"'Con este propósito era muy común ordenar [las mujeres] a sus criadas que les trajeran a la iglesia, en mitad de la misa o del sermón, una taza de chocolate, lo que no se podía hacer sin crear una gran confusión e interrumpir tanto la misa como el sermón'. Fue tanta la pasión que tuvieron las mujeres principales por tomar este alimento en la iglesia que este mismo autor [Tomás Gage] nos cuenta como el obispo de Chiapas, escandalizado por el atrevimiento de las mujeres criollas, decretó la excomunión para todo aquel que se atreviera a comer o beber durante los servicios religiosos. (...) 'Las mujeres, viéndole tan firme en su posición, empezaron a desacreditarle con palabras despreciativas y llenas de reproche, y a burlarse de la excomunión, bebiendo tranquilamente en la iglesia, como pez en el agua, lo que causó un día tal escándalo en la catedral que se llegaron a desenvainar las espadas contra los sacerdotes y sacristanes, que intentaron quitar a las criadas las tazas de chocolate que habían traído para sus señoras; estás, al comprobar que ni por las buenas ni por las malas podrían llegar a persuadir al obispo, se decidieron a abandonar la catedral donde se veían acosadas tanto por el obispo como por los subordinados, y desde aquel momento la mayoría de la ciudad acudieron a las iglesias de los monasterios, donde las monjas y los frailes no causaban molestias, aunque estaban obligados a desobedecer el mandato del obispo; esto ocasionó que las limosnas y estipendios por las misas que antes daban al obispo pasaran a engrosar las arcas de los conventos, enriqueciéndolos al mismo tiempo que la catedral se empobrecía. Esto no duró mucho ya que el obispo comenzó a odiar a los frailes y promulgó otra excomunión, obligando a toda la ciudad a acudir a su propia catedral. Las mujeres no obedecieron y se mantuvieron en sus casas un mes entero.' (...)"
(Alberto Baena, Mujeres novohispanas e identidad criolla (siglos XVI y XVII), ed. Ayuntamiento de Alcalá de Henares, Alcalá de Henares, 2009, págs. 286-287.)
La Historia desde cómo la vivieron las mujeres es una Historia aún por escribir de una manera científica y no sólo desde una perspectiva claramente posicionada en postulados feministas. Así dicho se puede sacar de contexto y decir que apuesto por una visión de tintes machistas, pero no, todo lo contrario. Lo que ocurre es que la Historia tiene por objetivo el máximo de objetividad posible, aunque esta siempre esté desde visiones con diferentes intereses a la hora de narrar. Ese es un debate largo y extenso de siglos atrás a la actualidad. Dentro de lo dicho cabe citar que hay Historias que pretenden presentar los hechos de una manera en exceso desde una sola visión o con una teoría tan cerrada en sí que pretende cegar el paso a la comprensión de otras teorías, sean esas teorías historiográficas las del etnocentrismo, las del capitalismo, las del socialismo, las de la religión, el feudalismo o las del feminismo. Una Historia no excluyente de comprender el mundo como un mundo de todos los grupos interactuando, que haga comprender además que esos grupos a veces sólo son clasificaciones historiográficas para comprender dinámicas pero no para creer que esos grupos son como fórmulas matemáticas; un mundo, pues, de todos los grupos interactuando y no sólo de un mundo con las visiones de un único grupo predominante se hace necesaria, cada vez más. Con este motivo de Historia social, el doctor en Historia Julián Vadillo ha editado estos días un nuevo libro que trata del comienzo del feminismo en España. Del feminismo enraizado con el humanismo (como las propias mujeres que lo iniciaron no se cansaron de repetir) y no con las ideas burguesas (como esas mismas mujeres dijeron por activa y por pasiva sobre el movimiento feminista llamado así mismo en otros países y en casos excepcionales en España, como es el de la escritora Emilia Pardo Bazán, cuyo feminismo era además clasista, pedía el voto femenino censitario, pero no el universal, por ejemplo). Con motivo de esa publicación voy a escribir una serie de cuatro partes sobre apuntes y reflexiones que hago desde el historicismo sobre la evolución de la mujer en estos mundos de España de cara a su igualdad. Repasaramos para ello tres libros y una serie de conferencias que abordan el asunto, siendo el último libro el libro citado de Julián Vadillo. Hoy os entrego la primera parte.
El fragmento arriba reproducido pertenece a un libro que trata uno de los asuntos menos enseñados en las clases de Historia de nuestro país: la América Española, que, a pesar de los tópicos, no tuvo carácter de colonia, sino que se comprendía parte del territorio de España. Fueron las historiografías anglosajona y francesa, que sí tenían colonias, las que trataron a los territorios de Ultramar como si fueran colonias, cuando en realidad el trato político y territorial no era tal. O al menos no hasta que los Borbón comenzaron a gobernar en España mediante una guerra que duró de 1700 a 1715. Felipe V de Borbón consideró los territorios americanos de España como los franceses entendían los suyos: como colonias, y así los trató con una serie de políticas un tanto vergonzosas teniendo en cuenta la trayectoria de los doscientos años anteriores, no es de extrañar que para finales del siglo XVIII ya existieran conatos de rebelión que cristalizarían en las guerras de independencia de comienzos del siglo XIX. Pero todo eso, también, es otra historia que ahora no vamos a profundizar. Volviendo al asunto del fragmento, es de un libro que trata la América Española, pero también trata especialmente de las mujeres que allí vivieron entre los siglos XVI y XVII. Hablo de Mujeres novohispanas e identidad criolla (siglos XVI y XVII), por Alberto Baena Zapatero, publicado en 2009.
Las mujeres hispanas encontraron en la América descubierta en 1492 una vía de nuevas oportunidades y de escape. A menudo se ha citado cómo desde el siglo XVII Norteamérica fue un lugar de experimentación de nuevas formas sociales para poblaciones que venían de los territorios del actual Reino Unido, de Holanda y Bélgica, de Alemania, de Francia, de Suecia y algún que otro lugar europeo, sin embargo la historiografía se suele olvidar que esto también ocurre entre las poblaciones españolas casi desde aquel 1492. De hecho, incluso algunos de los mitos fundacionales que los anglosajones se han adjudicado en Norteamérica, tienen en realidad un origen con protagonistas españoles, el mismo mito del sueño americano era originalmente el español, el nombre de la moneda dolar viene del castellano, la historia de Pocahontas, sin haber dejado de existir, tuvo ejemplos previos en españoles, alguno fue exactamente lo que la productora Walt Disney quiso contar en su metraje de dibujos animados. Por haber hubo hasta población alemana en tierras Sudamericanas, misiones con proyectos sociales muy curiosos, donde incluso los jesuitas llegaron a introducir las ideas de la Ilustración llegado el siglo XVIII, o territorios donde los cimarrones fundaron pueblos llamados palenques hasta crear incluso un Estado de esclavos fugados donde se prohibía la entrada a los blancos, Estado que si bien existió por un tiempo en la práctica, nunca fue reconocido en la teoria legal y política.
Prácticamente desde el comienzo llegaron mujeres hispanas a América. Por un lado los reyes españoles eran aconsejados por la Iglesia y la Inquisición para que esto se produjera, ya que los españoles solían asentarse en América tomando por esposas y por amantes a mujeres indias, además se daban casos de promiscuidad sexual, bigamias, y sexo por el mero hecho del disfrute del mismo y no sólo por razones reproductoras dentro de un matrimonio cristiano. Por otro lado se consideraba que las mujeres podían ser el contrapunto perfecto para que los hombres no se desmandasen. Llegaron a redactarse leyes que dictaminaban que los hombres casados o comprometidos no pudieran embarcar hacia América sin permiso de su esposa, aunque sorprenda es cierto, pese a que probablemente en este aspecto hubo mucho fraude y mucha evasión del cumplimiento de la ley. También ocurría que algunos nobles que iban a América como oficiales del ejército o a ocupar cargos políticos, no deseaban separarse de sus hijas, de sus esposas es otra historia según cada caso. Pero existía otra razón que ahora apenas se está comenzando a reconstruir a partir de textos documentales guardados en varios archivos que nos hablan de testamentarias, casos judiciales, casos notariales y otros, en los cuales se intuyen varias razones femeninas, y no masculinas, para que se produjera esa emigración. La principal en muchos casos femeninos, sobre todo entre las mujeres no adineradas, era la misma por la que decidieron ir muchos hombres: buscar un futuro mejor donde empezar de nuevo, a menudo creando una nueva identidad que en la península no tenía nada que ver con su pasado. Un océano de distancia entre los dos mundos suponía en el siglo XVI que mucha gente que en sus pueblos no pasaban de criar cerdos, en América, tras unos años, se las diesen de descendientes de familias hidalgas por derecho de conquista, a pesar de que la gran mayoría de los que pretendían serlo nunca habían ascendido en realidad a nada, ni materialmente ni en reconocimiento auténtico de verdad.
Es verdad que tenemos el caso de María de Estrada, que llegó a combatir con la espada en la conquista de Technotitlán, o el caso de otras mujeres de conquistadores de la década de 1520 y de 1530 cuyo apellido era deseado por muchos hombres, ya que realmente adquirieron un valor casi de nobleza, el cual en algunos casos se llegó a corresponder con un título de noble dado por el mismo Rey. Se establecieron linajes de descendientes de conquistadores, pero como era habitual que los hombres murieran en combate o en enfermedad, las viudas y huérfanas eran solicitadas por decenas de hombres, sobre todo de los recién llegados de España, para comprobar su pasado familiar y casarse con ellas con la idea de obtener por medio de ese apellido alguna concesión en forma de rentas, lote de tierras, o lo que fuera. Eso nos da la pista de que en cierto modo existía un concepto matriarcal, más que patriarcal en cuanto a apellidos y ventajas se refiere entre los primeros conquistadores y los primeros colonos en América. Pero también existían esas otras mujeres que no podían aspirar a tener esos apellidos y o bien se inventaban el pasado de sus relaciones amorosas y familiares en América, o bien esgrimían el color de su piel. Y es que en aquella América se recibía también los ideales de la pureza de sangre que existía en esa España que en 1492 expulsó a los judíos, y en 1609 a los moriscos. En América se traducía en que las que venían de Europa, de España, se sentían superiores a las que eran nacidas ya en América, las criollas. Las mujeres españolas venidas de Europa se defendían así ante el reconocimiento social de determinados apellidos más valorados entre los criollos en América que otros apellidos que venían de la península sin haber combatido en el Nuevo Mundo. El color blanco de la piel se transformó así también en una lucha social de clase y racial entre mujeres. Las criollas solían responder intentando avalar que ellas nunca tuvieron familiar alguno que mezclase su sangre con indigenas, aunque las que el color de su piel impedía sostener estas premisas, recurrieron entonces a la defensa del valor de su apellido y de los hechos de sus maridos, padres y hermanos en suelo americano. América en este sentido, a pesar de que en cuestiones raciales los hispanos fueron más abiertos de mente y dados a lo interracial que los anglosajones, se llenó pronto de innumerables distinciones ya no sólo entre blancos europeos, criollos, indios y negros, ahora también aparecían los criollos blancos, los criollos mestizos, los mestizos, los mulatos, los cuarterones, los filipinos-japoneses, los zambos, los indios que fueron de tribu aliada en la conquista, los que no lo fueron, etcétera.
Muchas mujeres se embarcaron a América ya no sólo por motivos de pobreza o siguiendo a sus familiares (hay numerosos documentos de pasajeros de Indias donde las mujeres van a América para reunirse con su marido y en muchas ocasiones no le encuentran porque este o a huído o se ha cambiado de nombre), las hay que tienen los mismos motivos que algunos hombres: huir de la realidad familiar y social que tenían en sus pueblos de origen de España. Muchas habían sido casadas muy jóvenes con hombres mayores que no deseaban. Algunas enviudaron muy pronto, otras tenían matrimonios que no les gustaban, hay documentos que hablan incluso de fugas de jóvenes que son buscadas por la ley porque huyeron ante matrimonios concertados que no deseaban. Hemos de intuir que en algún caso se huiría de una violencia doméstica. Como sea, estas mujeres también existieron y han dejado rastros documentales en sentido judicial o notarial. Su ida era ilegal, como la del hombre en situaciones matrimoniales sin permiso de la esposa, y eran perseguidas, por eso muchas se cambiaban de nombres y se inventaban pasados. Hay un porcentaje de ellas que su futuro en América no les deparó algo mejor de lo que habían dejado. Son más raras de rastrear en los archivos, pero se encuentran de vez en cuando diversos casos. Las mujeres que no eran nobles ni estaban en altos niveles sociales, encontraban en América otro tipo de libertad más, allí se veían libres para trabajar ellas mismas, en algunos casos para poner negocios, cosa que para lograrlo debían esquivar el matrimonio, que no el sexo. En América se vieron más libres para tener relaciones sexuales extramatrimoniales. Los poderes punitivos no estaban tan activos como en España. Existía la Inquisición en América, pero esta, que también quemó gente allí, no estaba tan ágil como en España, quizá porque le faltaban medios ante tanta extensión de territorio, aparte de que el temperamento de estos nuevos españoles era diferente al del peninsular. Los criollos mezclaban lo español con los valores que habían encontrado entre los americanos originales, los indios, pero también porque podían llegar a tener contactos con otros europeos no hispanos (raramente) a partir del siglo XVII, además creían que las autoridades penínsulares estaban muy lejos... Tan lejos que los propios virreyes se comportaban como reyes, y se permitían lujos como tener coches de mano ellos y su mujer, y tras esto, tuvieron coches de mano todas las mujeres adineradas, a pesar de que era ilegal tenerlos si no se era noble.
Los vestidos fueron también más atrevidos en las mujeres en América, cosa que fue motivo de innumerables cartas de sacerdotes a los reyes de España. Hubo separación de conventos según fuesen mujeres de origen criollo europeo o criollo mestizo. Las mujeres hispanas aprendieron de las mujeres indias, que solían ser sus sirvientas, y también de las mestizas, de los placeres de la provocación sensual y del disfrute del sexo por el sexo. Eran por ello más atrevidas, hay obispos que critican los vestidos, perfumes y modales casi de hombre joven que tenían las mujeres en América para conocer parejas. Ellas motivaban además fiestas inimaginables en la península Ibérica. Además, por si fuera poco para molestar a la Iglesia, también conservamos en los archivos documentación extensa donde se habla de cómo las mujeres en la América Española hablaban de todo tipo de temas sin necesidad de tener permiso de un hombre y sin tener que esperar a escuchar la opinión de él primero. Hablaban además con quien querían cuando querían, y saludaban sin esperar a ser saludadas primero y sin necesidad de conocer al hombre previamente si el saludo era a un hombre. Estas cosas que nos harían pensar hoy día que es lo normal, son cosas que en esas épocas era todo un acto de cambio social revolucionario.
Todo esto no quiere decir que las mujeres fueran en la América Española de los siglos XVI y XVII iguales y totalmente libres respecto al hombre. Gozaron de más libertad que las que estaban en la península, eso sí, y fueron todo un campo de experimentación social de lo que estaría por venir sobre todo a partir del siglo XVIII. En América seguía habiendo un fuerte sentido cristiano, por lo menos en lo aparente, entre las mujeres, aunque a veces se rebelaran contra las jerarquías que atacaban sus costumbres. El matrimonio seguía siendo una institución sagrada casi inviolabre. Eran ellas quienes se preocupaban fundamentalmente de la educación de los hijos. El sexo extramatrimonial que pudieran tener seguía siendo considerado contrario a su honra, y por extensión a la del padre hasta puntos casi criminales, si se hacía público. De hecho, aquellos coches de mano eran epicentro de encuentros furtivos con los criados o con amantes de su posición social, lo que aparece en casos judiciales por la vía criminal, el sexo no cristianizado era un delito criminal. El trabajo lo podían ejercer si no podían estar bajo el amparo económico de un hombre, ya sea el padre, el esposo o el hermano, aunque en América fue más fácil que trabajaran saltándose estas premisas. La gran mayoría seguía siendo analfabetas, y las que leían se creía que no debían saber escribir, y si hacían ambas cosas la moral las tachaba mal socialmente, y la Iglesia las amonestaba en los templos porque pudieran estar cayendo en la lujuria mientras leían con el libro en una mano y, cito literalmente, la otra la tuvieran libre.
Sus costumbres de entretenimiento de relaciones sociales se transformaron en reuniones femeninas para tomar chocolate entre las mujeres más pudientes. En esas reuniones, pese a todo, seguía reinando un ambiente de tachar a quienes no cumplían con determinados valores sociales propios del Antiguo Régimen, a pesar de lo que ellas hicieran en sus vidas, o de que su propio comportamiento era tachado como amoral entre las mujeres que estaban en la península Ibérica. En este sentido, una serie de cartas, diarios y publicaciones del corazón de la época, nos deja todo el panorama bastante claro. En América habían logrado una relativa relajación moral y ética en cuanto a su comportamiento social, incluso los hombres españoles criollos defendían las costumbres de las mujeres españolas criollas ante las críticas de las europeas de España, pero eso no impedía que se produjera en un ambiente propio de los siglos XVI y XVII: con prejuicios religiosos, raciales, económicos y entre estamentos sociales. Por otra parte, no todas las mujeres venidas de España a América tuvieron un presente mejor que en la península. A menudo pasaron mayores penalidades, ya que los varones de su familia por muerte o por enfermedad tropical, solían cargarlas de los trabajos hogareños que ya realizaban en Europa, de otros para mantener a la familia, y en ocasiones del cuidado de hijos y del marido, si este se quedaba impedido de valerse por sí. Y nunca olvidemos tampoco las altas tasas de prostitución que se alcanzaron en algunos puertos caribeños.
El libro de Baena Zapatero yo ya lo comenté por esta bitácora en la Noticia 1176ª, donde como cada año escribo sobre los libros que leí en el año cerrante. Os dejo por aquí con un fragmento de cómo lo valoré por entonces y os dejo hasta la segunda entrega de este serial de cuatro entregas.
"(...) El autor pertenece a esa
corriente de historiadores que miden la Historia en la creencia de que
son las cuestiones feministas, más en concreto la confrontación entre
hombre y mujer, lo que mueve todo. Tiene algunos aciertos documentales
muy destacables, y tiene una selección de textos acertada. Sin embargo
no comparto la idea central de la investigación. Así por ejemplo el
autor se queja de que en determinados documentos no se dice que las
mujeres fueron a tal acto y que las ocultan con la palabra "nobleza"...
Creo que es un enfoque equivocado. Cuando en el siglo XVII escribieron
esos documentos no se decía "estuvieron las mujeres" sino la nobleza en
general porque se pensaba en clases sociales, no en géneros sexuales.
Del mismo modo cuando el autor se sorprende de que la sociedad española
en América tenía las mismas convenciones que en Europa es otra visión no
muy acertada... ¿o es que cuando cualquiera de nosotros viaja a otro
país que no es España de golpe en el viaje deja y olvida todo su bagaje
cultural? [Es normal que se reprodujeran las mismas convenciones europeas en las nuevas sociedades americanas, no es algo sorprendente.] Tampoco creo que sea acertado analizar el mundo femenino sólo
desde la perspectiva de la Iglesia católica, muchas de las cuestiones
que achaca el autor al machismo son en realidad cuestiones de carácter
religioso y funcionaba condenatoriamente tanto a mujeres como a hombres
por igual. Aparte de que analizar la Historia sólo desde una perspectiva
nos lleva a una creencia equivocada o sesgada de lo que se puede
aproximar más a la realidad. El hecho de que existan condenaciones nos
hace pensar, por ejemplo, que existen porque de hecho está ocurriendo
justo lo contrario de lo que la Iglesia hubiera querido que existiera.
Pero también está equivocado a mi juicio que sólo se indague en la vida
de las mujeres adineradas, pues el mundo femenino es de todas las
mujeres, no sólo de las ricas. La Historia no evoluciona sólo con las
personas ricas. Aún con todo tiene algunos puntos de vista que sí me
parecen muy acertados. Sea como sea, y pese a que el libro usa de muchas
fuentes bibliográficas, el autor sólo ha consultado dos archivos y la
Biblioteca Nacional de Madrid, y de esos dos archivos, además, ninguno
ha sido ni el Archivo General de Simancas ni el Archivo Histórico
Nacional, los cuáles hubiera sido deseable que los hubiera pisado junto a
los dos que sí pisó, el Archivo General de Indias (Sevilla) y el
Archivo General de la Nación (México). Es un libro interesante, no
obstante, y nos ilustra en cuestiones no muy trabajadas en la
historiografía tanto española como en la americana. Ellos porque
prefieren historiar más su Historia precolombina y su Historia desde su
independencia, nosotros porque en general nos desentendemos de la
Historia de esos lugares de España que se independizaron de España. Es
una buena aproximación para conocer la Historia de la América de la Edad
Moderna y de la sociedad española en general del mismo periodo, ya que
socialmente y legalmente es lo mismo, con matices en cada lado del
océano. Pero recomiendo leerlo con espíritu crítico y autorreflexivo,
pues ya digo que su óptica es la de la historiografía feminista, y yo al
menos creo que contiene partes que no es una visión muy acertada del
todo a la realidad de la época."
5 comentarios:
Estimado Canichu,
Soy Alberto Baena, el autor del libro al que se ha referido en la entrada de su blog. En primer lugar, quiero agradecerle que se haya leído mi libro, ya que entiendo que no se trata de una lectura ligera. Me hace muy feliz saber que el trabajo que hice no se ha quedado sólo en un círculo académico cerrado y que tengo la suerte de que ha llegado hasta personas como usted, que no tiene una relación profesional con la historia. Este trabajo fue la conclusión de mi tesis doctoral y, durante el tiempo en el que lo escribía, a veces me asaltaba la ansiedad de si aquello que estaba escribiendo con tanto esfuerzo le interesaría a alguien. Por desgracia, la sociedad y los historiadores estamos muy desconectados y cuando se recurre a la historia es para manipularla con fines políticos. Dicho lo cual, otra cosa que me agrada mucho es la posibilidad de debatir algunos aspectos de mi investigación que usted ha criticado:
1. Yo no me defino como un historiador feminista y tampoco utilizo esa metodología, pero puede ser que haya transmitido otra cosa. Durante el proceso de realización de la tesis tuve varias discusiones con mi directora (a la que debo muchísimas cosas) porque ella consideraba que el fin de mi investigación debía de ser estudiar a las mujeres dentro de la sociedad americana, mientras que para mí lo importante era indagar en las causas del surgimiento de una identidad criolla diferente de la española y sus principales características. Por eso utilicé la metodología de género, que no es feminismo sino una manera de mirar al pasado en la cual las diferencias entre hombres y mujeres se entienden como una construcción cultural. Por lo tanto, las mujeres permitían completar el puzle de un cuadro mayor en el que no se había tenido en cuanta a la mitad de la población.
2. En cuanto a mi crítica a algunos genéricos como “la nobleza”, o “el pueblo” tiene que ver también con las dificultades metodológicas que eso me produjeron durante mi investigación. Normalmente las fuentes documentales no suelen referir la presencia de las mujeres en los actos públicos y no tenemos manera de saber si estaban ahí o no. Hoy en día es fácil suponer que si en un periódico se refieren a los “asistentes” a la toma de posesión de un presidente del gobierno pudo haber entre ellos mujeres, pero si no sabes si estaban autorizadas o no a acudir a estos actos, entonces seguro que lamentas que no te den más información.
3. Respecto a la traslación del modelo cultural español a América lo que trato de defender es algo diferente a lo que me acusas. Yo pienso que el modelo teórico de tradición hispánica (limpieza de sangre, honor, nobleza) trata de implantarse en América, pero las circunstancias especificas de la realidad americana determinó que este modelo se desdibujase y que presentase muchas diferencias con el original.
4. Por supuesto que no estudio la realidad de las mujeres solo desde la perspectiva de la Iglesia y dejo muy claro que sus criticas responden a las desviaciones del modelo que se están dando en la vida cotidiana. Por eso he tratado de completar la visión de la mujer que se tenía en la época con todas las fuentes que pude encontrar, fundamentalmente correspondencia, crónicas de viajeros, leyes, poesía, literatura, memoriales, etc.
5. Lo de referirme sólo a las mujeres de origen español (peninsulares y criollas) no significa que no tenga en cuenta que existían mujeres de otros orígenes étnicos con circunstancias diferentes (aun así hago referencias a indígenas, mulatas, negras o mestizas). Simplemente se trata, una vez más, de una elección metodológica, elijo un grupo social como objeto de estudio que tiene una coherencia interna y que, además, ya se definía en la época como diferente del resto de mujeres. Es necesario recordar que no estamos en una sociedad democrática y el pertenecer al grupo de los criollos tenía una serie de privilegios que se definían a partir de una determinada ideología. Pero esta elección no es solo mía, hay un libro buenísimo de Severo Martínez que explica como veían la explotación de Guatemala los españoles durante el periodo colonial que se llama “la patria del criollo”. Este título se justifica en que la patria de este grupo social, como construcción cultural, era una cosa muy diferente a la que podrían tener en mente los indígenas o los mestizos, pero en este caso se refiere a la mentalidad criolla.
6. Evidentemente podría haber consultado más archivos y bibliotecas pero, en este caso, mis limitaciones económicas y de tiempo no me dieron para más.
Con estas respuestas no pretendo desvirtuar sus criticas que respeto y, como ve, considero, sino más bien darles una respuesta desde mi punto de vista. Por eso, quiero una vez más darle las gracias por permitirme debatir públicamente algunas de las ideas de mi libro.
Un saludo afectuoso.
Alberto Baena Zapatero
Hola, pues me honra que escribas la contestación, así que las gracias a ti. En todo caso yo sí soy Historiador, de hecho soy historiador profesional de los archivos.
Gracias por compartir aquello que has creído conveniente. Es un tema interesante del que, si te interesa en profundidad, como así parece, sería interesante una investigación tocando ahora el resto de núcleos sociales femeninos que citaba. No porqué no se pueda desprender algo de la lectura de la tesis, si no porque como tú bien dices el núcleo son mujeres nobles hispanas, y sería interesante ver otros nucleos más. Pero la tesis,con todo es sumamente interesante de verdad.
Pero en serio que me honra tu contribución.
Felicidades por tu blog y tomo nota de tus sugerencias. Espero que sigas leyendo y escribiendo.
Un abrazo
Alberto Baena
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