Comienzan hoy las fiestas y ferias de Alcalá de Henares de las de allá por San Bartolomé. Escucho desde el marco de libros que encuadran la puerta de verja negra que dan a la Plaza del Padre Lecanda al primer grupo alborotado de peñistas tocando música y riendo por las calles. Son Los Pichis, una vecina de San Felipe Neri vuelve su camisa azul celeste a azul marino a base de barreños de agua lanzada desde su balcón como quien espanta moscas, aunque en realidad se crecen y acuden como acudían al vino de Quevedo, o a aquellas mieles de Machado.
La música estruendosa de dudosa calidad de chiringuitos, no sé si decir infame o que te crean fame de otros ritmos, en la Plaza de Cervantes ubicados rompiendo con años de costumbre de ser esa zona de feria para otras cosas. Pronto quieren romper el pavimento nuevo y peatonal.
En breve, en un par de horas, se dará el pregón y comenzará esos diez tradicionales días de fiestas grandes, y su broche, agradecidamente recuperado, de fuegos artificiales al final. Yo cerraré la librería y puede que como cada año vaya a ver ese pregón. Como cada año, aunque aquel 2017 en que parecía vivir como en arresto domiciliario de tareas no pude hacer gran cosa fuera de esas tareas.
La pared, dimanada de los ladrillos, es ausencia de materialidad, en consecuencia agujerea la vida. Pero la feria está en noria dando vuelta. ¿Y cómo es posible, dijo la piel desprendiéndose de la carne, que aún preguntes por la luna menguante? Nada es punible, dijo un mono atado a un feriante, y en masturbación culpable, silenciosa, secreta e inocente, acuciante, se crean trileros que lanzan dados. Sus aristas dictan el futuro, nos dejan espectantes, mientras alguien ríe y el mono mira, golosea los traseros, la luna sonríe, dejando a los viandantes dormidos. Ellos llevaban razón en la advertencia, pero no conocían su propio futuro. Se dio la mano, el brazo fue comido. En la somnolencia está la culpa.
Todos los días a levantar el mundo, para algún día caer en él, rodar por una de sus fosas hasta los estratos ya levantados cuando nosotros llegamos; y ver que los huecos de aquellas manos que los alzaron, nuestras manos tocan, enguantan; comprender que somos alimento de peces dorados, apenas limo, seres de paso. Abrir una ventana a la espera de la lluvia, sentir el deseo de salir a la calle, quedar encerrados en el salón de la casa y que nadie responda a tu silencio, clamorosa petición de ayuda.
Ser asintomático y vespertino observador de las estrellas de un cielo ni de día ni aún en noche, no comprender la confusión con el satélite artificial que en su fulgor nos parece un planeta o una estrella en viaje raudo, mientras la máquina simplemente rodea el planeta mandando por igual la facilidad e inmediatez de conversaciones telefónicas, que la inminencia pornografíca para los ojos nocturnos. Seguimos una ruta en diagonal y pocos son los hotentotes. No son días de lanza. Sí lo son de espera. Aún de espera. Y toda espera tiene en sí otra vuelta al muelle que, algún día, reventará la máquina.
Son fiestas y ferias. Comenzamos otros diez días.
Saludos y que la cerveza os acompañe.
La música estruendosa de dudosa calidad de chiringuitos, no sé si decir infame o que te crean fame de otros ritmos, en la Plaza de Cervantes ubicados rompiendo con años de costumbre de ser esa zona de feria para otras cosas. Pronto quieren romper el pavimento nuevo y peatonal.
En breve, en un par de horas, se dará el pregón y comenzará esos diez tradicionales días de fiestas grandes, y su broche, agradecidamente recuperado, de fuegos artificiales al final. Yo cerraré la librería y puede que como cada año vaya a ver ese pregón. Como cada año, aunque aquel 2017 en que parecía vivir como en arresto domiciliario de tareas no pude hacer gran cosa fuera de esas tareas.
La pared, dimanada de los ladrillos, es ausencia de materialidad, en consecuencia agujerea la vida. Pero la feria está en noria dando vuelta. ¿Y cómo es posible, dijo la piel desprendiéndose de la carne, que aún preguntes por la luna menguante? Nada es punible, dijo un mono atado a un feriante, y en masturbación culpable, silenciosa, secreta e inocente, acuciante, se crean trileros que lanzan dados. Sus aristas dictan el futuro, nos dejan espectantes, mientras alguien ríe y el mono mira, golosea los traseros, la luna sonríe, dejando a los viandantes dormidos. Ellos llevaban razón en la advertencia, pero no conocían su propio futuro. Se dio la mano, el brazo fue comido. En la somnolencia está la culpa.
Todos los días a levantar el mundo, para algún día caer en él, rodar por una de sus fosas hasta los estratos ya levantados cuando nosotros llegamos; y ver que los huecos de aquellas manos que los alzaron, nuestras manos tocan, enguantan; comprender que somos alimento de peces dorados, apenas limo, seres de paso. Abrir una ventana a la espera de la lluvia, sentir el deseo de salir a la calle, quedar encerrados en el salón de la casa y que nadie responda a tu silencio, clamorosa petición de ayuda.
Ser asintomático y vespertino observador de las estrellas de un cielo ni de día ni aún en noche, no comprender la confusión con el satélite artificial que en su fulgor nos parece un planeta o una estrella en viaje raudo, mientras la máquina simplemente rodea el planeta mandando por igual la facilidad e inmediatez de conversaciones telefónicas, que la inminencia pornografíca para los ojos nocturnos. Seguimos una ruta en diagonal y pocos son los hotentotes. No son días de lanza. Sí lo son de espera. Aún de espera. Y toda espera tiene en sí otra vuelta al muelle que, algún día, reventará la máquina.
Son fiestas y ferias. Comenzamos otros diez días.
Saludos y que la cerveza os acompañe.
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