En 2014 un amigo y compañero, Badila Badila Durruti, me comentó y ofreció su proyecto de hacer un proyecto colaborativo en el que él se estaba planteando realizar fotografías de determinados lugares de Alcalá de Henares para acompañar a la publicación de un relato de ficción que escribiría otro compañero ambientado en esa Alcalá de comienzos del siglo XIX, en un contexto de la Guerra de Independencia. Me ofrecía escribirles una introducción con notas históricas sobre ese inicio del siglo XIX en Alcalá. Me acuerdo de uno de aquellos encuentros en el desaparecido bar El Gato Verde, transformado más tarde en El Perro Verde, y muchos más tarde encuentros esporádicos en El Laboratorio o dónde nos cruzábamos. Acepté y me puse a investigar para completar lo que ya sabía. Para octubre de ese 2014, tenía escrita la introducción y se la entregué a Badila. Pero al final, como tantos proyectos de tanta gente, terminó la cosa frustrada... Hay tantos proyectos míos que he intentado sacar adelante sin que salgan hasta la fecha. Los motivos son más o menos claros, pero no es el momento de comentarlos. Estamos en febrero de 2020 y supongo que ha pasado un tiempo prudencial como para reconocer que aquel proyecto quedó en el cajón sin salida. Por ello, sin tocar en nada el texto de octubre de 2014, os comparto esa introducción y de paso sirva para acercaros una visión más y algo diferente a lo tópico sobre el inicio del siglo XIX en Alcalá de Henares, cuando comenzó un pequeño inicio de concienciación de pensamiento liberal, democrático. El siglo XIX tiene muchas novedades en Alcalá salidas a la luz en los últimos años en diferentes publicaciones ya sean de libros de investigación, tesis doctorales, conferencias o artículos de investigación publicados en libros de actas. Muchas de las nuevas aportaciones vienen gracias a la labor realizada por Julián Vadillo, otras con pequeñas contribuciones de otros autores, entre ellos Urbano Brihuega en cuanto a la educación o yo mismo sobre la presencia de revolucionarios franceses en la ciudad en 1793, aunque el que más trabajó el tema del liberalismo complutense decimonónico en fechas relativamente recientes había sido Gutmaro. En 2014 ya habían salido a la luz varias aportaciones nuevas, pero faltaban por salir otras. Cada vez se hace más necesario actualizar la Historia de Alcalá, sacarla de tópicos que falsean su pasado y que la anquilosan en algo que cada vez es menos cercano a lo que sabemos que ocurría, hay que completarla en una nueva obra de conjunto con aquello que se nos había perdido en la memoria y con visiones más de nuestro siglo y menos de otros siglos. Como sea, os dejo la introducción en cinco partes, y recuérdese que aunque tiene alguna innovación, compila en realidad muchos datos de gente que fue analizando el tema en diferentes épocas y sitios, con la contribución de aportar una visión de conjunto que pretende ser una introducción no definitiva. En todo caso hay que pensar que se trataba de la introducción a una publicación de un relato de novela histórica que nunca terminó de hacerse, no se trataba de un texto de Historia para la historiografía de la ciudad, con lo que, ante sus posibles fallos, pido disculpas de antemano a la vez que recuerdo el origen y destino inicial del texto.
Dejo en mayúscula el título provisional de la introducción, que es el título con el que trabajé para entregarle a Badila una primera versión del texto a la espera de posible revisión y cambio para adaptarlo a las necesidades del relato del otro compañero. Saludos y que la cerveza os acompañe.
Dejo en mayúscula el título provisional de la introducción, que es el título con el que trabajé para entregarle a Badila una primera versión del texto a la espera de posible revisión y cambio para adaptarlo a las necesidades del relato del otro compañero. Saludos y que la cerveza os acompañe.
UNA BREVE VISIÓN DE UNA NUEVA VIDA PARA ALCALÁ DE
HENARES EN EL SIGLO XIX
1.-
Alcalá de Henares en el siglo XIX, ¿Decadencia Universitaria y arzobispal, o
nuevo rumbo de importancia administrativa y militar?
“¿Qué
pueblo se engrandece sin causar la ruina de otro pueblo? ¿Qué ser existe que no
deba su vida a la vida sacrificada de otros seres?
La
sociedad se metamorfosea, si es valedera la frase, se renueva, y como
consecuencia lógica se renuevan las costumbres y se varían los usos.
La
misma ilustración que avanza, la misma civilización que vuela, causas son
principales de la centralización.
Mientras
vive la Corte, muere el pueblo…
He
aquí la causa verdadera de la decadencia de Alcalá: Madrid, que es el origen de
la decadencia, de la muerte de otros pueblos.
Cayó
Alcalá de Henares de su alto pedestal, ¿y qué de extraño tiene?”[1]
(Javier
Soravilla, ¡Cómpluto!, 1894.)
A
finales del siglo XIX, en 1894, el dictamen de Javier Soravilla sobre el porqué
de la decadencia de Alcalá de Henares era bastante claro. Unos años antes, en
1883, otro historiador alcalaíno, Esteban Azaña Catarineu había escrito sobre
el momento en el que él consideró que se produjo la confirmación total de una
ruina de la ciudad que habría dado comienzo previamente en el siglo XVIII, como
él también había explicado.
“El
año de 1836 cerró sus puertas la Universidad de Cisneros, y tras ella los
colegios, los pupilajes, y desiertos los claustros de los edificios de
enseñanza, fuéronse tras de la gente estudiosa, tras de la gente escolar,
numerosas familias, quedando muchas que de los estudiantes vivían, casi en la
indigencia; las casas a tres y a cuatro seguidas veíanse cerradas muchos
trechos de sus calles, la miseria se enseñoreaba de Alcalá; por otra parte, los
conventos de frailes no abrigaban dentro de sus claustros a sus respetables
comunidades, que villanamente asesinadas en Madrid, Barcelona y otros puntos,
habían sido expulsados, y en Alcalá (…) dejaban luto en el corazón, duelo en el
alma y al par que el sentimiento por su ausencia, el aumento de miseria, la
falta de recursos para los pobres. El estado de ruina de Alcalá, en cuyas
calles crecía la hierba como en el campo, cuyo sombrío y triste aspecto, al que
contribuiría la soledad de sus edificios, daban a la ciudad el tinte de un
pueblo encantado; por doquier ruinas, por doquiera edificios abandonados y
casas deshabitadas, hacían predecir la despoblación de Alcalá, o cuando menos
su reducción a la extensión de una pequeña villa (…).”[2]
El
hijo de Esteban Azaña, el escritor y político republicano Manuel Azaña, no
recordaría la ciudad de una forma muy diferente cuando escribió en 1927 su
novela con recuerdos de infancia, El jardín de los frailes. Recordaba
Alcalá con calles semivacías con edificios que fueron algo en otros tiempos,
pese a ser poco o nada entonces, y una calle Santiago donde vivía mucha gente
principal de la ciudad, la cual estaba llena de hierbas que crecían entre las
piedras del suelo y de las paredes. Así por ejemplo del edificio del colegio de
los escolapios donde él estudió bachillerato escribió:
“El
colegio de donde venía pasaba por bueno. Caserón prócer, muros desplomados;
sobre el dintel armas de berroqueña, suelo de guijas en el zaguán, oscuras
salas cuadrilongas, húmedas, a los haces del patio ensombrecido por la pompa
rumorosa de laureles y cinamomos.”[3]
También
de su propia casa familiar en la calle de la Imagen habla de un patio ruinoso y
de la cercanía a una plaza de San Bernardo que era “sepulcral”, del
mismo modo que menciona a las mujeres que iban a por agua a la fuente del
hospital de Antezana en el aletargamiento de “un pueblo desgarrado por la
congoja vespertina”. En cuanto al abandono o entrega de la vida de la
ciudad a las manos de órdenes religiosas, escribió el mismo autor la gran
falsedad que se ocultaba tras ese hecho:
“Frailes,
yo no los había visto. Alcalá fue en otros tiempos copioso vivero de insignes
religiones. En los míos era un pueblo secularizado, abundante en canónigos
pobres y sin demasiado celo proselitista, adscritos a la nómina que iban a
ganarse el sueldo cantando en el coro de la Magistral: ‘Deus in adjutorium deum
intende’… como otros empleados iban a la administración subalterna o al
Archivo. Había capellanes de escopeta y perro, o que imitaban al pie de la
tierra la vocación de los apóstoles pescando barbos en el Henares; curas de
rebotica y algunos goliardos. De los frailes quedaban los conventos reducidos
al cascarón, el nombre de los pagos más fértiles, que suyos fueron, y las
memorias frescas aún de sus luchas por el rey neto en la era fernandina. Para
la gente moza el fraile era un tipo corpulento, con barbas y sayal, rasurado el
cráneo, que lo mismo asestaba un trabuco contra los franceses que azuzaba a los
voluntarios realistas contra los ‘negros’.”[4]
Francisco
de Asís Palou, político complutense que intentó ser historiador a finales del
siglo XIX, hablaba de unas obras en 1859 en el edificio que fue la sinagoga, en
el Corral de la Sinagoga, que descubrieron la existencia de bóvedas de loza,
las cuales se taparon por encalarlas llanas de yeso[5]. Esteban
Azaña, igualmente político local, había escrito su Historia de Alcalá de
Henares animado por hacer correctamente el trabajo inconcluso y deontológicamente
cuestionable de Palou. La obra completa de Azaña presenta quejas parecidas. A
lo largo de sus mil treinta y tres páginas se puede leer en cada capítulo
descripciones de desamortizaciones, obras de albañilería, compras vecinales,
acciones de reclamaciones del ayuntamiento y restauraciones cuestionables de
edificios, monumentos, calles y plazas de la ciudad de las construcciones más
emblemáticas que los alcalaínos quisieron recuperar tras la gran
desamortización de 1836 y los abusos, demoliciones y desmantelamientos que
cometieron empresarios y políticos nacionales en las décadas siguientes. De la
década de 1850 a la de 1870, incluidas estas, se produjeron numerosos intentos
de conservación en mejor o peor medida. Destaca en el imaginario popular la
creación de la Sociedad de Condueños en 1851 para salvar los edificios que
fueron de la Universidad de Alcalá, así como las polémicas y los usos que se le
dieron o trataron de dar a cada inmueble, siendo la gran mayoría caídos en el
desuso y la ruina. Esteban Azaña es incluso muy crítico con lo que el consideró
dudosa restauración de la fuente romana del Juncal, la Calle Mayor, diversas
iglesias, entre ellas la de Santa María en la calle Libreros, o hasta la
inclusión de una torre con reloj en el Convento de Agonizantes transformado en
ayuntamiento, del mismo modo que lamentó aún más el abandono o pérdida de
importancia de algunas instalaciones como las del Palacio Arzobispal (usado en
sus épocas como Archivo Central del Estado), o el convento de las Bernardas.
Incluso llegó a la denuncia continua de los intentos del gobierno central del
Estado ya no de haberse llevado la Universidad a Madrid, sino también de
llevarse documentación, mobiliario y de intentar llevarse hasta los cadáveres
más importantes, como por ejemplo el del cardenal Cisneros, cosa que movilizó en
una manifestación con éxito a una gran mayoría de la población para impedirlo
justo cuando vinieron los que a Madrid se lo habían de llevar.
Mientras
todo esto pasaba en las décadas centrales del siglo XIX, otro historiador
alcalaíno, Quintano Ripollés, escribiría sobre el origen de la decadencia
complutense, la cual fijaba a finales del siglo XVIII. Decía:
“La
decadencia de Alcalá ofrece curiosos contrastes en el último tercio del siglo
XVIII: Muchas y buenas habitaciones, pero muy pocos habitantes, abundancia de
colegios y escasez de colegiales, mayoría de brazos inútiles para el trabajo
material, etc. Ayuntamiento y Universidad se culpaban mutuamente de tal
situación, cuando realmente era ajena a ambos, aunque a los dos afectase. Y las
disputas en el papel de oficio se trasladaban a la calle, transformándose en
pendencias, a veces, sangrientas, entre corchetes y estudiantes, aprovechando
tan fútiles motivos como las corridas de toros de la plaza mayor.”[6]
Lo
cierto es que la Universidad española del siglo XVIII tenía ya muy acusada la
crisis educativa y formativa que había tenido su comienzo en el siglo XVII,
cuando España decidió atar su destino al Concilio de Trento, de finales del
siglo anterior, y a los resultados religiosos y políticos de la Guerra de los
Treinta Años. El férreo celo de los reyes Austria porque no surgieran
cristianos protestantes de sus aulas fue lo que recibió en herencia la
Universidad del siglo XVIII de los Borbones. De ese modo, de ser el país con
las universidades más importantes en el siglo XVI, había pasado en el siglo
XVIII a ser el país europeo con las universidades que menos podían aportar a la
ciencia del momento. Por un lado, el dinamismo para que pudieran acceder a los
estudios superiores las clases sociales más bajas quedó prácticamente
interrumpido, y casi reservado para nobles y alta burguesía, que a menudo se
hacían incluso con el total de las ayudas de las becas, o bien imponían
normativas a los rectorados para impedir el acceso a determinadas personas con
procedencias diversas. La idea de que los nobles no debían trabajar con las
manos, pues era algo deshonroso en España, se extendía a la alta burguesía, que
por ese medio trataba de acceder a la nobleza a través de cargos y oficios como
licenciados titulados. La limpieza de sangre se exigió a lo largo del siglo
XVII también por las aulas. Se exigía a los alumnos ser descendientes de varias
generaciones de católicos sin mezcla de sangre con personas de otras
religiones. Aquello dio paso a la falsificación y compra de genealogías, pero
hubo un auténtico esmero en controlar este fenómeno que en realidad lograba dar
acceso con frecuencia sólo a los hijos de los nobles, que eran las personas que
más fácilmente podían aportar esa referencia a la que unían incluso méritos de
servicio en guerras y cargos de sus antepasados. Mientras Europa iba
descubriendo por otro lado metodologías nuevas como el empirismo o el
racionalismo, en España aún se centraba la enseñanza en la teología escolástica
propia de la Edad Media. En aquel siglo XVIII hubo incluso ministros ilustrados
que afirmaban que la única capacidad que funcionaba bien en la Universidad
española era la de copiar técnicas mecánicas del resto de Europa. Casi parecía
existir una parálisis para innovar. Eso no quiere decir que no existieran casos
concretos muy notables, o que la primera mujer con título universitario fuera
una alcalaína llamada Isidra de Guzmán en 1785, doctora por la propia
Universidad de Alcalá[7].
Todos
los Borbones quisieron cambiar este orden de cosas. En el caso alcalaíno
existía además la creencia popular en toda España de que, de ser la Universidad
más prestigiosa para obtener el título en Medicina, acceder con beca o bien
poder ser funcionario gracias a ella, Alcalá era ultramontana, en
contraposición de la Universidad de Salamanca, que sería lo contrario. Como el
propio Azaña dice para corregir el error, eso se debía a la existencia de una
sede episcopal en la ciudad y la existencia de numerosas capillas
universitarias en los diferentes colegios. La realidad de la Universidad de
Alcalá era muy otra, habiendo sido incluso una de las generadoras de comuneros
entre sus estudiantes de la década de 1520. Eso sin hablar de la Biblia
Políglota, confeccionada en esta Universidad, de la cual se pretendía que
fuera un instrumento para mantener la esencia católica, fue mirada con recelo
por el Papado cuando era un proyecto a causa de las ideas de Erasmo de
Rótterdam, el cual no fue excomulgado por ser un admirado pensador por parte de
Isabel I “la Católica”. El tópico ultramontano de la Universidad de Alcalá, aún
teniendo base, no era del todo real. Así por ejemplo, durante el Trienio
Liberal de 1820-1823, fue la Universidad de Alcalá la que se quejó formalmente
de la inexistencia en la región madrileña de sociedades patrióticas dedicadas a
difundir los ideales liberales y los valores democráticos de la Constitución de
1812, así pues fue ella la primera que lo hizo dentro del Colegio de Málaga,
hoy Facultad de Filosofía y Letras. Por no mencionar las numerosas personas que
aportó a la causa liberal y también a la afrancesada entre 1808 y 1814, durante
la Guerra de la Independencia, siendo el más notable el catedrático Roque Novella,
que llegó a formar parte del Consejo de Notables establecido en Bayona en 1808.
Sea como sea, Carlos III intentó crear una serie de reformas en la Universidad
de Alcalá para intentar que se abandonara el escolasticismo y se abrazaran
nuevas corrientes de pensamientos que enraizaran su enseñanza con la normativa
original creada por el cardenal Cisneros en el siglo XVI. Este intento de
Carlos III comenzó a darse en la década de 1760, sin grandes logros.
Tengamos
por cuenta también que volviendo a citar a Esteban Azaña, en sus capítulos
dedicados al siglo XVIII y a la decadencia de Alcalá de Henares, menciona como
muchos estudiantes dejaron de venir a realizar sus estudios a esta ciudad por
causa de que los vecinos habían subido el precio de las habitaciones y casas
que alquilaban, el precio de las ropas que necesitaban, el precio de la comida
que comían, el precio de los instrumentos que usaban en sus estudios, etcétera.
El encarecimiento de la vida para estudiantes y ciudadanos alcalaínos provocó
una bajada en las matriculaciones, según este autor. Más aún. Cuando se produjo
el Motín de Esquilache de 1767 uno de las iglesias jesuitas investigadas y
desmanteladas junto a su colegio es el de Santa María, en la calle Libreros.
Los jesuitas no volverían hasta el reinado de Carlos IV que comenzaría en 1788,
pero provocó un vacío de sus edificios en la ciudad, un traslado de edificio a
edificio y una falta de personas que siendo jesuitas acercaban a las aulas
algunas de las ideas ilustradas francesas.
A
partir de la década de 1790, sobre todo en torno de 1798, se iniciaría una
subrogación de los bienes de la Universidad dado que algunos edificios estaban
vacíos, o bien que algunas aulas y capillas ya no se usaban por falta de
alumnos. Carlos IV necesitaba mobiliario y dinero para sus nuevos palacios y
sus reformas palaciegas, por lo que supo aprovechar la ocasión ante la
impotencia y la subordinación alcalaína al rey[8]. La
Universidad irá adquiriendo desde entonces personas entre sus catedráticos y
alumnos proclives a las ideas liberales, como se ha dicho, algunos serán
afrancesados, otros no, simplemente liberales fernandinos. Aún así, es cierto
que tenía algunos catedráticos muy enervadamente partidaria del Antiguo
Régimen.
La
Universidad vivió un primer sobresalto en 1814 de manos de los propios
liberales. La Constitución de 1812, a la que la ciudad rindió honores y lealtad
en 1813, lo que le costó caro el 21 de abril con una fuerte represión no exenta
de violencia, destrucciones, saqueos y violaciones por parte francesa, había
dado poderes al gobierno constitucional de Cádiz. Estos valoraron que era
escandaloso que la capital no tuviera su propia Universidad. Dictaminaron que
la Universidad Complutense, que es la alcalaína, debía trasladarse a Madrid. El
gobierno local y el universitario se quejaron alegando el pasado histórico, los
honores alcalaínos, la existencia de capitales europeas sin Universidad dentro
de ellas mismas y la vida disoluta que llevarían los estudiantes en una ciudad
grande. La derrota de José I trajo al trono a Fernando VII, que congeló la
orden constitucional y la eliminó. En 1814 se abrió el curso 1814-1815 con una
abundancia de catedráticos con ganas de ayudar a reprimir y castigar a todos
los que habían sido liberales y especialmente a los afrancesados. No sólo se
les apresó o se les despojó de sus títulos, sino que a algunos se les desterró,
mientras unas turbas urbanas iban a sus casas a quemarlas o saquearlas. Las
sociedades secretas liberales se instalaron en el Colegio de Málaga y
aprovecharon la ocasión del golpe de Riego de 1820 para salir a la luz como
Sociedad Patriótica, como ya se ha dicho[9]. Se
volvió a restaurar la Constitución de 1820, lo que supuso el cierre de la
Universidad de Alcalá en el curso 1822-1823 para su traslado a Madrid.
Numerosas familias perdieron su economía familiar, algunas cayeron en la ruina,
ya que la Universidad generaba un gran número de empleos directos e indirectos,
así como ingresos extra. Fue en este momento que muchas familias alcalaínas
comenzaron a percibir a los liberales como enemigos personales[10]. Aunque
el ayuntamiento se quejó al Parlamento, el apoyo de una serie de catedráticos
en la queja no fue realmente sincero, pues creían deseable el traslado a Madrid
por cuestiones personales. La Universidad alcalaína fue restaurada por Fernando
VII en 1824. Se volvió a repetir más ferozmente una persecución por parte
absolutista a los que hicieron posible la situación anterior y de paso a sus
familias y amigos. Nunca fue la misma. Muchos de los bienes de la Universidad
se habían trasladado a Madrid. La Universidad padeció una merma y una falta de
prestigio tan grande que cerró definitivamente en 1836, con un gobierno de
regencia y los liberales de vuelta. Ya no volvería hasta 1977, tras varios
movimientos fundacionales en 1975, pero no sería la Universidad Complutense que
fue, sino que sería una nueva fundación universitaria, la de la actual
Universidad de Alcalá, pero con sede en los edificios que comenzaron su
andadura desde la fundación de la anterior de 1499.
En
el ínterin de 1836 a 1977 los edificios universitarios pasaron todo tipo de
historias. Muchos, como ya se ha dicho, fueron al desuso y a la ruina. Otros
fueron vendidos a empresarios, algunos de estos hicieron acciones como la de
desmontar el segundo patio del Colegio Mayor de San Ildefonso de la antigua
Universidad, hoy rectorado de la actual, para instalar un jardincillo con
jaulas para la cría de gusanos de seda, hubo quien tuvo un plan para usar la
fachada para hacer balasto, hubo quien derribó algunos de los arcos que
dividían el espacio municipal del perteneciente a la jurisdicción del rectorado,
los abusos fueron muchos, pero el hartazgo de la ciudadanía tuvo su apogeo en
1851 cuando los vecinos se asociaron en la Sociedad de Condueños para comprar
entre todos cuantos edificios antiguos pudieron, preferentemente
universitarios, con la idea de salvarlos. Como los colegios universitarios
contaban con capillas, y como las acciones de los liberales del comienzo del
siglo XIX hicieron que se les achacara la culpa de la desgracia de la
Universidad, fue común que muchos de estos edificios fueran cedidos a órdenes
religiosas para conventos o iglesias, a pesar de que la vida de los religiosos
de la ciudad no fuera ejemplar como escribió Manuel Azaña en el comienzos del
siglo XX (hay otros textos, sobre todo documentales, que también apuntan a
ello). Además al estar la ciudad próxima a la capital y el siglo XIX es muy
convulso, cobró una importancia militar renovada. Ya se demostró por ejemplo en
1823 su posición estratégica cuando Alcalá, junto a Torrejón de Ardoz, realizó
una defensa a la desesperada para detener a los Cien Mil Hijos de San Luis que
desde Francia habían venido para acabar con el gobierno liberal de Madrid. Así
pues, a pesar de que de por sí ya existían cuarteles militares desde tiempos
remotos, y muy patentemente en el siglo XVIII, en el cual ha quedado el rastro
de la presencia de guardias valones y de zapadores[11], es en
el siglo XIX que muchos de los antiguos edificios de la Universidad pasan al
ejército, por ejemplo la actual Facultad de Derecho fue cuartel de caballería
en los años 1850, o bien se construyó e instaló un cuartel de cadetes previó
derribo de un convento universitario de la calle Escritorios (antes avenida de
Roma), en ese sentido tampoco olvidemos el antiguo Cuartel de Lepanto, que se
mantuvo hasta el final del siglo XX en la antigua residencia universitaria de
tiempos de Cisneros y que en el comienzo de este siglo XXI se ha transformado
en la Biblioteca Central de la Universidad de Alcalá[12]. Otros
edificios se mal usaron como almacenes de manera irregular. La Sociedad de Condueños,
por ejemplo, hizo que desde 1861 los padres escolapios tuvieran un instituto de
segunda enseñanza (el equivalente a bachillerato o a la secundaria actual) en
el Colegio de San Ildefonso[13]. No era
algo de poca importancia, pues pocos eran los municipios con institutos de
segunda enseñanza y para los complutenses bien les valía tener uno de estos a
falta de la añorada Universidad perdida. Otro edificio, por ejemplo el Colegio
de Málaga, se usó de orfanato o institución para niños de familias conflictivas,
(no obstante existía una cárcel de
mujeres en lo que hoy es el teatro La Galera de la actual universidad, un
edificio en ruinas y otro que es ahora mismo Facultad de Documentación).
Usos
hubo varios para varios edificios y desusos también. Con la Segunda República
de 1931 los escolapios dejaron de dar clases en el Colegio de San Ildefonso.
Con la guerra civil de 1936-1939 algunos edificios fueron útiles a las fuerzas
republicanas, entre ellos este mismo. Con la dictadura de Franco de 1939 a 1975
el Colegio de San Ildefonso, por seguir el ejemplo iniciado con los escolapios,
fue una escuela de formación administrativa de funcionarios. Pero no nos
adentraremos más en profundizar en este aspecto.
También
con la desaparición universitaria de 1836 se decidió que algunos de estos
edificios fueran a usarse como cárceles, si bien es cierto que previamente la
ciudad ya tenía varias cárceles propias de diferentes jurisdicciones
(universitaria, del corregimiento, episcopal, etcétera).
Otra
institución alcalaína que comenzó a hacer aguas en el siglo XIX era el propio
Palacio Arzobispal. La Diócesis de Complutum había sido eliminada e integrada
en la de Toledo desde el año 1099. La región alcalaína pertenecía incluso a los
territorios con jurisdicción toledana, cosa que duró varios siglos. La gran
reordenación territorial española de la que somos herederos tras otras
reordenaciones no se produjo hasta el siglo XIX. La cuestión es que el Palacio
Arzobispal de Alcalá de Henares, como segunda sede, a veces como sede
principal, de los obispos de Toledo jugó un papel muy importante a lo largo de
la Historia a partir de ese momento. Así por ejemplo, durante el Cisma de
Occidente fue dentro de sus paredes que se tomó la decisión final de nombrar a
uno de los Papas cismáticos. Habitualmente el arzobispado de Toledo reunía una
gran cantidad de documentación para la administración y el gobierno, estos se
guardaban dentro de este palacio, lo que le hizo atractivo para albergar a
determinados reyes por temporadas. Sus murallas además permitían una posición
estratégica clave en el centro peninsular. A pesar de que a lo largo de sus
varios siglos de Historia son muy significativos los arzobispos y cardenales
Bernardo, Tenorio o Carrillo, destaca Cisneros entre el siglo XV y el XVI. Fue
el que le dio a la ciudad no sólo la Universidad, sino también un esplendor
político enorme. Los reyes usaron mucho los edificios del conjunto palatino
sobre todo debido precisamente a la documentación que guardaba, vital para el
gobierno, como se ha mencionado. A lo largo del siglo XVI y del XVII la
influencia de la ciudad en el sentido Universidad-Arzobispado-Archivo fue muy
importante a nivel estatal, y a nivel regional también como cabeza de
corregimiento. Sin embargo, con el siglo XVIII los Borbones no usaran apenas el
palacio, a pesar de que Felipe V llegó a albergarse en él ocasionalmente en su
primera ida a Madrid. La falta de uso por las grandes autoridades del Estado
dieron pie al inicio de cierta dejadez del palacio. Se da el caso incluso de
cuando llegó Carlos III a España en 1759 para ser rey. Tuvo que parar a hacer
noche en Alcalá de Henares para poder entrar por la mañana en Madrid.
Tradicionalmente los reyes y arzobispos se albergaban en el palacio, pero hacía
tanto tiempo que había caído en desuso en ese sentido, que no había muebles
para alojarlos. Se hubo de recurrir a buscarlos en las casas de las personas
principales. Lo más surrealista fue que las infantas durmieran sobre colchones
dispuestos en el suelo[14]. La
llegada de los franceses en 1808 no le fue mucho mejor a las instalaciones
palaciegas. A pesar de que diversos generales franceses se instalaron en el
palacio, donde además alojaron a sus tropas mientras cerraban todos los accesos
a la plaza que da entrada al conjunto arquitectónico, ni siquiera José I
Bonaparte quiso pasar la noche allí cuando vino a la ciudad en septiembre de
1810, se alojó en casa de Vicente Munárriz, en la calle Santiago, cerca del
palacio, pero no en el palacio[15]. La
decadencia de la ciudad en este sentido era también patente y también se había
llevado consigo numerosos oficios y empleos que los arzobispos traían con
ellos.
Además,
desde la invasión francesa varias órdenes religiosas quedaron muy afectadas, por lo que desaparecieron o se
mermaron. A todo esto se trató de poner remedio instalando en el palacio el
Archivo General Central del Reino, a partir de 1858. Se aprovechaban los
documentos que ya había y se añadía otros administrativos de la época. La
ubicación de la ciudad era muy propicia por su cercanía a Madrid. Dieron así
puestos de trabajo administrativos dentro de una ciudad que desde la decadencia
del siglo XVIII, pero sobre todo desde la desaparición de la Universidad en
1836, había comenzado a funcionar como un pueblo que vivía de la agricultura. Ayudaba
también que uno de los antiguos colegios universitarios, posterior sede de la
Inquisición en la ciudad, en la Plaza de las Bernardas, junto al palacio, el
cual había sido instituto de enseñanza, pasó a ser juzgado cabeza del partido
judicial del Valle del Henares desde 1833-1836. No obstante a todo esto, la
fundación del Archivo Histórico Nacional en Madrid en 1866 iba a dar otro
mazazo a la ciudad, pero este vendría con el comienzo del siglo XX, cuando
empiece a reclamar que se le manden los documentos históricos que había en
Alcalá. Estos comenzaron a realizar un primer traslado interrumpido por la
guerra civil española en 1936. Después, como se sabe, hubo un incendio al
finalizar la guerra en 1939 y se quemó parte de la documentación, aunque en
realidad la mayor parte se salvó por el comienzo de esos traslados y por la
posibilidad de almacenar los documentos en el juzgado citado, que estaba al
lado del palacio, hoy día es Museo Arqueológico Regional.
La
ciudad perdió su posición como albergue de los documentos del Estado por culpa
del incendio, hasta que en 1969 la dictadura le devolvió tal condición al
dictar una ley por la que el antiguo Archivo Central de la Administración
(nombre que tenía con la República) volvía a Alcalá de Henares con la fundación
del Archivo General de la Administración, en la Plaza de Aguadores. Este
comenzó a andar hacia la mitad de la década de 1970, aún durante la dictadura,
pero prácticamente es un archivo que funciona principalmente desde la
Transición a la monarquía parlamentaria actual. Se reavivó la vida alcalaína en
este tipo de importancia para el Estado y sus necesidades de consultas de
información, así como se revitalizó en trabajos, incluso atrayendo gente a
vivir o a visitarla para consultar los documentos (que son algunos de los
antiguos y muchos del siglo XIX-XX, más los del corregimiento de Alcalá). Su
casi coincidencia en el tiempo con la reapertura de la Universidad en los años
centrales de la década de 1970 es vital, ambos son un polo de atracción poblacional
y laboral junto a la industria moderna. Ahora bien, para lo que a nosotros nos
interesa, en el siglo XIX el Palacio Arzobispal también había caído en letargo
y falta de usos importantes hasta la fundación de aquel Archivo General Central
del Reino en 1858, que probablemente no comenzaría a funcionar correctamente
hasta entrada la difícil y convulsa década de 1860.
El
Palacio Arzobispal tuvo quizá como principal polo de atracción en el siglo XIX
la convocación de un Capítulo de la orden franciscana y un cónclave episcopal.
En 1885 el Papa León XIII rompería el lazo de Alcalá de Henares con Toledo y,
acorde a los nuevos tiempos territoriales de España, pero con algo de retraso,
creó el obispado Madrid-Alcalá. Pero en 1964 el Papa Pablo VI sólo reconoció al
obispado de Madrid. Es Juan Pablo II quien en 1991 volvió a crear el Obispado
Complutense o de Alcalá de Henares[16].
Así
pues tenemos que a partir del siglo XVIII la Universidad de Alcalá había
sufrido un progresivo deterioro tanto por cuestiones propias de toda la
Universidad española, como por el encarecimiento de la vida a costa de unos
vecinos que aumentaron precios progresivamente en torno a la vida
universitaria. Eso sin contar diversos enfrentamientos entre ayuntamiento y
Universidad, por ejemplo a costa de las corridas de toros, de las cuales eran
contrarios los universitarios. La Universidad fue epicentro del liberalismo
alcalaíno a comienzos del siglo XIX, aunque su cierre se debe en buena parte al
liberalismo. Hemos visto como desde la década de 1790 había sufrido
subrogaciones y como tuvo cierres momentáneos e intentos de cierre y traslado a
Madrid entre 1814 y 1823, hasta su cierre definitivo y su traslado total en
1836. A este comienzo del deterioro de la vida en la ciudad, el cual se une a
un fuerte sector antiliberal entre los vecinos que fueron llevados a la ruina o
a un empobrecimiento rápido y grande por el cierre, se le suma la paulatina
pérdida de importancia del Palacio Arzobispal en los asuntos de Estado e
incluso religiosos desde el siglo XVIII y que se materializará en 1885 con la
creación del obispado Madrid-Alcalá. Pero se trata de compensar en 1858 con el
Archivo General Central del Reino. Esta vida administrativa se sumará a la ya
existente en la ciudad como cabeza de partido judicial y como sede de cárceles.
Muchas órdenes religiosas habían desaparecido desde la Guerra de la
Independencia y sobre todo con las desamortizaciones del comienzo del siglo
XIX, pero esto era algo que ya ocurría a causa de la decadencia universitaria
del siglo XVIII. Con ellas desaparecía también parte de la población y las
ayudas a los más necesitados. En consecuencia había muchos edificios vacíos que
amenazaban ruina y que en parte eran aprovechados por empresarios que los
compraban para desmantelarlos, lo que provocó una reacción de patria chica que
llevó a la compra ciudadana y a una serie de restauraciones discutibles. Se
suma a esto el intento de traslado a la capital de mobiliarios, objetos y
cadáveres notables que provocó gran indignación general. El ejército es quien
va a cubrir gran parte de los edificios abandonados, quizá porque el
ayuntamiento no encontró otro organismo mejor que pudiera mantener en cierto
modo la importancia de la ciudad a la vez que el mantenimiento y el uso de
muchas de las construcciones emblemáticas. Así pues, la primera mitad del siglo
XIX es una mitad muy interesante donde se asume la decadencia de la ciudad
arrastrada desde el siglo XVIII. Son años en los que nacen y se perfilan
identidades políticas muy claras y definitorias para el futuro alcalaíno.
[1] Archivo
Municipal de Alcalá de Henares (AMAH), Signatura 110 AL, Javier SORAVILLA, ¡Cómpluto!
(Alcalá de Henares) Apuntes para un libro, pensado y no escrito, tipografía
de los hijos de M. G. Hernández, Madrid, 1894; p. 93.
[2] Esteban AZAÑA CATARINEU, Historia
de Alcalá de Henares, ed. Universidad de Alcalá de Henares, Alcalá de
Henares, 1986. Edición facsímil del original de 1882; pp. 872-873.
[3] Manuel AZAÑA DÍAZ, En el jardín
de los frailes, ed. El País, Madrid, 2003, libro original de 1927; p. 15.
[4] Ídem nota 3; p. 19.
[5]
AMAH,
Signatura 6421 AL, Francisco DE ASÍS PALOU, Historia de la ciudad de Alcalá
de Henares. 1ªParte, Imprenta Española, Madrid, 1866.
[6]
Alfonso QUINTANO RIPOLLÉS, Historia
de Alcalá de Henares, Ayuntamiento de Alcalá de Henares, Alcalá de Henares,
1973, pp. 169-170
[7] Archivo Histórico Nacional (AHN),
Notificación a la Universidad de Alcalá de real orden para conferir el grado de
doctora en Filosofía y Letras a Dña. María Isidra Quintina de Guzmán y la
Cerda, copia del título académico, y cartas del claustro para que felicite a
los reyes con motivo de su subida al trono de España, en nombre y como diputada
de la universidad. 23 de abril de 1785 a 2 de octubre de 1789, signatura:
ES.28079.AHN/1.2.9.5.1.2//UNIVERSIDADES,557,Exp.14. Las abreviaturas han sido
desarrolladas en la trascripción que os he hecho, y he adaptado la ortografía a
la actualidad.
[8] Archivo General de la
Administración (AGA) El expediente 44/13999,0001 es representativo de esto,
aunque este fondo está lleno de otros expedientes de subrogaciones de bienes de
la Universidad relacionados.
[9] Luis
Enrique OTERO CARVAJAL, Pablo CARMONA PASCUAL, Gutmaro GÓMEZ BRAVO, La
ciudad oculta. Alcalá de Henares, 1753-1868. El nacimiento de la ciudad
burguesa, en “capítulo 7: el laberinto de la libertad”, ed. Fundación
Colegio del Rey, Alcalá de Henares, 2003.
[10]
Ídem nota 9.
[11] Se puede leer e investigar en muchos
de los expedientes que guarda el AGA, en el fondo de Justicia correspondiente a
Corregimientos, en Corregimiento de Alcalá de Henares, correspondiente a la
ubicación (07) 042.002.
[12] Todas las referencias sobre estos
usos militares se pueden seguir en VV.AA., Universidad de Alcalá: de las
armas a las Letras. Edificios universitarios que tuvieron uso militar, ed.
Universidad de Alcalá de Henares, Alcalá de Henares, 2010.
[13] Urbano BRIHUEGA MORENO, La
instrucción pública en Alcalá de Henares, el periodo entre repúblicas 1873-1939,
ed. Fundación Colegio del Rey, Alcalá de Henares, 2005; pp. 11-29.
[14]
Se puede leer en los capítulos
dedicados al siglo XVIII y a la decadencia de Alcalá del libro de Esteban Azaña
ya reseñado.
[15] Diario
de un patriota complutense en la Guerra de la Independencia, con un prólogo
y notas de J. C. G., edición facsímil, ed. Institución de Estudios
Complutenses, Alcalá de Henares, 1991; p. 34.
[16]
Consultado en la página
cibernética del Obispado de Alcalá de Henares el 2 de septiembre de 2014: http://www.obispadoalcala.org/historia.html,
“Notas históricas sobre la Diócesis Complutense”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario