Ya en la Quinta Sinfonía hemos hablado mucho de la Sexta Sinfonía. Fue dedicada al conde ruso Razumovski, embajador del Zar en el Imperio Austrohúngaro. Ya en la anterior ocasión comentamos los pormenores de la relación de Beethoven con este diplomático, el cual ganó de Beethoven numerosas dedicatorias. Razumovski fue uno de sus protectores económicos y de sus admiradores.
La Sexta Sinfonía de Beethoven (Sinfonía nª 6, en fa mayor, opus 68, "Pastoral" o "Recuerdos de la vida campestre) había sido bosquejada en algunas de sus partes mínimas en 1803, pero no habían sido ideas desarrolladas. En 1806 desarrolló más esos bosquejos, siendo todas estas acciones, acciones que interrumpían en parte la composición de la Quinta Sinfonía, como se dijo. El desarrollo total de la obra se produjo en el verano de 1808. Como dijimos ya, se estrenaría el 22 de diciembre de ese 1808 en el Theater an der Wien de Viena junto a la Quinta Sinfonía, una aria, el Cuarto Concierto para piano, varios fragmentos de la Misa en Do Mayor, la Fantasía para piano, opus 77, y la Fantasía Coral, opus 80, todas ellas obras inéditas de Beethoven, siendo aquella una extraña noche de maratón musical de este autor, en un ambiente enrarecido por la ocupación francesa y casi sin haber ensayado ninguna de las obras, aunque interpretadas perfectamente. En el programa se alteró e orden de las dos sinfonías, se tocó primero la Sexta, dejando al público indiferente, y después la Quinta, que entusiasmó. La Sexta Sinfonía iría ganando adeptos sólo con el paso del tiempo y la apreciación sosegada interpretada ella por sí sola.
La razón de ser de esta Sexta Sinfonía se debía precisamente a la enfermedad que le había dejado ya casi sordo, lo que, como he repetido ya varias veces, le producía crisis existenciales, ira y profundas depresiones. En este largo periodo que estuvo en Viena, abandonando Bonn, sólo encontraba paz ya cuando salía a pasar un tiempo al campo libre, donde paseaba en soledad y se recreaba con la Naturaleza. a veces permanecía algunas estancias en el campo gracias al sosiego y la calma que le daba. Así pues quiso componer una sinfonía musical que recogiera la tranquilidad emocional que le proporcionaba, casi como medicina saludable, cuestión que algún musicólogo ha catalogado de "dulzura".
Se habían compuesto sinfonías y obras dedicadas a la Naturaleza muchas veces antes de que él lo hiciera. La más famosa, por ejemplo, era la obra de Las Cuatro Estaciones de Vivaldi, en el siglo anterior. Pero todas aquellas obras coincidían en ser un intento de crear cuadros sonoros, pinturas sonoras, lienzos sonoros, como se prefiera llamarlo. Mediante los sonidos se trataba de "pintar" escenas de la Naturaleza. A Beethoven no le interesaba crear imágenes por medio del sonido. No era su interés imitar a los pájaros, ríos, lluvias o vientos para recrear imágenes como hasta ese momento se había hecho. Él dio un paso más. Lo que él vivía íntimamente con la Naturaleza era un estado emocional, la Naturaleza tenía en él una fuerza transformadora. Le devolvía la paz y le distanciaba de sus preocupaciones y de su realidad personal. Deseaba por tanto crear una sinfonía de la Naturaleza no para "pintar" una imagen, sino para transmitir las emociones que le producía y que creía tenía la misma fuerza en cualquier persona que se detuviera en ella. Le parecía trivial tratar de reproducir sonidos de la Naturaleza con la música, había que ir al alma.
En la partitura para él mismo y para los músicos anotó sobre las partes correspondientes cosas como "murmullo del arroyo", "cantos del ruiseñor", "codorniz", "crepitar de la lluvia", "truenos y relámpagos" y otras cuestiones que iba mucho más lejos que el mero solfeo. John Lennon, en los años de 1960, volvería a la misma idea compositiva, en este caso Lennon no había pasado por los estudios de conservatorio, aprendió música de manera autodidacta, y ha quedado para la Historia que cuando deseaba determinados sonidos en los álbumes, sobre todo a partir de 1966, les decía a los técnicos de sonido las emociones que quería transmitir, no las notas ni las partituras, y recorría a imágenes similares a las que Beethoven anotó en 1808. Esa es la gran aportación de esta sinfonía alegre y sosegada, la idea de que el músico podía querer transmitir cuestiones metafísicas, emocionales, más allá de las normas estrictas establecidas en los conservatorios musicales. Una idea propia del romanticismo, pero idea de Beethoven a fin de cuentas, la cual transcendió, especialmente desde finales del siglo XIX.
Otra innovaación fue que esta vez la sinfonía contenía cinco movimientos y no cuatro. Duraba cuarenta y cinco minutos, lo que la hacía más larga que las sinfonías hasta entonces habidas, a excepción de su Tercera Sinfonía, rompedora en todo, de la que ya hemos hablado. Estaba claro que Beethoven necesitaba sentirse libre de toda cadena para expresarse. Es una sinfonía alegre y sosegada, como ya he anotado, aunque una de sus partes contiene una tormenta que interrumpe una reunión de campesinos en el campo, pero tras ella estos se supone que cantan alegres y dan acción de gracias porque escampó.
Al igual que la Quinta Sinfonía, publicó la Sexta Sinfonía un año antes de su muerte, en 1826. En la partitura anotó un título: "Sinfonía Pastoral, recuerdos de la vida campestre", en alusión a todos aquellos innumerables paseos por los campos que rodeaba Viena, que le llenaban de paz en momentos de su vida de total zozobra, pero también de sus mejores momentos compositivos que hasta ese momento había vivido.
También esta Sexta Sinfonía la compré en el mismo mercadillo benéfico de la iglesia de San Francisco de Asís donde compré la Tercera, Cuarta y Quinta Sinfonías. Interpretada por Barenboim con la Berliner Staatskapelle, en una grabación de 1999 en el Studio One de GDR
Radio Studios, de Berlín. Se editó en 2000. Probablemente se trata de una serie de conciertos grabados para realizar esta colección, aparte de ser posiblemente radiados y emitidos.
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