jueves, octubre 27, 2011

NOTICIA 1002ª DESDE EL BAR: TEOTIHUACAN, LOS INDIOS QUE NO CONOCIMOS

En el centro de México, en su valle de ríos y lagos, se alzó una ciudad en la que fueron naciendo sucesivamente varios dioses Sol que morían por cataclismos naturales, dando lugar paso uno a otro, y aportando en cada uno de sus reinados la creación del mundo vegetal, animal y humano que dieron lugar al Quinto Sol, que dio vida a los huesos de los muertos de los anteriores vivos de los otros Soles, mezclando sus cualidades y dando a la vida así a la Humanidad. Humanidad que estaba destinada a morir a manos de unos monstruos que aparecerían por el Oeste con forma de esqueletos. Esa era la leyenda religiosa que dio autoridad política, social y religiosa a la ciudad de Teotihuacán desde el siglo I antes de Cristo, al VII después de Cristo. Todas aquellas personas que no vivieran en América Central en aquellas épocas jamás les conocieron cuando eran un epicentro de gran relevancia.

Como dije en la Noticia 1.001ª, cuando fui a ver la exposición de Delacroix aproveché para ver esta otra exposición sobre Teotihuacán, también gratuíta, también en Caixaforum de Madrid capital, en el Paseo del Prado, nº 36, que se inauguró el 19 de septiembre y estará visitable hasta el 27 de octubre. Y que también aporta diversas conferencias y otras actividades que podéis consultar en su página oficial.

Su civilización pertenece a la Prehistoria, pues la Prehistoria son aquellos sucesos de los que no tenemos testimonio escrito. No son de la Historia. Tampoco pertenece a la Protohistoria, que es aquel periodo donde los sucesos de una civiliación sin escritura nos llegan a través de otra civilación con escritura que nos hablaron de ellos. Es pura y dura Prehistoria americana que aunque nos ha dejado 800 años de vestigios que nos dan pistas de qué pudo ocurrir a través de su arqueología, nunca alcanzaron la escritura, como nunca alcanzaron el conocimiento de la aleación de los metales, aunque trabajaron la orfebrería, como nunca conocieron el uso del hierro u otros metales duros, como el resto de civilizaciones americanas hasta la llegada de los europeos. No sabemos quiénes eran sus pobladores inciales, ni porqué desaparecieron, cómo fueron sus gobiernos, ni cómo funcionaba su sociedad y religión. Sabemos por restos arqueológicos que la ciudad se construyó en el siglo I a.C. mientras existían otras civilizaciones a la vez en Centroamérica, como la de los zapotecas, los olmecas, los chichimecas, los tlatotecas o los mayas. Sabemos que tuvieron conflictos graves con los olmecas, que tal vez los habitantes de Teotihuacán eran descendientes de los náuhatl, que a partir del siglo II d.C. comenzó a ser una gran potencia político militar llena de centros de religiosidad que se impusieron en importancia, que aunque no conocían Alejandría y la posterior Constantinopla, allá en Europa, eran la tercera ciudad más grande del mundo, con 200.000 habitantes y 20 kilómetros cuadrados de urbe. Que nos ha dejado dos pirámides, la del Sol y la de la Luna, unidas por la Calzada de los Muertos, y un palacio, el del Jaguar de Xalla, y el Templo del Dios Quetzatcóatl, que posteriormente son la base firme de las civilizaciones que más tarde les sustituirían, mexicas, y otros que darán por resultado a los aztecas que sí conocerán los europeos siglos después.

La Unesco declaró a Teotihuacan Patrimonio de la Humanidad en 1987, y para mí fue impactante entrar por la puerta de la exposición y ver una espléndida serpiente emplumada de piedra que debió ser parte de un templo para recibirme. Más de cuatrocientas piezas de cerámica, Arte, piedra, joyas, madera, hueso, conchas, murales estucados sacados de las paredes con técnicas precisas, etcétera, componen esta exposición temporal en un alarde de colaboración entre varios museos mexicanos y la Obra Social de la Caixa española. Me sorprende mucho esas piedras talladas con seres divinos y mitológicos de su cultura, cuando uno sabe que no conocían el hierro. En su lugar conocían la obsidiana, una piedra negra resistente que llegaba a adquirir filos casi de navaja de acero, por la cual eran capaces de trasladarse hasta 2.500 kilómetros en relaciones comerciales y bélicas para encontrarla. Una obsidiana que sería contra la que se enfrentarían múltiples pueblos a su paso, incluso siglos más tarde, desaparecidos estos, los españoles. Porque lo que también se sabe de ellos es que Teotihuacán defendió sus muros y expandió sus fronteras, registrando restos bélicos y de sometimiento en hayazgos arqueológicos de poblaciones de sus alrededores. Quizá es testigo no tan mudo de ello la escultura que se muestra en esta exposición de un sacrificado, cuya cara no es otra que la del horror, mientras en su estómago vemos como le reprodujeron un agujero, tal cual, quizá de donde sacaron sus vísceras en vida. Y digo bien, pues adquirieron técnicas de ofrecer a los dioses los sacrificados justo en el trance de su muerte, no muertos, sino en el trance de ello. Estos eran enemigos de guerra y normalmente narcotizados, técnica posteriormente médica que fueron descubriendo ellos. Esto nos llegó a través de la posterior observación española de lo que se encontraron siglos después y del relato escrito en español que hicieron en el siglo XVI los propios aztecas colonizados a través de su memoria oral de las formas inmemoriales de hacer sus rituales. Una constante de estas civilizaciones había sido no variar en siglos determinadas formas artísticas y sociales, como los propios restos y arquitecturas nos delatan en su datación con técnicas físico-químicas de la arqueología actual.

Llamativo también son los muy bonitos collares de cuentas de conchas pequeñas de colores, talladas, y de dientes humanos, muy pensadamente colocados molares, incisivos y caninos, para crear bonitas formas... Bonitas formas, de origen macabro, tal vez guerrero, religioso, pues estaban en templos, y que delatan una sociedad no tan idílica como los nacionalismos latinoamericanos quisieron vender al construir sus Historias nacionales en el siglo XIX.

Hay sin duda mucho de bello en ese mundo, se puede ver en sus muy decoradas máscaras mortuorias, sus jaguares de jade, sus braseros suntuarios con formas de deidades, su representación de caras cada una con expresiones altamente humanas y diferentes, sus caracolas gigantes pigmentadas, o sus sellos de poder o propiedad que nos recuerdan tanto a esas primeras civilizaciones que milenios antes surgieron en Mesopotamia y Egipto. Pero también en que sepamos cómo avanzaron sus cultivos y sus técnicas, cómo habían realizado numerosas obras públicas que hicieron funcionar bien una ciudad de 200.000 habitantes durante 800 años, y cómo algunos productos nos hablan de contactos con las civilizaciones de las costas de ambos océanos... incluyendo sus conflictos bélicos con los olmecas.

Pero el colapso en el siglo VII d.C. no viene aparentemente de un Estado transformado en especie de gran reino que se hubiera agotado. Numerosa ceniza volcánica nos indica que hubo una gran explosión de un volcán cercano que probablemente provocó una crisis de alimentos que conllevaba conflictos sociales. Restos de batallas en poblaciones cercanas nos hablan de que probablemente sus subordinados se sentían sometidos y se levantaron contra Teotihuacan. Los muros que rodearon la ciudad son de aquellas épocas. Y por experiencias históricas en todo el resto del mundo, sospechamos, por la gran cantidad de objetos suntuarios del final de aquella civilización, que probablemente las elites gobernantes gastaran sus recursos y dineros en su bienestar olvidando el de su pueblo, que, descontento, pudo estallar en revueltas, como en siglos antes ocurrió por ejemplo en Roma contra el Emperados Nerón. Sean las que sean las causas, los templos y palacios, y numerosas casas, nos han llegado con una capa de restos de incendios provocados, con los principales monumentos destruidos y derribados, e incluso con el acceso a las escaleras de esos templos y palacios tapiados. Ninguna tumba de gobernante, si la hubo, se ha conservado. Hasta el Disco Solar con el Dios de la Muerte que os muestro, que estuvo ubicado en la Plaza del Sol desde el siglo V d.C., y que debió ser epicentro sin duda de numerosos actos y rituales de gobierno y religiosos, y de peregrinaje de poblaciones del valle, fue derribado y roto parcialmente. No parece desde luego que en su final fuera un mundo idílico y pacífico.

Es sin duda otra exposición que os recomiendo, esta vez insistiendo en que si no viajáis a México en el futuro no lo volveréis a ver, y aún viajando no lo veréis todo junto nunca jamás, sólo viendo cada pieza de estas cuatrocientas diseminadas por varios museos. Merece la pena, más en estos tiempos de tanta escasez de dinero, siendo gratuito. Saludos y que la cerveza os acompañe.

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