Hoy mi madre hubiera cumplido 68 años de edad. Fui a visitar el columbario familiar esta mañana, pasando el río Henares bajo un sol veraniego sofocante, pero que se combinaba con una brisa que al soplar era agradable. Me recordaba la brisa a las brisas de las vacaciones familiares en la playa de Cullera u otra playa mediterránea. En otras épocas, en mi infancia, el 29 de julio no sólo era el cumpleaños de mi madre, era una fecha a dos días de comenzar esas vacaciones familiares en las que mi padre recibía un mes entero de días libres. Invertía los dos primeros días, a veces una semana, en revisar el coche y descansar, y los quince siguientes en llevarnos a la playa. Cosas de infancia, recuerdos varios.
En los últimos años solíamos bajar por la tarde a un kiosko de bar que hay en el Parque Magallanes, un chiringuito de verano. A ella le gustaba que pidiéramos pescadito frito, calamares y alguna otra cosa a modo de merienda-cena y, por ser su cumpleaños, se permitía beber una cerveza con limón, con más limón que con cerveza, parecía más bien un limón con manchadito de cerveza. La contentaba. Así que, habiendo recibido sus felicitaciones, llamadas y regalos por la mañana, esperábamos a la tarde y a una hora prudencial por su diabétes que le obligaba a comer y cenar siempre a las mismas horas, bajábamos. A lo largo del verano bajábamos otras veces más, cuando podíamos. Pocas. Pero ese día se permitía el lujo de llamar a su amiga más querida y a sus hijas, y, si andaba por casa, a una amiga mía. Era su día y, aunque quería aparentar que no le daba importancia, lo cierto es que le daba una paradójica solemnidad de informalidades formales que no sólo la contentaban, sino que a veces le daba conversación conmigo cuando de tarde en tarde nos sentábamos a tomar el fresco nocturno en la terraza de casa o en un parque cercano, o, como cada verano, me hacía bajar de la pared y limpiar todas las cortinas de la casa, y yo que lo veía bien.
Desde hace unos dos años no hemos podido ir a ese chiringuito, ni este año hubiéramos podido ir. Hace dos años no pudimos ir porque fue aplicada una normativa mediante la cual no podía haber terrazas de verano al lado de zonas de ocio infantil, y este cumplía con ello. Y El año pasado no fuimos porque su cumpleaños cayó en una de sus hospitalizaciones de última hora, que duró cerca de un mes. La prohibición de la normativa perdura, de ahí que tampoco hubiéramos podido ir, no pudimos esos dos últimos años ni tampoco hubiéramos podido este. No obstante, no hay ninguna otra terraza de verano en el barrio. La normativa es un tanto inútil. Estropeas el ocio o descanso de las personas que optan por la terraza de verano, que suele tener una mayoría de gente mayor, cuando en realidad en ese mismo parque o en cualquier otro lo que provocas es que gente de todas las edades compre todo tipo de bebidas para beberlas donde pueda en ese mismo lugar. Es la hipocresía de las buenas intenciones irresponsables con la realidad. Demasiada preocupación por lo infantil, poca por otro tipo de ciudadanos. Los que hemos sido infantes antes de este siglo XXI nos hemos criado con nuestros padres en chiringuitos y bares y nosotros con ellos, si las teorías de los que promocionan determinadas prohibiciones fueran ciertas, la sociedad española sería en pleno una sociedad degenerada de alcohólicos y vidas perdidas, sin faltar en ello ni uno sólo de sus ciudadanos. Yerran en sus teorías porque fallan en sus diagnósticos, pero saben publicitar sus ideas para que tengan buena acogida y seguidores.
Aún de más años atrás me vienen recuerdos de la década de 1980 cuando mi padre y mi madre nos llevaban las tardes de verano al chiringuito de la ermita de la Virgen del Val. El río cerca, tras una mota de piedras recogidas en alambre por donde se hayan los restos de lo que un par de décadas atrás fue una tirolina, los árboles echando sus moras al suelo. Refrescos de naranja, carreras, juegos en una tierra arcillosa bajo la sombra y una bolsa de patatas fritas que por entonces era un lujo que te daban tus padres. Hace gracia pensar en nuestras épocas actuales que una bolsa así de patatas fritas es para los niños de ahora algo totalmente accesible y común de conseguir por parte de sus padres o por sí mismos, cuya facilidad para lograr unas monedas no la teníamos nosotros, mientras que para nosotros era algo puntual, novedoso, algo de lo que pedir permiso.
Hacía calor al subir al cementerio esta mañana. El río bajaba golpeando contra las piedras del asiento del puente. El cielo limpio y azul. Alguna brisa. Ya es por la tarde, hace calor en el salón familiar, donde se ha quedado hablando la televisión en voz de personajes de una película más o menos desatendida. Mirando fotos antiguas, distraído de mi deber de estudiar el examen de oposición a archivero, encontré una de mi madre mirando de medio perfil a la cámara. Joven. Por su rostro, peinado, traje y gafas creo que es de la primera mitad de los años 1970, siendo novia de mi padre. Tiene todas las probabilidades para que la foto la hiciera mi padre, muerto ya también, años antes que ella, que murió hace un par de meses. Se medio abraza, pues se coge como tímidamente un brazo cruzando el otro por debajo de su pecho. La copia positivada que hay en casa la escaneé hace años, cuando me la dejó ver ella en otro momento que era ella la que miraba fotos antiguas. Podría haber mejorado su contraste, su luz, sus colores... pero decidí respetar el error del revelado a papel positivado que ocurrió de origen, cuando algún comerciante decidió revelar la fotografía. Tal vez el problema venía del negativo, o tal vez no, tal vez del proceso de positivado. Se le quedó una imagen como por detrás de un velo de tul, como de neblina. Así la escaneé, sin correcciones, tal cual estaba. Ella medio sonríe, pero no se lanza a sonreír del todo. Tal vez lo hizo varias veces antes y después de la foto, que puede que estuviera hecha en la Casa de Campo de Madrid. Se le nota contenta y segura, y es una mirada más allá de la cámara, a quien hace la fotografía. Si voy a una terraza de verano hoy, cuando baje un poco más el sol, cuando atardezca un poco más, tomaré una cerveza con limón por ella, que era lo que bebía. Pero ya sabeis, el primer trago va al suelo, pues el primer trago es para los muertos. Siempre lo hice así, tradiciones del norte español que en algún momento de mi vida asumí... tal vez tradiciones más allá, de una remota Roma... Como sea, hoy es su cumpleaños y habrá que beber una cerveza con limón.
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