Hoy: la segunda parte de una de las tres conferencias que di en 2014 para el Foro de Historiadores del Valle del Henares, publicada íntegra en papel en el Libro de Actas del XIV Encuentro de Historiadores del Valle del Henares, 2014. Aunque la primera parte está en la entradaa anterior, Noticia 1566ª, si ayer os dejé el resumen en castellano que acompañó aquella publicación, hoy es dejo el resumen en inglés.
ABSTRACT
French King Louis XVI's execution in 1793 arrived to Alcalá de Henares on the 2nd of February. It was joyfully welcomed by a group of French inhabitants. Authorities were anonymously alerted and a secret process was begun. The main defendant was a walloon guard named Juan Sandot. Many of those involved will be names to be among the first liberals of the complutense nineteenth-century.
Keywords: French Revolution, XVIII century, Alcalá de Henares, revolutionaries, secret trial, Juan Sandot.
LOS
INTERROGATORIOS
Como
se introdujo al comienzo, el anónimo denunciando al francés Juan Sandot por
alegrarse ante las noticias del guillotinamiento de Luis XVI se escribió el 2
de febrero de 1793, el día 7, apenas cinco días después había llegado al Real
Consejo de Castilla, en Madrid, y había obtenido respuesta del Conde de la
Cañada. En cuatro días más el corregidor de Alcalá de Henares, Ignacio José de
Vega y Loaysa, comenzaba el proceso secreto con ayuda del escribano público
Nicolás Azaña. Aquel día debió ser un día realmente complicado, pues el
expediente refleja un gran número de acciones en la ciudad desde la mañana a la
tarde, incluyendo el interrogatorio de varios de los implicados. A pesar de que
el auto era secreto y el Conde de la Cañada había mandado mantener el sigilo y
la precaución, el número de personas implicadas que se iban a suceder, sus
relaciones entre ellos y la mera observación de los vecinos en sus idas y
venidas para ver al corregidor y al escribano es probable que levantaran todo
tipo de suspicacias vecinales, aunque eso es algo que no podemos saber
documentalmente. En principio todos los que hicieron acto de presencia fueron
tomados juramento doble. El primero de los juramentos, siempre por Jesucristo,
con La Biblia y con gestos religiosos, era acerca de que se diría
toda la verdad de lo que se le interrogara. El segundo de los juramentos era
para pedir silencio total sobre lo que allí se hablase una vez que acabara el
interrogatorio. Había penas a cumplir en caso contrario. En tales circunstancias
también es de imaginar todo aquello que pudiera pasar por las personas que
fueron llamadas a declarar de manera individual y sin saber en principio para
qué o porqué ni a quién más se llamó.
Aquel
día 11 la primera diligencia del auto mandada por Ignacio José de Vega y Loaysa
fue el cotejo de la letra del anónimo con el de varias personas posibles. Nada
se escribió de a quién se llamó para realizar tal cotejo, ni como se produjo[16]. Llevó a
cabo la tarea el escribano Nicolás Azaña ayudado por otro notario más de la
ciudad, Francisco Huerta. Su primera certificación tras cotejar varias letras
de diferentes personas con el anónimo se resume perfectamente en una de sus
frases textuales más significativas: “testificamos, damos fe y testimonio de
verdad (…) no podemos de pronto fijar la consideración [sobre] qué sujeto sea
el autor”. El corregidor esa misma mañana recibió el certificado pero no
conforme con él volvió a ordenar el cotejo. Debieron gastar en el primer cotejo
toda la mañana, pues los dos escribanos escribieron su segundo certificado a
las seis de las tarde. Habían pasado la mayor parte del día comparando las
letras del anónimo con la de diversos vecinos. Teniendo en cuenta la buena
ortografía que presenta el anónimo y su significativa frase final, es de
suponer que eligieron a personas cultas, tal vez nobles o sacerdotes, aunque
nada de esto se nos dice. La cuestión es que el segundo certificado dado a las
seis de la tarde dice: “Nos parece imposible dar con el sujeto”. Si el
señor corregidor había insistido en este punto, desde luego iba a quedar sin
resolver. Ignacio José de Vega y Loaysa hubo de conformarse y ordenó dar por
enterado del resultado del cotejo a Antonio Pérez Cañas, a la vez que ordenaba
dar paso a una serie de interrogatorios con carácter secreto[17].
Para
los interrogatorios se prescindió del escribano Francisco Huerta. Los llevó a
cabo el corregidor junto a Nicolás Azaña. El primero en declarar lo hizo
aquella misma tarde. Se trataba de Agustín Muñoz Corera, un joven médico de 29
años. Según el anónimo era uno de los principales ofendidos por Juan Sandot al
afirmar que el rey de Francia, Luis XVI, se merecía su degollamiento por
traicionar a la nación francesa. Los Corera era una familia burguesa y pudiente
de la ciudad que figuraba como vecinos al menos desde el catastro de Ensenada
en 1753, en el que aparecía un Pedro Antonio Corera como cirujano. En el Repartimento
de la Contribución General de 1801 sólo figurará un Corera, que no será
este, sino Tomás. Sin embargo, en el mismo cuestionario, pero de 1814,
aparecerá un Agustín Corera junto a otros dos, Juan Bautista y Ángel. El
Agustín Corera de 1814 es miembro de la Facultad de Medicina de la Universidad
de Alcalá y propietario de casas, se trata del mismo Agustín Corera que aparece de joven en estos interrogatorios secretos. En 1817 reaparecerá como cirujano y persona
adinerada que debía contribuir con impuestos. Pero en 1826, tras el Trienio
Liberal de 1820 a 1823, sólo hay en la ciudad un Corera, Ángel[18]. Los Corera, además, emparentarían con los
Tejedor, dato que vamos a retener pues nos será de utilidad. De momento en el
interrogatorio de 1793 al joven Agustín Muñoz Corera se confirmó que Sandot
había dicho lo que había dicho de manera pública. Además dio detalles de la
personalidad del francés que vivía en Alcalá de Henares. Se trataba de un
guardia valón (o walón, como se prefiera) al cual describía como disperso, lo
que podría ser o bien bravucón o bien de vida disoluta. Aunque Agustín Corera
(el Muñoz no aparece casi en el expediente) desmintió que lo oyese él en
persona, sino que se lo había contado Martín de Astoreca, regidor decano por su
estado noble de la ciudad de Alcalá de Henares. Describió la pelea de Martín de
Astoreca y Juan Sandot dando por detalle que el primero dijo que había dado con
un demonio al oír la frase de Sandot al alegrarse por la muerte de Luis XVI, a
lo que Sandot le dijo que se fuera en mala hora. Además, declaró cuál fue el
día exacto de la pelea, el 2 de febrero, el mismo día del anónimo. En cuanto a
la reunión frecuente de los franceses alcalaínos en casa de uno de ellos mismos
que era florero, dijo que era verdad que ocurrían, sin embargo hablaban en
francés, por lo que él no sabía de qué hablaban, no podía confirmar la
acusación anónima de que hablaran sobre asuntos de Francia[19].
Si
hubiera habido palabras malsonantes también hubieran sido enjuiciadas, pues los
insultos graves eran un delito criminal. Sin embargo, en principio al
corregidor le interesaban las acusaciones del anónimo en cuanto a la alegría de
Sandot por la muerte de Luis XVI y su irreverencia respecto a un rey que fue el
primo de Carlos IV de España, la acusación de que iba al encuentro de la
correspondencia que venía de Francia, y la acusación de reuniones sediciosas
entre franceses en la casa de uno de ellos que era florero. Ignacio José de
Vega y Loaysa mandó traer a Martín de Astoreca a declarar en secreto. Siendo
febrero y habiendo habido un interrogatorio ya después de haber pasado las seis
de la tarde, como anotaron los escribanos en su último certificado de cotejo de
letras, probablemente estaba ya anocheciendo o a punto de ello. Martín de Astoreca no era una persona
cualquiera, era licenciado, abogado de los Consejos de Alcalá y regidor decano
del ayuntamiento por su estado noble. Compartía mucho con el corregidor, pues Ignacio
José de Vega y Loaysa era también, aparte de corregidor, licenciado y abogado
de los Consejos de Alcalá, más otro cargo del que luego hablaremos por su
importancia. De hecho, Martín de Astoreca había ejercido como teniente de
corregidor en 1783, en 1786 y en 1791, y todavía lo haría una vez más en 1797,
año tras el que le sucedería el propio De Vega y Loaysa[20]. Martín
de Astoreca confirmó que Sandot dijo lo que dijo, pero declaró que en el
momento de su discusión entre ellos, ambos estaban a solas, sin testigos. Dijo
que fue él quien le dijo que se marchara y que no hablara “semejantes
desatinos, pues nunca era justo hablar así contra un Rey”[21].
Lo que realmente parecía ser una bronca muy educada.
El
Interrogatorio a Martín de Astoreca fue realmente breve, así pues el corregidor
llamó esa misma tarde, o ya quizá noche, a otra persona más, José Yarritu, un
comerciante de 54 años de edad del que el anónimo decía que era uno de los
testigos de todo. También la familia de este apellido eran personas
significadas en la ciudad. A él se le interrogó en referencia a las reuniones
de los franceses en la casa de uno de ellos que era florero y que vivía
enfrente suya. Confirmó que estos hechos eran ciertos y dio por detalle que su
vecino, el francés de oficio florero, era moreno. Según él, Sandot iba siempre
a su casa al día siguiente de que llegara la gaceta con noticias a Alcalá. La
leían juntos, decía, pero como lo hacían en francés él no sabía realmente de
qué hablaban o qué noticias leían. Según este testimonio, Sandot también iba a
la casa del florero los días que llegaba correo, y que traía siempre consigo
unos papeles que eran leídos junto a otros franceses que también vivían en la
ciudad y que iban ese día a esa casa. Estos eran Juan Villar David, calderero,
Pedro Landa “el Mayor”, Beltrán Cibrián, tendero, y otro más del que no conocía
el nombre. Al ser todos franceses y comerciantes entendía el declarante que era
normal que se reunieran entre ellos a leer las cartas y la gaceta, aunque
reconocía que los días que la gaceta traía noticias de victorias del gobierno
revolucionario francés ellos daban muestras de alegría[22].
Es interesante parar en estos nombres nuevos en la
investigación, pues recuperaremos el dato sobre que Agustín Corera era de una
familia que emparentó con los Tejedor. Previamente a estos sucesos de 1793 en
torno a investigaciones secretas a vecinos de origen francés, ya en 1791 había
existido un antecedente. El 13 de octubre de 1791 el corregidor del momento,
Jacobo de Villaurrutia, investigaba con la ayuda del mismo escribano Nicolás
Azaña a otros dos franceses que vivían en Alcalá de Henares, Juan Tejedor y
Juan Borsal, ambos caldereros. Estaban matriculados en la ciudad, esto es que
sus negocios estaban registrados en Alcalá, así como que ellos estaban censados
como vecinos. Sin embargo, ambos conjuntamente habían obtenido pasaportes
españoles y franceses en el mes de septiembre de aquel 1791 para irse a Francia
ocultando su matriculación en Alcalá de Henares, lo que era ilegal por unas
Reales Órdenes que impedía las idas a Francia a los extranjeros matriculados en
los municipios españoles. Ellos habían sido denunciados por Juan Villar David,
también calderero, pues todos ellos, más otros caldereros, habían formado una
asociación de tipo gremial llamada Compañía de Caldereros de Alcalá de Henares.
Los miembros del gremio sospechaban que habían malversado fondos comunes, pues
Tejedor y Borsal llevaban las cuentas de la asociación, y que con ese dinero
era con el que partían a Francia. Fueron apresados en Madrid y puestos en prisión
preventiva en Alcalá de Henares mientras se aclaraba el asunto con el Conde de
Cifuentes (que otorgaba los pasaportes en España), con los embajadores de
Francia, con el alcalde de la ciudad, Gregorio Martínez, y con la Compañía de
Caldereros. El caso quedó sobreseído y ellos fueros puestos en libertad el 2 de
noviembre de 1791. Nada indicaba que hubiera existido malversación de fondos,
ni que hubieran tomado el dinero par irse a Francia, por lo que la Compañía de
Caldereros y Juan Villar David quedaron satisfechos, tampoco se podía saber si
existió mala fe en el incumplimiento de la ley en cuanto a obtener pasaportes
falsos al no decir que estaban matriculados en Alcalá, o si bien era
desconocimiento de las leyes de circulación que se habían puesto en marcha con
motivo de la revolución en Francia. No sabemos porqué motivo querían ir a
Francia, pero este asunto entre franceses de Alcalá de Henares no les era ajeno
ni desconocido a los que llevaban los autos secretos contra Juan Sandot en
1793, el cual les implicaba a ellos[23].
Ignacio
José de Vega y Loaysa tenía prisa por ir zanjando el asunto en aquel día 11,
llamó a Martín Padura y Gorbea, de 44 años de edad y otro de los testigos
señalados por el anónimo. Este hombre, aunque señalado como comerciante, era
otra de las personas notables de la ciudad, pues llegaría a ser corregidor
sorprendentemente tres años seguidos, de 1799 a 1801. Confirmó que enfrente
suya vivía el florero francés, en cuya casa entraba y salía mucha gente, entre
ellos Sandot, sobre todo en los días de correo y de gaceta. Confirmó igualmente
que cuando había noticias favorables a Francia, todos demostraban una gran
alegría, hasta el punto que Sandot se vestía de gala esos días. También
confirmó que los días de correo, pero también los de gaceta, Sandot traía
consigo papeles y los leían entre ellos juntos. Siendo vecino a la vez de
Astoreca, sabía que habían tenido Sandot y Astoreca una pelea donde Sandot
decía proposiciones feas, pero también había tenido Sandot una pelea con don
Álvaro Valiente, otro regidor más de la ciudad, el cual ascendería a corregidor
al año siguiente de este expediente, en 1794[24]. Sin
embargo, esto lo sabía de oídas y no recordaba quién se lo había contado. La
memoria de Padura y Gorbea volvió a fallar aquella tarde, pues se acordó con
detalles que en casa del vicario de Santa Clara de los clérigos menores le
habían contado, sin acordarse de quién, que en casa de Laureano Padura,
familiar suyo, estuvo Sandot diciendo que los franceses tenían más fe que los
españoles. También en aquel lugar le contaron que Sandot salía todos los días
al encuentro del correo de Francia en el camino de Guadalajara, pero no sabía
si le daban cartas[25]. Como
hemos visto ya, Floridablanca había prohibido estos correos.
De
Vega y Loaysa debía tener realmente interés por solucionarlo todo con rapidez,
pues aún ese mismo día 11 llamó al nuevo testigo mencionado. Debía ser ya
bastante tarde, pero Álvaro Valiente, regidor del ayuntamiento por su estado
noble, de 24 años de edad, compareció. Su declaración fue escueta pero tajante.
No sabía nada ni Sandot le había comentado nada de todo esto. Ni tampoco se lo
había oído comentar al juez oidor de Santa María la Mayor, con el cual sí que
le había dicho Sandot que había tenido una “desazón” por las cosas de
Francia y que le había causado una “incitación”. Del mismo modo, añadió, que el oidor le había
comentado alguna vez que el comerciante José Soler había echado de su casa a
Sandot por las mismas causas. Álvaro Valiente va a tener una importancia destacada
en la ciudad en el comienzo del siglo XX, de momento nos quedamos con su
declaración y con que sucedió a De Vega y Loaysa como teniente de corregidor en
1794.
El
corregidor Ignacio José de Vega y Loaysa interrumpió aquí los interrogatorios,
Debía ser sábado, pues no se reanudaron al día siguiente, si no al posterior,
el día 13 de febrero. Se llamó a declarar al juez oidor de Santa María la
Mayor, de 37 años, que era nieto de otro corregidor que ejerció en 1758, 1759,
1760 y 1761[26],
y este juez oidor no era otro que el licenciado, corregidor, Justicia Mayor y
abogado de los Consejos de Alcalá, el propio señor don Ignacio José de Vega y
Loaysa. Con Nicolás Azaña tomando nota, se interrogó a sí mismo y se tomó
declaración. De este modo, el juez y abogado pasó a ser testigo y, como
veremos, también acusador. Su primera declaración fue dar por cierta la
declaración de Álvaro Valiente, la cual le había llevado a declarar. Declaró
que le había ocurrido varias veces que leyendo la gaceta había visto varias
veces a Sandot regocijarse con toda aquella cosa que era a favor del gobierno
francés, así como también se alegraba cuando venían noticias que hablaban de
que los alemanes y prusianos estaban a la defensiva, sin victorias frente a la
guerra que libraban contra Francia. Se acordó, dijo el declarante, de que el
año anterior Sandot tuvo la misma actitud, por lo que el corregidor creyó
oportuno rebatirle sus expresiones y recordarle que estaba en España, a lo que
Sandot debió contestar algo que implicaba una hipotética victoria francesa
sobre España si esta declaraba la guerra a Francia, cosa que ocurriría en abril
tras cortársele la cabeza a Luis XVI en enero. De Vega y Loaysa se enardeció y
le pidió que cambiara de conversación o que “le rompería la cabeza”, ya
que España no era como las demás naciones, en razonamiento del propio
declarante. Además, el corregidor confirmó ser cierto que Soler también
discutió con Sandot por las noticias de la gaceta. Soler echó a Sandot de su
casa diciéndole que le rompería los huesos si volvía. Y cerraba su declaración
diciendo “He oído hablar procaz en favor del actual ministerio francés y que
hay otros implicados en esto”.[27]
La
sorprendente declaración del corregidor no terminó el día 13, hubo una segunda
declaración, tomada a José Soler, en principio comerciante, pero en realidad
otro de los ciudadanos destacados. También este tenía 37 años. Él recibía la
gaceta siempre que venía. Por eso no tenía problema en leerla en el portal de
su casa a varios vecinos, entre ellos a Sandot, que solía ir varias veces. Sin
embargo, declaró, por la adherencia de Sandot “a las causas actuales de los
franceses” y su alegría por las misma, le echó de su casa y no volvió nunca
más. Dijo que podía confirmarle Pedro José Fernández, por vivir enfrente “de
un florero extranjero”, donde iban otros franceses a leer la gaceta[28].
Los
interrogatorios del día 13 cesaron ahí, con esas dos declaraciones. Pedro José
Fernández declaró al día siguiente, 14 de febrero. Efectivamente declaró que en casa de Pedro Soler
se leía la gaceta y entre los oyentes estaba Sandot. El francés en cierta
ocasión dijo que “no hubiera cosa como la libertad y que los españoles hacen
mal en no tenerla”. Sandot se alegró
del daño hecho por los franceses a los pomeranos en su guerra. En ese momento
Soler le echó de su casa bajo la amenaza de que “le rompería los huesos con
una vara de medir”, y mandó a su mancebo que no le volviera dejar entrar a
los portales de su casa, la cual era concurrente a la del florero francés del
que, a pesar de todos los testigos que habían declarado ya, no se dejó
constancia de su nombre, al menos por escrito. A esa casa comenzó a ir Sandot
con otros franceses a leer la gaceta y cartas, y que los presentes eran Juan
(hemos de suponer que se refería a Juan Villar David), Beltrán (que sería el
citado Beltrán Cibrián) y Luis (el nombre que faltaba en la declaración de Martín de Astoreca). Así, Soler dio orden
de que tampoco estos pisaran el portal de su casa, especialmente los días de
correo y gaceta, y menos cuando hubiera noticias favorables a Francia. Todos
aquellos franceses, declaró Pedro José Fernández, opinaban que “no hay cosa
como la libertad y que los reyes no son dueños de disponer de las cosas de los
vasallos, por lo mismo vencen como la Francia daba la ley a todo el mundo”,
según él había oído textualmente. Lo habían dicho, dijo, estando solos, entre
ellos, pero lo oyó igualmente. No les dijo nada por no exponerse, pero les oyó
comentar estas y otras cosas, decía, muchas veces[29].
Lo
que estaba en juego era una cuestión de posible expansión de ideas
revolucionarias tales como la igualdad ante la ley o el fin de los derechos
estamentales. Entre enero y abril de 1793 se iba fraguando en España una
mentalidad de guerra que animaba a ensalzar los valores cristianos católicos y
absolutistas frente a los ideales democráticos de la revolución francesa. Todo
razonamiento, expresión o información que no fuera crítico con Francia estaba
prohibido por Carlos IV, y eso no sólo era lo que se juzgaba si no que además
creaba una sociedad en guardia, muy atenta a lo que decía públicamente, más en
un caso como este en el que las diligencias se hacían en secreto, con
juramentos severos antes de cada declaración, lo que provocaba ya en sí una
mentalidad en guardia y alerta, quizá de denuncia para salvaguardarse.
Aquel
día 14, De Vega y Loaysa emitió un auto para conocer si Sandot recogió correos
de Francia. En una diligencia de ese
mismo día Nicolás Azaña notificaba que las dos personas que se encargaban de
traer el correo a Alcalá de Henares desde Guadalajara, uno de ellos José
Guemez, declararon que no venían cartas de Francia, ni tenían correo especial
para Sandot. Si este se les acercaba habitualmente era porque tenía una casa
cerca de sus oficinas, hacia las afueras de la Puerta de los Mártires, en el
camino de Guadalajara. Y con esto se ordenó el traslado del expediente de
vuelta al Conde de la Cañada[30]. Los
encargados del correo tampoco podrían haber declarado otra cosa, no sólo por la
prohibición de entrada de correos y publicaciones de Francia a España, sino
porque de haberlo hecho hubieran cometido un delito. No obstante, varios
testigos habían dicho que Sandot llevaba papeles a casa del florero, que leían
la gaceta en francés y que recibían cartas. No se aclaró el origen de esos
documentos ni su naturaleza.
[17]
Ídem, fols. 4r.
a 6r.
[19] Misma referencia de nota 1, fols.
6v. y 7r.
[23] AGA
44/13999,0002 , “Expediente contra Juan Tejedor y Juan Borsal, de nación
franceses, por haber obtenido pasaportes para irse a su reino, callando estar
matriculados en esta ciudad, conforme a las reales órdenes”. Septiembre a noviembre de 1791.
[24] Ídem nota 11.
[25] Misma referencia de nota 1, fols.
9v. y 10r.
[26] Ídem nota 11.
[27] Misma referencia de nota 1, fols.
10v. y 11r.
[28] Misma referencia de nota 1, fols.
11r. y 11v.
[29] Misma referencia de nota 1, fols.
12r. y 12v.
[30] Misma referencia de nota 1, fols.
12v. a 13v.
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