lunes, julio 03, 2023

NOTICIA 2241ª DESDE EL BAR: CAMBIOS ECO

El cambio climático es un hecho. No es una cuestión de ideología, es una cuestión que está ocurriendo y de la cual tiene responsabilidad el ser humano con su actividad especialmente desde el inicio del sistema capitalista en el siglo XVIII pero con especial incidencia y aceleración desde finales del siglo XX. Hasta alguna gran compañía petrolera ya sabía de los efectos aceleradores de su actividad al haber mezclado el sistema capitalista con la sociedad de consumo desaforado desde el final de la Segunda Guerra Mundial (Shell lo ocultó desde la década de 1970). 

Sistemas económicos a lo largo de la Historia han habido varios, el capitalismo y la sociedad de consumo no han sido lo único y exclusivo. Más o menos justos socialmente han existido varios... las sociedades tribales, el esclavismo, el feudalismo, el librecambismo, los autarquismos, etcétera. Llegados al punto actual hay incluso nombres muy destacados de las grandes empresas internacionales y de entre los grandes pensadores de la economía que empiezan a advertir que el capitalismo de consumo debe o bien extinguirse o bien mutar de manera radical, porque el cambio climático es un hecho y lo ha acelerado las ansias de amasar grandes fortunas a toda costa. Apuntan a crear un capitalismo ecologista (ecocapitalismo). En ese nuevo sistema económico por el que empiezan a trabajar no sólo se busca una nueva industria ecologista, si no que defienden que la política debe intervenir en la economía para regular y forzar a todo el mundo económico a actuar siempre con objetivos ecologistas, no sólo de negocio. Claro está que frente a los ecocapitalistas están los ecologistas que abogan por un nuevo sistema más basado en la reducción del consumo, la reutilización y el reciclaje, pues se están esquilmando todo tipo de recursos y contaminando todos los ambientes a base de una sociedad tan incitada a consumir que alimenta la rueda de fábricas sin parar con todas sus emisiones, así como fomenta economías con productos más cercanos al lugar de quien consume y evite la contaminación por los grandes traslados de los productos. En todo esto, unos y otros, se defiende que hay que introducir precios más justos para los auténticos productores, o sea: se encarecería todo, como daño colateral a la sociedad, pero como acto de justicia para quienes producen por ejemplo la fruta que comes.

Fue precisamente una ideología negacionista del cambio climático mezclada con intereses económicos la que hizo que durante el gobierno de Bolsonaro en Brasil se multiplicasen los permisos para arramplar con una gran cantidad de selva Amazona, uno de los pulmones del planeta, con tal de vender madera y ganar terrenos para producir la soja que se vende en mercados europeos o el café en los norteamericanos. Ante esto ya hay quien en las Naciones Unidas menciona algo que lleva décadas planteándose en ámbitos menos institucionales: hay regiones del planeta cuyo valor ecológico son vitales para todo el planeta, por lo que quizá debieran ser territorios de protección internacional, pero esto provoca reacciones contrarias por haber quien cree que eso es un ataque a las soberanías nacionales de esos sitios, neocolonialismo, y que, además, se necesitaría que todos aportaran dinero a esos países, pues viven precisamente de explotar esas regiones. El tema es delicado... y sólo es un esbozo. Yo mismo hablé de ello en la revista desaparecida Disemdi, en 2008, y lo publiqué luego en dos entregas en esta bitácora (Noticia 454ª y Noticia 456ª).

Ahora mismo en España, mediante las coaliciones entre PP y Vox en gobiernos municipales y autonómicos se ha colocado a un partido negacionista del cambio climático, Vox, en algunos cargos donde se controla precisamente temas ecologistas. Puede ocurrir también en el gobierno central si la suma de PP y Vox les da los números para desbancar a la otra posible coalición ganadora PSOE y Sumar. Queda así en el aire incógnitas en España como lo que pueda pasar con Doñana, con la gestión del agua en general, la obsesión por no parar de construir edificios nuevos en suelos aún sin tocar, la apuesta que tienen por el petróleo o bien las reticencias a las energías renovables, la obsesión por eliminar zonas peatonales o vías ciclistas como si ser una persona en bicicleta fuera poco menos que un radical peligroso de la extrema izquierda, un deseo que se intuye en el discurso de algunos de ellos sobre potenciar la industria automovilística de carburantes no respetuosos con el medio ambiente, o bien en la propia Alcalá de Henares con lo que pueda hacerse en el río Henares, etcétera.

Sin embargo, hay también un discurso que desde hace varias décadas hablan de que los jóvenes son la vanguardia de la lucha contra el cambio climático. Eso es un mito. Empecemos porque los jóvenes adolescentes del año 2000, que ya vivimos esto, sumamos veinte y tres años más, somos esas personas de cuarenta años a los que ahora acusan de culpables de todos los males sin autocrítica ni autorreflexión por parte de los acusadores. Porque así por ejemplo, si nos ponemos a señalar con el dedo, los patinetes y bicicletas eléctricos, muy usados por la juventud actual, tienen baterías cuya electricidad que necesitan al ser cargados también contamina en su producción, así como que esas baterías tienen vidas limitadas y son difícilmente reciclables. Terminan contaminando bastante mucho. Y esto con cualquier cosa con baterías que tanto gustan: telefonía móvil, dispositivos electrónicos portátiles varios, relojes inteligentes y un largo etcétera, por no hablar de los problemas ecológicos y sociales que provocan las extracciones de materias primas que necesitan, como el coltán, que provocó las llamadas "Guerras Mundiales de África", que empezaron en 1998 y que implican periódicamente a varios países africanos en torno al Congo. 

Pero no sólo es eso. El mes pasado Francia prohibió los vuelos aéreos de pasajeros civiles entre ciudades francesas siempre que se pueda llegar a ellas mediante el tren. Los vuelos de avión son altamente contaminantes, con la medida Francia pretende frenar sus emisiones contaminantes a la atmósfera. Es quizá una de las medidas más interesantes y que se podría exportar. La mentalidad del consumo también de nuestro tiempo libre es parte de esa cultura del ocio nacida en el periodo de entreguerras del siglo XX y potenciada desde después de 1945. Los vuelos de bajo coste económico de finales del siglo XX se unieron a campañas publicitarias que cuajaron en la sociedad en el pensamiento de que debías viajar a toda costa a todo tipo de ciudades de todo tipo de países, o a trasladarte en tu propio país en avión. No es sostenible. Muchos jóvenes están dentro de este pensamiento de viajar a gran cantidad de ciudades de otros países si pueden. Con esto quiero decir, junto a lo otro, que hay que dejar de señalar con el dedo unas generaciones a otras. Todas estamos metidas en esto. Debemos simplemente concienciarnos y actuar juntos.

Del mismo modo las ciudades y los edificios deberían empezar a construirse intentando aprovechar todos los medios naturales posibles para que en verano o en invierno no necesiten de recursos eléctricos para su temperatura, o en el caso de los espacios públicos no hagan efecto sartén. 

Poder hacer que la gente no tenga que desplazarse en coche a sus trabajos, intentar que los trabajos sean lo más cerca del hogar. Hay que intentar cambios en las vidas diarias. 

Pero también está en todos aquellos productores agrícolas que se saltan las leyes medioambientales. Aún a sabiendas de que están muy perjudicados y necesitan medidas para poder ayudarles a poder vivir y a mantener su necesaria labor, no es viable que hagan prácticas que, por ejemplo, desequen Doñana, o bien pescadores que arrasen con fondos marinos, etcétera.

Estamos en verano, disfrutémoslo, pero pensemos en todo esto y obremos en conciencia. El tiempo no espera a nadie.

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