miércoles, febrero 12, 2014

NOTICIA 1306ª DESDE EL BAR: EL FRÍO QUE NOS ACOGE MIENTRAS LOS ROBOTS CAMINAN ENTRE LOS HUMANOS (capítulo 4)


Capítulo 4: El eremita

La nave Nereida era la típica nave de alcance medio de las estaciones gravitatorias de tipo ciudad colonial. Nunca navegaba muy lejos de su estación. Sus autonomías eran limitadas.

La Nereida había partido de Alcalá D.F. hacia varios días al destino más distante al que podía haber sido enviada, Indonesia. Aquel era un planeta prácticamente verde. Era muy rico en oxígeno no contaminado apto para la vida humana. Desde la nave se veía sus dos enormes continentes verdes, sin desiertos apenas, con sus dos cascotes polares y sus dos enormes océanos, cubiertos de una serie de nubes blanquecinas que mostraban con claridad, en remolino, que debía haber un huracán en marcha en una parte de uno de sus hemisferios en esos momentos. También era un planeta rico en agua, mucha de ella en su subsuelo. De hecho, aunque tenía cordilleras escarpadas relativamente jóvenes con grandes bosques y selvas, era un planeta tan lleno de formas de vida casi exclusiva de pantanos y manglares, que en realidad, pese a lo favorable para la vida humana, sólo un treinta por ciento del suelo del planeta era totalmente adecuado para la instalación de edificaciones y poblaciones sin necesidad de realizar grandes obras de ingeniería. Aunque quizá el mayor inconveniente del planeta cuando fue colonizado fueron las numerosas y devastadoras epidemias de enfermedades letales que albergaba. La combinación letal de insectos, virus y bacterias era el mal endémico, propiamente dicho, de aquel mundo. Paradójicamente, pese a su riqueza en recursos naturales, el planeta importaba tan grandes cantidades de medicinas fabricadas en otros mundos habitados de la Federación Galáctica, como exportaba muestras vegetales e investigadores farmacológicos para la industria terapéutica.

Por todo ello, en La Nereida se encontraba en esos momentos la bióloga Pat Patri recibiendo las últimas ayudas para ponerse el traje sellado que todo científico visitante en Indonesia debía usar si bajaba a las selvas del planeta. La alcaldesa Anna Guillou le había concedido un permiso para acompañar en aquel viaje a la misión diplomática de la Directora de Asuntos Turísticos de Alcalá de Henares D.F., Ma Ría Ría. Pat Patri tenía interés en recoger algunas muestras con la idea de enriquecer las especies vegetales de la estación gravitatoria. Buscaba con ello fortalecer las zonas vegetales que proporcionaban oxígeno natural dentro de la cúpula y de paso tener especimenes con los que obtener algunos de los fármacos que más escaseaban habitualmente durante los periodos en los que la estación no estaba en la ruta de ningún otro mundo habitado. También tenía encargos particulares de conseguir semillas exóticas para cultivos de alimentos. Eran demasiadas tareas para el tiempo que iba a estar en aquel planeta, pero todo lo que buscaba le fue enviado por escrito a las autoridades encargadas de las Relaciones de las Ciencias de la Biodiversidad en Indonesia justo antes de partir de la ciudad galáctica. Era una misión biológica habitual en el planeta. Más o menos todo sería rápido, pues solían ser cuestiones ya preparadas por los indonesios. Para Pat Patri su viaje prácticamente sería más bien un bello e interesante paseo entre la selva y los manglares, bien acompañada de varios de los más prestigiosos biólogos de Indonesia, que, por otra parte, estaban deseando enseñarla algunas especies piscícolas nuevas que habían descubierto hacía unos meses. Lo habían anunciado por toda la red de información de las páginas científicas de la Federación. Indonesia era un mundo apasionante donde, metafórica o literalmente, sumergirse. La sonrisa de blancos dientes bien dispuestos de la grácil pelirroja Pat Patri iba a disfrutar aquello.

Sin embargo, el viaje de Ma Ría Ría, la pequeña mujer rubia que dirigía los asuntos turísticos de la ahora Alcalá de Henares D.F., iba a ser un viaje diplomático. La alcaldesa Anna Guillou había dispuesto que aquel iba a ser el primer contacto de la ciudad galáctica como distrito federal. El aumento de precios de Galaxia Eléctrica exigía además obtener algunos ingresos. Para las ciudades galácticas esto solía resultarles muy fácil cuando llegaban a acuerdos con los planetas habitados para orbitar en torno a ellos, con la idea de que varios de los habitantes del planeta pudieran disfrutar de unos días de vacaciones en otro mundo de un modo más asequible que un viaje interplanetario.

Ma Ría Ría tenía en mente organizar algo más que unos días de descanso para unos pocos ciudadanos indonesios. Había embarcado con ella a Jimmy de Jesús, el entrenador del equipo de baloncesto oficial de la ciudad. Buscaba organizar un encuentro deportivo lo suficientemente popular como para tener grandes beneficios a costa de los habitantes de los dos mundos. Pero había encontrado una piedra en su camino, Ana Cañas, la Directora de las Relaciones Públicas Entre Mundos de Indonesia. Los objetivos marcados en sus intenciones marcaban antes de aterrizar un rictus de agobio en los labios de Ma Ría Ría. No parecía que ella lo fuera a disfrutar. En una video conferencia habían adelantado una primera reunión.

-No nos interesa el baloncesto, lamento decírselo –le explicaba Ana Cañas con tono amable y permanente expresividad facial afable-. En Indonesia no se juega. Tenemos una liga de balón volador, quizá se pueda combinar. ¿Qué le parece si realizáramos un pase de nuestros mejores jugadores?

-El Alcalá Basket no lo aceptaría. Entre nosotras, Jimmy de Jesús aborrece el balón volador. Como sabrá llevó a nuestro equipo al campeonato de ciudades galácticas de deportes clásicos. Es posible que quizá pueda interesar a sus ciudadanos de una demostración de tiros libres –María intentaba mostrar su mejor sonrisa.

-No creo que funcionara. Las últimas cuotas de espectadores de un partido de baloncesto en vídeo apenas fueron algo testimonial en nuestras emisiones lúdicas.

-Entiendo, pero quizá, con una campaña publicitaria bien enfocada…

-Lo siento, directora. Incluso habiendo ascendido su ciudad en estatus político a distrito federal, los gustos de los indonesios no variarían. Sin embargo…

-Me gusta ese sin embargo –dijo con ligera ilusión Ma Ría Ría.

-Sí, a mí también. En Indonesia gusta mucho un único deporte clásico.

-¿El fútbol? También tenemos un equipo destacado que podría…

-No. El béisbol. ¿Le suena Alejandro Remeseiro Fernández?

-Sí… claro –los ojos de Ma Ría Ría habían perdido algo del brillo de su anterior respuesta, a la vez que no tenía una total convicción sobre quién era aquella persona.

-Fue un bateador muy famoso hace años. Ahora es indonesio, como nosotros. Dirige y entrena a nuestra selección de béisbol, que aspira a clasificarse para las Olimpiadas. Nos gustaría publicitar un poco la actividad del equipo. Un encuentro deportivo entre el notable Alcalá Basket, del campeonato de ciudades galácticas, y nuestra selección de béisbol podría ser muy bien acogido por nuestros ciudadanos, y estoy segura que entre los suyos. La rentabilidad de imagen para ambos además es muy deseable. El nuevo distrito federal jugando junto a un posible equipo olímpico.

Ma Ría Ría no comprendía muy bien cómo iban a celebrar un encuentro deportivo unos baloncestistas con beisbolistas. Aquello era un disparate inmenso. Titubeó en su conversación con un pequeño silencio.

-Los espectadores de nuestros partidos de béisbol son prácticamente el noventa por ciento de nuestros habitantes. Un partido así puede tener mucha expectación. Ya sé lo que piensa –dijo Ana Cañas con seguridad-, pero deje que sean los entrenadores quienes lo resuelvan… son deportes clásicos, tienen más en común que en diferencia.

-Hay cosas imposibles. ¿Le gusta el deporte?

-La pregunta ofende, pero sé que no es su intención. Es normal la reticencia. Pero imagínelo, por ejemplo, un doble encuentro de dos días, primero juegan al baloncesto todos, y luego al béisbol. Algo simpático. Revestido de la fraternidad entre los jugadores de los deportes clásicos, la esencia de los viejos juegos olímpicos. El espíritu deportivo.

-Tampoco suena tan mal –se le escapó a Ma Ría Ría en voz alta mientras pensaba que el noventa por ciento de un planeta observando aquello eran muchos ingresos-. Esta bien, les reuniremos. Desembarcaremos en breve, ¿le parece bien tener una reunión formal dentro de seis horas?

-Por supuesto, mandaré a buscarla en un vehículo oficial. Por cierto Directora Ma Ría Ría, tengo un ciudadano especial interesado en pasar unos días en Alcalá de Henares D.F., ¿conoce al señor Yogui?

-Sí –esta vez Ma Ría Ría estaba plenamente segura. Yogui era un multimillonario muy conocido por sus múltiples fiestas a todo lujo y excesos. Era un bon vivant, como hubiera dicho Anna Guillou. Un joven de tez morena, anchas espaldas y amplias manos, que nunca tuvo necesidad de trabajar. Había heredado un imperio económico que administraban múltiples secretarios y hombres fieles por él, que había dedicado su formación académica a jugar partidos de otro deporte clásico, el rugby.

-Esta pasando una temporada con nosotros –dijo Ana Cañas-. Cuando supo de la llegada de su colonia nos hizo saber que deseaba subir a ella para pasar unos días en órbita a Indonesia.

-No habrá problema. El señor Yogui será bienvenido. Podrá ir a Alcalá de Henares D.F. en esta misma nave en su vuelo de regreso si lo desea –puede que el joven y corpulento Yogui, que había mostrado en público su capacidad de beber un litro de cerveza en un trago de apenas unos segundos, cometiera alguna de esas orgías por la que se había ganado el apodo mediático de “El Oso”, pero su dinero y su gasto era aún más conocido allá por donde pasaba.


En otro lugar de La Nereida, en la cabina de vuelo, Código se disponía a preparar el aterrizaje asistido por Grisóstomo cuando recibieron la información de la presencia de Yogui en la pequeña nave cuando regresaran. El primero en leerlo en la pantalla de mensajes internos fue Grisóstomo.

-El Oso Yogui con nosotros, ¿qué te parece? –dijo sonriendo.

-No le esperaba – contestó Código.

-Menudo pasajero. ¿Qué hará aquí?

-No lo sé. Estará descansando.

-¡Descansando! –dijo lleno de sorna Grisóstomo-. Su vida entera es un descanso. Sólo se cansa cuando las borracheras le dejan tener resaca.

-Serás respetuoso con él.

-Claro, no soy idiota –Grisóstomo no lo era, pero como su padre, hablaba de todo-. La verdad es que me gustaría una vida como la suya… ya sabes, por las mujeres. Dicen que un día un delegado de la Federación le dijo en la cara al Oso Yogui  que no debería existir la poligamia. Que era contrario a la poligamia. Y como en el planeta donde estaba Yogui alojándose en ese momento le habían permitido vivir varios meses con varias mujeres, ya sabes, muy, bueno, ya sabes… ese delegado le siguió diciendo que si  ahora estaba allí porque estaba trabajando en un proceso para traer mayor democracia en ese sistema, porque era uno de esos sistemas en el borde de la Federación y las normas… bueno, ya sabes… y el tío que si hay que prohibir la poligamia y todo eso. Y el Oso Yogui, levantándose de su silla, porque estaba sentado, ¿sabes? Le mira unas dos cabezas por encima, porque es tan alto… y aquel delegado tan bajo… le dice algo así como: yo creo que no. La democracia no se consolida estableciendo prohibiciones al ejercicio de la libertad en las relaciones afectivas de las personas. Totalmente serio, ¿entiendes? Era un discurso del tipo: esas restricciones no son sólo legales, también religiosas. Impide la libertad del amor libre toda religión que impone la monogamia o que impone la poligamia, y más cuando esta además beneficia y perjudica a uno de los sexos y discrimina incluso a aquellos que no son heterosexuales. El delegado se puso todo rojo con aquellas palabras, y el Oso Yogui que no,  que la poligamia no debiera ser prohibida, ni tenía porqué dejar de existir. “Ni siquiera es sinónimo su inexistencia por ilegalidad a ser demócratas”, le dijo, “ni su existencia por imposición legal tampoco”. He visto bastante esas imágenes, diciendo que la poligamia debiera ser permitida para aquellas personas que la deseen adquirir en unas relaciones de libertad e igualdad de condiciones a la hora de adquirirla. El Oso Yogui no quería decir que esta sea lo que se imponga a la monogamia. Decía que en lo que creía él es en el amor libre. Si libremente la pareja quiere ser monógama, que lo sea, si quiere ser polígama que lo sea, si la poligamia elegida es de una mujer que desea varios hombres de pareja, ¿por qué no si todos lo aceptan? y si es un hombre y varias mujeres, o bien varias mujeres y varios hombres... ¿qué más da cómo constituyamos nuestra familia o cómo deseemos compartir nuestros sentimientos y nuestro sexo? No estaba hablando de libertinaje sexual. No hablaba de poligamia por sexo, que tampoco es que la desprecie, en absoluto, bueno, ya sabes su vida… más o menos, lo que a veces sabemos todos… Él estaba hablando de núcleos familiares. ¿Por qué no? ¿Por qué no el amor libre, esto es: dando libertad a las personas para que elijan sin remordimientos religiosos o amenazas legales? Sabemos lo que implica religiosamente la poligamia, pero incluso si en esos términos todos los miembros de la familia lo han elegido y deseado libremente, que habrá casos que así lo sea ¿cuál es el problema? Sabes, yo también creo que el problema es cuando hay imposición en uno u otro sentido, en el político o el religioso. La cuestión es que hay que desligar las elecciones sexuales de cada uno de las reticencias legales posibles, es más difícil hacerlo de las religiosas, porque las religiones tienen una base diferente en su creación, pero para eso está la pedagogía y la educación, que también ha de ser libre pensante y no dictada por códigos morales claramente condenatorios de todo lo que lo conservador desea que no se cambie, que se conserve. Bueno, ¿y por qué no?

-Las relaciones entre las personas puede ser descubierta de uno hacia el otro de modo tan impredecible como imposible de predicar –resumió Código a su modo.

-¿Qué? –dijo Grisóstomo un tanto desorientado ante esa contestación después de su enorme discurso.

-Que tenemos que aterrizar. Ve preparando la entrada en la atmósfera indonesa.

-A veces pienso que el ignorante no es el que ignora, ¿sabes?, si no aquel que por tener unos puntos de vista y unas opiniones diferentes a las tuyas te trata con prepotencia y te minusvalora queriendo quedar por encima de uno mismo. Y esto es válido pública o privadamente –Grisóstomo no había entendido a Código, pero eran amigos y colegas de muchas misiones conjuntas a pesar de los dos mundos abismales entre la rectitud ética del mundo de uno, y la herencia de los negocios del otro. Se tenían, pese a todo, aprecio.

Código pasó por alto que Grisóstomo no entendiera que le había dado la razón aportando muy esquemáticamente un poco más. Le había escuchado con atención. Siempre lo hacía incluso cuando tenían tareas que hacer importantes, como aterrizar en un planeta. Escuchar podía ser un modo de evitar en el futuro un enfrentamiento fruto de la transformación del hijo del capo en el capo.

La Nereida entró en el cielo verde turquesa de Indonesia. Ya estaba preparada una plataforma de aterrizaje  para recibir a sus pasajeros. Incluso aquella zona de transbordos galácticos tenía un bello ajardinamiento ampliamente poblado de árboles. Era un lugar lejano a las cuestiones que se debatían en el interior de la Nereida. Cuestiones que sólo se albergaban en las vidas humanas. Aquel mundo verde era otro mundo. Precisamente desde las sombras de un bosquecillo improvisado por las manos de algún experto arquitecto de la jardinería, les observaba descender a ese mundo un delgado y estilizado eremita llamado Jess Barbieri.

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