lunes, julio 28, 2014

NOTICIA 1370ª DESDE EL BAR: BASTOÑA, LA PRIMAVERA DE 1924

Hoy es 28 de julio, y justo un mes después de aquel 28 de junio que se cumplieron cien años del asesinato del archiduque austrohúngaro Francisco Fernando, se cumplen hoy cien años justos de las declaraciones de guerra entre varios países que dieron lugar a la Primera Guerra Mundial (1914-1918). 

Todo este mes de junio lo he dedicado a relatos y literatura en general en recuerdo a aquel acontecimiento histórico que cambió el mundo. Tras aquella guerra desaparecerían los llamados imperios centrales, que eran los de Alemania, Austrohungría, y Turquía. También Rusia desapareció imperialmente, aunque Rusia había sido parte de la Triple Entente. Bulgaria, aliada de la Triple Alianza, sufriría también la derrota. De la desaparición del Imperio Ruso nacería una guerra civil entre comunistas soviéticos y zaristas en la que en seguida intervinieron los países occidentales de Europa, incluido Estados Unidos de América, para intentar ayudar militarmente a los zaristas, que sin embargo ya estaban en sí mismos derrotados. Para 1920, se podría decir que ya era un hecho absoluto la consolidación de la Unión Soviética en los territorios del antiguo Imperio Ruso. La intervención militar occidental de última hora en aquella guerra civil iniciada en 1917 podría calificarse de inicio de lo que sería la primera etapa de una Guerra Fría cuyo punto culminante estaría tras el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945 y se prolongaría hasta 1991. Incluso en este 2014, con el asunto bélico de Ucrania, tenemos resabios de la Primera Guerra Mundial y de aquella Guerra Fría posterior a 1945. El gobierno de Lenin pronto se transformó en una dictadura soviética donde se eliminaba no sólo a los zaristas, también a los socialdemócratas, anarquistas y nacionalistas que discreparon. Cosa que empeoró cuando Stalin se hizo con el gobierno sobre 1924. Sin embargo, aún era un modelo ideal e idealizado para los trabajadores del mundo que aspiraban a la justicia social.

No sería el único cambio decisivo. El triunfo de la revolución rusa en 1917 había provocado que Rusia saliera de la guerra aquel año. Alemania había ayudado a Lenin a llegar a Petrogrado precisamente para que esto se produjera. Sin embargo el final de la guerra para Alemania no sólo se debió a la entrada y empuje de los norteamericanos en suelo europeo. Tras varios años de conflicto bélico los alemanes empezaron a ver a los socialdemócratas y a los comunistas como salvación. Ya estaban cansados de aquel conflicto al que cada vez vieron más como algo más propio de los intereses de la casa Imperial de Guillermo II que de los ciudadanos. La Liga Espartaquista se puso manos a la obra con la revolución en Berlín, fijándose en los triunfos rusos de los soviéticos. Si bien es cierto que socialdemócratas y comunistas alemanes chocaban entre sí, fue el ejército alemán quien zanjó el asunto dirigiéndose contra su propia gente y represaliando a todos los socialistas. Alemania tuvo que parar la guerra en 1918 y firmar la rendición en 1919. Entre tanto proclamaron una República en Weimar, veían su territorio separado en dos gracias a un corredor en Leipzig otorgado a los polacos, también vieron como algunos territorios que les habían arrebato a los franceses en 1871 les eran devueltos a Francia, y como se les exigía a ellos, los alemanes, el pago de enormes cantidades de dinero en concepto de indemnizaciones de guerra. Si bien hubo algunos planes económicos para evitar una quiebra total que llevara a toda Europa al comunismo, lo cierto es que la quiebra se produjo en Estados Unidos en 1929 y golpeó a Europa en 1930. Alemania se hundió económicamente y, herida en lo económico y en su amor patrio por las condiciones de paz, se dejó llevar por las ideas nacionalsocialistas de Hitler. Ganó este las elecciones de 1933 y llevó al país a una serie de represiones contra toda la izquierda política, los judíos, los gitanos, los testigos de Jehová y otros, y a una serie de anexiones territoriales por la fuerza, que al final desembocaron en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Alemania había dependido demasiado del dinero americano tras 1919, y el corte de la llegada de divisas por la crisis de 1929 había sido letal.

 Austriahungría fue fraccionada. Los innumerables nacionalismos estaban ya enfermos en su unión fraternal desde el siglo XIX. Hacía tiempo que no se sentían tan fraternales. Wilson, presidente de los Estados Unidos, propuso una serie de puntos para la paz que resolvían estos asuntos aceptando que aquellos pueblos que se sintieran nación tenían derecho a tener su propio Estado. Del Imperio Austrohúngaro nació Checoslovaquía, Hungría, Rumania, se otorgaron territorios a Polonia y a Italia y se creó el Reino de Yugoslavia con parte de lugares del viejo imperio y reuniendo a algunas naciones de los Balcanes.

El Imperio Turco, que había masacrado a los armenios dentro de su territorio, desapareció como Imperio. Perdió casi todo su territorio oriental. Pasó a ser una República democrática que imitaba a las europeas y que deseaba vivir una revolución cultural y laica como la había vivido Japón en el siglo XIX. Los japoneses ahora se beneficiaban de haber a apoyado a la Triple Entente y seguía su expansión inexorable y su creencia de supremacía de entre todos los pueblos orientales. Algo que la llevó a aliarse al fascismo alemán e italiano y combatir con ellos en la Segunda Guerra Mundial. No sería la única en cambiarse de aliados en la próxima contienda. Italia, que había sido también aliada de la Triple Entente, se benefició de la victoria, pero en los campos de batalla ellos habían terminado la guerra con una serie de derrotas muy serias. Recuperaron territorios históricos que habían perdido contra Austriahungria entre 1859 y 1866, sobre todo en el Piamonte, pero su intervención militar tan desastrosa abrió una brecha de inconformismo social al comenzar una crisis moral y económica. El socialismo atrajo a muchos italianos tras la guerra, pero en 1922 el fascismo italiano, basado en ideales de extrema derecha nacionalista y social, se hizo con el poder. Al estallar la Segunda Guerra Mundial en 1939 Italia tenía pactos con Alemania, decidieron entrar en guerra junto a ella en 1940.

África comprendió que los blancos no eran superiores. Si en Europa las mujeres accedieron al trabajo por la falta de hombres en las fábricas durante la guerra, en África fueron los negros quienes cumplieron este papel. Además fueron alistados en los ejércitos. En las zonas del Imperio Británico, incluso los indios, pakistaníes y afganos dieron una nota exótica a los frentes de combate europeos. Los africanos adquirieron ideas socialistas a través de los sindicatos blancos que ejercían en sus diversos lugares de trabajo africanos. Tomaron conciencia además de su carácter racial dentro de la sociedad y desarrollaron lo que se ha llamado el movimiento de la negritud y el panafricanismo. En Asia, Gandhi comenzó a despuntar tras la guerra como un ideólogo pacífico para alcanzar la indepencia de los británicos. 

Los pueblos árabes comprendieron la necesidad de su unión para lograr avances en la libertad o la igualdad, gracias en parte a Lawrence de Arabia, el agente doble británico. Mientras el territorio de Palestina vivía ya sus primeras disputas en los foros internacionales sobre su futuro, el judaísmo y el islamismo. 

América Latina se había beneficiado económicamente de toda la guerra, sobre todo Argentina. Cosa que hizo también España, sólo que los empresarios y los políticos de España usaron los beneficios para sí mismos, mientras bajaban los salarios a los obreros y subían los precios del pan. Eso llevó a una huelga general revolucionaria en 1917 que fue fracasada. Los acontecimientos en España se precipitarían hasta la huelga anarquista que logró las ocho horas de trabajo en 1919, consecuentemente el pistolerismo de la patronal asesinando a los líderes sindicales, la respuesta en los mismos términos de asesinato por parte de anarquistas contra los líderes que pagaron a los primeros pistoleros, la Guerra de África, la dictadura de Miguel Primo de Rivera en 1923, la Segunda República de 1931 y el estallido de la guerra civil española entre 1936 y 1939, antesala de la Segunda Guerra Mundial.

Se creó la Sociedad de Naciones, un organismo internacional pensado para que todas las reclamaciones de los diferentes Estados del mundo pudieran sentarse a hablar para alcanzar soluciones mediante la colaboración y no mediante la guerra. Fue el antecedente de la Organización de Naciones Unidas de después de la Segunda Guerra Mundial. El problema de la Sociedad de Naciones estuvo en que Estados Unidos y la Unión Soviética no quisieron participar de ella por diferentes intereses propios. Tampoco se dejó participar a las potencias perdedoras como Alemania hasta muy tarde, en los años 1930. No contaba tampoco con tropas militares que pudieran intervenir, y apenas tampoco con fondos económicos propios. Su fracaso ante la guerra civil española de 1936 a 1939, y de las anexiones alemanas de territorios europeos desde 1933, pusieron muy en entredicho su papel en el mundo. Ante todo esto quizá es de anotar que es curioso que los acuerdos de "No Intervención" en la guerra civil de España, no sólo se llevaron a cabo teniendo en cuenta que la Segunda República Española era un país democrático afiliado a la Sociedad de Naciones, también era la única nación del mundo cuya Constitución de 1931 había adaptado su legislación en cuanto a las relaciones internacionales a los artículos de la constitución de la propia Sociedad de Naciones, entre los que se contaban el rechazo de la guerra como medio para obtener fines políticos y ofensivos.

El mundo así vivió un descanso tras la Primera Guerra Mundial, pero los múltiples problemas no resueltos y las múltiples problemáticas de una sociedad que pedía ya abiertamente beneficiarse de ventajas como las clases dominantes, ya fuese la petición de soluciones desde la izquierda o desde la derecha, llevaron a la Segunda Guerra Mundial. El siglo XIX que aún vivía el siglo XX se dio por terminado con la guerra de 1914, y la guerra de 1939, hija de aquella, cambiaría el mundo hacia el que ahora hemos heredado. Cien años después, este mismo año 2014, la prensa aún saca noticias sobre el desentierro de material bélico de la Primera y de la Segunda Guerra Mundial, sobre todo en las zonas Europeas que dan al Océano Atlántico. Algunos lugares repitieron escenario bélico para sus batallas. Algunos incluso por tercera ocasión, pues en las regiones francesas de Alsacia y Lorena hubo sitios donde se libraron batallas donde ya se habían librado en la Guerra Franco-Prusiana de 1870-1871.

A pesar de lo que ha dicho hoy el noticiario del canal "24 Horas", de Televisión Española, aún hoy cien años después no está claro que Gavrilo Princip, asesino del archiduque, perteneciera a la organización nacionalista "Mano Negra", aunque esta parece que estuvo involucrada en los hechos del asesinato de algún modo. Así mismo, el periodista que ha afirmado que las cifras de muertos y destrucción  no son tan importantes en esta guerra, sino sus cambios, ha dicho una auténtica barbaridad. Claro que fueron y son importantes. Precisamente su magnitud y sus formas de producirse son los que cambiaron la Historia de la Humanidad en las formas de relacionarse las naciones y en las formas sociales de vivir y entender la vida desde entonces. Todo cambió.

Os traigo hoy el duodécimo relato que os he escrito en recuerdo de este cien aniversario y os anticipo que en breve cerraremos esta serie con varios artículos escritos ya desde el análisis histórico y no desde la literatura. 



BASTOÑA, LA PRIMAVERA DE 1924

Se notaba que Jane era norteamericana. Siempre hacía cosas despreocupadamente. Por eso le gustaba tanto su compañía a Natalie. En aquel rincón de Bélgica, tan cercano a Luxemburgo y tan en medio entre Francia y Alemania, era de agradecer que alguien viviera la vida en su presente feliz. Las bombas, los soldados manchados de barro o las nubes de gas que el viento transportaba ocasionalmente de los campos de batalla a los pueblos y ciudades, quedaban atrás en el tiempo. Ahora era ahora. La guerra había terminado hacía cinco años. Ya no iban a ver en aquel bosque ni mutilados ni esas horrendas latas gigantes y blindadas que mataban personas con gran facilidad ya fuese con sus bombas y balas o aplastándolas bajo las cadenas de sus ruedas. Los carros de combate ni siquiera tenían ya aquellas formas tan graciosas como terriblemente letales. Los principales combates, por otra parte, se habían dado más hacia el oeste del país y aunque todos los belgas habían padecido la guerra, para Natalie la vida era aquel bosque y sus pájaros revoloteando aquella primavera. Lejos estaban las caras de tristeza, las angustias de saber si seguirían vivos al día siguiente, si los alemanes pasarían por el pueblo buscando pertrechos, o las tragedias familiares cada vez que llegaban noticias de los frentes.

El novio de Jane, Alistair, no había venido a combatir a Europa. Él no había alcanzado la edad de alistamiento el último año de la guerra. Tampoco él había conocido aquellos horrores. Así que allí estaban Jane y su novio Alistair con ella en el bosque de Bastoña disfrutando de un día de campo apacible, sin más sonidos que los propios de la Naturaleza. Ellos eran dos personas inocentes en cuanto a los horrores que se conocían. Eran dos jóvenes adultos que aún vivían de sueños de niños. Y allí estaba Alistair llevándose al pequeño hermano de Natalie a jugar con una pelota de rugby lejos de ellas, entre los árboles. Alistair le había prometido a Simon que le enseñaría a lanzar aquel extraño balón apepinado. Simon aún era muy niño. Había nacido los últimos meses de la guerra. El padre de Natalie y de él había disfrutado de un permiso militar entre diciembre de 1917 y enero de 1918 y los aprovechó con su esposa, la madre de ellos, para hacer algo durante la guerra que no había hecho en todo lo que esta había durado: dar vida a alguien. Se podría decir que Simon era el hijo del final de la guerra. Había nacido en septiembre de 1918. La guerra terminó en noviembre, aunque las firmas de las paces con Alemania no llegaron hasta el verano del año siguiente, hasta el 28 de junio de 1919, la misma fecha cinco años después del asesinado del archiduque austrohúngaro Francisco Fernando. Aún se hizo todo más complejo, pues los periódicos siguieron informando de la evolución de los tratados de paz con el resto de imperios derrotados hasta que se terminaron de cerrar del todo en 1920. Natalie era una gran consumidora de periódicos. No le gustaba la guerra, pero le gustaba saber.

-No perderemos el coche de vista –le dijo Natalie a Jane-. Nos quedaremos por aquí.

-Este bosque es precioso. Sus árboles son altísimos.

-Sí. Sobrevivió a la guerra.

-He oído que algunos bosques belgas han tenido que ser replantados.

-Sí, en Ypres. Los combates los arrasaron. ¿No has visto fotos?

-No. No leía los periódicos tanto como tú.

-¡Pero eran muchas las cosas que se publicaban todos los días!

Jane, extendió una manta en el suelo. Se sentó e invitó a sentarse a Natalie. Su amiga belga tenía unos años más que ella. Era una chica rubia muy guapa, con los ojos verdes. Le sorprendía mucho que con toda la gente que había muerto en aquel país su amiga aún quisiera hablar de estos temas. Quizá fuese porque su familia debía ser de las pocas que no había recibido un muerto en su casa. Eso daría otras perspectivas, pensaba la norteamericana.

-¿Qué hiciste tú durante la guerra, Natalie? –Le preguntó.

-Trabajaba.

-¿Ayudabas a tu madre con el huertito de tu casa?

-No. Bueno, también, pero quiero decir que trabajé en una fábrica. Hacía ollas de metal con una máquina.

-¡Ja ja ja…! No te puedo imaginar así, manchada de grasa, Natalie… Tu piel parece tan delicada… ¿Dónde están los callos? ¡Ja ja ja ja!

-Los tuve. Tuve callos en las manos. Éramos muchas. A mí me gustaba aquello. Cuando acabó la guerra regresaron los hombres que quedaron y nos echaron a casi todas. Ya no contratan mujeres para las fábricas, pero a mí me gustó aquello.

-Natalie, la obrera –dijo con sorna la joven Jane.

-No te rías. Es bonito fabricar con las manos. Era un trabajo en cadena y duro, pero merecía la pena. Además ganaba un dinero que me permitía hacer más cosas de las que ahora hago trabajando otra vez en mi casa.

-Trabajas en la panadería.

-Sí… pero no es lo mismo. ¿Crees que en Estados Unidos podría tener más oportunidades que aquí?

-No sé… Supongo que sí. Pero todo esto es muy bonito para abandonarlo. Yo no me iría.

-¿En qué lugar podría tener trabajo?

-¡Ja ja ja ja…! En cualquiera, Natalie. Eres preciosa, podrías trabajar donde quisieras. Pero si te refieres a trabajar como obrera, no sé… supongo que tendrías que ir a Michigan, en Detroit hay muchas fábricas. O quizá a Illinois, a Chicago.

-¿A Chicago? ¿Con los gangster?

-Sí. ¡Con Al Capone! ¡Ra ta ta ta  ta! –Jane hizo el gesto con sus manos de ametrallarla con una ametralladora ligera de mano.

Ambas se rieron. Natalie volcó a Jane en el suelo. Se quedaron tumbadas boca arriba, mirando el cielo enmarcado por la copa de los árboles. Algunos pájaros volaban de rama a rama. En un breve silencio mesado por una brisa, Jane pensaba en la maravillosa Bélgica que estaba conociendo. Aquellas vacaciones estaban siendo muy divertidas y era una suerte haber conocido a Natalie. Natalie pensaba en aquel silencio en otro mundo.

-Allí no podrías beber –dijo Jane divertida-. Echarías de menos la cerveza de abadía.

-Tú sí que la vas a echar de menos –dijo Natalie con una sonrisa-. Oye, sabes qué esas ametralladoras…

-¿Las de los mafiosos?

-Sí, esas. Las inventaron para matar más rápido dentro de las trincheras de aquí –Natalie cambió su expresión a un tono más serio al decir esto.

-No lo sabía –dijo Jane.

-Las llamaban “Tommy gun”.

-Creía que se llamaban Thompson.

-Eso es una marca. Creo que es el nombre del inventor, pero durante la guerra hubo otras parecidas de otra marca, no eran Thompson. Las llamaban “Tommy gun” porque aquí a los americanos y a los ingleses os llamaban a todos Tommy.

Jane sonrió con este dato. Ambas volvieron a mirar hacia el cielo pensativas.

-¿Has visto ¡Armas al hombro!? –preguntó Jane.

-¿La película de Chaplin?

-Sí. Es tan graciosa. Fui con Alistair cuando la estrenaron. A veces viene bien reírse de estas cosas.

-No la he visto, pero no creo que esta guerra haya sido graciosa.

-En serio, deberías reírte de ella.

-No viviste aquí…

-Pero eso da igual. Cuando fui a verla había algunos chicos con sus novias que habían combatido en Europa y ellos también se reían.

-Tommys

Ambas rieron ante esta salida de Natalie.

-¿Sabes que los franceses fueron a la guerra montados en taxis? Eso sí que me parece gracioso –preguntó Natalie de nuevo.

-¿En serio?

-Sí, fue en la primera batalla del Marne. Movilizaron a todos los taxis de París.

-Desde luego no llegarían tarde a la guerra.

Ambas rieron de nuevo antes de volverse a quedar pensativas mirando al cielo y las copas de los árboles.

-Estaría bien trabajar en Detroit –rompió el silencio Natalie y se volvió a crear en torno a ellas dos tumbadas en aquel bosque primaveral.

-¿Cómo me dijiste que llamabais a Bastoña? –preguntó Jane para romper el silencio.

-¿En neerlandés?

-Sí, ¿cómo lo llamáis vosotros?

-Basternaken.

-Parece alemán.

-Los Países Bajos fueron parte del Imperio Alemán en otro siglo. También del español –Natalie hizo una pequeña pausa-. Pero siempre seremos belgas.

-Si yo viviese aquí vendría mucho a este bosque. Es magnífico que no se destruyera. Se respira paz y alegría.

-Nosotros también estamos muy satisfechos con nuestro bosque.

-Ninguna guerra debería venir por aquí –añadió Jane cerrando los ojos ensoñada.

-Ninguna –dijo Natalie cerrando los suyos.

La brisa movía ligeramente las ramas de los árboles. Los pájaros se buscaban entre sí. Si hubiera habido un silencio total quizá hasta hubiera cruzado por allí un conejo o un zorrillo. Alistair jugaba con Simon a lo lejos. Se lanzaban la pelota oblicua, que daba extraños cambios de rumbo cuando caía al suelo. Simon reía a carcajadas cuando aquello ocurría. La pelota que iba recta a él podía de repente irse hacia la derecha o a la izquierda en un bote, sin más razón aparente que su propia forma al golpear con el suelo del bosque. El pequeño perseguía la pelota corriendo torpemente. Reía más alto cuando la atrapaba con sus manos. Alistair disfrutaba con aquel pequeño que, por otra parte, apenas le entendía nada de lo que decía. Le había enseñado muy pocas palabras en inglés aquellas semanas que estaban allí, pero su comunicación principal había sido a través de las traducciones que le hacía la hermana de aquel niño, Natalie, y a través también de lo gestual, idioma básico de todos los humanos. A la hora de jugar, todos los niños entendían. Sólo había que disfrutar. Sólo había que reír.

El niño corría por todos los sitios detrás de la pelota que le lanzaba Alistair. El zigzagueo constante del juego no le cansaba. Un estruendo tremendo resonó por todo el bosque cuando el niño corría. Un montón de tierra se elevó al aire arrancando todo lo que pudo el gran estertor. La explosión tremenda espantó a todos los pájaros, salieron volando alborotados tan lejos como pudieron. Jane y Natalie se levantaron de golpe para ver caer toda aquella tierra de nuevo a la tierra de donde había sido arrancada de cuajo. Una gran cortina de polvo lo cubría todo. Sobresaltadas corrieron hacia donde estaban jugando ellos. No les veían. Pero un llanto delató a Simon caído en el suelo con heridas en las rodillas. Estaba lleno de polvo. Alistair no estaba. Alistair no regresó nunca con ellas. Alistair fue encontrado a trozos entre las copas de los árboles. Ellas sólo encontraron de Alistair su camisa, que había sido arrancada de súbito por la fuerza de la explosión bajo sus pies.

-La guerra –explicaba Jane muchos años después a sus alumnos de un colegio de Pensilvania-, nunca trae algo bueno.

Los padres iban a recoger a aquellos alumnos cuando terminaban las clases para llevarlos a la seguridad de su hogar, donde les aguardaba la comida segura. Muy lejos, en Bastoña, Natalie abrazaba a su hermano Simon, con veinte años. Habían acogido a un niño español de otra guerra que terminaba en su país. Casi no pasaban por el bosque. De vez en cuando aún se sacaban viejas bombas sin estallar sepultadas bajo la tierra, como esperando. Alistair nunca regresó con ellas. Nunca le vieron colgando troceado. Tardaron tiempo en poder reunirle. Las guerras no traían nada bueno.

Era marzo. Los periódicos anunciaban la anexión alemana de Bohemia-Moravia. Pareciera que el mundo iba hacia otra guerra europea, otra guerra mundial, y las bombas de la anterior aún estaban en la tierra, como semillas, esperando germinar.

Muy lejos, Jane, miraba por la ventana.



Por Daniel L.-Serrano “Canichu”
Alcalá de Henares, 28 de julio de 2014. Publicado en Noticias de un Espía en el Bar, con motivo del 100 aniversario del comienzo de la Primera Guerra Mundial (1914-1918).

1 comentario:

Canichu, el espía del bar dijo...

Bastoña fue el escenario de una de las batallas más cruentas de la Segunda Guerra Mundial en 1944. Fue parte del escenario bélico de la Batalla de las Ardenas en el invierno de 1944 a 1945 en el avance aliado hacia Berlín, y la defensa alemana.