Ecce cor meum (He aquí mi corazón). Así se llama el que fue el cuarto álbum de música clásica compuesto por el antiguo componente del grupo de rock The Beatles, Paul McCartney. Lo grabó en 2006 y fue premiado en 2007, pero en realidad la composición de esta obra comenzó en 1993 como encargo del Magdalen College (Oxford), por iniciativa de Anthony Smith. Paul McCartney se aplicó a crear la obra coral que sufrió un antes y un después, con parada incluída, cuando su esposa, Linda McCartney (Linda Eastman), murió en 1998 tras una enfermedad larga. McCartney compuso en ese momento un interludio a modo de tercer movimiento exclusivamente instrumental llamado "Lamento" ("Lament"), dedicado precisamente a su esposa fallecida. El que fuera el matrimonio considerado más estable del mundo del rock acabó de manera algo dolorosa para McCartney y no exenta de rumores acerca de si el músico ayudó a morir a su esposa o no lo hizo, al morir esta en una casa, en Tucson (Arizona) a pesar de necesitar evidentes tratamientos médicos propios de un hospital, y al encontrarse en la casa el propio McCartney. La pareja ya se había acercado al tema de la eutanasia en alguna ocasión, prohibida en Reino Unido y en algunos Estados de Estados Unidos, pero tras los trágicos sucesos de 1998 sólo queda certificado oficialmente que Linda murió por enfermedad. McCartney nunca respondió sobre preguntas o rumores al respecto. Sea como sea, el evento traumático hizo que Ecce cor meum quedara en cinco movimientos, cuatro de ellos con coros y soprano. Fue terminada en 2001 y estrenada ese mismo año en el Sheldonian Theatre de Oxford. A partir de ese momento se ha representado diversas veces en Londres, New York y otros lugares, pero nunca en España. Por primera vez esta obra de Paul McCartney, en su faceta menos conocida de compositor de música clásica, se ha estrenado en España, este 2017, en Alcalá de Henares, ayer en la Catedral Iglesia Magistral de los Santos Niños. Apenas han sido dieciséis años de retraso, ¿no?
La actuación, de sesenta minutos programados que se quedaron en setenta, fue gratuita. La catedral estuvo repleta, aunque en algunos movimientos algunos grupos de personas mayores salieron. La interpretación estuvo a cargo de la Orquesta y Coro de la Sociedad Lírica Complutense, con Conchi Díaz Leal de maestra de coro, el Coro Infantil del Colegio Beatriz Galindo, dirigido por Elena Rodríguez Silva, Macarena Valenzuela de soprano, Liudmila Matsyura de organista y todos ellos dirigidos por Eduardo Córcoles Gómez.
No me podía perder la cita. Me encontré allí a varias amistades y a un profesor que tuve en la Universidad encargado de enseñarme acerca de la América hispana en los siglos XVI y XVII. Así que, a los pies de la tumba del arzobispo Carrillo, estuve escuchando la composición. A pesar de que no me gustó el detalle de que por microfonía dijeran que la obra tenía derechos de autor, por lo que no se podía grabar, hay que reconocer que estuvo muy bien interpretada y muy bien dirigida. No me gustó la advertencia por megafonía no porque yo quisiera grabar sonido o video alguno, sino primero porque es una iglesia y lo que se iba a realizar, pese a estar compuesto por Paul McCartney, era una obra de carácter religioso, por lo que los aspectos económicos deberían quedar excluídos de los templos, que se han de encargar de lo espiritual. Otra razón más es que siendo el compositor quien es, y siendo una obra editada en disco en 2006, el público ya sabe más que de sobra que tendrá los derechos de autor reservados. Y otra razón más, dudo que Paul McCartney necesite más dinero o proteger este tipo de obras para ganar más dinero. Conociendo la política económica de McCartney con su obra, no me extraña que lo anunciaran por micrófono, pero me parece un detalle feo, especialmente en una iglesia. Ya sabéis aquello de JesúCristo arrasando los tenderetes de los mercaderes en el templo. Me hubiera gustado más que por megafonía, si tenían que decir algo, hubieran repetido y machacado una y otra vez que las normas en la catedral es que cuando hay conciertos tienen preferencia exclusiva para usar los asientos las personas mayores. Eso no se dijo ni una sola vez por micrófono, aunque una acomodadora que ejercía, cara común de la misma función en el teatro alcalaíno, iba diciéndolo y tratando de hacerse respetar en persona. No logró mucho. Personalmente fui con una amiga que lleva varias semanas con la espalda muy perjudicada, yendo a médicos incluso, aunque es joven necesita de asientos, y ella misma recibía muy malas contestaciones de parte de gente sentada que querían sus asientos para niños que no los necesitaban, o jóvenes universitarios (hombres y mujeres por igual) que se expandían con bolsos y piernas ocupando su plaza y otra más a cada lado), vergonzoso. Entre tanto, algún que otro anciano y anciana mal que buscaban algún lugar.
En cuanto a la interpretación, que fue impecable, le fallaba, tal vez, la presencia de micrófonos, aunque es cierto que había gente que hablaba y niños que gritaban, una falta más de educación. Que la soprano y algunos instrumentos tuvieran micrófono hacía que se comieran el sonido de algunas de las otras partes sonoras. Conociendo la obra de McCartney en extenso, a mí me queda la duda de si McCartney hubiese dado el visto bueno a que algunos instrumentos sonoran muy bajos y otros muy altos, o que algunos detalles casi tuvieras que hacer un esfuerzo por diferenciarlos. La afición de McCartney por incluir pequeños detalles de cuerda o de viento aquí eran a veces casi un ejercicio de esfuerzo por atenderles, a causa de los micrófonos que daban preferencia a las otras lineas. Pero pese a que tenga mis dudas de si McCartney lo hubiera hecho interpretar así, conociendo además su obsesión perfeccionista por los pequeños detalles, hay que decir que en una obra clásica el director de orquesta es quien le da a la obra el sentido y las preferencias de ejecución, en este caso, Eduardo Córcoles, por lo que es la obra de McCartney, pero es la interpretación que hace de ella, el cómo la siente, Córcoles. Fue brillante, insisto, pese a esto que menciono.
La obra no es una obra al uso. Tiene muchas líneas cruzadas entre instrumentos, coros y soprano. Una suerte de rara birguería barroca actual que se combinaba con partes más sosegadas que, en algunas ocasiones, me recordaban más determinados modos de componer las partes con instrumentación orquestal del rock sinfónico de los años 1970 que una obra de música clásica. Una extrañeza de subidas y bajadas en cinco partes, con la inclusión en la segunda mitad del protagonismo del órgano de iglesia tocado de tal modo que parecía querer haber sido compuesto para aparentar aquellos sonidos de música grabada y reproducida a la inversa en los álbumes de rock de The Beatles. Los coros infantiles y adultos, la soprano elevando la voz y los vericuetos extraños del órgano eran los giros más interesantes de la obra, pero estas se combinaban con partes más calmadas, como el primer movimiento "Spiritus", que sobrecogía el alma de forma lúgubre, a pesar de lo alegre del resto de la obra y a pesar de que la letra de esa parte es una petición al Espíritu para que nos conduzca al amor, mientras se pregunta cómo nos sentiríamos sin amor.
La letra también contenía su particular enrevesamiento, pues se combinaba en latín y en inglés, siendo el inglés lo que preferentemente cantaba el coro infantil, por cierto: otro gran acierto y casi una referencia sonora a alguna de las canciones de McCartney en solitario en los años 1980. Escuchar a los coros era algo extraordinario, a pesar de que la soprano era lo que levantaba los aplausos del público, tenía una gran voz y sabía además cómo usarla para conmover. Yo a veces traté de contar las diferentes líneas musicales que sonaban a la vez, en un determinado momento creí contar cuatro diferentes entre instrumentos y voces, con seguridad hubo varios momentos que fueron tres lineas a la vez. Pura delicia barroca con sonido del siiglo XXI.
Saludos y que la cerveza os acompañe.
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