Hace calor. Mucho calor. Hace una semana y pico que hace mucho calor y hoy los partes metereológicos han dicho que a pesar de ello la primera ola de calor del verano entra de lleno mañana. Es aún primavera a falta de una semana para el verano y estamos con un calor propio de finales de julio, y no de comienzos y mediados de junio, como decían los mismos partes metereológicos. Y la cosa es que hemos saltado de días con un frío importante a un calor sofocante, sin apenas tiempo intermedio. Hace unos años que viene ocurriendo asi. Es parte del cambio climático en sus efectos sobre la península Ibérica. Recuerdo con añoranza el entretiempo, palabra que nos enseñaron nuestras madres y que ahora uno valora y añora que regrese ante esta espada y esta pared del: o frío o calor.
La cuestión es que Europa occidental y buena parte de la central están ubicadas en medio de un paso de corrientes planetarias que se iban turnando el frío del Ártico y el frío del Antártico, mientras en medio el calor del Sahara se expandía o contraía acorde a los movimientos del planeta y la vegetación existente. Europa, por lo general, es un continente frío, siendo sólo su mundo mediterráneo el que tiene unas temperaturas menos extremas de manera prolongada, aunque cada vez sea menos así. El deshielo de los polos glaciares, ártico y antártico, no sólo provoca la subida del agua del mar, provocando con ello desaparición de costas, inundaciones, torbellinos y huracanes, así como pérdida de habitats naturales, también provoca que el aire se enfríe más o menos. El aire recalentado por el Sahara lo tiene más fácil en determinadas épocas y aunque el que nos viene de Siberia hace estragos, el del Sahara va deshaciendo glaciares de las grandes montañas, y todo unido hace que en este lado de Europa, en la península Ibérica vaya triunfando cada vez más el calor prolongado, las sequias, la falta de lluvia... Solía ser normal que en España hubiera una sequía periódica, ahora cada vez más parece que lo raro sea que sea un año de lluvias. Eso no nos lleva por buen camino, ni ecológico, ni económico, ni alimentario, ni social. Ni que decir tiene que la mayor ausencia de vegetación provoca que haya menos precipitaciones. Ya Cristóbal Colón anotó en sus diarios la observación de que la tala masiva de árboles en las islas americanas parecía (como así era en realidad) relacionada con el menor número de lluvias, eso observado ya en el paso del siglo XV al XVI.
España se sumó en 2015 al Acuerdo de París, antes estábamos en el de Kioto, y a todas las normativas ecologistas contra el cambio climático suscritas por la Unión Europea. Sin embargo la mayor parte de los países que suscriben estos acuerdos se saltan el cumplimiento de los mismos. Raro es el que cumple. España no es una excepción. Íbamos por buen camino para lograrlo con las políticas iniciadas por el PSOE de Zapatero entre 2004 y 2011, pero buena parte de ellas fueron paralizadas o incluso contradichas por el gobierno del PP de Mariano Rajoy, existente desde finales de 2011 hasta la actualidad. En 2015 producimos una contaminación de 315'7 millones de toneladas de CO2 lanzadas a la atmósfera. Se calcula que para 2040 lanzaremos 352'7 millones de toneladas de CO2 por la senda económica y políticas medioambientales aprobadas por el gobierno actual, si no rectifica. Eso teniendo en cuenta que por medio de la Unión Europea nos habíamos comprometido no a producir más, si no menos contaminación, para reducir un 80% la contaminación producida por la propia Unión Europea en su conjunto. No es de extrañar que la Unión Europea nos advierta y nos sancione con frecuencia en este sentido, o que nos tirara de las orejas cuando el PP puso trabas a la propia producción de electricidad de autoconsumo por medio de las placas solares que subvencionó el gobierno anterior del PSOE. Posteriormente se ha sabido de las presiones de las grandes compañías energéticas en España y de los trabajos que desempeñan o han desempeñado varios políticos que han pasado por el gobierno en esas empresas.
El 80% de las emisiones contaminantes españolas las produce la creación de energía. Somos unos grandes consumidores de energía proveniente del carbón, el cual apenas logramos capturar del medioambiente y almacenarlo con posterioridad, menos de un 1%, y el proceso es caro, altamente caro. Un 26% procede de la creación de electricidad, independientemente del proceso para obtenerla, y un 25% de los medios de transporte. Para cumplir con los objetivos ecológicos acordados debemos disminuir esos consumos. Los que más colaboran en esa disminución mediante el ahorro energético y el reciclaje son los ciudadanos comunes, los grandes contaminantes son los centros de producción, las grandes empresas. Aunque algunas investigan para obtener reducciones de sus efectos contaminantes, aducen que no pueden cambiar el modelo porque generaría pérdidas económicas, y en una especie de chantage emocional dicen que eso sería pérdidas de trabajo; obviamente para no tener pérdidas económicas se ahorrarían sueldos, no es de extrañar que inviertan en robótica e informatización, lo que supone despidos. Más o menos estas excusas son las que ha usado el gobierno republicano de Donald Trump en Estados Unidos de América para retirarse de las políticas ecológicas del Acuerdo de París.
Estados Unidos, China, la Unión Europea y Rusia son los grandes contaminantes del mundo. Hasta hace bien poco no han querido aflojar ninguno, porque creían en sus políticas económicas que tratar de reducir emisiones contaminantes implica menos competitividad industrial, ya que implica menos transportes y menos emisiones de fábricas, lo que es menos producción, lo que es menos mercado, lo que es menos dinero, lo que es una crisis económica mundial, y tal vez social. En juego, piensan ellos, está de paso la hegemonía mundial. Es una lucha soterrada de poderes. La Unión Europea es la región del mundo que más está haciendo por acabar con el exceso de contaminación. Que Rusia, China y Estados Unidos se hubieran sumado era un hito, pero la retirada de Estados Unidos es una muy mala noticia que puede cambiar percepciones, políticas y rumbos correctos por otros incorrectos. ¿Y África y Asia?, me preguntan a veces algunas amistades cuando muy rara vez hablamos de ello. Son grandes contaminantes, apenas acaban de llegar a productos en aerosol o producciones fabriles que aquí tenemos superadas. Pero sus producciones de contaminación están muy por debajo de las otras zonas nombradas. El Acuerdo de París reconoce las culpas coloniales y postcoloniales a lo largo de los siglos por los cuales esos lugares son lugares de subdesarrollo, y de cómo nos hemos enriquecido a costa de su empobrecimiento al usar sus materias primas, materias primas que a la vez han provocado el calentamiento del planeta, el cual ha perjudicado y mucho precisamente a estas regiones de África y de Asia, por medio de desertizaciones, por ejemplo. Las hambrunas, enfermedades por plaga, lugares sin agua, etcétera son responsabilidad del cambio climático, por ello se tiene una cierta mano abierta con ellos, aunque se les insta a sumarse a combatir el cambio climático, cosa en la que están de por sí adheridos. Ni que decir tiene que sus políticas agrícolas o de otra índole arrasan selvas y bosques que son pulmones del planeta, y eso es algo que habría que contribuir a que parase, el problema es cuando detrás hay empresas del Primer Mundo sedientas de café, soja, minerales para la producción de aparatos electrónicos, supersticiones sanitarias, etcétera. Brasil llegó a proponer hace unos años una indemnización mundial por parar ellos de recortar el Amazonas, ya que crecieron económicamente con madereras, carreteras y explotaciones agrarias, pero lo que está en juego es la salud mundial del planeta. Todos los puntos de vista son importantes, pero aún nos falta tener todos una amplitud de miras más allá de nuestra parcela del mundo.
La Dirección General de Protección Civil y Emergencias de España dice que entre 1995 y 2015 se produjeron 1.215 muertes de personas directamente relacionadas con el cambio climático, a través de inundaciones, desprendimientos de tierras, torbellinos inesperados, olas de calor como la que estamos viviendo estos días, etcétera.
Según la información sobre la electricidad que proporciona Iberdrola a sus clientes cada año, adjunta en sus facturas, de la electricidad que se produce en España, la mezcla de producción eléctrica en 2010 contaba con un 34% de fuentes renovables, en 2011 bajó a un 31'11% y en 2012 volvió a bajar a un 29'75, pero en 2013 aumentó al 40'6%, para volver a bajar en 2015 a un 35'5%. Lo proveniente de lo nuclear, en principio limpia, salvo por sus residuos, se ha mantenido en torno a un 20% esos mismos años. Del carbón tenemos una subida progresiva en esta serie, con un pequeño bajón uno de los años, pero si en 2010 del carbón venía un 8'4% de la energía eléctrica, en 2015 daba el 19'4% de esa producción, de hecho, otra fuente nos indica que precisamente en 2015 la producción eléctrica con carbón emitió en España 52'09 millones de toneladas de contaminantes al aire. Y sin embargo la energía producida por el gas natural se fue reduciendo todos los años, si en 2010 daba el 21'2% de la producción eléctrica, en 2015 daba el 12'6% tras progresivas reducciones en su uso. El fuel/gas ha sido más variable, si bien normalmente produce el 3'2%, bajando a veces al 2'5%, en 2015 se disminuyó al 1'5%, al menos eso es un logro. Y así podriamos seguir enumerando cómo evolucionó el uso de otras fuentes en estas mezcla para obtener electricidad, pero quizá es más interesante citar el impacto medioambiental. En las emisiones de dióxido de carbono, el contenido de carbono en kilogramos de dióxido de carbono por kilowatio a la hora emitidos en 2010 en España, según Iberdrola, fue en su total un 0'31 (estando la media nacional en 0'24, y según Iberdrola ellos por debajo de esa media), y aunque en 2015 esto afortunadamente bajó al 0'21, la media nacional en esa fecha había subido al 0'30, y que en años intermedios se había emitido ó 0'36 ó 0'40, según el año. Y en cuanto a los residuos radioactivos de alta actividad emitidos, en 2010 los residuos radiactivos en miligramos por kilowatio a la hora eran un 0'52, siendo la media nacional un 0'39, pero es que en 2011 subió a 0'70, en 2012 fueron 0'66 y en 2013 fueron 0'75, afortunadamente en 2015 sólo fueron 0'32, pero los datos sobre contaminación son pasmosos. Pensemos además que aunque las cifras se dan anualmente, las particulas de un año a otro siguen sueltas en el medioambiente. Afectan al cambio climático, pero también a la salud, a la alimentación, a la economía y a la sociedad en su conjunto.
A pesar de que son los empresarios los que tienen más capacidad de frenar esta contaminación, tanto grandes como pequeños, ya que usan recursos de todo tipo, no sólo eléctricos, es el cojunto de todos los ciudadanos los que podemos contribuir a intentar frenar. Las políticas desde los gobiernos sólo pueden imponer prohibiciones de usos (como las de los gases de efecto invernadero o como la habida contra la producción de bombillas indandescentes en favor de las bombillas de bajo consumo), o imposiciones (como el uso de medios informáticos en lugar de papel en determinados asuntos de la administración), o bien impositivos (como las tasas ecológicas sobre los automóviles y fábricas que más contaminan o sobre aquellos que tengan electrodomésticos antiguos), o bien promover planes de renovación de automóviles y otros aparatos. Es sin embargo el uso de nuestra propia responsabilidad, empresarios o no, el que más puede hacer, cada uno en su medida.
La Norma de las Cuatro Erres es fundamental. La primera Erre: Responsabilidad, pues siendo conscientes, concienciados y consecuentes seremos responsables de nuestros actos. La segunda Erre: Reducir, hay que reducir el gasto de todo lo que consumimos, tanto el eléctrico como de objetos, pues las huellas ecológicas, efecto de la obtención de las materias para la producción de objetos, tienen un peso contundente en el cambio climático. La sociedad capitalista está basada en una sociedad de consumo, y tanto la obtención de materia prima, como la fabricación de los objetos, alimentos, o lo que sea, producen un desgaste ecológico. En este sentido es recomendable también, dentro de lo posible, a veces no es posible, tender a los productos que garantizan una cierta responsabilidad ecológica en su producción. Estirar el tiempo de uso de algo es un buen comienzo en la reducción de nuestro consumo en cuanto a objetos, no así en lo eléctrico, ahí lo que se impone es usar menos electricidad; otra reducción idónea es la de gases contaminantes en el transporte, usando el transporte público, compartiendo vehículo o usando bicicletas. La tercera Erre: Reutilizar, un objeto usado no tiene porqué ser un objeto inútil. Una camiseta vieja sigue siendo útil, aunque no lo sea en un ámbito lo puede ser en otro, por ejemplo. De igual modo darle varios usos a una bolsa de plástico, y así en diversas otras cuestiones que en la vida diaria se nos ocurra, como por ejemplo las cisternas de agua que reutilizan el agua de bañeras y duchas para el uso del retrete. Y la cuarta Erre: Reciclar, la más conocida. Una vez que una materia ha sido usada y es ya imposible reutilizar, siempre hay que explorar la posibilidad de reciclarla, esto es: transformarla en otra materia útil (una jarra rota puede ser una maceta, se puede decorar, o bien de un par de objetos rotos u obsoletos se puede elaborar otros objetos, como por ejemplo lámparas, o en el ejemplo más común desde nuestras abuelas: de una camiseta destrozada, trapos para limpiar), o bien se puede desintegrar esa materia para volverla a recomponer en el mismo objeto (como ocurre en ese caso con el papel). Pensemos que un kilo de objetos reciclados son unos cuantos de contaminación no emitida al aire.
Hace calor, así es. Por un lado nos acercamos al calor propio del verano, sólo que estas temperaturas en estas épocas de junio son anómalas, por ello, hace calor, pero no hay que negar el cambio climático, hay que combatirlo.
Saludos y que la cerveza os acompañe.
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