miércoles, mayo 07, 2014

NOTICIA 1337ª DESDE EL BAR: EL AMANCEBAMIENTO DE BLASI Y VIVIEL (capítulo 3)

EL AMANCEBAMIENTO DE BLASI Y VIVIEL



Capítulo 3: En un carromato.


Antonio Blasi y María Viviel llevaban ya bastante tiempo viajando por España en busca del esposo legítimo de ella. De ese modo habían llegado en Cuenca hasta Honrubia. Hacía cierto calor. Se detuvieron a descansar cerca de la Ermita del Santo Rostro antes de buscar una posada donde alojarse esa noche. Era un edificio nuevo de mampostería, cuyo techo con tejas estaba inclinado, aunque desde la entrada principal lo ocultaba una alta espadaña con dos campanas y un reloj. Tenía una portada con un arco de medio punto entre dos columnas dóricas bajo un frontón partido por una ventana enrejada. El sol había pasado el mediodía hacía poco. Lo inundaba todo. Apenas había sombras incluso buscándolas cerca de las paredes de aquella ermita.

Blasi paró su carromato en aquel lugar. El toldo que llevaban les era suficiente sombra en ese momento. No había nadie por allí, ni siquiera un perro. Si acaso había alguna cigarra que se delataba con su sonido constante que no hacia otra cosa que acentuar la sensación de calor. Era un calor seco, su única humedad era la sudoración corporal. El piamontés pasó del asiento del conductor al interior del carromato con su fingida esposa española. Ella se apartó un poco dejándole sentarse al lado de ella frente a frente. Hacía bastante calor y el tramo de camino recién realizado había sido largo. Dentro del toldo del carromato olía fuertemente a sudor. Las pesadas telas de la ropa de María Viviel, no tenía otras prendas, había humedecido todo su cuerpo desde hacía unas horas. Amplias manchas de sudor marcaban los colores en sus sobaqueras. El pelo negro y grasiento se le pegaba en la frente. Blasi se sentó frente a ella con las piernas muy juntas a las de ella por encima de sus faldones. María le ofreció un pequeño pellejo lleno de agua. Antonio Blasi lo cogió. Mirándola, bebió de él alzándolo por encima de su cabeza.

-¿Hacia dónde iremos? –le preguntó ella.
-A Alcalá de Henares. Allí puedo hacer algunos negocios. Necesitamos dinero –dijo él dejando el pellejo de agua en las manos de ella, que lo volvieron a dejar en su sitio.
-¿Y luego?
-Tal vez allí alguien sepa de tu marido. Allí hay mucha gente, y mucha gente de la Corte y de los ejércitos. Alguien ha podido cruzarse con él.

Ella le miró.

-Podrías vender algo aquí.
-Podría –Blasi la miraba-. Incluso podríamos no ir a Alcalá de Henares.
-Has dicho que allí podrían saber de él.
-No le necesitamos.
-Yo no te necesito a ti, a él sí.
-Entonces sigue sola el camino.
-Sabes que no te quiero.
-Bien que te has acostado conmigo.
-Por dinero.
-Bien que viajas conmigo.
-Por él, y por mi padre.
-Pues vete.

María Viviel se inclinó ligeramente hacia él.

-Sabías que no podía ser de otro modo.
-Eres puta, tu marido se fue por eso porque no lo sabía. Yo me he quedado a tu lado sabiéndolo. ¿Quién crees que te quiere?

Como un acto reflejo María Viviel fue a abofetearle con fuerza. Antonio Blasi la agarró rápidamente por la muñeca con su mano contraria.

-Conmigo siempre serás mi esposa. Si por él fuera le pediría a Carlos III separarse de ti, pero no sois nobles. Él es un soldaducho y tú una puta. Pero conmigo puedes ser toda una mujer.

Ella le escupió  a la cara soltando con un gesto brusco su mano.

-Ya soy toda una mujer –le miraba profundamente a los ojos.

Él la abofeteó y la zarandeó. Forcejearon entre ambos. Ella trataba de arañarle la cara. Él era más corpulento. Agarraba sus muñecas con fuerza y la impedía toda resistencia. Ella sólo jadeaba tratando de crear y sacar fuerzas con ello. Él logró tumbarla sobre el suelo del carromato mientras se caían algunos pucheros de bronce y un reloj. Pronto la inmovilizó con su cuerpo.

-Con todo el sentido del honor que tiene tu hombre, en tu vida no habrá pasado nunca más hombre de verdad que yo. Más honorable es quien respeta a su mujer amada amándola, que apartándola por no sentirse amado.

Blasi acercó su cara a la de ella para besarla. Viviel ladeó su cara. Él sólo la besó en la mejilla sudada, que palpitaba al ritmo de la respiración profunda de su pecho. Blasi buscó con su cara los labios de ella, quien tras unos escarceos de lado a lado, y unas narices esgrimidas como espadas, al fin cedió y le miró frente a frente. Antonio Blasi se aproximaba, ya su pecho respiraba también profundamente al compás del de ella, bien dispuesto sintiendo sus senos aplastados contra su pecho de hombre, el pecho de ella realizaba un esfuerzo físico, duro, de respiración honda. Sus labios se buscaron. Y sus labios se encontraron. Húmedos los de él, hasta que se deslizó el líquido rojizo de su sangre ante el mordisco de los duros y agresivos dientes de ella. Blasi apartó la cara como un resorte. Ella tenía algo de sangre suya en las comisuras de su boca, y él goteaba algo de sangre sobre esas comisuras. Ella le miraba profundamente a los ojos.

-Yo soy la mujer de Francisco Desancourt –le dijo desafiante, desfogada en su respiración. Valiente en su opresión.

Blasi, sin parar de mantener aquella mirada de desafío, que tantas veces había sostenido cuando ambos se gozaban, apretó sus labios y liberando una de las manos de ella le levantó la falda y los faldones, bajó sus propios calzones, y teniendo su mano en aquellas alturas, donde ahora sus cuerpos se tocaban en sus zonas más íntimas, la acarició el interior de uno de sus muslos, subiendo hacia su sexo. Ella, con su mano liberada, mirándole desafiante, con las comisuras de sus labios manchadas de la sangre de él, liberó lo que pudo su pecho de la opresión de su corpiño. Respiraba hondo y acompasada con él. Bajó su mano hacia el trasero de Blasi desnudo, apenas mal cubierto por el bajo de la camisa liberada de los calzones. Empujándole con un toque de suavidad le guió en dirección hacia su sexo femenino. Él se dejó guiar. La liberó la otra mano y puso ambas suyas a los costados de ella, quien deslizó su mano recién liberada también hacia el trasero de él.

Se bamboleó aquella carroza donde ella no le amaba y le amaba y ambos buscaban un esposo que la abandonó.



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