viernes, septiembre 28, 2007

NOTICIA 337ª DESDE EL BAR: ELLOS (dedicado a Vladimir Maïakovski)

Hace años inicié una novela que aún no he terminado. Me dio tiempo a escribir otra que sí terminé y presenté a un concurso literario que espero ganar (por aquello de que me publiquen). De aquel primer intento de novela, el cual sigue en pie para ver si lo acabo un día, escribí un relato independiente que era una precuela, hace un año. Lo presenté a un concurso de relatos. Como se acerca el fin de semana y la gente suele dedicarse a otras tareas alejadas de las pantallas de ordenador, excepto los domingos por la tarde (según mi contador de visitas), ahí os dejo este relato para ese domingo por la tarde. Entretanto yo me dedicaré a estudiar el siglo XX español, ya que ayer me llamaron del Ateneo de Madrid para que me presente a un examen para juzgar a quien deben contratar como documentalista de tal lugar durante tres meses. Solicité el trabajo gracias al investigador Julián Vadillo. Lo del examen no es que seleccionasen mi curriculum y carta de presentación, es una rutina con todos los que lo presentan. Un saludo y que la cerveza os acompañe (a mí lo hizo ayer en el Kroxan de la calle Victoria, un bar de franquicia con el que me he reconciliado este verano gracias a sus tapas, invité a mi madre, ya que es un bar ciertamente muy femenino, por otra parte). Lo dicho, cerveza y arte para todos.
ELLOS
(dedicado a Vladimir Maïakovski)

Una chinche le había picado en el cuello a primeras horas de la mañana, pero Noriega ya estaba despierto preparando los instrumentos necesarios para su trabajo. El día había comenzado fresco, pero no frío. El cielo amaneció despejado y la gente había comenzado a llenar las cafeterías y las calles y plazas del centro de la ciudad. Era un día dominical de Febrero.

Como a lo largo de todos estos años, Alcalá de Henares continuaba siendo una ciudad llena de turistas. Las Guerras Contra el Terror no habían impedido que aún existieran curiosos que deseasen ver antiguas arquitecturas en las diversas ciudades del mundo que las conservaban. Tampoco nadie ignoraba las remodelaciones y reconstrucciones que el paso del tiempo infringió a parte de antiguos orgullos ciudadanos. La calle Mayor, antiguamente una de las más grandes calles soporticadas desde siglos lejanos, había sufrido un acortamiento el día que estalló la bomba contra el embajador asiático. La explosión había arrancado a las columnas de piedra su fortaleza y las había lanzado lejos para sepultarlas entre los escombros de las casas que cayeron con su destrucción. Desde aquella fatídica fecha, donde murieron al menos una docena de personas, no se había planteado jamás la reconstrucción de aquel tramo. En su lugar, los cientos de personas que solían recorrer la calle, disfrutaron de un monumento moderno de cemento, granito y bronce que daba acceso a una de las más nuevas centrales de los nuevos cargos de seguridad, los controladores amarillos.

Noriega tuvo que pasar por delante de la puerta del Control Amarillo. La calle Mayor estaba dentro de su itinerario hacia la casa donde debía realizar su trabajo. Ahora existían diversas clases de controladores. Al principio sólo existían los azules, encargados del control de los elementos adversos contra Europa. Eran un rango entre militar y policial copiado de los primeros controladores surgidos en el norte americano, los verdes. Los controladores verdes eran de carácter puramente militar. Ahora surgían los controladores rojos, los amarillos y, los más modernos, los de rango de estrella. Los controladores amarillos estaban por todas partes en las ciudades. Tenían ocupaciones policiales y de inteligencia. Al pasar por uno de los flancos de la Plaza de Cervantes se podía ver sus uniformes como si se hubieran multiplicado al modo de las micosis. Pero era lo habitual, sobre todo en un día en el que se esperaba una reunión entre los secretarios de los Estados Continentales en algún lugar de aquella ciudad. Hacía años que se debatía la idea de la unificación total de los seis continentes en un Gobierno Único con la finalidad de dirigir de modo más eficaz las Guerras Contra el Terror, las cuales, se decía, habían entrado en una nueva fase llamada Guerra Contra el Fin.

La casa en cuestión era un segundo piso de la calle Libreros, una avenida comercial muy transitada que unía a la ciudad con muy diversas vías de comunicación. Noriega observó la fachada enorme de una vieja iglesia jesuita y se adentró en el hueco de un viejo establecimiento de prensa, cuyo rótulo comenzaba a desdibujarse en aquellas épocas donde la prensa impresa en papel comenzaba a no ser muy tenida en cuenta. Dentro existía una puerta que casi parecía ser parte del establecimiento, aunque era la puerta del portal donde se encontraba su objetivo. Las escaleras eran pocas, pues el hueco del portal era francamente estrecho. La puerta de la izquierda del piso superior pertenecía a Andrés Largacha, al menos eso decían sus informes.

Andrés Largacha era un tipo joven. Tenía un bar en la calle Postigo al que le conservó su antiguo nombre cuando lo compró, "La Vaca Flaca". Le había hecho gracia. Las noches allí solían pasar entre blues, cafés y muchas cervezas. No le daba demasiado dinero, pero lo prefería a los aburridos trabajos de las fábricas y las oficinas de telecomunicación. En esos momentos no se encontraba en su casa porque había amanecido sonriente y con ganas de dar una vuelta por algún lugar indeterminado. No solía tener mucha suerte con las mujeres, pero esa noche había conocido a una chica graciosa y de aires desgarbados que imitaban los suyos propios. Había llegado al bar solitaria, pero con ganas de hablar. Pasaron las horas mientras el resto de los clientes esperaban casi ofendidos a que el camarero les hiciera caso a ellos también. Cerraron el bar juntos y Andrés Largacha tuvo suerte esa noche con una mujer. Ella se despertó a medianoche, o al amanecer, ¿quién sabe? Se fue tan sencillamente como llegó a su bar, aunque él esperaba volver a verla pronto. Tenía esa sensación. Lo que no sabía Andrés Largacha era que ella había aprovechado el sueño de él para hacer un molde de la llave de la casa y encontrar ciertos escritos que no encontró. Se había ido según las órdenes recibidas para fabricar una réplica y dejarla en el buzón señalado con tiza en el cuarto portal de la calle Hernando de Soto.

La calle Hernando de Soto pertenecía a una de las zonas marginales de la ciudad donde los controladores amarillos casi habían restablecido el control de su población, hacía apenas medio año. Noriega había recogido la llave del buzón que sus órdenes le habían indicado y había borrado todo indicio de marca en él. Habían utilizado el piso del buzón como piso franco en más de una ocasión. Solía tener un cartel de alquiler que se quitaba de vez en cuando con la llegada de nuevos inquilinos. En realidad jamás se alquiló a nadie. Era la tapadera perfecta para ocultar a los miembros en activo de una organización cuya estructura requería que no permanecieran mucho tiempo en una ciudad, a la vez que se daba a la ciudad cobertura permanente a base de la rotación de los miembros necesarios. Ahora, con la llave en la mano, Noriega pudo entrar en el piso de Largacha de la calle Libreros sin problemas, tras sacar de su abrigo un viejo modelo de pistola automática con silenciador.

Estaba claro que en el piso no había nadie, pero debía asegurarse y mirar todas las habitaciones. No era muy grande. Lo suficiente para vivir cómodamente una persona, tal vez dos. El salón estaba unido a la cocina por una barra como de bar. La mesa tenía un par de vasos con manchas de labios y posos de vino. La luz matutina entraba por el balcón blancuzca. Noriega se acercó un poco a él. Tenía una buena perspectiva de la calle Libreros y de la entrada de la iglesia de los jesuitas. No había televisión, ni ordenador personal. Un par de periódicos garabateados con bolígrafo, un sofá con una manta revuelta, un viejo modelo de radio, una pila de viejos discos compactos digitales... El primero de los discos era un concierto acústico de la brasileña Cassia Eller para Televisión Música. El cuarto de baño también estaba desordenado. En frente de él había una habitación con estanterías. "Nosotros" de Zamiatin, "Rebelión en la Granja" de Orwell, "Crónica de una muerte Anunciada" de Márquez... libros de viejos autores. En un escritorio había un ordenador portátil. Estaba apagado. Más tarde tendría que llevárselo. También había una pila de folios de papel escritos. También habría de llevárselos. Un montón de fotografías de gente en el bar del dueño de la casa... riendo, bebiendo, durmiendo, en grupo, en solitario... nada productivo. La última habitación era un dormitorio. Era espacioso. La cama estaba desecha. Dentro del armario sólo había ropa al estilo de treinta años atrás. Lo que más le interesó a Noriega fue la ventana. Daba al tejado de la vivienda, cuya altura contigua bajaba un piso. Se podía salir a caminar perfectamente por las viejas tejas. Noriega lo hizo con cierto cuidado. Debía hacerlo. A su derecha se podía ver la plaza de los Vizcaínos, encasillada a modo de patio, y, al final de la longitudinal del tejado, la calle de San Diego, con la rústica fallada lateral de lo que en tiempos pasados fue un cuartel militar. Regresó al interior de la casa y cerró la ventana. Lo mejor era esperar en el salón. Desde donde se veía perfectamente la puerta de entrada a aquel piso.

Andrés Largacha no era como la gran mayoría de las personas. Sus ideas más de una vez divergían. Siempre había sido así, pero sobre todo divergían desde los últimos diez años. Cada vez era más difícil encontrar personas que, como él, supieran apreciar el valor de tratar de conocer las cosas bajo una perspectiva de valoraciones propias. No comprendía muy bien porqué la sociedad estaba cambiando en cosas básicas que durante siglos jamás se alteraron. Todo el mundo solía burlarse de él amistosamente. La acusación más repetida contra su persona solía acabar rematándose con la sencilla frase que afirmaba que debió haber nacido en otra época. Pero, por ejemplo, ¿por qué la lectura prácticamente comenzaba a escasear en papel? Hasta los niños sabían que aquello se debía a que la lectura masiva de los ciudadanos, sobre todo desde que se potenció en la región de China en Asia, provocaba una gran deforestación que perjudicaba, no se sabía explicar muy bien cómo, la salud y el nivel de vida de los ciudadanos. Por ello, los seis gobiernos habían decidido potenciar los soportes informáticos. Sin embargo, Andrés Largacha intentaba comprar soportes impresos en papel. Eso le permitía poder releer lo que le interesaba y recapacitar o aprender lo que quería. Por otra parte tenía la ventaja de poder mantener una lectura más prolongada, al tardar los ojos más tiempo en cansarse. ¿Qué decir que lo basto de las bibliotecas informáticas contenían millones de libros de todo el planeta, pero con frecuencia no encontraba fácilmente determinados título que le llamaron la atención por referencias? A menudo otros títulos aparecían esporádicamente y no por mucho tiempo. Y aún corría el rumor de que existían libros prohibidos que aparecían fugazmente para el uso de los curiosos, pero que resultaban ser trampas mortales para sus equipos técnicos al destrozarles sus memorias por medio de virus informáticos muy complejos. ¿Y las cartas? Con frecuencia había leído en libros pasados sobre notas y cartas en papel que habían llevado a amores intensos, a desamores, a conspiraciones de Estado, a transmisiones de ideas... ? Ahora no llevaban a ningún sitio. Los correos llegaban de modo instantáneo a su redacción y envío, pero una vez leídos todo se destruía con una simple tecla. Aquello era el progreso, le habían dicho más de una vez. Sin embargo, él sabía perfectamente que muchos de los acontecimientos actuales, incluso de hacía un siglo, comenzaban a perderse y olvidarse... por más que muchos ya se fueron a la tumba con la última persona que los vivió. Lo mismo ocurría con los documentos gráficos; fotografías, películas y otros, se perdían en gran cantidad. Parecía normal que en una sociedad avanzada educada en lo audiovisual, donde todo parecía requerir y necesitar algún tipo de imagen, se eliminara lo que se vino a llamar "basura gráfica por exceso". El mejor soporte, como se había indicado, para realizar tal desatranco digestivo visual eran los formatos digitales e informatizados. Pero, ¿por qué la eliminación de la "basura gráfica por exceso" debían realizarla los seis gobiernos mediante rastreadores informáticos y respetando una serie de normas temporales? ¿Acaso los usuarios habituales de esas imágenes no podían decidir qué hacer con ellas o si legarlas a la posteridad de su familia? Teóricamente sí, pero la interconexión de los ordenadores de todo el mundo había sido compleja y requería una serie de medidas especiales, según se pudo ver tras el golpe de efecto que hacía unas décadas había provocado el enemigo en las Guerras Contra el Terror, al dejar fuera de sistema a todos los procesadores gubernamentales. Golpe de efecto trágico en todos los aspectos posibles y no exento de tragedias humanas.

Andrés Largacha conocía aquello, pero consideraba que debían existir otros medios de combate del Terror. Últimamente se hablaba cada vez más de la necesidad de unificar los seis gobiernos continentales. Las Guerras Contra el Terror, se decía, habían terminado, pues evolucionaron a una nueva fase a la que todo el mundo solía llamar Guerra Contra el Fin. No obstante, nadie sabría decir exactamente en que consistía esa fase, ni cómo se había llegado a ella. Parecía ser que evolucionar hacia el Gobierno Único debía ser el mejor instrumento de combate al Terror. Diversas reuniones intergubernamentales se habían estado sucediendo de manera muy intensa desde hacía casi un año. Ese día dominical de Febrero los secretarios de los Seis Gobiernos Continentales, tendrían una reunión a puerta cerrada en algún lugar de la ciudad de Alcalá de Henares. Por ello había más actividad que de costumbre por parte de los controladores amarillos. Largacha no lo tuvo muy fácil para moverse de un sitio a otro libremente sin dar explicaciones cada poco tiempo. Sólo había salido a pasear su felicidad por la chica de la noche anterior. Se había encontrado, eso sí, con unos cuantos amigos que conoció en sus horas de trabajo en el bar. Era gente joven que veían en él a un tipo simpático al que merecía la pena conocer por sus muchas fiestas y su sentido del humor. A muchos les resultaba un tipo interesante, hasta el punto que más de uno comenzó a buscar ropa a su manera.

Andrés Largacha no pudo menos que sorprenderse cuando entró en su casa y un hombre desconocido le esperaba con una pistola automática apuntándole y ordenándole que se sentará en el sofá de su propia casa.

- ¿Quién es usted? -preguntó.
- Lo único que le debe importar es que yo sé quién es usted -contestó sepulcral Noriega.
- ¿Va a matarme?
- No, si no lo hace necesario -Noriega se sentó en una silla enfrentándola a él-. Voy a dejar mi pistola aquí, en esta mesa de al lado, pero no me haga ninguna jugada extraña, tengo muchos reflejos. Además, podría matarle igualmente sin necesidad del arma.

Noriega dejó el arma donde dijo y extrajo un pequeño bote de un bolsillo interior de su ropa.

- Simplemente vamos a tener una pequeña conversación -dijo mientras montaba lo que parecía una jeringa que cargaba con el líquido del bote-. Tiene usted una casa con vistas perfectas.
- ¿Es usted un enemigo de los Seis Gobiernos Continentales?
- No. ¿Y usted?
- Entonces es usted un miembro de los controladores verdes. ¿Se va a usar mi casa para proteger a los secretarios?
- Su casa está bien situada, pero no me interesa. No pregunte. Sabe bien que no va a ser contestado -Noriega había terminado su labor con la jeringa y ahora la dejaba descansar sobre sus piernas cogida con su mano izquierda-. Nos ha llamado usted la atención, ¿sabe?
- No sé cómo.
- Tiene un bonito salón. También repasé su biblioteca. Es usted todo un coleccionista de volúmenes polvorientos de papel.

Largacha no conseguía saber a dónde llevaría aquella conversación. El hombre sentado enfrente suya parecía amenazador, pero a la vez parecía comedido. Tras un pequeño silencio dijo observándole a los ojos con la misma postura en la que se quedó tras montar la jeringa:

- ¿Conoce a María Daroca?
- No.
- ¿Mario Trujillo?
- Me suena el nombre.
- ¿Pedro Muñoz Canales?
- No.
- Miente. Los conoce a todos. Por supuesto también conoce a Garrigues, De la Vaca, Torres y a Gurmendi. Pero veo que no quiere colaborar y dirá que no.
- Gurmendi y Garrigues, sí -Largacha identificó esos apellidos, eran clientes suyos del bar. Habituales de los fines de semana.
- Los conoce a todos, no sólo a Gurmendi y Garrigues. Por supuesto sé que también sabe que han abandonado sus puestos de trabajo.
- ¿Cómo dice?
- Sí lo sabe. No son productivos -Noriega le lanzó varias fotografías a sus piernas. Las reconoció rápidamente, pues eran las fotografías de su habitación de lectura y escritura. Todos eran conocidos, aunque prácticamente todos le eran familiares por sobrenombres o nombres abreviados.
- Usted no tiene derecho a invadir mi intimidad.
- Usted es un enemigo -la voz de Noriega fue tajante.
- No sé de qué habla, pero creo que todo esto es una broma o un error. Y no me gusta.
- No es ni una broma ni un error. Usted es un subversivo.
- No lo soy.
- Lo es -Noriega se acercó a él reclinándose un poco-. Está corrompiendo la sociedad.
- No comprendo nada de lo que dice.
- Lo comprende muy bien. Todos los vuestros sois iguales. Subversivos -en un rápido movimiento le inyectó el líquido de la jeringa y retrocedió justo para coger la pistola y apuntarle justo antes de que Largacha pudiera defenderse-. No se preocupe. No es letal. Tardará unos minutos en hacerle efecto.
- ¡Usted es un enemigo de los Seis Gobiernos!
- Ya le he dicho que no. El enemigo es usted y le acabamos de controlar.
- ¿Es usted un controlador? No lo comprendo...
- Usted ha incitado a esas personas a la improductividad. Tres de ellos han comenzado a publicar una revista de papel no autorizada. Sabemos que usted es Q, el director. Sus planes se han venido al traste antes de que su semilla crezca.
- ¿Q?
- No se haga el listo conmigo -Noriega se levantó con su pistola apuntándole- "Entregarse al alcohol y sus delicias es mejor que ser un tornillo en una máquina", sus frases son estúpidas.
- ¿De qué me está hablando?
- ¡Basta de juegos! No se da cuenta de su situación actual.
- Empiezo a ver borroso.
- Sí.
- ¿Qué me ha inyectado?
- Usted incita a la vagancia. Es un elemento adverso para el futuro Gobierno Único. Usted es un terrorista. Es afortunado de no haber utilizado más que palabrería. Aunque a lo mejor les cogimos antes de que hiciesen alguna atrocidad.
- Están ustedes locos... no veo bien... y... pierdo fuerza...
- Despídase de sí mismo, señor Largacha, debo eliminar los vestigios de su disidencia y su adversidad en esta ciudad.
- No sé... le digo que... no sé de qué... me habla -Largacha empezaba a perder la noción sobre sí
mismo, irremediablemente embotado.
- No son los efectos del alcohol que usted bebe y pretendía distribuir para extender la vagancia, pero será algo más útil para el Gobierno Único el mismo día que se acuerda los primeros principios de su base. Usted es un adverso y le hemos eliminado antes de que inicie un núcleo nuevo de adversidad en la Guerra Contra el Fin.
- Por favor... ayúdeme... no puedo responder de... mí mismo...
- Dentro de un minuto más usted pasará a ser un número enviado a nuestros campos de reajuste para la adversidad. Le reajustaremos y ya no será jamás Andrés Largacha. Tiene suerte. Yo le hubiera matado. Es usted un elemento adverso. Tal vez le hubiera mandado a un zoológico, para que observen su decadencia los ciudadanos útiles.

Largacha terminó desplomándose a horcajadas entre sus rodillas. Noriega guardó su arma en la funda de cuero con el emblema de los novedosos códigos verde de estrella que los Seis Gobiernos Continentales aprobaban ese día como agentes de elite común en la Guerra Contra el Fin. En breve llegaría al piso un comando de subcódigos verde de estrella para llevarse de allí todos los papeles, los libros y el ordenador, los cuales debían ser cuidadosamente analizados. Bien se sabía que los elementos adversos nunca hablaban claramente de sus planes y maquinaciones insurreccionales. Todo debía ser cuidadosa y sutilmente reinterpretado para descubrir las entrañas de lo adverso. Las órdenes eran claras: acabar con los enemigos del futuro Gobierno Único a ser posible antes de que estos supusieran ser lo que se llamó un elemento adverso.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Eres un tío más raro de lo que creía y eso que te conozco en persona... pero qué frikada el Toro Bravo!!!!

Canichu, el espía del bar dijo...

argonauta, chiquilla, ¿aún lo dudabas? pasa el tiempo pero los estragos de la mahou en mi cabeza son perennes pese al tiempo que hace que no nos vemos. Por cierto, Toro Bravo es una institución en Alcalá de Henares, es nuestro pintor vivo más famoso... Le han hecho libros y reportajes desde los 1970'... de acuerdo que tiene sus particularidades pero... bueno, ya viste sus pinturas cuando te llevé a verlas, el hombre tiene gran calidad. Reivindico un museo de artistas alcalaínos donde, por supuesto, haya una sala para él, y otra para nuestro último cermista y alfarero... y otra para Juanma... y sigo

Raquel dijo...

Espía, terminas con mi impresora, jajajaja. Un beso.

Canichu, el espía del bar dijo...

era mi plan desde el principio del blog, me haas descubierto...

Mauricio dijo...

Interesante.
Ya te contaré lo de Sigüenza el sábado. Y date una vuelta por mi blog, que he colgado cosas nuevas.
Por cierto, tenemos que quedar para hablar de la cuestión de la depuración de maestros tras la guerra. Me gustaría que hicieras un buen trabajo