martes, septiembre 17, 2024

NOTICIA 2342ª DESDE EL BAR: LA CONQUISTA DEL RÍO DE LA PLATA (parte 2 de 7)

 Sebastián Caboto y Diego García de Moguer.

Sebastián Caboto (Sebastian Cabot) había navegado en 1497 y en 1498 al servicio del Rey de Inglaterra por las costas de Norteamérica. Su viaje de 1498 lo pudo realizar gracias a sus relatos exagerados, o demasiado aderezados de sus propios deseos, acerca de lo que había encontrado o se podría encontrar. Pero las evidencias de los poco rentables productos que trajo a su regreso en 1498 impidió que pudiera hacer más viajes al servicio del Rey inglés. Por ello en 1512 se presentó en Burgos por llamamiento del Rey  regente de Castilla, Fernando el Católico. Se sospecha que en la entrevista Caboto narró su viaje al norte de América al servicio de Inglaterra para buscar un paso noroeste hacia Cipango y las Islas de las Especias. No habló directamente con el Rey, sino con los funcionarios Fonseca y Conchillos. Fue nombrado capitán al servicio de Castilla. Tras estos sucesos regresó a Inglaterra para recoger  a su familia y llevarla consigo a España. Regresó a la península en 1514, justo cuando Vasco Núñez de Balboa ya había descubierto el Mar del Sur (el Océano Pacífico), a través del istmo de Panamá. Sin embargo ese año de 1514 el Rey prefirió buscar el paso interoceánico al sur por medio de Solís, como ya se ha dicho.

En el ínterin de la duración del viaje de Solís (octubre de 1515 a Septiembre de 1516) Fernando el Católico había muerto. Tras la breve regencia del Cardenal Cisneros en 1516, el nuevo Rey para los reinos de España fue Carlos I, cuyos primeros años de reinado los usó en conseguir la corona imperial alemana (Sacro Imperio Romano Germano), y proclamarse también Carlos V de Alemania. Entre 1520 y 1522 Hernán Cortés había conquistado el Imperio Azteca en México y desde allí se inició las conquistas de Centroamérica. Estos hechos reportaron a la corona castellana grandes beneficios en oro y plata, lo que estimulaba la conquista de otros territorios. Máxime cuando estos además garantizaban el paso al Mar del Sur, y con él el acceso a un rico mercado de especias y otros productos exóticos. Pero esos primeros beneficios se emplearon en el pago de votos para obtener la corona imperial, aparte de la financiación de diversas políticas europeas. Por ello, entre otras cosas, se inició una rebelión armada en Castilla llamada de Los Comuneros. Estos comuneros repercutirán en el futuro de la conquista de América, y por ello del Río de la Plata.

Volviendo al relato de Caboto diremos que éste hubo de esperar al fracaso, ocurrido en el Río de Solís, de la expedición de Loaysa en 1525, con dirección a las Molucas. Dados aquellos hechos, en el mismo año de 1525 dos personajes comenzaron en Castilla su futura partida al Río de Solís, aunque de modo independiente y teniendo uno de ellos una capitulación no para ir exactamente al Río de Solís. Estos personajes eran Sebastián Caboto y Diego García de Moguer. Siendo Caboto quien no tenía permiso para quedarse o explorar el Río de Solís.

Su capitulación fue refrendada el 4 de Marzo de 1525 en Madrid. Caboto era piloto y capitán general de la armada al servicio de Castilla. Se le concedían 100.000 maravedíes, pudiendo embarcar a treinta extranjeros de los reinos de Carlos I, salvo franceses. Debía dar un quinto real de los beneficios obtenidos, estos, además, se habrían de repartir a partes iguales, según porcentaje de contribución, entre los armadores y el Rey (ya que el Rey había aportado cuatro mil ducados, a causa de su interés por asegurar la ruta del único paso interoceánico conocido). La capitulación indicaba claramente que debía ir a las Islas Molucas, a Cipango (Japón), a Catango Oriental y a las ciudades bíblicas de Tarsis y Ofir (de las cuales se pensó que estarían allí). Nada se mencionaba del Río de Solís. El Rey se vio muy interesado en este viaje, sobre todo por su inversión en él y sus esperanzas de grandes beneficios. Por ello no paró de dar instrucciones específicas para el viaje hasta el 24 de Marzo de 1526. Entre ellas se ordenaba comulgar y testar a todos los marineros de la expedición antes de partir, ya que, por experiencia de otros viajes a América, muchos morían de repente por causas diversas. Se insistía en que su misión era explorar y descubrir aquellos lugares a los que iban, nada se decía de conquistar o asentarse. No debía ir en la expedición mujer alguna, para evitar problemas y peleas internas, así como para evitar que los expedicionarios obraran con negligencia a la hora de realizar su trabajo. Para evitar naufragios o extravíos se recomendaba poner cuidado en la navegación colocando faroles en las popas por la noche, para indicar el rumbo a las naves que no iban a la cabeza. Se ordenó sobre las raciones de comida. Se darían dos para dos días, y se entregarían por cuadrillas de personas, por peso y medidas de bizcocho y vino. Así se esperaba controlar que las provisiones se acabasen antes de lo necesario. Se prohibía el juego, que se blasfemase o renegase y que los hermanos viajasen en el mismo barco, con todo esto se pretendía evitar enfrentamientos y motines. Aunque se concedía el derecho a los subalternos de quejarse al Rey de los posibles abusos de los gobernadores y los capitanes, así como de su posible mala administración. Aunque esta concesión dio paso a que todos los adelantados al Río de la Plata, empezando desde Caboto, censurasen e interceptasen todas las cartas que pudieron, con destino a España o a algún Virrey.

El 3 de Abril de 1526 partieron cuatro naves. La nave capitana era la Santa María de la Concepción, dirigida por el propio Caboto. En ella viajaban también varios oficiales reales y Francisco García, el primer clérigo del Río de la Plata. Una segunda nave era una nao portuguesa llamada Santa María del Espinar, guiada por Gregorio Caro. Una tercera era la Trinidad, guiada por Francisco de Rojas. Y la última era la San Gabriel, guiada y armada por Miguel de Rifos, íntimo amigo de Caboto.

Aparte de aprovisionar las naves para la trayectoria, se sabe que los notables que participaron cargaron por su cuenta numerosa comida para su uso personal y el de sus criados y allegados que viajasen con ellos. Esto se repitió con frecuencia en los viajes, sobre todo en el que posteriormente realizaría Mendoza. Nunca en estos viajes los notables pasaron algún tipo de vicisitud por hambre. Durante el trayecto la falta de dinero ocasionó que el vino se transformara en moneda de cambio entre los marineros. Con lo que fue objeto de especulación para poder obtener determinados objetos útiles. Al llegar a Brasil faltaba más de un tercio del vino, el cual, además fue muy consumido. De hecho cuando se hundió la nave capitana, como se dirá posteriormente, se salvó todo el vino posible, perdiéndose sin embargo la mayoría de los alimentos del viaje, ya que estos estaban distribuidos de forma desproporcionada entre las cuatro naves. La tónica general del viaje fue, desde el principio, mala. El alimento era repartido en porciones muy pobres, y los sueldos no eran los estipulados antes de partir. Esto no se solucionó ni con un abastecimiento de comida y agua que se realizó en Canarias. Llegaron a Pernambuco (zona portuguesa en Brasil), donde ocurriría algo transcendental. Supo de la expedición que Cristóbal Jacques había realizado al Río de Solís antes de Loaysa. No solamente eso, el Río de la Plata les era conocido por ese mismo nombre y no por otro. Oyó la historia de la reciente expedición de Alejo García en busca del camino interior hacia el Perú, y el mito de un Rey Blanco en América, cuya ciudad era de oro y plata. Es posible que allí hallase al desertor de la expedición de Loaysa, contándole las mismas historias sobre plata en grandes cantidades, tal vez por salvar la vida (no obstante era un desertor hablando con un capitán general). Los portugueses llamaban al Río de Solís: Río de la Plata, ese fue el nombre que empezó a usar Caboto, dado a sus tendencias narrativas a la magnificación de los hechos. Aunque realmente se comenzó a creer que aquel lugar era rico en plata. En realidad esta plata era un reflejo de las minas del Potosí, ubicadas en la zona marginal de los Andes, aún en el Imperio Inca. Había muchos cientos de kilómetros de por medio, pero los indios tenían pepitas de plata y de oro como objeto decorativo (en pocas cantidades) como resultado de un comercio de intercambios suntuarios desde los indios de las montañas hasta llegar a los indios de la selva y de estas llanuras atlánticas. Otros historiadores dicen que allí halló a los náufragos de Solís, en lugar del desertor de Loaysa.

A causa de estas informaciones Caboto decidió ir al Río de la Plata y no a las Islas Molucas, confiando en un beneficio mayor. El capitán de La Trinidad, Francisco de Rojas, se quejó, junto con otros, de esta decisión de Caboto, totalmente contraria a las ordenanzas recibidas. Se le procesó, teniendo que dejar la sentencia en suspenso, por necesidad de continuar el viaje. En el río de los Patos, a la altura de la isla Santa Catalina, tuvieron más noticias. Allí recogieron a los náufragos de Solís, Melchor Ramírez y Enrique Montes. Estos se encontraban recogidos por una tribu india de guaraníes. Estos indios estaban acostumbrados a tratar con portugueses, no obstante conocían la expedición que se estaba realizando de parte de Alejo García (¿algún miembro de su tribu participaba de ella? No lo sabemos). Pero le llamó más la atención que se decoraban la nariz, las orejas o los cuellos, con placas de plata. Ramírez y Montes hablaron de un poderoso señor blanco que vivía en una Sierra de la Plata. Así nacía el mito de la Sierra de la Plata, que alimentaría la conquista del Río de la Plata. Aunque en realidad era el reflejo lejano del Imperio Inca, el cual no iba a ser descubierto y conquistado hasta 1530.

Todo esto hizo reafirmarse a Caboto en sus intenciones de proseguir en esas tierras y no ir a ninguna otra. La nave capitana, Santa María de la Concepción, naufragó también en aquel lugar, por lo que, con lo que pudieron salvar, construyeron una galeota. Para colmo de males murieron ocho marineros por una enfermedad epidémica. El resto fue cuidado con alimentos por los indios. Caboto aprovechó la estancia para eliminar a sus adversarios. Reabrió el expediente a Rojas e involucró a Miguel Méndez, un fiel a Rojas. A ambos les abandonó sin consideración ni buenos alimentos en la isla de Santa Catalina, lejos de la posibilidad de ser ayudados por los indios. Era una muerte segura. Con ellos dejó también a Miguel de Rodas, piloto al que se responsabilizó del hundimiento de la nave capitana. A causa de esto uno de los náufragos de Solís, Montes, que intervino en el proceso, adquirió la confianza de Caboto y tuvo gran poder de influencia en él por medio de sus consejos. La expedición había comenzado a llenarse de intrigas e intrigantes. Montes además logró obtener víveres y servicios varios de los indios ofreciéndoles anzuelos, cuñas de hierro y cuchillos de rescate, es lo que se llamó: monedas de tierra. Estas dádivas incitaron a trabajar a los españoles, pues sólo creando las monedas de la tierra podían obtener algo de los indios. Estos llegaron a contribuir en la construcción de cobertizos para los enfermos, el astillero para construir la galeota y una iglesia. De este modo Montes se había transformado en una pieza clave del viaje.

Reanudando el viaje, pese a la enfermedad que no había sido superada, el 15 de Febrero de 1527 llegaron al Río de la Plata, muriendo en el trayecto muchos de los marineros enfermos. Recorrieron la orilla oriental hasta llegar a un terreno donde crearon un puerto al que llamaron San Lázaro. En la actualidad no se sabe cuál es este lugar. El 6 de Abril una tormenta les hizo cortar un palo de uno de los navíos e hizo vararse a la galeota. Además, los indios del lugar les informaron acerca de que allí se encontraba Francisco del Puerto, el grumete que salvó la vida cuando mataron a Solís. El encontrarle fue algo que ánimo a Caboto para seguir en busca de metales preciosos, ya que también habló de haber visto en posesión de los indios pequeños trozos de plata. Eso hacía superar todos los destrozos sufridos en las embarcaciones.

Dada la triste situación en la que se encontraban, Caboto tomó la decisión de dar el mando de las naves Santa María del Espinar y Trinidad a Antón de Grajeda, con treinta hombres para que remontasen el río Paraná en busca de un puerto más seguro que San Lázaro. Diez o doce hombres habrían de quedarse en San Lázaro cuidando todo aquel material que no se podía transportar a causa de los accidentes marítimos sufridos. Él, con el resto del equipo y de las tripulaciones, iría también por el Paraná tras varios días de haber salido Grajeda. Lo remontó con La San Gabriel y la Santa Catalina. Antón de Grajeda, en realidad, subió por el río Uruguay, equivocando el cauce del Paraná, pero halló un lugar donde fundó San Salvador, como contaremos más adelante. Caboto subió el Paraná por un largo tramo, ya que su vegetación y sus fieras de las riberas impedían desembarcar. Entre otros animales les llamó la atención los loros. También vieron canoas indias, ellos mismos usaban alguna canoa de los indios.

Los que se quedaron en San Lázaro cuidaban de objetos y no de provisiones. Esa circunstancia se unió a que eran hombres enfermos, por lo que llegaron a morir hasta dos personas por hambre y enfermedad. Recurrieron a comer hierba y plantas desconocidas (a las que a veces los cronistas llaman cardos), también comieron ratones e incluso a uno de los perros que tenían. Recurrieron al intento de rescatar comida con los indios, pero la embarcación improvisada, al cargo de un tal Ramírez, hubo de parar en una isla a causa de una tormenta, fue entonces cuando murieron los dos hombres mencionados. Caboto no los evacuó del deficiente puerto hasta el 28 de Agosto.

Entre tanto Caboto remontó el Paraná hasta llegar a la confluencia con el río Carcarañá. Como sus hombres también pasaban hambre y sufrían enfermedades, y siendo aquel un lugar bueno para desembarcar, fundó la primera ciudad del territorio que tratamos, Sancti Spiritu. Esto ocurría el 9 de Junio. Las tribus de allí parecían amigables y dispuestas a ayudar a unos hombres enfermos. Llegaron a producirse hasta dos deserciones a causa del hambre, aunque estos dos hombres dijeron haber salido a por comida con intención de regresar tras obtenerla. Los indios creyeron que se habían perdido del grupo de los hombres blancos con barba y los devolvieron a Sancti Spiritu. Caboto los condenó a muerte. Este hecho debió de pesar mucho en la moral de aquellos que participaron de esta aventura, pues figuró en las actas de acusaciones imputadas a Caboto cuando este regresó. Caboto gobernaba con mano dura y se empeoraba cuando tenía accesos de ira y mal humor repentinos, sin explicación alguna. Todo era tan desproporcionado en aquel ambiente de fatigas que el ambiente se enturbiaba cada vez más.

Caboto construyó un bergantín para seguir las exploraciones en busca de la Sierra de la Plata, teniendo una base en la reciente ciudad. Las exploraciones por tierra eran imposibles dada la espesura de la selva y los peligros de las bestias y las tribus. Por eso necesitó de un nuevo bergantín, menor que las otras embarcaciones, para seguir remontando los ríos. Usó ciento treinta hombres para seguir remontando el Paraguay y mandó varias expediciones. Aún había, con todo, muchos enfermos que retrasaron cualquier continuación del viaje por seis meses. Muchos murieron por enfermedad o debilidad. La abundante pesca del lugar elegido, más el clima del lugar, ayudó a la recuperación de aquellos hombres, con ayuda de los indios. Ni siquiera tenían contacto con San Salvador, la ciudad que fundó Grajeda en el Uruguay, ya que no conocían su existencia ni sabían nada de Grajeda. Además San Salvador se encontraba a muchos kilómetros de ellos. Los enfermos se encontraban tan postrados en ocasiones que llegaron a beber sangre por falta de agua .

Sancti Spiritu era en realidad una especie de fortín cuadrado con una empalizada de madera y un foso alrededor. Los ángulos estaban elevados por unos terraplenes, colocando en ellos la artillería. Existirían unas veinte casas separadas entre sí, con techos de madera y paja. Supuestamente existiría una cámara en una de las casas que serviría para los oficios religiosos, ya que no parece registrarse la existencia de ninguna iglesia o capilla. Caboto distribuyó los solares internos entre los pobladores dando cortijos, heredamientos y sementeras de pan, según los cronistas. El cultivo del suelo se hacía, pues, dentro del fortín, por miedo al ataque de los indios o a que los indios amigos se fuesen y dejasen de ayudarles con los alimentos. La tierra era buena y se podía cultivar trigo y cebada en grandes cantidades. La producción de sus cosechas a dado lugar a diversos debates acerca de si se mintió sobre la productividad del lugar. Omitiendo toda la controversia diremos que se cultivaban dos cosechas al año. En ellas habría influencia de la alimentación india, ya que se recogería en la primera maíz, frijoles, habas, calabazas, melones, trigo y cebada. Y en la segunda se volvería a recoger maíz, más algodón y mandioca . Tal vez el cultivo de los productos indios lo obtuvieron por medio de tribus de carcarais y timbúes, aliados de Caboto. Los indios fueron quienes cultivaron las tierras por ellos en un primer momento hasta que sanaron. Luego fueron repartidos para ayudar en las diversas haciendas, aunque estas fueron cultivadas por los propios particulares también, impulsados por la necesidad del hambre y la enfermedad. Las provisiones de la armada también jugaron un papel importante hasta la obtención de la primera cosecha. Con el tiempo muchos de los que vivían en el fortín distrajeron sus turnos de vigilancia por ir a cuidar de sus rozas o por ir a cazar o pescar (ya que no sólo la agricultura y la pesca se daban bien, sino también la caza, al tener una gran arboleda alrededor). El hambre y el pacifismo de los indios les incitaban a ello. Estos indios trabajaban a cambio de rescates de monedas de tierra. Además, tal vez en esas fechas aún podrían estar considerando estos indios a los españoles como seres cercanos a lo sobrenatural, aunque quizá hubiera dudas internas en los miembros de las tribus (dados los hechos que narraremos más adelante).

La expedición por el río Paraguay con ciento treinta hombres y un bergantín al mando de Caboto comenzó el 23 de diciembre, aunque no entraron en el Paraguay hasta Enero de 1528. Dejaba al mando de Sancti Spiritu a Gregorio Caro, el que guiara la nave Santa María del Espinar en su trayecto de España a América. El 1 de Enero llegaron a la isla de Año Nuevo. Allí no se encontraron satisfechos con las provisiones que les ofrecieron una tribu de timbúes, por lo que Caboto optó, en un ataque de mal humor nada justificado (y queriendo dar miedo y respeto a los indios) los atacó arrasando el caserío donde estos vivían a modo de poblado en la selva. Las acusaciones contra Caboto a su vuelta decían que las cuentas que les había ofrecido a los indios justificaban que estos les hubiesen dado pocas provisiones. Fue la primera masacre que los españoles realizaron en aquella región, traería consecuencias imprevistas. El viaje por el Paraguay prosiguió con lentitud y hambre. Aunque se restringió la comida, se llegaron a extremos de comer hierba y culebras y hasta palmas de la selva, que comparaban con serrín. En ocasiones el hambre les impedía navegar. Un día aparecieron trescientas canoas de indios agaces en guerra con ellos, tal vez conocedores de los hechos del caserío de los timbúes. Los hombres de Caboto vencieron y pudieron llegar a Monte Lambaré, donde vivían unos indios enemigos de los agaces que les acogieron como aliados naturales, en vista de la batalla librada en el río. Estos les abastecieron bien y les cuidaron y trataron como si les regalasen oro (según cronistas). Allí se cobijaron un tiempo para recuperarse. El poblado indio recibió un nombre español, Santa Ana. El cacique de la tribu se llamaba Yaguarón. Este les volvió a dar más noticias acerca de Alejo García, por lo que los agaces podrían haberles atacado también confundiéndoles con portugueses. Además pudo observar que los adornos de sus anfitriones eran de oro y plata. Por estrategia, o quizá por cuestiones de nobleza ante la ayuda, no intentó quedarse ninguna pieza de aquellos metales, pero se informó de su procedencia. Con lo que a Caboto cada vez le quedaba más clara la auténtica existencia de una Sierra de la Plata.

Los indios que les acogían recibieron la noticia, por medio de otros indios, de la existencia de otros hombres blancos con barba explorando por el Río de la Plata. Esta noticia provocó que el 28 de Marzo de 1528 Sebastián Caboto decidiera proseguir su viaje en busca de la Sierra de la Plata, para evitar que los nuevos competidores alcanzasen ese logro antes y se quedasen el derecho de los beneficios, después de tantas fatigas. Mandó a su íntimo amigo Miguel de Rifos a preparar el camino con los indios chandules. Sin embargo, en cuatro días este regresó con la mitad de los hombres que le asignó muertos, atacados por los indios agaces. Por ello Caboto abandonó su proyecto de momento. Tal vez bajó hasta la isla de Año Nuevo, dado que, como veremos, allí le encontró el nuevo grupo expedicionario español.

Los recién llegados eran los componentes de la expedición que realizaba Diego García de Moguer, quien tenía permiso legítimo para estar en aquellas tierras, a diferencia de Caboto. García de Moguer había sido marinero con Solís y con Magallanes, era, por así decirlo, un veterano en aquellas rutas. En 1525 contrató a Hernando de Andrade y a Cristóbal de Haro (ambos de origen noble), y a Alonso de Salamanca y a Ruy Basante (ambos mercaderes), para realizar un viaje al Nuevo Mundo. La capitulación le fue concedida en 1526.Tenían permiso para explorar las Indias del Mar Océano con una carabela de cincuenta a sesenta toneladas, un bergantín y un patax. Debían ir a las tierras de Indias que no hubiesen sido exploradas. Se ignoraba que Caboto estaba en lo que para ellos aún era el Río de Solís, que a la postre era el lugar donde tenía las miras García de Moguer, al conocerlo más. Las raciones, igualmente que con Caboto, debían ser por cuadrillas y para dos días, y no debían llevar mujeres, tampoco. A estos se les recomendaba plantar y sembrar legumbres en Moluco (no se asocia a Molucas, pues la capitulación habla de explorar el Atlántico meridional), así se podrían autoaprovisionar y evitar las hambres de otros viajes. A diferencia de Caboto, estos llevaron consigo semillas variadas.

Se duda si su partida fue el 15 de Agosto de 1526, o si bien se produjo en 1527 desde La Coruña. Se reabastecieron en Canarias y Cabo Verde. En Enero de 1528 se tienen noticias sobre que la expedición se encontraba descansando en la Isla de los Patos, donde los indios la avituallaron. La siguiente noticia es que en la Isla de los Pargos (de los Lobos, Moguer la conocería a causa del regreso del viaje de Solís), aguardaron a un bergantín que habían comprado en la ciudad portuguesa que Souza había creado en la parte de Brasil, San Vicente. Llegaba con retraso. En Febrero armaron un batel en San Gabriel, que traían desarmado (se encontraban en el Río de la Plata). Allí supo por los indios que había otras personas de ritos cristianos en aquellas tierras. Por ello Diego García de Moguer decidió ir a buscarlos en el bergantín que se encontraba armado. Se encontró con Grajeda, que bajaba al sur en la Santa María del Espinar acompañada de la Trinidad. Este había fundado San Salvador en el Uruguay. Grajeda confundió a los del bergantín con la gente abandonada anteriormente, cuando se dividieron en tres grupos, pero les convencieron de que no eran ellos. Informó a García de Moguer acerca de que Caboto iba río arriba, pues eso es lo que acordaron el año anterior, cuando él confundió las aguas del Paraná con las del Uruguay. Grajeda fue a San Gabriel y envío la carabela a San Vicente a por esclavos. Mientras, García de Moguer decidió ir a buscar a Caboto, ya que este estaba irregularmente en aquellas tierras. Dejó armarse a la nave que estaban haciendo y envió a las otras a San Salvador. Él subió por el Paraná hasta llegar a Sancti Spiritu. Allí le pidió a Gregorio Caro que se fuese, por estar asentado de manera irregular. Siendo él quien tomase el mando de Sancti Spiritu. Pero Caro replicó que estaba sirviendo a Su Majestad, por lo que no abandonaría su puesto. García de Moguer decidió entonces encontrar a Caboto para aclarar la situación. Le halló el 7 de Marzo de aquel año 1528 en una isla, quizá la de Año Nuevo, como dijimos.

A continuación se abrió una serie de discusiones reclamándose el uno al otro el derecho a estar en esas tierras. Caboto alegaba los derechos que le otorgaba el haberlas descubierto. García de Moguer mantenía la legalidad de las cartas reales que poseía. Sin embargo, Caboto tenía otro argumento convincente: la superioridad numérica. Les impidieron subir el Paraná, y les dificultaron abastecerse de comida. Muchos hombres de Moguer desertaron por hambre, yéndose con los de Caboto o con los indios. Sólo el hambre les ató en una tregua. Bajaron a Sancti Spiritu, donde García Moguer desapareció un buen día, marchándose sin avisar, se dirigía a San Salvador, donde estaban los suyos. Caboto le persiguió y le alcanzó. En Julio de 1528 llegaron a un acuerdo forzoso por lo que actuarían asociadamente, a la espera de la decisión del Rey. Entre tanto Caboto sería el Capitán General del Río de la Plata. Su objetivo era encontrar al Rey Blanco y la Sierra de la Plata. Realizarían expediciones con contribuciones proporcionales de parte de ambos. Aunque Caboto mandó a Grajeda que quitase las velas a los barcos de García de Moguer. Lo que indica que el pacto no era tan estable ni seguro como para mantenerse por sí sólo sin ayuda de la fuerza. En estos momentos mandaron construir siete bergantines en Sancti Spiritu. Uno de ellos sería encomendado a Francisco César para que explorase los ríos por donde los indios contaban que estaba la Sierra de la Plata. Esta expedición pasó a ser mítica. A su regreso trajeron consigo múltiples historias fantásticas acerca de un país muy rico en una cordillera occidental (el Imperio Inca o las minas del Potosí) que tenía hasta ovejas gigantes (las llamas). Estas historias se exagerarían con el tiempo hasta alcanzar versiones donde se hablaba de una ciudad donde vivían los antiguos romanos exiliados tras la caída del antiguo imperio. Era la leyenda de la Ciudad de los Césares (a causa del nombre del explorador), la cual dio pie a varias ilusiones y esperanzas de riquezas. Sería asociada al mito del Rey Blanco, y disociada de la Sierra de la Plata. De hecho, cuando ya se disipó la leyenda de la Sierra de la Plata, la de la Ciudad de los Césares seguía viva y se llegó a buscar nada menos que hasta en La Patagonia, de mano de Hernandarias en el siglo  XVII.

Hubo una segunda expedición al cargo de Melgarejo, que se dirigió hacia el sur. Se enfrentó a los indios, e incluso a portugueses y piratas franceses, a lo largo de su viaje. Dijo haber hallado mucho oro y ganados y que vio dos mares desde lo alto de una montaña. En una tercera expedición viajaron Caboto y Moguer hasta el río Pilcomayo, con diversas dificultades. Allí, a veinte leguas de distancia de Sancti Spiritu, supieron por un indio que se estaba planeando atacar al fortín. Se decidió bajar para prevenir a los de allí y defenderlo. En la zona no parecía haber nada anormal, aunque entre la población aborigen había intranquilidad. Tres españoles fueron asesinados cuando fueron de caza y Caboto dio una batida de escarmiento, con la que creyó haber sofocado todo el problema. Se marchó con García de Moguer a San Salvador con los barcos que pudieron, con  la intención de salvarles de posibles sabotajes o incendios provocados por los indios. Caro volvía a quedarse en Sancti Spiritu, esta vez con ochenta hombres y tres bergantines. Tenía orden de redoblar las guardias y quitar la paja de los techos, pero Caro creyó aquello algo excesivo y no lo hizo. Los guardias seguían saltándose sus turnos por cuidar de sus tareas alimenticias. Por la noche hasta llegaban a dormirse los centinelas. El juego se añadía a sus distracciones. La defensa del fortín era, por tanto, muy deficiente. En Agosto o Septiembre de 1529, al amanecer, con todos los de dentro dormidos, los indios iniciaron un ataque en masa. Eran indios venidos de zonas más altas. Los españoles no tuvieron ni tiempo para coger su artillería y sus armas. La desorganización hizo que algunos huyeran a los bergantines, de los cuales uno se encontraba encallado en la tierra, por lo que los que se subieron en él murieron todos a manos de los indios. Los españoles optaron, en su mayoría, por la huida más que por la resistencia. Sólo hubo algo menos de cincuenta supervivientes. Sancti Spiritu fue destruido. Se perdió todo lo que había allí salvo la artillería, con la que los indios no supieron qué hacer. Caboto subió a Sancti Spiritu días más tarde y la recuperó. Fue en Sancti Spiritu donde los indios se convencieron acerca de la naturaleza humana de los españoles, ya que comprobaron su mortalidad y despedazaron y comieron sus carnes para cerciorar que eran como ellos y sabían como ellos mismos . Tal vez el canibalismo tuviera algún origen ritual entre guerreros. La lógica india para atacar el fortín respondió a tres pautas: el español usurpa sus tierras, los indios empiezan a ser cada vez más siervos de los españoles, se había de atacar y destruir el fuerte para echar a los españoles. Se habla de un líder indio llamado el cacique Mangore. Ruy Díaz de Guzmán dice en La Argentina que este atacó a Sancti Spiritu porque se enamoró de Lucía de Miranda y esta no le correspondía, pues estaba casada con un español al que le era fiel. Sin embargo esta historia es algo inverosímil ya que no había mujeres españolas en el viaje de Caboto ni en el de García de Moguer. Tal vez se confundió con los sucesos posteriores ocurridos en Corpus Christi, con Mendoza, donde había tres mujeres. También pudiera haber sido una india a la que su esposo blanco le pusiese nombres españoles. O tal vez un reflejo del comienzo de los abusos españoles con indias (al no tener otras mujeres), lo que levantaría a los indios en su contra.

Los últimos días en San Salvador y San Gabriel (un pequeño enclave a modo de puerto en uno de los riachuelos del delta donde se unían los ríos para crear el Río de la Plata) fueron tranquilos. Los indios de allí eran amistosos. Los del Paraná se habían vuelto hostiles y no se podía reconstruir una base allí. El mal humor de Caboto fue alegado en su contra en la consecución de esto. Se volvió a reproducir el hambre, a la par que el levantamiento del Carcarañá se fue extendiendo entre los indios, llegando a San Salvador. Los españoles fueron acorralados y sitiados en cuanto a provisiones. Se encontraban encerrados y hambrientos, lo que provocó muchos muertos. Caboto mandó desesperadamente un bergantín para buscar alimentos y pez para calafatear, se pensaba ya en la ida del lugar. Diego García de Moguer comprendió la situación y se marchó en secreto a la isla de Santa Catalina, donde se alimentaron de lobos. Había un gran descontento. Los españoles se veían en la necesidad de actuar sólo a la defensiva, desarmados prácticamente y casi desnudos. Caro, Juan de Junco y Alonso de Santa Cruz pidieron a Caboto quemar La Trinidad, al estar en malas condiciones, e irse en la Santa María del Espinar, Caboto quiso hacerles un consejo de guerra, pero le fue imposible dados los ánimos generales del grupo. El 6 de octubre de ese 1529 se vio forzado a pedir consejo entre los suyos. Se decidió coger las sementeras de maíz e higos y marcharse en Diciembre. Mientras, el hambre les iba matando y los indios se veían cada vez más fuertes. Tanto que no tuvieron reparo en enfrentarse fluvialmente al descubierto contra Grajeda y matarlo. Tras esta perdida Caboto se vio forzado a cazar cetáceos en la Isla de los Lobos e irse de San Salvador. La expedición fue dividida, un tal Montoya debía reunirse con ellos en San Lázaro tras cazar los cetáceos, pero su tardanza provocó que Caboto se marchase sin él. Tenía tres naves. La primera era la más rápida, en esta viajaba Caboto sin esperar a nadie. La tercera nave se estrelló en San Gabriel, habiendo penachos de humo de indios en guerra, aún así Caboto no regresó a recoger a los náufragos. Cuando llegó a la altura de la Isla de los Lobos vio una cruz en la playa, pero no paró para ver si Montoya había naufragado y había supervivientes. Montoya, en realidad había cumplido su parte del trato e incluso había ido a recoger a los auténticos náufragos de San Gabriel. Divisaron a la segunda nave, La Trinidad, en la que viajaba Caro y que era más lenta. Esta estaba inutilizada. Montoya montó también en su nave a los ocho hombres de Caro. Aún con todo cinco hombres cayeron rehenes de los indios. Pudieron usar La Trinidad para llegar hasta Brasil, aunque estando todos muy débiles. El 19 de Marzo de 1530 Caboto llegó a San Vicente, donde hacía tiempo que estaba Diego García de Moguer.

Setenta y cinco personas habían muerto a causa de los indios, otros tantos habían muerto por enfermedad o hambre. No habían habido beneficios, aunque llevaron muestras exóticas del lugar. Diego García llevó a ochocientos esclavos indios a España, a petición de algunas familias de Portugal. Caboto también había capturado indios (destacaron tres entregados como esclavos al Rey: Curupao, Carapucá y Chocorí, que fueron recluidos en un convento de España). Caboto, además, había realizado grandes matanzas de indios, en ocasiones para robar millo que comer. Hicieron esclavos incluso en tiempos de paz. Caboto llegó a vender cuatrocientos esclavos capturados ilegalmente. Los que vendieron en Sevilla fueron registrados en el pago de impuestos (el quinto real se quedó dieciséis indios). La mayoría de estos habían sido comprados en la misma San Vicente, eran indios capturados en las guerras indias sostenidas por Portugal, tal vez alguno era procedente de la expedición de Alejo García. Diego García de Moguer llegó a España un año antes que Caboto, portaba consigo todas las acusaciones recogidas contra Caboto, aparte de los náufragos que este había abandonado y fueron rescatados por Montoya. En sus acusaciones a Caboto le imputó la muerte de cuatrocientos mil indios. A Caboto se le retiró el favor real y sus títulos. Se le abrió expediente. Su expedición había dado muchísimas leyendas y mitos, los cuales habrían de estimular las imaginaciones y fomentar los viajes y conquistas.

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