martes, agosto 22, 2017

NOTICIA 1733ª DESDE EL BAR: EL COLECCIONISTA DE PIEDRAS

Está siendo una semana llena de obituarios célebres, por ejemplo el del actor de humor Jerry Lewis, ya nonagenario. Ayer escribía en la Noticia 1732ª sobre la muerte de uno de los creadores de cómic españoles más conocidos, un hombre apasionado de la ciencia ficción, Azpiri. Murió el día 18, y hoy la prensa recoge que ese mismo día, con 92 años, murió uno de los grandes maestros y genios de la ciencia ficción del siglo XX, ni más ni menos que Brian Aldiss

Su nombre se escribirá en este género literario, como ya se escribe, junto a los de Isaac Asimov, Phillip K. Dick, Martin Gardner, Ray Bradbury, William Golding, Arthur C. Klark, Stanislaw Lem, George Orwell, Zamiatin, Huxley, H. G. Wells, entre otros de los más célebres que construyeron las nuevas rutas de la ciencia ficción del siglo pasado. Un género que, según Aldiss, había inventado Mary Shelley con Frankenstein en el comienzo del siglo XIX, cosa a la que él no admitía discusión, aunque podría estar sujeta a debate de si hay antecedentes más allá de esa obra de 1818.

La obra escrita de Aldiss fue muy extensa, llegando a publicar libros desde 1957 hasta el mismísimo año 2006, aunque en realidad comenzó a publicar relatos en revistas en 1954. Nunca dejó de publicar relatos en revistas. Se puede leer y localizar su bibliografía a través de Lecturalia. La vida de Aldiss fue una vida marcada por diversos dramas y periodos de necesidad profunda a pesar de su fama. Viajó por una gran cantidad de países de los dos bloques de la Guerra Fría, pero su vida incluye desde haber sido un niño abandonado, a ser un joven educado por el ejército, tener un primer matrimonio infeliz, un abandono que le separó de su hijo y le dejó sin dinero, problemas con Hacienda, nuevas ruinas, nuevos destrozos familiares, la muerte de su segunda esposa que le dejó marcado... Por encima se puede leer los pormenores de su vida privada en el artículo que le dedica hoy El Diario. Claro que se puede combinar con la lectura de su biografía desde un punto de vista más centrado en su obra y su creación en El sitio de Ciencia-Ficción

Uno de sus relatos más celebres hoy día es Los superjuguetes duran todo el verano, que escribió en 1969. El cineasta Stanley Kubrik quiso llevarlo al cine, pero Aldiss lo impidió en parte, hasta que al final Kubrik habló con Steven Spielberg y fue este quien lo llevó al cine, con Kubrik muerto en 1999, fue la película I.A. Inteligencia Artificial (2001). La extensa obra de Aldiss es mucho más que ese único relato. Fue un gran relatista, por lo que tiene numerosos libros recopilatorios de relatos, pero es evidente que cuenta con innumerables novelas. Algunos críticos dicen que su cumbre son las últimas que escribió, aunque lo cierto es que desde el comienzo siempre fue creando cosas que iban cada vez a más. Las tragedias de su vida personal le influenciaron en esas etapas de su vida para escribir bastantes de sus relatos y novelas más famosos y valorados.

Hoy, al leer que murió, he cogido de mi estantería mi ejemplar del nº 6 de la Revista de Ciencia Ficción de Isaac Asimov, editado en España por Editors S.A. en 1980. Allí había un relato breve de Aldiss que he releído. A partir de una de sus frases y basándome en el relato le acabo de escribir un relato de homenaje y reconocimiento a Brian Aldiss. Os dejo con él. Saludos y que la cerveza os acompañe.

EL COLECCIONISTA DE PIEDRAS

Las piedras estaban perfectamente ordenadas unas tras otras por sus tamaños y formas. Ocupaban la vasta extensión del valle. También sus colores formaban una graduación progresiva del blanco al gris. En un simple vistazo se podía contemplar todo desde aquella pequeña colina a la que se había subido. En un planeta donde ya no existía la Humanidad, tenía toda la eternidad para encontrar y colocar todas y cada una de las piedras del mundo. Les asignaba su orden oportuno y exacto, respondiendo a una estética matemática que se había ido asentando en su mente a lo largo de sus viajes por el tiempo. Su ordenación había recibido diversas reordenaciones, pues no era la primera vez que algún acontecimiento, como un rayo de sol al alba otoñal naciendo y desplegándose en la mañana sobre sus agrupaciones líticas, le había hecho comprender que debía cambiar sus criterios clasificatorios. Una forma determinada o un color, un ángulo o una sinuosidad, un tipo de piedra, o tal vez el modo en el que la había dispuesto.

Tenían una belleza geométrica que era normalmente desordenada cuando trataba de hacer sus agrupaciones en tiempos en los que los humanos habitaban La Tierra. Años y años de soledad le habían hecho comprender su necesidad de ordenar el mundo para dotarle de una lógica existencial, aunque esta ya existiera sin necesidad de su raciocinio. Se preguntaba cómo estarían dispuestas las piedras en Marte o, más allá, en Saturno y los anillos de este. Con seguridad estarían tan desordenadas como cuando empezó su tarea en estas épocas nuevas en las que las brisas soplaban, a veces tirando alguno de sus monolitos. Bajaba con paciencia al valle en esos casos. Con gran cuidado se acercaba a la piedra caída y la ponía en pie en su justa posición. Era peor el desorden cuando iba a los tiempos humanos.

De la gravilla de la arena a las grandes rocas todo había recibido un orden. El viento era el más desorganizador de los elementos en esos tiempos, cuando soplaba sobre los fragmentos más pequeños de sus piedras.  

Con su forma humana, de la que nunca se deshacía, de vez en cuando viajaba al pasado, antes de que la vida colonizara el planeta fuera del agua. Tenía allí también otro valle con sus piedras perfectamente dispuestas en categorías. Entre medias disfrutaba de intentarlo en los tiempos habitados del mundo. No le resultaba desagradable que algún ser alterase su obra. La podía volver a rehacer. El relacionarse con aquellas criaturas tan endebles y breves le infundía un cierto cariño extraño de explicar, capaz de perdonarles cualquier desorden y alteración de su obra.

Dio un salto en el tiempo, pensando en uno de aquellos seres humanos a quien había conocido hacía poco, o mucho, dependiendo de la relatividad del tiempo y de la perspectiva como este se pensase. Flotó a través de las capas del tiempo, sintiéndose gas o montaña a través del viaje, hasta que su cuerpo se materializó de nuevo en un cuartucho inglés, en Sheffield. Saliendo de entre las sombras de uno de los rincones vio a un hombre intentando envolver un paquete de piezas de juguete Lego sobre una cama.

–Brian –le llamó el viajero.

Brian Aldiss levantó la cabeza y le miró.

–Has vuelto.

El viajero abrió una ventana por la que se coló un gato. El pequeño felino se acercó y subió a la cama de Aldiss deshaciendo su obra. El escritor agarró al gato y le acarició con una sonrisa interior que no se expresaba en su cara. Luego volvería a envolver el pequeño juguete para su hijo, al que no veía desde hacía tiempo, pues su madre se lo había llevado a la Isla de Wight.

El viajero le observó acariciando al gato y dijo:

–Nos maravillamos de las rocas gigantescas porque son incontables. Y deberíamos maravillarnos ante las pequeñas porque también lo son. ¿Nos acercamos a ellas?*

El gato ronroneó.

Por Daniel L.-Serrano “Canichu”
Alcalá de Henares, 22 de agosto de 2017.
Relato de homenaje a Brian Aldiss, el gran escritor de ciencia ficción muerto el 18 de agosto de 2017 con 92 años de edad.


*La frase aparece en el relato “Las pequeñas piedras de Tu Fu”, escrito por Brian Aldiss en 1980.


(Este relato tiene registro de autor bajo licencia creative commons, al igual que el resto del blog según se lee en la columna de links de la derecha de la página. De este relato no está permitido su reproducción total o parcial sin citar el nombre del autor, y aún así no estará bajo ningún concepto ni forma permitida la reproducción si es con ánimo de lucro).

1 comentario:

Canichu, el espía del bar dijo...

Luis Abad, a través de Facebook me comparte este relato suyo escrito en 2010. En recuerdo a Aldiss:

De como aquel pequeño ser tornose estrella de neutrones y otros relatos...

En un huequillo arbóreo hallabase un topo, un topillo, una muestra de topez, ínfima pero a la vez cortes. De sus asuntos y labores solo trataba y en a nadie molestando vivía con cierta comodidad y sosiego. Un día hallándose levemente atareado en transportar unas nueces de aquí a allá y luego acullá, labor no por ello menos honrosa, presentosele una hada, una ninfa bella y brillante a partes iguales y preguntole:
- Querido topillo por que tanto afán muestras en mover de manera altanera y turbadora cuestas nueces de un lugar al otro sin un sentido que en ello yo pueda hallar. Y no siendo mi inteligencia poca, no comprendo cual es orden adecuado y la causa que lo provoca.
El insignificante ser alzó la cabeza para rápidamente agacharla y esconderla tras una nuez. En allí presuntamente escondido quedose. En grácil movimiento la ninfa diole la vuelta y volvió a interpelarle:
- Que haces may escondido, si es que así puede llamársele. Ningún daño he de hacerte si eso te preocupa, mejores tareas tengo si eso te atañe y poco tiempo para ello si eso te apremia.
- Por que, oh ninfa maravillosa, turbar a este pequeño ser quieres y me preguntas de esto y aquello como si yo, humilde animalillo, de ello supiera. No esta en la naturaleza de todos ser bello y radiante como vos. Tampoco lo esta llevar a cabo las mayores obras dignas de alabanza y yo, pobre de mi, tan solo muevo mis nueces de aquí para allá y luego acullá y a nadie molesto. Tan pobre es mi vista que la luz me ciega y al igual que de el sol huyo por que me daña, tu cuya belleza y fuerza es comparable a la del astro, me iluminas en tan fuertemente brillando que de ti me alejo. Mis cansados ojos solo salen de noche, seguidos de mi claro. Y lo único que alcanzo a ver en mi natural oscuridad son las estrellas que tan lejanas se hallan y tan claras se muestran. Y al igual que ellas me ayudan a guiarme por el suelo mientras este mundo gira, diome por pensar que dada la relatividad de todas las cosas y como el conjunto y sus partes dependen del observador, pudiera yo intentar hacer mi propio eje de nueces y componerlo en base a un orden mayor, que me trasciende. Mirad allí arriba, veis aquel destello que parpadea, es un pulsar. Aunque se que es poco probable, pudiera darse el caso que allí hubiera otro pequeño ser atareado y con poca vista y que tal vez para el nuestro planeta se un puntito parpadeante. Y en guiándole a el como el me guía a mi todo me parece tornase mas claro y simétrico. Así que de eso me ocupo yo, pobre de mi, que tan solo muevo mis nueces de aquí para allá y luego acullá y a nadie molesto.
Agradole tanto la historia a la ninfa que ayudolo a terminar el mapa y en habiendo acabado la tarea diole un beso en la mejilla al pequeño ser. Y como todo el mundo sabe que no hay mejor recompensa que un beso de ninfa decidió volver a casa y mientras giraba en el universo a la par de los cúmulos de galaxias y cosas menores, recordaba placidamente su huequillo y le parecía curiosamente volver a el dentro de un orden mayor de cosas que le trascendían, pero del cual formaba parte, una parte pequeña, una ínfima.