuba y Filipinas (más Hawaii, Guam y otras pequeñas islas) lo hicieron cuando ya estaban reconocidas como provincias de ultramar en mismos derechos que el resto de provincias, dando por salvados los perjuicios de la centralización que hicieron los Borbones, la cuestión es que eso ya no les era suficiente, especialmente en Cuba tras atravesar nada menos que tres guerras de independencia, cuatro si contamos como guerra una revuelta de varios meses, tras la Guerra Chiquita.
Sea como sea, las relaciones entre españoles y americanos son buenas, aunque es cierto que ellos tienen insultos especiales para los españoles, bromas, burlas, chistes, y una obsesiva falta de realidad al creer que todavía queremos gobernarles desde aquí en una inexplicable e indefendible acusación permanente de imperialistas, la cual funciona bien entre las clases populares, creando una retórica social y política útil cuando se necesita echar mano de una razón de ser identitaria unitaria o bien un enemigo al que acusar para unir en torno a ti a los que, de otro modo, no se unirían a ti y tus ideas. Es parte de la construcción nacional iniciada en el siglo XIX y que en 1992, con el quinto centenario del descubrimiento, se quiso dar por superado y entendernos ambos como algo más complejo y unido que eso, visión que siguen hoy día algunos historiadores e intelectuales de ambos lados, como se vio el año pasado con motivo del bicentenario de la independencia de México, pero que periódicamente se dedican a dinamitar determinados políticos, como está siendo el caso actualmente.
Al margen de todo, y visto lo visto, aunque no tenga nada que ver, ya que se ha hablado del pasado español en América, me apetece compartiros en una serie una de las conquistas de América española menos conocida, siempre tapada por la del Caribe, México y Perú. Con motivo de un trabajo de investigación para la asignatura Historia de América durante mi carrera universitaria en la Universidad de Alcalá de Henares, que entregué el 9 de febrero de 2003 al profesor Lucena, del 4º curso de la Licenciatura de Historia, traté sobre la conquista del Río de la Plata, que comprendería los territorios de Argentina, Uruguay, Paraguay (una de estas partes sería portuguesa pero se metieron los españoles), y es mucho más complejo, porque las remontadas de ríos aún implicarían partes del propio Brasil citado, parte de lo que hoy día sería el sur de Bolivia, por entonces del Perú, e incluso una parte chiquita del norte de Chile. Es la conquista más sacrificada (especialmente por hambre) de las que hubo, pero es la menos conocida, así que, empezamos con ello, a quien le interese. Saludos y que la cerveza os acompañe.
LA CONQUISTA DEL RÍO DE LA PLATA
Introducción:
La conquista del Río de la Plata fue extensa y de muy pocos beneficios económicos. Se inició con una doble intención de carácter beneficioso: encontrar el paso interoceánico que llevaba a las Indias de las especias del gran Khan, o en todo caso asegurar los territorios que garantizasen el control de ese paso tras el hallazgo de Magallanes, y por otro lado encontrar lugares míticos llenos de riquezas, como la Sierra de la Plata o las ciudades de los Césares. No se halló nada de todo aquello, pero la región era estratégica, como ya se ha dicho, y muy rica para la ganadería y la agricultura (en algunos sitios). Además, su proximidad a los territorios portugueses del Brasil la colocaba en un buen lugar para el tráfico de esclavos o incluso para el contrabando. El puerto de Buenos Aires comunicaría el Potosí con el Atlántico, cobrando así la conquista del territorio un gran significado. Muchos de los que participaron en la empresa no eran gentes ricas, por lo que no tenían mucho que perder, salvo la vida. El hambre fue lo que más estragos hizo entre estos conquistadores. Se vieron obligados a trabajar con sus propios medios más que en otras zonas. No supieron convivir con los indios, de los que podían haber aprovechado sus estructuras y medios de subsistencia ya existentes. Fue tal la desconfianza que se generó entre indios y blancos que el propio Irala dictaría una ley el 22 de Septiembre de 1545 por la que debían llevar todos los españoles las armas siempre a mano, aún estando en compañía de indios amigos. En 1589 Alonso de Vera y Aragón repetiría la orden. Los indios de esta zona combatían a muerte. No consideraban dioses a los hombres venidos del mar. Aunque no usaban veneno en sus flechas, a diferencia de los indios de otras regiones de Sudamérica. Eran, además, conscientes del hambre del enemigo y usaban de la selva para atacarles ocultos, lo que generaba gran terror. Aunque también es cierto que, por lo general, los indios del interior de esta zona eran más pacíficos que los más próximos a la costa; esto ocasionó que los españoles distinguieran en sus crónicas entre indios buenos e indios malos, asignando a cada grupo determinados calificativos, como hijos del Diablo, o como piadosos, etcétera.
Los indios del Río de la Plata no pertenecían a ninguna Alta Cultura americana. Si acaso los que vivían en los contrafuertes de las cordilleras andinas habían tenido algún contacto con el Imperio Inca y conocían la agricultura a la par que eran sedentarios, tenían cierta organización y se les trata en los escritos como hombres de razón. Tenían regadíos y usaban terrazas en las montañas para cultivar. Pero los que habitaban en las zonas bonaerenses y en las del Paraguay no eran así. Los primeros eran principalmente recolectores, y los segundos horticultores. Estos trabajaban para que subsistiera la familia y para satisfacer los deseos mínimos. Vestían con lana o cueros labrados, cuando no iban desnudos. Los bonaerenses no parecían tener, ante los ojos de los españoles, un orden por el que regirse. Aunque en realidad tenían cierta estructura social. Los hombres cazaban, las mujeres se encargaban de los hijos, de la recolección y de la casa mayor. Trabajaban una o dos mujeres para cubrir las necesidades básicas. Más era algo innecesario e incomprensible. El concepto de vago para los indios era el de un hombre que no trabajaba lo suficiente para alimentar a los suyos. Entre los horticultores de Paraguay los hombres guerreaban, preparaban los predios para la agricultura, cazaban y construían las viviendas. Las mujeres pescaban y recogían frutos. Los distintos grupos indios intercambiaban técnicas entre sí. La llegada de los españoles fue algo rompedor. Al principio los españoles usaron de las técnicas indias y de los cultivos indios (confección y tintes de telas, cultivo de maíz, poroto, batata, mandioca, maní, zapallo, tabaco, algodón...). Aunque también los españoles introdujeron el trigo, la vid, las legumbres, el lino, los carros tirados por bueyes e incluso el antiguo arado simétrico que era poco útil para labrar la tierra suelta del lugar.
El presente trabajo tratará sobre todo el proceso de la conquista del Río de la Plata, el cual se enmarca a lo largo del siglo XVI en este contexto descrito. Las fuentes utilizadas provienen en su mayoría de historiadores contemporáneos de origen iberoamericano. Algunas son de las décadas relativamente recientes en las cuales existía una dictadura en Argentina, por lo que a veces exaltan en exceso la figura del conquistador blanco y católico. Otras son más actuales y manejan fuentes directas de los sucesos, las cuales adjuntan a sus libros, por lo que también me he beneficiado de ellas. Son estas fuentes primarias de gente como Cabeza de Vaca, Díaz de Guzmán, Centenera, Schmidl, Groussac o Rojas. Con lo cual algunos son de muy primera mano, al ser ellos mismos protagonistas y testigos de los hechos. En general esta historia se recoge desde España entre la exaltación nacional argentina y el destacamento de pequeñas historias de la conquista acerca de anécdotas o de minorías cuyo pasado se revisa hoy (como el de las mujeres, los indios o los esclavos). Las fuentes de Internet usadas me han brindado sobre todo tener acceso a una mejor información acerca de la introducción de la ganadería en el Río de la Plata, la cual será la principal fuente económica de Argentina.
La conquista de El Río de la Plata comprende el norte argentino, de Buenos Aires a Tucumán, más las remontadas del Paraná y el Paraguay, comprendiendo así también la conquista de las zonas que actualmente son Uruguay y Paraguay. Prácticamente esta conquista se entiende hasta más o menos la zona donde comienzan a alzarse los Andes, ya que la intención última era encontrar la Sierra de la Plata o del Oro, la cual en realidad no era otra cosa que las minas de Potosí, a la cual accedieron antes aquellos que conquistaron el Imperio Inca. El resto de Argentina fue conquistado poco a poco a lo largo del siglo XVII y el XVIII. Aún en el siglo XIX algún presidente de la República Argentina inició campañas en La Pampa para expulsar a los patagones que quedaban. Pero, como hemos dicho, sólo nos ocuparemos de la zona Platense.
Primeras llegadas al Río de la Plata.
El primer viaje europeo no probado, pero sí hipotético, lo habría realizado Americo Vespucci en 1501 (Brasil era conocido por sus costas en 1500). Aunque es poco probable que Vespucci hubiera llegado tan al sur de América en aquella fecha. De igual modo existen dudas acerca del segundo viaje por el Plata. Este le habría realizado Juan Díaz de Solís en 1512, según se contaba en un informe de 1531, escrito por Juan Suárez de Carbajal, el cual se ha perdido. Algunos documentos portugueses y españoles parecen avalar la primera llegada en torno a 1512 o 1513. De hecho existen referencias portuguesas de dos viajes clandestinos en 1513 y 1514. Don Nuño Manuel y Cristóbal de Haro habrían participado de esos viajes, llevando a Juan de Lisboa como piloto. De hecho, otro personaje del que luego nos ocuparemos, Diego García, escribía en 1527 que era la segunda vez que él descubría el Río de la Plata. Esta referencia se ha querido poner en consonancia al viaje de Solís de 1512, o bien a diversos viajes clandestinos portugueses. Portugal pudo hacerlo, pues en 1506 Martín Alfonso de Souza había fundado San Vicente en las costas brasileñas.
Sea como sea parece que la intromisión portuguesa en esa zona de América incitó al rey Fernando el Católico a consolidar ese territorio, el cual era propiedad suya según el acuerdo alcanzado con Portugal en Tordesillas. El interés inicial era hacer que el territorio permaneciera bajo control español, ya que en él se podría hallar el posible paso interoceánico que llevaría a las Islas de la Especias. El 24 de Noviembre de 1514 le concedió a Juan Díaz de Solís una capitulación en la ciudad de Mansilla. En ella se decía que debía explorar las tierras a espaldas de Castilla del Oro (Panamá), la cual había sido descubierta hacía poco al descubrirse el océano Pacífico (el Mar del Sur, hallado por Núñez de Balboa), por una extensión de 1.700 leguas como mínimo, tras esa distancia se creía que empezaba el territorio perteneciente a Portugal. Lo que quería decir que le conminaba a encontrar y usar el paso interoceánico en el sur americano. Había prisa por llegar a las Molucas, que eran las Islas de las Especias buscadas. Los preparativos de la expedición corrieron al cargo económico del Rey, dado el interés que tenía en el hallazgo de la ruta marítima. Se preparó secretamente. No había que llamar la atención para impedir que Portugal u otra nación se anticipase. Se dispusieron tres navíos con sesenta personas, los cuales partieron el ocho de Octubre de 1515, del puerto de San Lucas de Barrameda. El Rey le concedió 4.000 ducados, de los que la Casa de Contratación recibió 16.544 maravedíes por pólvora y seis pasabolantes, y 27.750 maravedíes más para dos lombardas. Por lo que parece que entrañaban un viaje peligroso. El viaje duró tres meses y medio. Los diarios de a bordo se perdieron, pero tenemos la narración de manos de un cronista. Solís bordeó las costas de Brasil antes de entrar en el Río de la Plata. Llamó al estuario Mar Dulce, ya que no se veía el otro lado de la costa y le pareció un mar, pero al ser en realidad un río era de agua dulce. Sin embargo, en Febrero de 1516, debido a los hechos del viaje, se decidió cambiarle el nombre por el de Mar de Solís. El nombre fue cambiado de nuevo en tiempos de Caboto (también conocido como Cabot, o como Gabotto) por el de Río de la Plata, al descubrirse que en realidad era la desembocadura de varios ríos y al unirse a varias leyendas acerca de la falsa riqueza argentífera de ese territorio (supuesta riqueza que fue la que impulsó en parte la conquista).
Navegando por la ribera norte observó que los indios les observaban y les ofrecían sus pertenencias dejándolas en el suelo. Solís quiso desembarcar para tener un primer contacto y un primer rescate con los indios. Bajó a tierra junto con ocho hombres, entre los que se encontraba el contador Alarcón, lo que indica una clara predisposición a intercambiar productos. Tal vez los españoles buscaban reponer alimentos después de la larga travesía. Lo que no sabían Solís y los suyos es que los indios ya habían recibido visitas portuguesas, de las que habían recibido malos tratos. Su acto era en realidad una emboscada en la que perdieron la vida todos los desembarcados, salvo el grumete Francisco del Puerto, el cual será relevante posteriormente. Los de las embarcaciones, horrorizados por lo que habían visto, decidieron regresar a España, al mando de Francisco de Torres, cuñado de Solís. Encontraron una isla a la que llamaron De los Lobos, ya que allí se abastecieron de carne de animal, que sazonaron para el viaje. A la altura de la isla de Santa Catalina se hundió una nave. Por esto se quedaron allí ocho personas más, entre ellos dos marineros llamados Melchor Ramírez y Enrique Montes, también importantes posteriormente. Seis de esos náufragos fueron recogidos por un buque portugués y llevados a Lisboa, esto es lo que hizo público el viaje a ojos internacionales. Portugal protestó sin resultado, ya que los consideraba una intrusión en su territorio. Aunque el paso interoceánico no había sido descubierto.
Entre los veintinueve desaparecidos del viaje (entre muertos y náufragos) nunca regresaron a España Solís, Francisco del Puerto, dos oficiales reales (uno de ellos era Alarcón) y seis personas anónimas. También murió el despensero Martín García por causas naturales, por lo que se le enterró en una isla a la que se le dio su nombre, dentro del estuario. Los dieciocho marineros que quedaban del desastre de Santa Catalina cargaron palo de brasil en esta isla y en San Vicente para venderlo en Europa como tintoreo. Era el último recurso que les quedaba. Eso, junto a los cueros de lobo traídos, era el único beneficio que hallaron, el cual era muy pobre e insuficiente. Prueba de ello es que llegaron incluso a enajenar en Portugal el bizcocho sobrante de la expedición para intentar compensar un poco los gastos. El dieciséis de Septiembre de 1516 volvían a estar en Sevilla.
El siguiente viaje registrado a la zona lo realizó Magallanes en su búsqueda del paso interoceánico, el cual encontró en Enero de 1520. Este descubrimiento aceleró el deseo de querer asegurar la posesión de esas tierras como lugar estratégico. Lo que provocó gran cantidad de viajes portugueses y españoles a la zona. Magallanes llegó al Mar de Solís a mediados de Diciembre de 1519. Tras recorrerlo certificó que no se trataba de un paso, como él mismo también tuvo el error de pensar, sino de un gran río (aunque en realidad sea la confluencia de muchos ríos en su desembocadura). Tras estos descubrimientos empezó a usarse el nombre de Río de Solís, y no el de Mar de Solís. Esa fue su aportación a la conquista del Río de la Plata.
Según un documento de 1524, y otro más de 1528, Cristóbal Jacques viajó por el Mar de Solís en las fechas en las que Elcano completaba la vuelta al globo terráqueo iniciada por Magallanes. La llegada de Elcano y las noticias de la intrusión de Jacques precipitaron al rey Carlos I de España a asegurarse del territorio. Era 1522. El veinticuatro de Julio de 1525 fray García Jofré de Loaysa, obispo de Osma, presidente del Consejo de Indias y Caballero del Hábito de San Juan, partió con siete naves bien equipadas hacia aquel lugar. En realidad iba hacia Malasia y las Islas de las Especias. Una tormenta les dispersó y les envió demasiado al sur de forma inconexa de lo que pensaban, por lo que regresaron, por imposible de continuar, a España. En Santa Catalina quedó un desertor de su tripulación que más tarde encontraría Caboto.
En 1526, el año del inicio de la expedición de Caboto (la cual puede considerarse la que inicia la conquista propiamente dicha), por orden Martín Alonso Souza salió de San Vicente una expedición terrestre mandada por Alejo García. Este portugués llevaba indios amigos consigo, probablemente unidos a los portugueses desde los territorios cercanos a la isla de Santa Catalina, unos dos mil con ropas algo europeizadas y con armas de metal para guerrear o por codicia suntuaria. Tal vez fueron en la expedición cuatro de los náufragos de Solís que rescataron los portugueses y llevaron a Lisboa en su momento. Llevaban consigo objetos de comercio, pues su intención era hacerse con el territorio mediante la confianza de los indios. Llegaron al promontorio de Paraguay llamado San Fernando. De allí intentaron llegar a Perú (el Imperio Inca), del que habían oído historias a los indios de grandes riquezas de plata. En Charcas se enfrentaron a un pueblo Inca de la periferia del Imperio. Hubo de regresar a Paraguay a la espera de órdenes provenientes de Brasil, pero murió antes, traicionado por los indios payaguás, en una emboscada. Los portugueses sin líder no abandonaron inmediatamente el lugar. Tras una fuerte borrachera general, quizá originada por la catástrofe de la expedición, la muerte de Alejo García y los horrores de la guerra, sin el botín que esperaban encontrar (aunque con algo de oro y plata logrados), hicieron una gran matanza de indios, en medio de su ebriedad. Muchos indios fueron apresados como esclavos y llevados de vuelta a Brasil, de donde fueron vendidos a Perú. El viaje de Alejo García abrió un mito: la ruta de Alejo. La posible existencia de un camino interior de Paraguay a Perú inspiró a muchos conquistadores en su búsqueda, ya que se empezó a relacionar con el mito de la Sierra de la Plata y la ciudad de los Césares, que más tarde se contarán pero que resultaron muy importantes en la conquista del Río de la Plata.
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