jueves, julio 31, 2014

NOTICIA 1371ª DESDE EL BAR: JAURÈS O LA COHERENCIA SOCIALISTA

Las clases trabajadoras no fueron indiferentes a la Primera Guerra Mundial. Ya dijimos que precisamente al final de la guerra los alemanes consideraron que había que terminar con ella porque sólo respondía a los intereses del emperador, los políticos y los grandes empresarios. Ellos confiaron en los comunistas y los socialdeócratas, que fueron aplastados por el propio ejército alemán en 1918. Por otro lado también comentamos ya cómo los grandes empresarios y los políticos españoles habían usado los beneficios de sus negocios de guerra en enriquecerse al mismo ritmo que su ambición les animó a empeorar las condiciones de vida de los trabajadores para tener aún más beneficios, lo que provocó la huelga revolucionaria de 1917. Y todavía más conocido, y también comentado, fue la movilización de los trabajadores rusos que provocó la revolución rusa de 1917 y la proclamación de la Unión Soviética. Pero, ¿cuál era la postura de las clases trabajadoras ante la guerra previsible antes de que estallase esa guerra?

Para contestar cuento con el permiso y colaboración del historiador Julián Vadillo, que hoy ha publicado un artículo al respecto en el periódico de tirada estatal Diagonal, se puede leer ya entrando por aquí en ese periódico. También lo ha publicado con ampliaciones Mauricio Basterra en Fraternidad Universal. Julián ha publicado otro artículo más llamado "El movimiento obrero en la encrucijada", en la edición en papel de este periódico. De hecho, en la edición en papel se encuentra un especial de la Primera Guerra Mundial donde también hay artículos de los también historiadores Iván Pascual, Laura Vicente, Carlos José Márquez-Alvárez y mío propio, más otros dos artículos del periodista cultural Ignasi Franch.

El cien aniversario del comienzo de la Primera Guerra Mundial coincide con el cien aniversario del asesinato del líder socialista francés Jean Jaurès. No fue algo casual, fue precisamente por ello. Él pertenecia a la socialdemocracia francesa, pero como todo socialista en general en aquellas épocas él era pacifista. Efectivamente, desde los tiempos de la Internacional las clases obreras rechazaban la guerra por considerarla contraria a los intereses de los trabajadores. Sólo habían cogido las armas en el pasado para defenderse de los ataques armados de los gobiernos, como fue el caso, por ejemplo, de los hechos de la Comuna de París en 1871. A dato anecdótico, por poner otro ejemplo, en España los socialistas hicieron campaña contra la guerra (y en favor de la paz) que se llevó a cabo contra Estados Unidos por la independencia de Cuba, Filipinas y Puerto Rico en 1898. Cosa que les valió ser tildados de traidores a la patria. Ante la Primera Guerra Mundial estallada en 1914 el socialismo internacional no fue menos en este sentido. Se llamaba al pacifismo e incluso se pedía que los trabajadores no acudieran a alistarse al ejército, o bien que los soldados no combatieran. El fracaso de estas iniciativas es evidente, la guerra se produjo y se extendió hasta 1918. Fue la gran matanza mundial, agravada aún más en 1918 con la epidemia de la gripe española que mató a cincuenta millones de personas más de las que ya habían muerto en la contienda (por la guerra habían muerto entre soldados y civiles unas 22.827.127 personas).

Os dejo con el artículo (muy interesante) de Julián Vadillo.


JAURÈS O LA COHERENCIA SOCIALISTA

En estos días de fastos en el centenario del inicio de la Primera Guerra Mundial hay una fecha que va a pasar desapercibida. Consecuencia del estallido de la guerra y del enconado debate que el socialismo internacional tenía en su seno, el 31 de julio de 1914 era asesinado en París Jean Jaurès. Teniendo en cuenta la importancia de Jaurès para el socialismo internacional, para el socialismo francés, para el movimiento obrero y para la historiografía, no podía dejar pasar hacer una semblanza biográfica suya.

Jean Jaurès nació en Castres en 1859. Perteneció a la segunda generación de socialistas en el seno del movimiento obrero que toma la herencia dejada por la Comuna de París de 1871. A él le precedieron pensadores como Proudhon o Blanqui o militantes de primer orden como Varlin o Eudes, en otros muchos. Jaurès comenzó su militancia política en las filas del republicanismo. Imbuido por la Revolución francesa de 1789, Jaurès vio en la República la consagración de sus ideales sociales. Sin embargo al estallar las huelgas mineras en Carmaux y la durísima represión que la Tercera República ejerció sobre los trabajadores hace considerar a Jaurès que esa República no es la soñada por él. Y más teniendo en cuenta que el propietario de las minas era un reconocido monárquico. Esa huelga y la represión consiguiente llevó también al anarquista Emile Henry a atentar contra las oficinas de la empresa de minas de Carmaux en París. La bomba de Henry acabó estallando en la comisaría de la Rue de Bons Enfants.

El impacto de estos acontecimientos así como los estudios que Jean Jaurès estaba realizando sobre el socialismo le llevó vincularse definitivamente en las filas del movimiento obrero. Sin embargo Jaurès difería bastante del pensamiento de los líderes del socialismo marxista francés. Sobre todo de Jules Guesde. El guesdismo venía dominando el socialismo francés desde el final de la Comuna de París. Con una fuerte impronta obrerista, el POF (Parti Ouvrier Français-Partido Obrero Francés) consideraba negativa cualquier tipo de alianza con otras corrientes del movimiento obrero y mucho menos con los republicanos, a los  que responsabilizaba del fracaso de la Comuna y de la represión del movimiento obrero. Una posición que compartía también los socialistas españoles de Pablo Iglesias. En el caso español fue fundamental la influencia que tanto José Mesa como Paul Lafargue había ejercido sobre el grupo marxista español. Lafargue, con diferencias con Guesde, también era otra de las grandes figuras del socialismo francés del momento. El yerno de Marx ofreció un amplio contenido ideológico y de debate al socialismo. Sus aportaciones tanto al POF como a las páginas de L'Egalité son fundamentales para entender el desarrollo del socialismo francés.

Pero Jaurès introduce novedades en el seno del socialismo. No cierra la puerta al contacto y posible acuerdo con otras fuerzas de izquierdas y obreras. Anarquistas españoles como Anselmo Lorenzo, se entrevistaron con Jaurès en su exilio y sacaron una grata impresión del dirigente socialista. Curiosamente en España los textos de Jaurès se conocen gracias a los canales de los libertarios y no de los marxistas, que en esos momentos están fuertemente influenciados por las posiciones de Guesde. Jaurès polemiza y debate con el resto de las fuerzas marxistas. Con Lafargue tuvo unos interesantes debates sobre la historia y el idealismo.

La influencia de Jaurès creció. Su acceso como diputado hace que desde la tribuna parlamentaria defienda los intereses de la clase obrera.

A finales del siglo XIX Francia se dividió por el llamado “Caso Dreyfus”. Alfred Dreyfus, oficial del ejército francés, fue acusado de espionaje, juzgado, degradado y condenado durante más de 12 años. La sociedad francesa se dividió entre aquellos que defendían a Dreyfus y los que consideraban que era un traidor. La condena contra el oficial tuvo una importante carga de antisemitismo (Dreyfus era judío) que fue la razón fundamental de la condena. Mientras la extrema derecha católica francesa y los monárquicos hicieron campaña contra Dreyfus, la izquierda se dividió. Desde personajes como Zola que en su famoso texto Yo, acuso (J'accuse) hizo una defensa del oficial francés, hasta socialistas como Guesde que considero que el caso era simplemente un problema de la burguesía capitalista. Jaurés tomó partido por Dreyfus, considerando injusto las acusaciones contra él. En 1898 Jaurès publicó Las pruebas, donde el dirigente socialista francés defiende la inocencia de Alfred Dreyfus. Para Jaurès el problema no estribaba si Dreyfus era un explotador. Contra Dreyfus se estaba cometiendo una injusticia y el socialismo tenía que condenar cualquier tipo de injusticia. Aquí Jaurès marcó bien su linea de socialismo humanista.

Este último acontecimiento hizo concebir a Jaurès la idea de que la República francesa estaba seriamente erosionada. La represión contra el movimiento obrero, los casos de antisemitismo y algunas cuestiones más hacen ver a Jaurès de la necesidad de unificar las fuerzas socialistas. En 1904 fundó el periódico L'Humanité. Es sus páginas Jaurès comenzó a defender la idea de crear un partido socialista unificado. Y este acontecimiento se produjo solo un año después. En 1905 los máximos dirigentes del socialismo francés consideran de necesidad unificar las fuerzas. Jules Guesde, Edouard Vaillant, Paul Lafargue y Jean Jaurés, junto a otros muchos, fundan la SFIO (Section Française de l'International Ouvrier-Sección Francesa de la Internacional Obrera) o PSU (Partido Socialista Unificado). Tan solo un año después de su fundación la SFIO consiguió 51 diputados.

Pero la capacidad y contribución de Jean Jaurès no solo fue en una línea estrictamente política. Jaurès fue un profundo conocedor de la historia y su contribución de la historiografía es fundamental. Destaca su Historia socialista de la Revolución francesa, La revolución rusa de 1905, etc. Gran polemista en las páginas de distintos periódicos no dudó en debatir con otras tendencias del obrerismo, pero siempre tendente a la convergencia.
          
Diferenciándose de otros socialistas, Jean Jaurès mantuvo una estrecha relación con los sindicalistas revolucionarios franceses. A pesar de que estos estaban en una gran parte influenciados por el anarquismo y alejados de las posiciones parlamentarias, para Jaurès era necesario crear convergencias sociales y no solo estrictamente electorales. Algo con lo que discutía con otros marxistas de la época que negaban la capacidad revolucionaria y transformadora del sindicalismo revolucionario. De ahí que Jaurès tuviera buenas relaciones con personajes como Pelloutier (fallecido en 1901) o Merrheim.

El último gran debate en el que participa Jaurés es en relación a la inminente guerra que se avecinaba sobre Europa. Mientras el movimiento anarquista mantiene su posición de “guerra a la guerra” considerando los conflictos bélicos un problema que sufren los pueblos y benefician al capitalismo, el socialismo se divide entre aquellos que comparten esa crítica y los que consideran contraproducente oponerse a la guerra. Jaurès se sitúa en el primer grupo y comparte la visión de los sindicalistas revolucionarios. Si estalla la guerra había que convocar una huelga general.

Cuando el 28 de junio Francisco Fernando fue asesinado en Sarajevo, Jean Jaurès comienza una campaña por la paz. Para los elementos ultranacionalistas esas campañas eran equivalentes a enemigo de la patria. Y así fue como el 31 de julio de 1914, en el café "Le Croissant" de la calle Montmatre de París, Raoul Villain, un ultraderechista fanático, lo asesinó. Con esto se completaba toda una campaña orquestada desde las posiciones ultras contra Jaurès. Y también despejaba el camino para que una parte del socialismo francés entrara a formar parte de un gobierno de concentración nacional al que Jaurès se hubiese opuesto. Su asesino, Villain, fue encarcelado y salió de prisión en 1919. Se estableció en Mallorca y al estallar la Guerra Civil en 1936 fue reconocido y asesinado por milicianos anarquistas.

Así se ponía fin a una de las figuras más representativas del socialismo internacional. Francia le recuerda estos días. En el resto de lugares el centenario de muerte pasará desapercibido. Pero su figura merece un recuerdo.

Por Julián Vadillo Muñoz, doctor en Historia.

lunes, julio 28, 2014

NOTICIA 1370ª DESDE EL BAR: BASTOÑA, LA PRIMAVERA DE 1924

Hoy es 28 de julio, y justo un mes después de aquel 28 de junio que se cumplieron cien años del asesinato del archiduque austrohúngaro Francisco Fernando, se cumplen hoy cien años justos de las declaraciones de guerra entre varios países que dieron lugar a la Primera Guerra Mundial (1914-1918). 

Todo este mes de junio lo he dedicado a relatos y literatura en general en recuerdo a aquel acontecimiento histórico que cambió el mundo. Tras aquella guerra desaparecerían los llamados imperios centrales, que eran los de Alemania, Austrohungría, y Turquía. También Rusia desapareció imperialmente, aunque Rusia había sido parte de la Triple Entente. Bulgaria, aliada de la Triple Alianza, sufriría también la derrota. De la desaparición del Imperio Ruso nacería una guerra civil entre comunistas soviéticos y zaristas en la que en seguida intervinieron los países occidentales de Europa, incluido Estados Unidos de América, para intentar ayudar militarmente a los zaristas, que sin embargo ya estaban en sí mismos derrotados. Para 1920, se podría decir que ya era un hecho absoluto la consolidación de la Unión Soviética en los territorios del antiguo Imperio Ruso. La intervención militar occidental de última hora en aquella guerra civil iniciada en 1917 podría calificarse de inicio de lo que sería la primera etapa de una Guerra Fría cuyo punto culminante estaría tras el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945 y se prolongaría hasta 1991. Incluso en este 2014, con el asunto bélico de Ucrania, tenemos resabios de la Primera Guerra Mundial y de aquella Guerra Fría posterior a 1945. El gobierno de Lenin pronto se transformó en una dictadura soviética donde se eliminaba no sólo a los zaristas, también a los socialdemócratas, anarquistas y nacionalistas que discreparon. Cosa que empeoró cuando Stalin se hizo con el gobierno sobre 1924. Sin embargo, aún era un modelo ideal e idealizado para los trabajadores del mundo que aspiraban a la justicia social.

No sería el único cambio decisivo. El triunfo de la revolución rusa en 1917 había provocado que Rusia saliera de la guerra aquel año. Alemania había ayudado a Lenin a llegar a Petrogrado precisamente para que esto se produjera. Sin embargo el final de la guerra para Alemania no sólo se debió a la entrada y empuje de los norteamericanos en suelo europeo. Tras varios años de conflicto bélico los alemanes empezaron a ver a los socialdemócratas y a los comunistas como salvación. Ya estaban cansados de aquel conflicto al que cada vez vieron más como algo más propio de los intereses de la casa Imperial de Guillermo II que de los ciudadanos. La Liga Espartaquista se puso manos a la obra con la revolución en Berlín, fijándose en los triunfos rusos de los soviéticos. Si bien es cierto que socialdemócratas y comunistas alemanes chocaban entre sí, fue el ejército alemán quien zanjó el asunto dirigiéndose contra su propia gente y represaliando a todos los socialistas. Alemania tuvo que parar la guerra en 1918 y firmar la rendición en 1919. Entre tanto proclamaron una República en Weimar, veían su territorio separado en dos gracias a un corredor en Leipzig otorgado a los polacos, también vieron como algunos territorios que les habían arrebato a los franceses en 1871 les eran devueltos a Francia, y como se les exigía a ellos, los alemanes, el pago de enormes cantidades de dinero en concepto de indemnizaciones de guerra. Si bien hubo algunos planes económicos para evitar una quiebra total que llevara a toda Europa al comunismo, lo cierto es que la quiebra se produjo en Estados Unidos en 1929 y golpeó a Europa en 1930. Alemania se hundió económicamente y, herida en lo económico y en su amor patrio por las condiciones de paz, se dejó llevar por las ideas nacionalsocialistas de Hitler. Ganó este las elecciones de 1933 y llevó al país a una serie de represiones contra toda la izquierda política, los judíos, los gitanos, los testigos de Jehová y otros, y a una serie de anexiones territoriales por la fuerza, que al final desembocaron en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Alemania había dependido demasiado del dinero americano tras 1919, y el corte de la llegada de divisas por la crisis de 1929 había sido letal.

 Austriahungría fue fraccionada. Los innumerables nacionalismos estaban ya enfermos en su unión fraternal desde el siglo XIX. Hacía tiempo que no se sentían tan fraternales. Wilson, presidente de los Estados Unidos, propuso una serie de puntos para la paz que resolvían estos asuntos aceptando que aquellos pueblos que se sintieran nación tenían derecho a tener su propio Estado. Del Imperio Austrohúngaro nació Checoslovaquía, Hungría, Rumania, se otorgaron territorios a Polonia y a Italia y se creó el Reino de Yugoslavia con parte de lugares del viejo imperio y reuniendo a algunas naciones de los Balcanes.

El Imperio Turco, que había masacrado a los armenios dentro de su territorio, desapareció como Imperio. Perdió casi todo su territorio oriental. Pasó a ser una República democrática que imitaba a las europeas y que deseaba vivir una revolución cultural y laica como la había vivido Japón en el siglo XIX. Los japoneses ahora se beneficiaban de haber a apoyado a la Triple Entente y seguía su expansión inexorable y su creencia de supremacía de entre todos los pueblos orientales. Algo que la llevó a aliarse al fascismo alemán e italiano y combatir con ellos en la Segunda Guerra Mundial. No sería la única en cambiarse de aliados en la próxima contienda. Italia, que había sido también aliada de la Triple Entente, se benefició de la victoria, pero en los campos de batalla ellos habían terminado la guerra con una serie de derrotas muy serias. Recuperaron territorios históricos que habían perdido contra Austriahungria entre 1859 y 1866, sobre todo en el Piamonte, pero su intervención militar tan desastrosa abrió una brecha de inconformismo social al comenzar una crisis moral y económica. El socialismo atrajo a muchos italianos tras la guerra, pero en 1922 el fascismo italiano, basado en ideales de extrema derecha nacionalista y social, se hizo con el poder. Al estallar la Segunda Guerra Mundial en 1939 Italia tenía pactos con Alemania, decidieron entrar en guerra junto a ella en 1940.

África comprendió que los blancos no eran superiores. Si en Europa las mujeres accedieron al trabajo por la falta de hombres en las fábricas durante la guerra, en África fueron los negros quienes cumplieron este papel. Además fueron alistados en los ejércitos. En las zonas del Imperio Británico, incluso los indios, pakistaníes y afganos dieron una nota exótica a los frentes de combate europeos. Los africanos adquirieron ideas socialistas a través de los sindicatos blancos que ejercían en sus diversos lugares de trabajo africanos. Tomaron conciencia además de su carácter racial dentro de la sociedad y desarrollaron lo que se ha llamado el movimiento de la negritud y el panafricanismo. En Asia, Gandhi comenzó a despuntar tras la guerra como un ideólogo pacífico para alcanzar la indepencia de los británicos. 

Los pueblos árabes comprendieron la necesidad de su unión para lograr avances en la libertad o la igualdad, gracias en parte a Lawrence de Arabia, el agente doble británico. Mientras el territorio de Palestina vivía ya sus primeras disputas en los foros internacionales sobre su futuro, el judaísmo y el islamismo. 

América Latina se había beneficiado económicamente de toda la guerra, sobre todo Argentina. Cosa que hizo también España, sólo que los empresarios y los políticos de España usaron los beneficios para sí mismos, mientras bajaban los salarios a los obreros y subían los precios del pan. Eso llevó a una huelga general revolucionaria en 1917 que fue fracasada. Los acontecimientos en España se precipitarían hasta la huelga anarquista que logró las ocho horas de trabajo en 1919, consecuentemente el pistolerismo de la patronal asesinando a los líderes sindicales, la respuesta en los mismos términos de asesinato por parte de anarquistas contra los líderes que pagaron a los primeros pistoleros, la Guerra de África, la dictadura de Miguel Primo de Rivera en 1923, la Segunda República de 1931 y el estallido de la guerra civil española entre 1936 y 1939, antesala de la Segunda Guerra Mundial.

Se creó la Sociedad de Naciones, un organismo internacional pensado para que todas las reclamaciones de los diferentes Estados del mundo pudieran sentarse a hablar para alcanzar soluciones mediante la colaboración y no mediante la guerra. Fue el antecedente de la Organización de Naciones Unidas de después de la Segunda Guerra Mundial. El problema de la Sociedad de Naciones estuvo en que Estados Unidos y la Unión Soviética no quisieron participar de ella por diferentes intereses propios. Tampoco se dejó participar a las potencias perdedoras como Alemania hasta muy tarde, en los años 1930. No contaba tampoco con tropas militares que pudieran intervenir, y apenas tampoco con fondos económicos propios. Su fracaso ante la guerra civil española de 1936 a 1939, y de las anexiones alemanas de territorios europeos desde 1933, pusieron muy en entredicho su papel en el mundo. Ante todo esto quizá es de anotar que es curioso que los acuerdos de "No Intervención" en la guerra civil de España, no sólo se llevaron a cabo teniendo en cuenta que la Segunda República Española era un país democrático afiliado a la Sociedad de Naciones, también era la única nación del mundo cuya Constitución de 1931 había adaptado su legislación en cuanto a las relaciones internacionales a los artículos de la constitución de la propia Sociedad de Naciones, entre los que se contaban el rechazo de la guerra como medio para obtener fines políticos y ofensivos.

El mundo así vivió un descanso tras la Primera Guerra Mundial, pero los múltiples problemas no resueltos y las múltiples problemáticas de una sociedad que pedía ya abiertamente beneficiarse de ventajas como las clases dominantes, ya fuese la petición de soluciones desde la izquierda o desde la derecha, llevaron a la Segunda Guerra Mundial. El siglo XIX que aún vivía el siglo XX se dio por terminado con la guerra de 1914, y la guerra de 1939, hija de aquella, cambiaría el mundo hacia el que ahora hemos heredado. Cien años después, este mismo año 2014, la prensa aún saca noticias sobre el desentierro de material bélico de la Primera y de la Segunda Guerra Mundial, sobre todo en las zonas Europeas que dan al Océano Atlántico. Algunos lugares repitieron escenario bélico para sus batallas. Algunos incluso por tercera ocasión, pues en las regiones francesas de Alsacia y Lorena hubo sitios donde se libraron batallas donde ya se habían librado en la Guerra Franco-Prusiana de 1870-1871.

A pesar de lo que ha dicho hoy el noticiario del canal "24 Horas", de Televisión Española, aún hoy cien años después no está claro que Gavrilo Princip, asesino del archiduque, perteneciera a la organización nacionalista "Mano Negra", aunque esta parece que estuvo involucrada en los hechos del asesinato de algún modo. Así mismo, el periodista que ha afirmado que las cifras de muertos y destrucción  no son tan importantes en esta guerra, sino sus cambios, ha dicho una auténtica barbaridad. Claro que fueron y son importantes. Precisamente su magnitud y sus formas de producirse son los que cambiaron la Historia de la Humanidad en las formas de relacionarse las naciones y en las formas sociales de vivir y entender la vida desde entonces. Todo cambió.

Os traigo hoy el duodécimo relato que os he escrito en recuerdo de este cien aniversario y os anticipo que en breve cerraremos esta serie con varios artículos escritos ya desde el análisis histórico y no desde la literatura. 



BASTOÑA, LA PRIMAVERA DE 1924

Se notaba que Jane era norteamericana. Siempre hacía cosas despreocupadamente. Por eso le gustaba tanto su compañía a Natalie. En aquel rincón de Bélgica, tan cercano a Luxemburgo y tan en medio entre Francia y Alemania, era de agradecer que alguien viviera la vida en su presente feliz. Las bombas, los soldados manchados de barro o las nubes de gas que el viento transportaba ocasionalmente de los campos de batalla a los pueblos y ciudades, quedaban atrás en el tiempo. Ahora era ahora. La guerra había terminado hacía cinco años. Ya no iban a ver en aquel bosque ni mutilados ni esas horrendas latas gigantes y blindadas que mataban personas con gran facilidad ya fuese con sus bombas y balas o aplastándolas bajo las cadenas de sus ruedas. Los carros de combate ni siquiera tenían ya aquellas formas tan graciosas como terriblemente letales. Los principales combates, por otra parte, se habían dado más hacia el oeste del país y aunque todos los belgas habían padecido la guerra, para Natalie la vida era aquel bosque y sus pájaros revoloteando aquella primavera. Lejos estaban las caras de tristeza, las angustias de saber si seguirían vivos al día siguiente, si los alemanes pasarían por el pueblo buscando pertrechos, o las tragedias familiares cada vez que llegaban noticias de los frentes.

El novio de Jane, Alistair, no había venido a combatir a Europa. Él no había alcanzado la edad de alistamiento el último año de la guerra. Tampoco él había conocido aquellos horrores. Así que allí estaban Jane y su novio Alistair con ella en el bosque de Bastoña disfrutando de un día de campo apacible, sin más sonidos que los propios de la Naturaleza. Ellos eran dos personas inocentes en cuanto a los horrores que se conocían. Eran dos jóvenes adultos que aún vivían de sueños de niños. Y allí estaba Alistair llevándose al pequeño hermano de Natalie a jugar con una pelota de rugby lejos de ellas, entre los árboles. Alistair le había prometido a Simon que le enseñaría a lanzar aquel extraño balón apepinado. Simon aún era muy niño. Había nacido los últimos meses de la guerra. El padre de Natalie y de él había disfrutado de un permiso militar entre diciembre de 1917 y enero de 1918 y los aprovechó con su esposa, la madre de ellos, para hacer algo durante la guerra que no había hecho en todo lo que esta había durado: dar vida a alguien. Se podría decir que Simon era el hijo del final de la guerra. Había nacido en septiembre de 1918. La guerra terminó en noviembre, aunque las firmas de las paces con Alemania no llegaron hasta el verano del año siguiente, hasta el 28 de junio de 1919, la misma fecha cinco años después del asesinado del archiduque austrohúngaro Francisco Fernando. Aún se hizo todo más complejo, pues los periódicos siguieron informando de la evolución de los tratados de paz con el resto de imperios derrotados hasta que se terminaron de cerrar del todo en 1920. Natalie era una gran consumidora de periódicos. No le gustaba la guerra, pero le gustaba saber.

-No perderemos el coche de vista –le dijo Natalie a Jane-. Nos quedaremos por aquí.

-Este bosque es precioso. Sus árboles son altísimos.

-Sí. Sobrevivió a la guerra.

-He oído que algunos bosques belgas han tenido que ser replantados.

-Sí, en Ypres. Los combates los arrasaron. ¿No has visto fotos?

-No. No leía los periódicos tanto como tú.

-¡Pero eran muchas las cosas que se publicaban todos los días!

Jane, extendió una manta en el suelo. Se sentó e invitó a sentarse a Natalie. Su amiga belga tenía unos años más que ella. Era una chica rubia muy guapa, con los ojos verdes. Le sorprendía mucho que con toda la gente que había muerto en aquel país su amiga aún quisiera hablar de estos temas. Quizá fuese porque su familia debía ser de las pocas que no había recibido un muerto en su casa. Eso daría otras perspectivas, pensaba la norteamericana.

-¿Qué hiciste tú durante la guerra, Natalie? –Le preguntó.

-Trabajaba.

-¿Ayudabas a tu madre con el huertito de tu casa?

-No. Bueno, también, pero quiero decir que trabajé en una fábrica. Hacía ollas de metal con una máquina.

-¡Ja ja ja…! No te puedo imaginar así, manchada de grasa, Natalie… Tu piel parece tan delicada… ¿Dónde están los callos? ¡Ja ja ja ja!

-Los tuve. Tuve callos en las manos. Éramos muchas. A mí me gustaba aquello. Cuando acabó la guerra regresaron los hombres que quedaron y nos echaron a casi todas. Ya no contratan mujeres para las fábricas, pero a mí me gustó aquello.

-Natalie, la obrera –dijo con sorna la joven Jane.

-No te rías. Es bonito fabricar con las manos. Era un trabajo en cadena y duro, pero merecía la pena. Además ganaba un dinero que me permitía hacer más cosas de las que ahora hago trabajando otra vez en mi casa.

-Trabajas en la panadería.

-Sí… pero no es lo mismo. ¿Crees que en Estados Unidos podría tener más oportunidades que aquí?

-No sé… Supongo que sí. Pero todo esto es muy bonito para abandonarlo. Yo no me iría.

-¿En qué lugar podría tener trabajo?

-¡Ja ja ja ja…! En cualquiera, Natalie. Eres preciosa, podrías trabajar donde quisieras. Pero si te refieres a trabajar como obrera, no sé… supongo que tendrías que ir a Michigan, en Detroit hay muchas fábricas. O quizá a Illinois, a Chicago.

-¿A Chicago? ¿Con los gangster?

-Sí. ¡Con Al Capone! ¡Ra ta ta ta  ta! –Jane hizo el gesto con sus manos de ametrallarla con una ametralladora ligera de mano.

Ambas se rieron. Natalie volcó a Jane en el suelo. Se quedaron tumbadas boca arriba, mirando el cielo enmarcado por la copa de los árboles. Algunos pájaros volaban de rama a rama. En un breve silencio mesado por una brisa, Jane pensaba en la maravillosa Bélgica que estaba conociendo. Aquellas vacaciones estaban siendo muy divertidas y era una suerte haber conocido a Natalie. Natalie pensaba en aquel silencio en otro mundo.

-Allí no podrías beber –dijo Jane divertida-. Echarías de menos la cerveza de abadía.

-Tú sí que la vas a echar de menos –dijo Natalie con una sonrisa-. Oye, sabes qué esas ametralladoras…

-¿Las de los mafiosos?

-Sí, esas. Las inventaron para matar más rápido dentro de las trincheras de aquí –Natalie cambió su expresión a un tono más serio al decir esto.

-No lo sabía –dijo Jane.

-Las llamaban “Tommy gun”.

-Creía que se llamaban Thompson.

-Eso es una marca. Creo que es el nombre del inventor, pero durante la guerra hubo otras parecidas de otra marca, no eran Thompson. Las llamaban “Tommy gun” porque aquí a los americanos y a los ingleses os llamaban a todos Tommy.

Jane sonrió con este dato. Ambas volvieron a mirar hacia el cielo pensativas.

-¿Has visto ¡Armas al hombro!? –preguntó Jane.

-¿La película de Chaplin?

-Sí. Es tan graciosa. Fui con Alistair cuando la estrenaron. A veces viene bien reírse de estas cosas.

-No la he visto, pero no creo que esta guerra haya sido graciosa.

-En serio, deberías reírte de ella.

-No viviste aquí…

-Pero eso da igual. Cuando fui a verla había algunos chicos con sus novias que habían combatido en Europa y ellos también se reían.

-Tommys

Ambas rieron ante esta salida de Natalie.

-¿Sabes que los franceses fueron a la guerra montados en taxis? Eso sí que me parece gracioso –preguntó Natalie de nuevo.

-¿En serio?

-Sí, fue en la primera batalla del Marne. Movilizaron a todos los taxis de París.

-Desde luego no llegarían tarde a la guerra.

Ambas rieron de nuevo antes de volverse a quedar pensativas mirando al cielo y las copas de los árboles.

-Estaría bien trabajar en Detroit –rompió el silencio Natalie y se volvió a crear en torno a ellas dos tumbadas en aquel bosque primaveral.

-¿Cómo me dijiste que llamabais a Bastoña? –preguntó Jane para romper el silencio.

-¿En neerlandés?

-Sí, ¿cómo lo llamáis vosotros?

-Basternaken.

-Parece alemán.

-Los Países Bajos fueron parte del Imperio Alemán en otro siglo. También del español –Natalie hizo una pequeña pausa-. Pero siempre seremos belgas.

-Si yo viviese aquí vendría mucho a este bosque. Es magnífico que no se destruyera. Se respira paz y alegría.

-Nosotros también estamos muy satisfechos con nuestro bosque.

-Ninguna guerra debería venir por aquí –añadió Jane cerrando los ojos ensoñada.

-Ninguna –dijo Natalie cerrando los suyos.

La brisa movía ligeramente las ramas de los árboles. Los pájaros se buscaban entre sí. Si hubiera habido un silencio total quizá hasta hubiera cruzado por allí un conejo o un zorrillo. Alistair jugaba con Simon a lo lejos. Se lanzaban la pelota oblicua, que daba extraños cambios de rumbo cuando caía al suelo. Simon reía a carcajadas cuando aquello ocurría. La pelota que iba recta a él podía de repente irse hacia la derecha o a la izquierda en un bote, sin más razón aparente que su propia forma al golpear con el suelo del bosque. El pequeño perseguía la pelota corriendo torpemente. Reía más alto cuando la atrapaba con sus manos. Alistair disfrutaba con aquel pequeño que, por otra parte, apenas le entendía nada de lo que decía. Le había enseñado muy pocas palabras en inglés aquellas semanas que estaban allí, pero su comunicación principal había sido a través de las traducciones que le hacía la hermana de aquel niño, Natalie, y a través también de lo gestual, idioma básico de todos los humanos. A la hora de jugar, todos los niños entendían. Sólo había que disfrutar. Sólo había que reír.

El niño corría por todos los sitios detrás de la pelota que le lanzaba Alistair. El zigzagueo constante del juego no le cansaba. Un estruendo tremendo resonó por todo el bosque cuando el niño corría. Un montón de tierra se elevó al aire arrancando todo lo que pudo el gran estertor. La explosión tremenda espantó a todos los pájaros, salieron volando alborotados tan lejos como pudieron. Jane y Natalie se levantaron de golpe para ver caer toda aquella tierra de nuevo a la tierra de donde había sido arrancada de cuajo. Una gran cortina de polvo lo cubría todo. Sobresaltadas corrieron hacia donde estaban jugando ellos. No les veían. Pero un llanto delató a Simon caído en el suelo con heridas en las rodillas. Estaba lleno de polvo. Alistair no estaba. Alistair no regresó nunca con ellas. Alistair fue encontrado a trozos entre las copas de los árboles. Ellas sólo encontraron de Alistair su camisa, que había sido arrancada de súbito por la fuerza de la explosión bajo sus pies.

-La guerra –explicaba Jane muchos años después a sus alumnos de un colegio de Pensilvania-, nunca trae algo bueno.

Los padres iban a recoger a aquellos alumnos cuando terminaban las clases para llevarlos a la seguridad de su hogar, donde les aguardaba la comida segura. Muy lejos, en Bastoña, Natalie abrazaba a su hermano Simon, con veinte años. Habían acogido a un niño español de otra guerra que terminaba en su país. Casi no pasaban por el bosque. De vez en cuando aún se sacaban viejas bombas sin estallar sepultadas bajo la tierra, como esperando. Alistair nunca regresó con ellas. Nunca le vieron colgando troceado. Tardaron tiempo en poder reunirle. Las guerras no traían nada bueno.

Era marzo. Los periódicos anunciaban la anexión alemana de Bohemia-Moravia. Pareciera que el mundo iba hacia otra guerra europea, otra guerra mundial, y las bombas de la anterior aún estaban en la tierra, como semillas, esperando germinar.

Muy lejos, Jane, miraba por la ventana.



Por Daniel L.-Serrano “Canichu”
Alcalá de Henares, 28 de julio de 2014. Publicado en Noticias de un Espía en el Bar, con motivo del 100 aniversario del comienzo de la Primera Guerra Mundial (1914-1918).

jueves, julio 24, 2014

NOTICIA 1369ª DESDE EL BAR: EL ÚLTIMO FULGOR

Pues si el asesinato del archiduque austrohúngaro Francisco Fernando se produjo el 28 de junio de 1914, estamos a cuatro días del 28 de julio de ese mismo año, o lo que es lo mismo: de las declaraciones oficiales de guerra entre los países que nos llevaron a la Primera Guerra Mundial. En este cien aniversario de todo ello, en el undécimo relato que os he escrito en recuerdo, volvemos al escenario japonés, del que ya os escribió un precioso relato intimista Luis Abad en El Frío de Saipán y os hablé yo del contexto histórico. Hoy, esto otro, esta vez escrito por mí mismo:




EL ÚLTIMO FULGOR

Qué belleza se alcanzó cuando los arcos brillantes, en una parábola perfectamente dibujada en un cielo oscureciendo sobre el mar, en ese preciso momento en el que la luna se puede ver en lo alto a la vez que el sol, impactó en el barco alemán con su pabellón blanco con la cruz negra. Aquella cruz negra con el águila imperial en su centro, con sus alas desplegadas y sus plumas como puñales, con su otra pequeña bandera en su esquina superior izquierda, negra, blanca, roja y sobre ella otra cruz negra.

Como un estallido tremendo y refulgente unas bellas llamaradas ascendieron al cielo con un penacho negro de humo bailando en una danza rápida y llena de curvas gruesas y como una brocha que pinta una estela que surca el azul del atardecer con una línea negra, como la tinta que escribirá sobre la Historia. Y aquellos hombres rubios, pero con su pelo tan escaso, tan corto, con sus uniformes blancos lanzándose al mar mientras su barco gentilmente se inclinaba sobre las aguas mansas, pero revueltas en torno a ellos. La gran belleza del aceite flotando y ardiendo, y con él ardiendo los hombres que flotan, contorsionándose como en una danza de ballet, como en un salto eterno de cabriolas, sin un lugar donde asirse, sin que la gravedad de un suelo les asista, agua y fuego y carne suya, carne empapada de aceite de máquinas y carne ardiente prometida al agua. Y el sonido de la música de las explosiones en cadena de las municiones y los torpedos que cargaban, acompañados por el ritmo mecánico y acorazado de la sirena que proclamaba la belleza de aquella tragedia.

Las lanchas partidas. Las lanchas abarrotadas por marinos que se ayudan y saturan de peso su línea de flotación, y las lanchas donde se golpean con los remos unos marinos a los otros del agua.

Y nosotros observando. Se habían retirado de las islas como en un primer acto del baile cuando se lo pedimos. Nosotros, los que movimos la batuta, los que lanzamos aquel arco que les tocó como un dedo sagrado que señaló su barco. Han pasado dos años de esta ópera, apenas hay en las aguas del Pacífico bailes como estos. Su Majestad Imperial del Japón lo sabe y sigue escribiendo actos de belleza suprema en las islas de la China. Nuestro baile es edificante. Y los alemanes, cuando aparecen, cuando lo hacen sobre las aguas y no en las tripas de esos barcos submarinos, monstruosos y irreverentes, pero bellamente metafóricos del lugar de donde viene y a dónde va la muerte.

A veces, cuando estoy en tierra, en el Nagasaki que me vio nacer, voy a verle. Le veo de tarde en tarde. Su memoria no es la misma. Merma. Pero él me educó. Me dio la vida, la que yo uso ahora en este 1916 como si fuese el año 100. ¿Quién es más, Buda o el Emperador Taishō? Mi padre, mi padre el zapatero y su desmemoria, o quizá las bombas de los cañones de estos barcos de metal que surcan los mares modernos. Mirad como los alemanes tratan de nadar lejos de su destino, pero su destino les reclama y se hunden arrastrados por el hundimiento de su barco en las profundidades del agua. El honor nos llama a rescatar a los más fuertes nadadores que supervivan a la muerte que nosotros les hemos otorgado. Y su sangre roja, confusa con las aguas que en la noche serán negras, llamará a los tiburones. Bailarán con los tiburones, pero los tiburones no les guiarán a la próxima isla, como hacen con sus amigos polinesios, ni les huirán como hacen ante nuestros grandes cazadores arponeros o con los australianos, grandes amigos que también cazan alemanes. Bailarán los tiburones y bailará la sangre en la noche.

Los chapoteos que manchan mis hojas, la tinta corrida por las gotas deslizadas de mí, y la policía secreta que bailará conmigo cuando algún día bailen en mi camarote.

Arden las aguas, que comen hierro, fuego y hombres. Qué lejos están de sus Nagasakis, si es que Alemania los tiene.

A veces le visito y su memoria merma. Merma y no me recuerda como hombre, pero aún sabe de mis juegos infantiles y de mi mano pequeña abarcando uno de los dedos de su mano. Qué indefenso, pequeño y frágil fui. Qué generoso fue mi padre. Y ahora me hallo aquí, observando las aguas que se revuelven con los metales y tragan. Gran bendición su desmemoria que no volverá a conocerme.



Por Daniel L.-Serrano “Canichu”

Alcalá de Henares, 24 de julio de 2014. Publicado en Noticias de un Espía en el Bar, con motivo del 100 aniversario del comienzo de la Primera Guerra Mundial (1914-1918).

domingo, julio 20, 2014

NOTICIA 1368ª DESDE EL BAR: FESTINA, MOX NOX ("apresúrate, pronto será de noche")

Pues sigo escribiendo con motivo del cien aniversario del inicio de la Primera Guerra Mundial. El décimo relato que os he escrito pisa territorio ruso, si es que los territorios tienen realmente dueños.




FESTINA, MOX NOX (“apresúrate, pronto será de noche”).


-El hombre social de hoy, adulterado por la morbosa adaptación al capital, viene a ser una mezcla extraña de civilización y barbarismo.

-¿Quién dijo eso? ¿Lenin?

-No, no, Sasha –dijo Yuri Bogdánov-. Es de una revista española. Lo dijo un médico llamado Ramón y Cajal.

-¿Es que los médicos hacen política ahora también? ¡Cómo están los tiempos!

Alexandr Semiónov y Yuri Bogdánov salieron de la casita. El cielo estaba encapotado aquel atardecer. Oscurecería antes que otros días sobre el pueblo. Quizá lloviese o quizá nevase. No habían terminado de torcer el final de la calle cuando Yuri Bogdánov, el hombre joven y enfermizo, se volvió de repente sobre su rumbo.

-¡Ay! –se quejó Alexandr Semiónov-. ¡Me has pisado!

-Perdóname, Sasha. Ha sido sin querer. Es que he recordado que no he cerrado la ventana de mi dormitorio.

-¿A dónde vas? Para. No vuelvas a casa. Trae mala suerte. Y deja que te pise.

-¿Cómo puedes creer aún en esas supersticiones? –dijo Yuri Bogdánov a su antiguo maestro, con el que ahora convivía en su hogar.

-Vamos, pon tu pie.

Yuri dejó pisarse suavemente por aquel hombre de tripa redonda y poblado bigote blanco. Se conformó con no regresar al hogar para cerrar la ventana y siguieron su camino. Su viejo profesor había declarado a favor de su incapacidad para ir a la guerra. La enfermedad que poco a poco le destrozaba los pulmones también había sido certificada por los médicos. Desde entonces aquel hombre le había dado una habitación y múltiples cuidados, a pesar de que no era un hombre de temperamento fácil. Sus padres le habían encomendado con él. El viejo profesor les había prometido cuidarlo a la par que le daría un oficio y evitaría que fuera al ejército para servir al zar. Así estaba siendo. Hacía ya dos años que el joven y pajizo Yuri Bogdánov trabajaba en su casa como si fuera una extraña mezcla de asistente personal y a la vez el hijo que jamás tuvo aquel hombre. No había sido el mejor alumno de su escuela de niño, tampoco el más obediente, y sin embargo le había tomado un cariño casi familiar.

-¿Desde cuándo lees prensa extranjera? –le preguntó el viejo maestro con su voz engañosamente huraña.

-No lo hago, me lo leyó un oficial de permiso que viajó a España. Me regaló la revista donde estaba. Se llama “Escuela libre”, pero era un número antiguo, de 1911.

-Nunca me cuentas nada a tiempo. ¿Sigues teniendo la revista?

-Sí, en mi cuarto.

-Me gustaría leerla. Me importa un rábano las opiniones marxistas de ese médico, pero si la revista tiene por nombre “Escuela libre” quisiera saber qué dicen sobre la educación al otro lado de Europa.

-Pero está en español. No está siquiera en cirílico.

-Llevamos ya dos años de guerra, leería cualquier periódico que no hable de muertos y batallas. Estoy tentado de suscribirme a una gaceta agrícola –el profesor siempre hablaba con un falso tono de mal humor.

Los dos hombres encaminaron varias calles cortas. Atravesaron la plaza que daba acceso a las últimas calles del pueblo, justo las que llevaban al camino leguminoso cuyo único sentido era adentrar a las personas en el cementerio donde descansaban generaciones y generaciones de las gentes de allí, con sus vidas sepultadas bajo lápidas donde los nombres mostraban los muchos lazos de unión entre las pocas familias de aquella población de hombres del campo. Iban dejando atrás las casas en dirección a la verja del campo santo, mientras algunas bandadas de pájaros volaban bajo y alborotadas. Pudiera ser un presagio de lluvia. Se les cruzó una mujer enlutada que venía del cementerio. Era la vieja Marina Gólubeva acompañada de su sobrina, regresaba de poner flores en la tumba de su hijo mayor. Había muerto en combate ensartado en la lanza de un ulano cuando la caballería austriaca asaltó a su batallón en Galitzia. Habían enviado su cuerpo a su pueblo natal, donde le dieron sepultura según los ritos ortodoxos en aquel lugar donde descansaban los huesos de sus abuelos, de sus bisabuelos, de sus tatarabuelos, y, en fin, de tantos de sus antepasados que habían llevado hasta entonces vidas tranquilas, apegadas a la tierra y sus rudezas, no sin haber pasado todos ellos grandes necesidades, pobreza y hambres. Ahora también todos ellos estaban igualados bajo un mismo suelo.

-Buenas tardes, Marina Gólubeva –saludaron el maestro y el protegido mientras se quitaban sus sombreros en señal de respeto.

-Buenas tardes –respondió la mujer bajando la cabeza un poco en señal de saludo.

-Le di mucho pan blanco a Mijail para usted cuando supe lo de su hijo mediano –dijo respetuoso el profesor.

-Gracias, señor Alexandr –contestó ella con un pequeño sollozo. Recordaba aquel regalo que le trajo su hijo menor.

-No pretendía hacerla llorar.

-No se preocupe, es normal. Esta segunda muerte está aún muy reciente.

-¿Y sabe ya cuando llegara el cuerpo al pueblo?

-La semana que viene, me han dicho.

-Al menos los dos hermanos no han sido enterrados en fosas comunes lejos de los suyos. Lo siento mucho, señora Marina Gólubeva. ¿Cómo está su esposo?

-Tiene que trabajar –dijo con algunas lágrimas en los ojos-. El mundo sigue y no queda otra.

-Sí.

-¿Va a la sepultura de su esposa?

-Sí, como cada día.

-Su enfermedad fue horrible. Pero ya descansa –Marina Gólubeva reparó en que era el amarillento Yuri Bogdánov quien acompañaba a Alexandr Semiónov y añadió con cierto deseo de salir del paso-. Afortunadamente los médicos saben ya muchas cosas para nuestros males.

Yuri Bogdánov asintió con la cabeza. Aunque la mujer no le había mirado directamente a él sabía que se lo decía a él. Su enfermedad iba a ser curada, al menos eso le habían dicho en sus últimas revisiones, pero su tratamiento era lento. Años antes hubiera muerto irremediablemente. Era una prodigiosa suerte que tuviera aquellos tratamientos que en buena parte pagaba su protector. Muchos médicos habían sido movilizados para ir al frente. Allí apenas tenían tiempo para curar realmente a los heridos, ejercían más de aserradores de miembros que de regeneradores. La ciencia médica era en esos momentos una gran escuela de mutiladores, y por ello era una suerte que él pudiera gozar en aquel pueblo tan alejado de las balas de un médico que conocía tanto como todo aquello que él necesitaba para no morir por el mal de sus pulmones. Él sabía de la mucha suerte que la vida le estaba brindando en aquellos años. Era el único varón joven que quedaba en el pueblo, así pues también el resto del pueblo sabía de su suerte. Era no sólo el hijo de sus padres, o el hijo no tenido del viejo maestro de la escuela, era el hijo querido de todo el pueblo. No había madre que no viese en él a su hijo. Todas le trataban como si trataran a su hijo, al menos como a ellas les gustaría que estuvieran tratando a sus hijos en aquellos momentos críticos. Sus hijos probablemente yacían en esos momentos en los campos de combate, o quizá habían muerto de frío y hambre. Pero eso, muchas, aún no lo sabían. Sólo sabían que allí quedaba un joven tan joven como su propio hijo, y todas le querían, pues todas querían a su hijo.

Marina Gólubeva acarició la cara de Yuri Bogdánov. Siguió su camino con su sobrina y dejaron marchar hacia el cementerio al profesor con el joven Yuri.

-Una mezcla extraña de civilización y barbarismo –dijo pensativo el viejo profesor al acercarse a la puerta del cementerio-, ese médico español no será Lenin, pero sabe de lo que habla.

El cementerio estaba construido en una superficie plana en pendiente hacia arriba. Las cruces ortodoxas de las tumbas eran blancas, contrastaban con el cielo plomizo de esa tarde y el color pardo de los pasillos de tierra y moho entre las fosas. Algunas piedras de los enterramientos más antiguos tenían hongos que les daban cierta solemnidad. Sólo entrar en aquel lugar implicaba asumir un respeto silencioso sin reflexionar siquiera su porqué, aunque todo el mundo al entrar conocía perfectamente su porqué.

-Nada debe haber más espantoso en nuestros días que morir ensartado en un palo largo –dijo el viejo maestro rompiendo el silencio-. En otras épocas era una forma normal de hacer la guerra, pero en las nuestras se tendría que haber superado. Ya hay aviones y cañones y ametralladoras… Y luego está lo de los caballos, ¿qué culpa tendrán esos seres inocentes? Porque también mueren los caballos. ¡Oh, sí! También lo hacen. Aunque si te digo la verdad, Yura, las armas de ahora son más criminales que las de antes. Esos gases asfixiantes… ¿desde cuándo es noble matar a tu enemigo así, sin darle oportunidad de defenderse, sin que pueda saber quien le ha matado? Y esas bombas… Ojalá no tengas que ver esas bombas, Yura. Pobre Marina Gólubeva. ¡La guerra es un crimen!

-Aquí está la sepultura, Sasha –dijo Yuri Bogdánov cuando llegaron a la tumba de la esposa del profesor.

-Lo sé, lo sé. ¡Diablos! Vengo todos los días desde que murió. ¿No voy a saberlo? –Anda ve a presentar nuestros respetos al hijo de Marina Gólubeva, déjame un rato a solas con Olya.

Yuri Bogdánov dejó allí a aquel hombre con su esposa. La tumba del hijo de Marina Gólubeva estaba algo más lejos. El cementerio no era muy grande, pero contaba con una cripta en su centro. Pertenecía a la única familia acaudalada del pueblo. La entrada a la cripta tenía una pequeña capilla de ladrillo rojo rematada por una cúpula bulbosa. Detrás de aquella estructura coronada por otra cruz de doble aspa estaba la tumba de aquel soldado. Se había llamado Dmitry. Yuri lo había conocido. Habían sido compañeros en la escuela del señor Alexandr Semiónov. Dmitry había sido uno de los alumnos más aplicados. Había sido el primero en aprender a leer, también había sido el chico más acertado cuando había que solucionar problemas matemáticos. Su modesta familia se hubiera podido plantear enviarlo a San Petersburgo a estudiar. Ahora la ciudad se llamaba Petrogrado, porque el nombre de Petersburgo les recordaba a los rusos un parecido demasiado grande con los alemanes. Así que el Gran Padre, el zar Nicolás II, había eliminado el nombre de San Petersburgo, pero para que pudiera seguir advocada a San Pedro le puso aquel nombre de Petrogrado. Sin embargo, Petrogrado estaba muy lejos, y las posibilidades del futuro de Dmitry se habían quedado allí, en aquel pueblecito, bajo la tierra de los suyos, gente sencilla que no había conocido tampoco en toda su vida las grandes construcciones de aquella ciudad que regía los destinos de sus vidas. Esa era la realidad actual, aunque la realidad exacta es que un ulano austriaco a caballo había matado con su lanza a Dmitry en Galitzia, justo cuando este huía despavorido corriendo junto al resto de sus compañeros. La gran mayoría de aquellos chicos habían aprendido también matemáticas y habían leído las poesías de las que se enorgullecía la lengua rusa, pero los austriacos les habían segado la vida. Uno tras otro, o quizá a todos a la vez.

La tumba de Dmitry marcaba comienzos de septiembre de 1914 como la fecha de su muerte. Ahora enterrarían a su lado a su hermano. En esa nueva cruz se escribiría 1916. En dos años Marina Gólubeva había perdido a sus dos hijos mayores, sólo le quedaba ya su hijo menor, pero Mijail entraría en edad suficiente para ser llevado con las tropas dentro de muy poco tiempo. Era una familia con una gran tragedia encima. Durante generaciones se habían preocupado de cultivar su tierra y vender los productos de su trabajo. Ahora, toda una estirpe de gentes del campo corría el riesgo de extinguirse en aquellos tiempos cruciales en los que el emperador luchaba contra otros emperadores. La mayor riqueza de la tierra yacía en la tierra enterrada, como siempre había hecho. Muy lejos de todo aquello estaba Petrogrado, sus palacios, templos, los mítines ilegales que los obreros daban por las calles y la guardia, siempre la guardia, con sus fusiles con la bayoneta calada.

Comenzaba a aumentar el frío. Una niebla bajaba del monte anunciando un atardecer prematuro. Yuri tomó unas florecillas que habían depositado en otra tumba para dejarlas sobre la tumba de su antiguo compañero de colegio, pero las volvió a dejar donde estaban de manera rápida, apenas las había levantado unos centímetros de su sitio. No era correcto robar a los muertos. A pesar de que no creía en las supersticiones ni en los misticismos, ya no, salía de su interior no honrar a unos robando a otros. Arrancó unas flores salvajes que crecían en la base de la pared trasera de la cripta y las acercó hasta la tumba de Dmitry. El montón de tierra que sepultaba su ataúd era gredoso.

Allí permaneció en pie pensando sobre la muerte. Comenzaba a sentir un cierto dolor en el pecho. Sacó un pañuelo de su bolsillo y tosió. Había unos restos de sangre, pero ahora ya no eran tantos como antes. Miró la sangre, dobló el pañuelo blanco y volvió a meterlo en el bolsillo. Debían bajar a la casa antes de que la niebla ocupara todo el pueblo. El viejo profesor se tomaba su tiempo. Hablaba con la tumba de su difunta esposa. A veces habían estado una hora allí. Probablemente le hablaba a un montón de tierra, como mucho a unos restos, pero aquel hombre estaba convencido de que no era así, hablaba con su esposa. Le ponía al día de todo. En estos últimos tiempos, de haber tenido oídos útiles, ella ya sabía con todo lujo de detalles sobre quien era él y sobre su relación con el que fue su esposo. Pasaron veinte minutos. La niebla ya era bastante espesa, aunque aún no era totalmente profunda. Había que bajar. Aquello no podía ser bueno para sus pulmones. El profesor lo sabía. Yuri Bogdánov se había sentado frente a la tumba de Dmitry, apoyando la espalda en la pared de la cripta de donde había cogido las flores.

-Eram quod es, eris quod sum –sonó la voz del viejo Alexandr Semiónov apareciendo sus pies al lado de él-. ¿Qué he dicho?

Yuri Bogdanov se levantó, comenzaba a temblar de frío y los tosidos habían aumentado.

-No lo sé, Sasha.

-Sigues sin hacer tus ejercicios de latín. Serás el mismo mendrugo de siempre en la vida si sigues así. He dicho: yo era lo que tú eres, tú serás lo que yo soy. Te he encontrado muy pensativo frente a la tumba del pobre Dmitry. Era amigo tuyo en la escuela. Lo recuerdo.

-Sí, Sasha, éramos amigos. Pero ahora él ya no está.

-Mors ultima linea rerum est. De Horacio. La muerte es el límite final de las cosas. Pero te equivocas, como se equivocaba Horacio. Querido Yura, hay algo más.

-Si lo hubiera no nos dejaría morir –dijo Yuri tosiendo de nuevo.

-Te equivocas, Yura. No nos deja morir, nos abre la puerta a su Reino. Sé que no crees en la vida del Más Allá, pero tú, y los que te han hablado de estas cosas, os equivocáis. No estamos aquí por nada. No sabemos muy bien porqué estamos, pero estamos.

-Pero, Sasha, ¿no es absurdo creer en todo esto? Esa creencia en otra vida mejor sólo nos adormila para que aceptemos vivir tan miserablemente como vivimos mientras otros viven a costa de nosotros. Es la misma creencia que nos lleva a estas guerras que ahora están llenando de sangre los suelos. Dmitry ha muerto engañado, como tantos otros. Ni el zar es un gran padre, ni Dios bendijo su muerte. Cientos de soldados lo comprenden y abandonan los frentes, vuelven a sus pueblos, porque es aquí donde realmente se hacen las cosas importantes, cultivando las tierras, cuyos frutos dan la vida. Sus frutos alimentan más que las misas.

-¡Eres un descreído y un insurrecto, Sasha! ¡Para qué te estoy educando, descarado! Post mortem nihil, ipsaque mors nihil. Esa, esa es la frase que a ti te gusta más. Las viejas palabras de Séneca, después de la muerte nada; y la misma muerte no es nada.

-Me acuerdo de una de las frases que me has enseñado, Sasha, ab una pendet aeternitas: la eternidad depende de una hora –volvió a toser con el pañuelo en la boca-. No quiero ofenderte querido protector, pero ya sabes cómo pienso. Todo depende de una hora, de la última hora. Dmitry sin duda ya ha alcanzado su eternidad. Será recordado por una lanza. Ninguna otra gloria, salvo la de su madre, que le recordará a sus pechos y en sus primeros pasos. ¿Dónde estaba el zar entonces?

-Anda vámonos, gran ateo. Estás tosiendo más. No sea que tu hora sea esta. Haremos sopa caliente para comer. Además la niebla se está volviendo muy blanca y no quiero que se cierre del todo en torno nuestra, que aún tenemos camino. Dame tu brazo.

Yuri le dio su brazo y Alexandr se cogió de él para iniciar la bajada del cementerio para ir al pueblo. La niebla ya estaba espesándose bastante. Marcaba el camino las cruces de doble aspa de cada tumba. Un gato les pasó corriendo por delante.

-¿Era negro? –preguntó el viejo profesor.

-No, creo que era pardo –dijo el alumno.

-Sigamos, sigamos.

Dieron unos pasos más y un nuevo golpe de tos les hizo pararse para limpiar la sangre con el pañuelo.

-Será mejor que vayamos más rápido para que estés caliente en casa. Yo haré la sopa, gran descreído –dijo el profesor con un cariño oculto en tosquedad.

Llegaron a la puerta de la verja del campo santo. El camino hacia el pueblo se veía ya con una niebla bien formada. El atardecer había llegado antes definitivamente y la noche se intuía adelantada. Atrás quedaban los muertos del pueblo, y por delante el camino hacia el pueblo con los vivos. Dmitry descansaba en su humilde tumba señalada por una cruz blanca detrás de la cripta de los más ricos del pueblo. Descansaba con sus historias de balas zumbando y austriacos a caballo. Muerto por ellos, luchando por él, huyendo por su vida. Pero aquel soldado también descansaba con sus multiplicaciones infantiles bien resueltas a lapicero y su rapidez para leer. Sus sumas y sus restas dormían eternamente junto al aprendizaje para detonar bombas de mano y usar cuchillos para cazar humanos. Yuri Bogdánov miró hacia el interior del cementerio. La niebla ya impedía ver algunas hileras de tumbas, las más altas. Avanzaba rápida. Volvió a ver al gato corriendo entre las cruces. Se perdió por detrás de la cripta, por donde debía estar Dmitry. Allí la niebla tenía un aspecto extraño. Se había formado como una columna más espesa. Blanca, flotando etérea. Tuvo otro golpe de tos y al volver a fijar la mirada en aquel punto le pareció que la niebla llevaba un uniforme pardo con su gabardina gruesa y su gorro de piel, una granada de mango colgando de su cinto y el fusil al hombro. Dmitry, con los ojos ahuecados le miraba triste antes de disolverse.

-Vamos, Yura, no te pares –Alexandr le tiró del brazo para seguir el camino.

Yuri Bogdánov, se frotó los ojos con una mano. Se fijó en aquel lugar otra vez. Sólo había niebla, cada vez más espesa, ocultando las tumbas de los muertos.

-Sí, vamos. Necesito entrar en calor –dijo el joven enfermizo.

Caminaron hacia el pueblo.

-Ah, el recuerdo de los muertos… Una vez fueron vivos, Yura, una vez fueron vivos.



Por Daniel L.-Serrano “Canichu”
Alcalá de Henares, 20 de julio de 2014. Publicado en Noticias de un Espía en el Bar, con motivo del 100 aniversario del comienzo de la Primera Guerra Mundial (1914-1918).

miércoles, julio 16, 2014

NOTICIA 1367ª DESDE EL BAR: ARREBATO EN UN ACTO



La novena entrega por el cien aniversario del inicio de la Primera Guerra Mundial que os he escrito es una obra de teatro en un sólo acto. Saludos a todos y que la cerveza os acompañe.



ARREBATO EN UN ACTO

 Personajes, por orden de aparición:

MELANIJA KOLUVIJA
BRANKO KOLUVIJA (hijo de Melanija)
DANILO ZUROVAC
EVANDER SIFAKIS
IONA PAPADOPOULOS
APOSTOLOS PAPADOPOULOS (hermano de Iona)


ACTO PRIMERO (único)


ESCENA PRIMERA

(Branko Koluvija y Melanija Koluvija. Él es hijo de ella. Él es calvo, de mediana edad y delgado. Ella es algo obesa y mayor. Están en el interior de una cabaña muy rústica de madera. Hay una sola sala que hace de cocina, salón y dispone de dos catres para dormir. A la derecha hay una puerta que va al retrete, a la izquierda una puerta interior comunica con la leñera. En el fondo se ve la puerta que da a la calle y las ventanas, que están cubiertas de nieve y dejan ver el fin de una nevada. Es de día. Hay una chimenea, una mesa y tres sillas, que es donde están sentados los personajes. Sobre la mesa hay los platos vacíos de una comida, una tetera y unos vasos usados. También hay un periódico.)

MELANIJA KOLUVIJA
(Recogiendo los platos y llevándolos a una palangana con agua)
Yo me voy a ir a dormir. (Deja los platos y se tumba de costado sobre uno de los catres)

BRANKO KOLUVIJA
(Para sí mismo)
Eso, comer y dormir, como los cerdos.

(Melanita Koluvija le ha oído, pero no dice nada, sin que le vea, llora).

BRANKO KOLUVIJA
(Hablando solo)
Qué desgracia de madre tengo. No me quiere nada. Es una elitista. Llevo su apellido porque mi padre me lo puso. Esto no es una familia.

(Melanita Koluvija solloza y él la oye, pero ni siquiera se gira a mirarla)

BRANKO KOLUVIJA
Eso, hazte la víctima encima. Yo soy el que trabaja. ¿Qué haces tú? Estás todo el día aquí o con las vecinas. Menuda cosa asquerosa has cocinado. ¿Eso es cerdo? No sabes hacer nada.

(Coge un periódico y prosigue disertando).


BRANKO KOLUVIJA
Al otro si que le querías. Si os creíais que era tonto. Pero a mí no me engañasteis. Que bien me quedaba a escucharos debajo de la ventana y detrás de la puerta cuando fingía que salía a hacer mis cosas. Queríais la casa para vosotros. Nunca estabais juntos si yo estaba en la casa. Qué rápido que se iba él siempre cuando yo entraba, pero bien que os he visto juntos más de una vez, ¡y hablando! Sólo me querías por los recados. Si no soy tonto. Eres muy falsa. Traidora. Que tenías que haberle dado la espalda a ese… Si sólo me utilizabas. Que no me quieres nada. Que luego bien que estabais bien cuando yo no estaba. Si viviera padre… entonces, entonces… si viviera padre.

(Melanita Koluvija da otro sollozo que trata de ahogar y él con total indiferencia está ahora sentado e inclinado sobre la mesa leyendo el periódico, hay silencio tan frío como la nieve que ha terminado de cesar).


ESCENA SEGUNDA
(Entra Danilo Zurovac, un hombre con entradas de calvicie y gafas, se sacude los pies y se quita el sombrero y el abrigo, que deja en un perchero).

DANILO ZUROVAC
Hola. Ha dejado de nevar.

BRANKO KOLUVIJA
Hola. ¿Estaba la puerta abierta?

DANILO ZUROVAC
Sí. Por eso entré. Vi luz y la puerta abierta. Pensé que estaríais aquí. ¿Tu madre está durmiendo?

BRANKO KOLUVIJA
Se acaba de acostar. Hemos terminado de comer. Si quieres un té caliente aún debe quedar algo en la tetera.

DANILO ZUROVAC.
Sí, vengo con frío. (Se lo sirve él mismo)

BRANKO KOLUVIJA
¿Qué se sabe de la guerra?

DANILO ZUROVAC
Los austrohúngaros se han retirado, pero el frente está estancado, quizá tengamos que retirarnos nosotros como vengan los alemanes.

BRANKO KOLUVIJA
¿Seguimos sin tropas griegas?

DANILO ZUROVAC
Da igual, los serbios somos suficientes para defender nuestra nación.

BRANKO KOLUVIJA
Tú eres montenegrino.

DANILO ZUROVAC
Y tú eres un actor. Vayamos a nuestros asuntos. Cierra ese periódico.

(Branko Koluvija cierra el periódico y comparte la mesa con Danilo Zurovac, que se sienta a su lado)

DANILO ZUROVAC
¿Tienes trabajo?

BRANKO KOLUVIJA
No lo encuentro.

DANILO ZUROVAC
(Sacando y extendiendo papeles muy doblados del interior de su chaqueta) Tengo uno para limpiar unos baños públicos.

BRANKO KOLUVIJA
Bueno no es exactamente…

DANILO ZUROVAC
(Eligiendo otro papel, a cada oferta que le haga será un papel nuevo) Podría lograrte otro de cartero en el pueblo.

BRANKO KOLUVIJA
No me veo, yo quisiera otra cosa.

DANILO ZUROVAC
Ya. También rechazaste el de aprendiz de herrero y el de escribiente de cartas.

BRANKO KOLUVIJA
Verás, yo aspiro a hacer más.

DANILO ZUROVAC
(Guardándose los papeles) Conozco dos escuelas donde podrías dar clases a los niños para que aprendieran a leer y escribir. No creo que me fuera difícil recomendarte.

BRANKO KOLUVIJA
No soporto a los niños. Una vez interpreté un personaje de cuento que les era muy simpático. Venían todos a sentarse en mis rodillas, pero no los soporto. No les aguanto. Me cansan. Me agobian… Si hay que comer interpreto esos papeles, pero de maestro… no.

DANILO ZUROVAC
¿Y de conserje del ayuntamiento? Sólo abrirías las puertas y las ventanas, arreglarías un poco lo que te dijeran, poca cosa

BRANKO KOLUVIJA
(Mirando hacia otro lado) Si hay que comer, de algo hay que trabajar.


DANILO ZUROVAC
Tú lo que quisieras ser es actor.

BRANKO KOLUVIJA
(Volviendo a mirarle a la cara) Soy actor. Trabajo de eso… aunque ahora no haya trabajo.

DANILO ZUROVAC
¿Dónde está tu compañía de teatro?

BRANKO KOLUVIJA
Ellos han sido movilizados al frente. Ellas se han ido con sus familias. Yo no pude ser alistado, ya sabes mi dolencia… Y mi madre, que es viuda… y se murió mi hermano… Nuestra situación.

DANILO ZUROVAC
Viva la generosidad de los serbios. Eres importante en esta casa. Está claro. Tu madre te necesita.

BRANKO KOLUVIJA
(Sin mirarla) Sí, no puedo irme y dejarla sola. Yo la traigo y la llevo a los sitios.

DANILO ZUROVAC
Pues la verdad es que hoy sí traigo un trabajo de actor. Pero me lo quise reservar para el final.

BRANKO KOLUVIJA
(Con ilusión) ¿De qué se trata?

DANILO ZUROVAC
De trabajar para la patria.

BRANKO KOLUVIJA
(Se levanta como ofendido, siempre evitando pasar por el lado de la casa donde está su madre tumbada) Te ríes de mí.

DANILO ZUROVAC
No.

BRANKO KOLUVIJA
(Con un tono serio y seco) ¿Me movilizan?

DANILO ZUROVAC
No, en el sentido convencional, no. Pero sí, te movilizan. Han venido conmigo dos hermanos griegos, una chica y un chico. Tienen que llegar a Albania y tomar un barco a Italia. Es de vital importancia. Alguien del gobierno se ha molestado mucho en su viaje. Hemos pensado que duerman contigo, te hagas su amigo y les preguntes algunas cosas que podrían interesarnos.

BRANKO KOLUVIJA
(Interesado pero aún no del todo) ¿Qué clase de cosas?

DANILO ZUROVAC
Nuestras milicias quieren saber algunos porqués del interés del gobierno de Serbia en que dos griegos lleguen a Italia. Aunque sean aliados.

BRANKO KOLUVIJA
Yo podría ser su benefactor.

DANILO ZUROVAC
Elige tu papel. Yo les he dicho que eres un hombre de dinero que vive en una cabaña humilde por voluntad propia. Quizá se sientan en mayor confianza si creen estar entre uno de los suyos. Ellos son ricos.

BRANKO KOLUVIJA
(Ilusionado del todo) Yo un hombre rico… Ja, ja, ja… Pero si ya ves que apenas gasto dinero y tengo que vivir aquí.

DANILO ZUROVAC
Interprétalo y te pagaremos bien.

BRANKO KOLUVIJA
Será un gran papel.

(Ambos se dan la mano.)

DANILO ZUROVAC
(Antes de salir por la puerta dice con media sonrisa)
Te pagaremos con lo mejor que se te puede pagar, el honor de haber servido a Serbia. Ya ves, y sin ir a primera línea de frente como fue tu hermano.

(Danilo Zurovac sale por la puerta que da afuera.)


ESCENA TERCERA
(Sólo Branko Koluvija y su madre acostada. Él no para de dar vueltas por la habitación irritado y lleno de odio por lo último que ha dicho.)

BRANKO KOLUVIJA
¡Soy mejor actor de lo que tú te crees, Danilo Zurovac! Llevo años ahorrando tanto dinero e invirtiéndolo tan bien que no necesito de ninguno de vuestros asquerosos trabajos. Mi hermano se merecía su muerte por borracho. ¡Siempre de fiesta con los amigos! Debería haberse quedado aquí, en casa, como yo, que no he malgastado ni una moneda en diversiones idiotas. Ahora él está donde debe. Maldita familia. Demasiado le dio la razón mi padre en sus fiestas, por eso le hundí sus costillas como te las hundiría ahora mismo a ti, Danilo Zurovac. Nadie sabe que tengo dinero, y ese es el secreto de mi victoria sobre todos vosotros. Yo tendré siempre un techo y vosotros… una tumba, quizá una fosa donde agruparos. Allá vosotros con la guerra. ¿Queréis algo gratis? Siempre pedís cosas gratis. Queréis favores y más favores… Actúa para los niños, actúa para los viejos, actúa para el sindicato, actúa para la nación, actúa, actúa, actúa… siempre con favores gratis. ¿Pero quién me hace favores a mí? Sois todos unos mierdas. Unos mierdas. Que nunca dais nada. Menudos sois vosotros.

(Melanija Koluvija se revuelve en la cama y se arropa con una manta.)


ESCENA CUARTA
(Entra Danilo Zurovac con los hermanos Iona y Apostolos Papadopoulos. Ellos son jóvenes, pero no adolescentes. Iona es delgada, pelo oscuro y ojos claros. Apostolos es de constitución fuerte y mandíbula cuadrada, traen unas maletas que dejan a un lado y sobre ellas su ropa de abrigo).

DANILO ZUROVAC
Señor Branko Kulovija, estos son los hermanos Iona y Apostolos Papadopoulos. Espero que pasen buena tarde y buena noche juntos.

(Se dan la mano todos)

IONA PAPADOPOULOS
(Muy educada)
Encantada.

BRANKO KOLUVIJA
(Con una sonrisa) Igualmente.

APOSTOLOS PAPADOPOULOS
(Muy educado) Encantado.

BRANKO KOLUVIJA
(Con la sonrisa) Lo mismo digo.

DANILO ZUROVAC
Pues bien, vendré a recogerles mañana por la mañana, sobre las nueve. Tenemos aún un tramo duro, y con la guerra nunca se sabe

(Le da una palmada en el hombre a Apostolos, se despiden todos y sale por la puerta)


ESCENA QUINTA
(Iona y Apostolos Papadopoulos, Branko Koluvija y Melanija Koluvija. Iona se fija en Melanita.)

IONA PAPADOPOULOS
¿Está enferma?

BRANKO KOLUVIJA
(Con un tono de voz muy amable) No. Es mi madre. Habíamos comido y se ha tumbado a dormir un rato. Le gusta dormir después de comer. Yo la dejo. No hay mucho que hacer.

(Se fija en los bultos de ellos y los coge)

BRANKO KOLUVIJA
Será mejor que lleve esto a la leñera. Nos sirve de cuarto para guardar las cosas, así que allí estará bien.

(Sale del escenario en dirección a la leñera. Los dos hermanos se quedan solos mirando por todos lados sin moverse del sitio hasta que regresa Branko Koluvija).

BRANKO KOLUVIJA
No se preocupen si ven sólo dos catres. Tenemos dos colchones más en la leñera. Eran de mi padre y de mi hermano, los sacaremos por la noche para poder dormir todos cómodamente. La casa es humilde, pero les aseguro que no les faltará de nada.

IONA PAPADOPOULOS
(Curiosa) ¿Su padre y su hermano no vendrán luego a acompañarnos?

BRANKO KOLUVIJA
(Intentando aparentar que no ha sufrido un desconcierto con la pregunta) No, ellos no están.

IONA PAPADOPOULOS
Oh, perdone. Pensé que quizá estaban en algún tipo de negocio en los alrededores.

BRANKO KOLUVIJA
No… no… Ellos han muerto.

IONA PAPADOPOULOS
(Totalmente curiosa) ¿La guerra?

BRANKO KOLUVIJA
(Con cierto nerviosismo) Sus cosas.

APOSTOLOS PAPADOPOULOS
Perdone a mi hermana. Es muy curiosa. (La reprende apretándola con cariño un codo)

IONA PAPADOPOULOS
(Sin hacer caso excesivo al apretón del codo y sin deshacerse de la mano de su hermano) ¿Cómo se llama su madre?

BRANKO KOLUVIJA
Melanija. Melanija Kulovija. El apellido es suyo. Los padres serbios pueden elegir si sus hijos llevan su apellido o el de la madre. Mi padre eligió el de ella para mí.

IONA PAPADOPOULOS
Melanija… ¿es también griega?

BRANKO KOLUVIJA
No. No. Ella es serbia también. Aquí ese nombre nos es igualmente común.

APOSTOLOS PAPADOPOULOS
(Familiar pero tajante, soltándola el codo) Basta de preguntas, Iona. No incomodes a nuestro anfitrión.

BRANKO KOLUVIJA
No se preocupe, amigo, ¿puedo llamarle amigo? A mí me gustan las conversaciones. La guerra ha alejado a los forasteros de este lugar y no hay mucho de lo que hablar. El casino está tan vacío estos días…

APOSTOLOS PAPADOPOULOS
¿Va usted al casino?

BRANKO KOLUVIJA
Claro, cuando me acerco a la ciudad y salgo de estos pueblos. Y al Ateneo. Me gusta relacionarme con buena gente. Con gente que entiende las cosas.

IONA PAPADOPOULOS
Ya nos dijo el señor Zurovac que usted es una rara avis, que podría vivir en una mansión.

BRANKO KOLUVIJA
Tanto como en una mansión… (sonriendo). Digamos que no me gusta vestir con batines por mi casa. Quiero ser un hombre del campo, del pueblo.

APOSTOLOS PAPADOPOULOS
¿Y no tiene miedo del frente?

BRANKO KOLUVIJA
No. Los serbios sabemos defendernos. Hasta ahora sin ustedes les hemos hecho retroceder.

APOSTOLOS PAPADOPOULOS
(Gallardo, herido en su amor patrio) Los griegos estamos taponando a los turcos y a los búlgaros para que no les hagan una pinza a ustedes en su retaguardia.

IONA PAPADOPOULOS
Oh, no empieces Apostolos…

BRANKO KOLUVIJA
(Afable) No importa. Ustedes son jóvenes, son impulsivos por naturaleza. ¿Qué les parece si saco un poco de vino que guardo?

IONA PAPADOPOULOS
Estaremos encantados de compartir esa copa.

(Apostolos asiente)

BRANKO KOLUVIJA
Pues siéntense por favor y continuaremos esta charla más amigablemente. Me gustaría saber tantas cosas de la guerra.

(Los hermanos se sientan y Branko vuelve a salir por la puerta que da a la leñera).


ESCENA SEXTA
(Los hermanos hablan entre sí sentados a la mesa)

IONA PAPADOPOULOS
Deberías ser más amable.

APOSTOLOS PAPADOPOULOS
Y tú. No has parado de molestarle con tus preguntas.

IONA PAPADOPOULOS
Yo quería ser amable interesándome por su madre. Tendremos que conocerla cuando despierte. Piensa que ella no sabe que hemos venido.

APOSTOLOS PAPADOPOULOS
Pues no me digas cómo debo comportarme. Siempre igual. Te recuerdo que sólo me sacas un año, pero yo soy el hombre.

IONA PAPADOPOULOS
“Pero yo soy el hombre”. ¿Y dónde está la pelusa de tu bigotito? (riendo)

APOSTOLOS PAPADOPOULOS
(Molesto) En Italia ya te haré aprender. Papá te dejó a mi cargo

IONA PAPADOPOULOS
En Italia me defenderá un napolitano que me tomará por la cintura como un corsario.

APOSTOLOS PAPADOPOULOS
Ten respeto a la familia. En este viaje yo soy tu padre.

IONA PAPADOPOULOS
“En este viaje yo soy tu padre”. ¡Y yo tu madre! (Riendo)

APOSTOLOS PAPADOPOULOS
Calla. Vas a despertar a la señora.

(Melanija se vuelve a remover haciendo un ruidito como acurrucándose en la manta, aunque en realidad nunca ha estado dormida. Los dos hermanos vuelven a esperar mirando distraídamente la habitación, cada uno a un lado. Por una de las ventanas se ve la silueta de alguien que lleva desde la escena anterior mirando y escuchando escondido a través del cristal.)

IONA PAPADOPOULOS
¡Apostolos, afuera hay alguien!

APOSTOLOS PAPADOPOULOS
No digas tonterías.

IONA PAPADOPOULOS
Yo he visto a alguien.

APOSTOLOS PAPADOPOULOS
Será el señor Zurovac, que habrá regresado por algo.

IONA PAPADOPOULOS
¿Le abrimos?

(Apostolos se levanta y se dirige a la puerta cuando regresa con una botella de vino y un vaso más Branko Kulovija)


ESCENA SÉPTIMA
(Apostolos ha detenido su acción mientras Branko deja la botella y los vasos en la mesa)

APOSTOLOS PAPADOPOULOS
Mi hermana vio a alguien afuera. Creemos que es el señor Zurovac, iba a abrirle.

BRANKO KOLUVIJA
¿Llamó?

APOSTOLOS PAPADOPOULOS
No.

BRANKO KOLUVIJA
Pues no abras.

(Abre la botella de vino con un sacacorchos ante la mirada de Iona, él se fija en la mirada de ella).

BRANKO KOLUVIJA
Nunca se sabe quién puede ser realmente. Esta casa está apartada.

IONA PAPADOPOULOS
Pero, ¿y si es el señor Danilo Zurovac?

BRANKO KOLUVIJA
(Dejando la botella abierta sobre la mesa.) Está bien, miraré yo. Quédense aquí, por favor.

(Apostolos le abre la puerta y Branko Kulovija sale. Melanija se revuelve en el catre y se da la vuelta dando ahora la cara hacia ellos)

IONA PAPADOPOULOS
Cierra la puerta, Apostolos. La señora puede coger frío. Es muy mayor.

(Apostolos cierra la puerta, los dos hermanos se acercan a la ventana a mirar).


ESCENA OCTAVA
(Entra Branko Koluvija acompañado de Evander Sifakis, un griego gordo peinado a raya y con un gabán con un cuello de pelo animal).

BRANKO KOLUVIJA
Este es el señor Evander Sifakis. Griego como vosotros.

APOSTOLOS PAPADOPOULOS
No, como nosotros no.

BRANKO KOLUVIJA
Os ha estado siguiendo muchos kilómetros hasta aquí.

IONA PAPADOPOULOS
Nos lo podemos imaginar.

BRANKO KOLUVIJA
Ahora os tenéis que ir con él.

APOSTOLOS PAPADOPOULOS
(A Branko Koluvija) ¡Usted es un miserable!

IONA PAPADOPOULOS
Por favor, no (se tira a los pies de Branko Koluvija).

EVANDER SIFAKIS
(Sacando un revolver de uno de sus bolsillos) No monten escenas.

IONA PAPADOPOULOS
Este es el final (llora).

(Apóstoles salta sobre Evander y le golpea la cara. Evander pierde el control de su arma en un forcejeo, pero Apostolos es lanzado al suelo con un golpe de sartén muy contundente que le da Branko Koluvija. Iona se abalanza a abrazar a su hermano para protegerlo).

EVANDER SIFAKIS
(Apuntando con la pistola) Levantaos y andando.

(Los dos jóvenes lloran abrazados en el suelo. Branko Koluvija los levanta con violencia del suelo y los arroja hacia la puerta).

EVANDER SIFAKIS
(Haciendo un gesto con la pistola). Vamos.

(Los dos hermanos salen al exterior mirando hacia la casa y seguidos de Evander, quien se vuelve antes de salir del todo)

EVANDER SIFAKIS
(A Branko Koluvija) Trae la pala.

(Los hermanos Papadopoulos salen encañonados por los hermanos, Apostolos se ha repuesto y está altivo, ella sigue llorando abrazadísima a él)

APOSTOLOS PAPADOPOULOS
(gritando desde fuera) ¡Es usted un traidor y un miserable! ¡Le fusilarán, Koluvija!

(Branko Koluvija cierra la puerta, desde fuera aún se oyen los sollozos de Iona y las protestas de Apostolos, que comienza a tatarear una canción griega. Branko Koluvija mira por la ventana. Se agazapa cuando los gritos de la hermana ahogan el cántico del joven. Se oyen dos disparos. Luego una pausa y otros dos disparos.)

BRANKO KOLUVIJA
En las nucas.

(Se va hacia la leñera y desaparece por esa puerta.)


ESCENA NOVENA
(Es de noche. Vuelve a nevar. Branko Koluvija entra por la puerta que daba a la calle. Lleva la pala con restos de tierra y nieve. Su ropa también está nevada. Deja un fajo de billetes sobre la mesa y se mete en la leñera para dejar la pala se queda sola Melanija. Se levanta y enciende una lamparita de mano antigua).

MELANIJA KOLUVIJA
(Apagada) Como con su hermano.


(Se baja el telón. Fin de la obra).



Por Daniel L.-Serrano “Canichu”. Alcalá de Henares, 16 de julio de 2014. Publicado en Noticias de un Espía en el Bar, con motivo del 100 aniversario del comienzo de la Primera Guerra Mundial (1914-1918).