A menudo se suele decir que Beethoven es uno de los músicos más decisivos para cambiar la música. Que no entenderíamos la música de hoy día sin él, incluida la música popular, o en su abreviatura en inglés: pop. Incluso sus actitudes. Se le ha querido comparar anacrónicamente con los músicos de rock y de punk del siglo XX. Él vivió entre 1770 y 1827, es una de las figuras claves del romanticismo y todas las alteraciones que ese movimiento provocó en la cultura. El romanticismo, el movimiento romántico, cuyos primeros grandes precursores fueron los escritores alemanes Schiller y Goethe, recibió no en vano el nombre "sturm und drang", traducido: "tormenta e ímpetu". Coincide su nacimiento con los movimientos revolucionarios y democráticos que levantan a las sociedades contra el orden establecido por unas elites políticas, religiosas y económicas que se habían enriquecido a costa de empobrecer cada vez más las vidas de los no privilegiados. No será raro que Beethoven cite a Schiller. Beethoven será para la música el gran revulsivo que avivará los corazones de todos aquellos que aspiraron a los grandes ideales del siglo XIX: libertad, igualdad y fraternidad, pero también: destrucción del mundo establecido para la construcción de un orden nuevo más justo.
Desde anarquistas de primer orden como Bakunin o socialistas científicos como Karl Marx en el siglo XIX, a nacionalsocialistas (nazis) como Hitler en el siglo XX, o demócratas como todos los padres de la Unión Europea en los años 1950, citarán y recurrirán en el pulso más vibrante a la obra de Beethoven. Pero también los amantes, cuando recuerden sonatas como la que realizó al piano para Elisa, su amor imposible. Y no sólo ellos, toda la revolución social y pacifista que se vivió a partir de los años 1950 con el nacimiento del rock and roll como base para transmitir ideas básicas de amor, antibelicismo y fraternidad, tienen a Beethoven en su médula. En 1956 Chuck Berry acelerará el rhythm and blues para llevarlo al nivel del siguiente paso, el rock and roll, tendrá entre los éxitos de sus discos de ese año una canción llamada "Roll over Beethoven", una canción agitada y rápida donde expresa su deseo de cambiar el viejo mundo, deja agitar el paso para acabarlo y comenzar uno nuevo, de los jóvenes. Lo dice mediante una metáfora musical que, paradójicamente o quizá inteligentemente, usará de una de las técnicas compositivas en sus tonalidades propia de lo que ya había hecho Beethoven para que dé resultado. Se derriba todo para que todo permanezca. Por entonces la canción tendrá éxito relativo, pero alcanzará cotas inesperadas mundiales en 1963 cuando los Beatles la introduzcan en sus discos sencillos y en uno de sus álbumes. Serán los propios Beatles primero y otros músicos británicos quienes ya de forma intuitiva o de forma estudiada introducirán compases, escalas y tonos de la obra de Beethoven en el rock.
Escucho a Beethoven desde hace bastantes años, pero a finales del año pasado he logrado completar en mi discoteca particular todas las sinfonías de Beethoven. Curiosamente, aunque he escuchado también otro tipo de obras de él, no tengo nada que no sea del género de sus sinfonías. De hecho en cuanto a música clásica es común encontrar entre mis discos varias sinfonías de varios autores entre réquiems, conciertos de piano y otro tipo de composiciones. Las sinfonías ocupan un lugar abundante en esos discos clásicos que tengo. La Novena Sinfonía de Beethoven es una de las más perfectas. Las sinfonías cuentan historias a través de la música. Son como relatos. Quizá lo más parecido a ellas del siglo XX en adelante sean las bandas sonoras de muchas películas, de hecho en principio muchas de las sinfonías clásicas han sido y siguen siendo la banda sonora de innumerables metrajes. Puede que algún día junto a los nombres de Beethoven, Berlioz, Wagner, Dvořák, Smetana, Prokofiev, Mozart, Tchaikovski o Rimski-Korsakov, aparezcan los de John Williams, Ennio Morricone, Elmer Bernstein, Hans Zimmer, Basil Poledouris, Henry Mancini o John Barry. Por su música, su concepto de la misma, su concepto social de ella y su actitud vital, Beethoven traspasaría la frontera entre un mundo elitista y limitado a un mundo socializante, a una cultura popular, pop. Llevó su obra a todas las capas sociales. Había tenido precedentes en el propio siglo XVIII, cercanos en el tiempo a él, además, pero fue él quien lo hizo de modo sistemático y como convencimiento ideario sobre el Arte y la utilidad social y emocional. A lo largo del siglo XIX otros llevarían más allá ese concepto de la música a la pulsión de las emociones de la cultura popular y sus efectos en los cambios sociales, como Verdi, Chopin, Strauss o el propio Wagner, y eso ya de por sí les enlaza con esos otros nombres de la música tan enraizados con el mundo de la cinematografía, el otro gran monstruo de la expansión de las ideas y las emociones a través de un mundo pop, de un mundo de cultura popular.
Ludwig van Beethoven compuso su primera sinfonía siendo ya un autor reconocido gracias a sus composiciones para piano y sobre todo a sus primeras sonatas. Llevaba componiendo desde 1782. Venía de una familia de granjeros que acabaron siendo músicos. Abuelo y padre ya tocaban, aunque el padre malogró su carrera por el alcoholismo. En todo caso fueron ellos los que insistieron en que Beethoven aprendiera música. Y la aprendió a fondo y con facilidad en un mundo que aún vivía en el neoclasicismo y el rococó.
Había nacido en 1770 y a los siete años ya estaba dando conciertos, en 1778. Era un niño precoz y prodigio. Varios compositores y músicos de su alrededor se interesaron por él y le enseñaron a componer. Hizo muchos primeros intentos hasta que publicó su primera obra íntegra en el citado 1782. Era el nuevo Mozart en Austria y pronto lo sería para toda Europa. Aquella composición le valió que escribieran públicamente sobre él y que un príncipe elector alemán decidiera darle su primer contrato estable como músico en 1783, con 13 años de edad. Tragedias familiares aparte, Beethoven se convirtió rápidamente de alumno a maestro y se hizo célebre por sus citadas obras para piano, tríos de cámara y sus sonatas. Se afincó en Bonn, donde desde 1792 sus composiciones son cada vez más y más conocidas y solicitadas por todo el mundo Occidental.
Su vida, más o menos apasionante, comprometida con la música, pero también con la política, la sociedad, el amor turbulento, el desamor turbulento, la enfermedad, el arrebato, la ira... la revolución, la destrucción de todo lo establecido para el nacimiento de todo lo nuevo, no es de lo que voy a escribir en esta serie, sino de sus Sinfonías, las cuales, como he dicho, las inició cuando ya era un músico reconocido.
Con su primera sinfonía era reconocido ya, sí, pero no aún todo lo famoso y revolucionario que iba a ser para el mundo de la música y la cultura popular, ya incluso en propia vida suya.
La Primera Sinfonía (Sinfonía nº 1, en do mayor, opus 21), es, como su nombre técnico indica, la obra musical número veintiuno en el orden cronológico de composiciones acabadas y totalmente reconocidas de su autoría, así firmadas por él mismo. Se sospecha que probablemente comenzó a componer partes del último movimiento, si no ese movimiento completo, en 1795, con la Revolución Francesa en marcha. Sin embargo, sólo se sabe que se puso a trabajar plenamente en ella a lo largo de 1799 a 1800. No se trataba de una obra política aún. Fue el encargo de su protector artístico, el barón Van Swieten, que a la vez había sido amigo y protector de Mozart, el cual había muerto en 1791, dejando un vacío en lo que a innovaciones musicales se habían realizado.
La obra fue estrenada el 2 de abril de 1800, con cuatro movimientos. Fue el primer concierto que dio en Viena, la capital del Imperio Austrohúngaro. Duraba aproximadamente entre veinticinco y treinta minutos. Aún era una sinfonía apegada al modo de componerse las sinfonías hasta el momento, incluyendo las innovaciones que pudiera introducir Mozart. Obviamente la obra había sido encargada y pagada por un noble, así que sus destinatarios principales aún eran un determinado grupo social, si bien la obra fue pública en teatros. Se decía de ella que era oscura y lúgubre, pero muy fresca y ágil musicalmente. Un comienzo oscuro en sinfonías para un autor era algo extraño. Sin embargo, personalmente no me parece una sinfonía oscura, ni lúgubre. De hecho, su primer, tercer y cuarto movimientos son algo rápidos al ser "allegro molto" ("muy alegres"); el primero además con "brío", y los otros dos "Vivace" (muy "vivos"), mientras que el segundo movimiento era "cantable" ("cantabile con moto"). Así pues, a mí me resulta extraño que se diga que es una obra oscura o lúgubre. Es, eso sí, una obra muy cercana todavía a lo que fue el siglo XVIII, hay en varias de sus características resonancias de Mozart y de Haydn. Así por ejemplo, era propio de Haydn una introducción suave para ir creciendo en fuerza e intensidad, eso, Beethoven, lo hacía en esta obra, cambiando incluso los tonos, tal como hacía el propio Haydn. La obra iba incrementando su intensidad según avanzaba.
Y sin embargo, en pleno momento de revolución creativa en toda Europa, no sólo política y social, con el movimiento romántico naciendo en los Estados alemanes (no olvidemos que Beethoven estaba en Bonn), innovó haciendo algo que ningún músico había hecho hasta entonces y que resultó escandaloso para su época: si la sinfonía decía que estaba compuesta en la tonalidad "do mayor", Beethoven decidió no empezar la obra en esa tonalidad. En su época muchos músicos e intelectuales se burlaron de él, le menospreciaron, consideraron que no sabía componer ni sabía de música, que todo en su carrera había sido venta de humo, que era escandaloso que su sinfonía siguiera gustando a la gente. Y de hecho sus obras tenían cada vez más público y esta sinfonía fue muy bien acogida entre las clases populares y algunos otros músicos. Pero especialmente por los intelectuales del romanticismo, un grupo de jóvenes que, como Beethoven, consideraban que había que acabar con todo lo viejo preestablecido para crear un mundo nuevo con menos ligaduras y más libertad, en consonancia con las ideas de la revolución francesa que estaba poniendo al mundo en un cambio total de sistema. De todos modos, la parte más personal de Beethoven era el último movimiento. Entre el tercer y el cuarto movimiento están los sonidos más reconocibles de esta sinfonía. Llevó la característica subida de intensidad que hacía Haydn a un extremo casi hasta la deformación y se produce así un ritmo cada vez más extremadamente extenso sin huecos para una cadencia suave, sin parar, o sea, sin lugar para suavizar nada. Beethoven daba así a entender una característica en él que le fue también muy criticada en su inicio, sobre todo teniendo en cuenta que Haydn seguía vivo, moriría en 1809, y en esos momentos era el músico más admirado. Quizá por ello, muchos directores que tuvieron en aquellos años la partitura de Beethoven se negaban a interpretar este final tal como había sido ideado.
La subida de intensidad prolongada sin concesiones la escucharemos en el siglo XX en el álbum "Abbey Road" de los Beatles, en Pink Floyd, en The Verve, Lou Reed o en la música grunge de los años 1990, por poner algunos ejemplos.
La subida de intensidad prolongada sin concesiones la escucharemos en el siglo XX en el álbum "Abbey Road" de los Beatles, en Pink Floyd, en The Verve, Lou Reed o en la música grunge de los años 1990, por poner algunos ejemplos.
Conseguí la Primera Sinfonía hace poco de segunda mano, de un vendedor italiano que me la entregó en vinilo, dirigida por uno de los que fueron violinistas del director Furtwängler. Regalé el disco a una amiga que toca en la Orquesta Ciudad de Alcalá, entre otras, y volví a adquirir la sinfonía, junto a la segunda, en un disco compacto que me vendió no hace mucho otro italiano por Internet. Era un disco editado en 1986 con la grabación de un concierto de la Bamberger Symphoniker dirigida por Joseph Keilberth en 1959, me parece que en Hamburgo. Joseph Keilberth (que moriría en 1968) había dirigido la Orquesta Filarmónica Alemana de Praga desde 1940, durante la Segunda Guerra Mundial, y después, también durante la guerra, la Staatskapelle de Dresde. Terminada la Segunda Guerra Mundial en 1945 y triunfando electoralmente en Checoslovaquia el Partido Comunista y un gobierno próximo a la URSS, el nuevo presidente checoslovaco, Beneš, comenzó rápidamente un proceso político para expulsar de Checoslovaquia a todos los alemanes que habían venido (y otros previos que ya estaban) con la anexión que había hecho Hitler de este país. Aquellos fueron los Decretos de Beneš, ratificados por una gran mayoría del Parlamento checoslovaco en 1946. Por ello, Keilberth logró reunir en 1949 a todos cuantos músicos alemanes pudo residentes en Checoslovaquia y que habían tenido relación con él principalmente durante la guerra. Con ellos fundó la Orquesta Sinfónica de Bamberg, o sea: la Bamberger Symphoniker con la que yo tengo ahora en disco la Primera Sinfonía de Beethoven en mi colección de discos de música.
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