Quizá por todas las circunstancias, tanto las de su inquietud de artista como las externas políticas y religiosas de su tiempo en la dictadura de Franco y sin Concilio Vaticano II, él volvió sobre el tema en una segunda versión más horizontal, con algún formalismo, más grande, y que se ha perdido porque una vez acabado el autor lo destruyó él mismo en la década de 1950. Hizo una tercera versión a comienzos de la década de 1960 donde incluyó a la Parca, la Muerte, custodiando a Cristo en la cruz, flanqueado a cada lado respectivo por las explosiones nucleares de 1945 por el bombardeo norteamericano en Hiroshima y Nagasaki en el contexto el final de la Segunda Guerra Mundial. Aquel Cristo pretendía denunciar las guerras y la muerte como producto de la violencia de las acciones del propio ser humano, uniendo la cuestión una serie de elementos que pueden estimular muchas interpretaciones personales a cada espectador, empezando por la custodia de La Muerte sobre el cuerpo de Cristo demacrado por torturas, por otra parte con analogías a las vistas en fotografías de presos en los campos de concentración alemanes durante esa misma Segunda Guerra Mundial. Había algo de desacralización y denuncia en un cuadro en principio sacro. Fue considerado por muchos también como una irreverencia y una blasfemia, con lo que el cuadro, de gran éxito, fue comprado de manera privada y hoy día se ignora tanto dónde se encuentra como quién es su propietario. No hay imágenes públicas disponibles tampoco. Y en estas estamos que Coussent regresó una tercera vez haciendo una cuarta versión en 1963 conocida como El Cristo de Kennedy, presidente estadounidenses asesinado ese mismo año. En este caso se trataba de regresar al Cristo de la versión de 1948 incluyendo a sus pies un periódico con la fotografía de la cara de Kennedy de perfil, igual que salía en las monedas de dólar. Otra denuncia social y política, acusando a las guerras, asesinatos y otras violencias que pueden desembocar en guerras o que denuncian las consecuencias de las guerras, que en este caso, siendo también polémico, alcanzó popularidad en Estados Unidos, donde gustó bastante en los círculos que lo conocieron, y actualmente, siendo también parte de una colección privada, es un cuadro muy ambicionado. Todos estos cuadros son de propiedad privada, siendo que el de 1948 es de las Colecciones Reales, que lo sacó a subasta. Es una lástima que no se encuentren de manera pública en, por ejemplo, el Museo Reina Sofía.
En realidad el cuadro va más allá de todo lo contado, pues el autor, con mucha vida interior por circunstancias de su vida, aparte de su propia esencia gallega, tuvo numerosas conversaciones con un teólogo amigo suyo para lograr hallar en sí mismo el camino para reflejar en su Cristo tan humanizado el mensaje cristiano, el mensaje de Dios, ya que su amigo teólogo tenía la idea de que Cristo abría paso a su mensaje inspirando a los pintores y artistas cada vez que le representaban, aportando en cada representación matices nuevos adaptados a sus épocas.
En un aspecto más terrenal, Prieto Coussent desarrolló el gusto por la pintura desde niño, pues su padre conoció a un famoso pintor del regionalismo gallego y sus herramientas de trabajo estaban en su taller. Siendo niño le dejaban jugar con absolutamene todos los elementos de trabajo del pintor. Padres y amistades estimularon ese gusto hasta que le mandaron muy joven a estudiar pintura a la Academia de San Fernando en Madrid, donde se relacionó con otros artistas que serían famosos, como el citado Dalí. Llegó a licenciarse y obtener plaza para ser profesor de dibujo y pintura en Galicia, donde ejerció con la Segunda República. A partir de 1935 decidió impartir una nueva pedagogía que venía dada por nuevos ideales educativos que en España introdujo el anarquismo y el anarcosindicalismo, según estos ideales, sin estar sujeto a horarios y siendo el profesor una guía, más que un director jerarquizado. Rompió incluso con dar las clases ligadas a un espacio concreto, Llevó fuera de aula y de horarios fijos sus clases a las gentes que menos posibilidades tenían de acceder a una formación artística, esto eran obreros y anarquistas de la CNT. Él no era anarcosindicalista, al menos en principio que se sepa, pero sí simpatizaba con muchos de sus postulados de justicia social, de derechos y de la idea de la pedagogía y la educación como modo de alcanzar una justicia social que mejorase la vida de los más desfavorecidos por el sistema. El comienzo de la guerra civil en julio de 1936 le sorprendió en Galicia y fue uno de los primeros detenidos y encarcelados por parte del bando sublevado precisamente tanto por esto como por algunas de sus obras.
Llegó a pintar como preso político más de una docena de retratos de otros presos republicanos, compañeros de celda, en los días previos a sus ejecuciones. Quiso hacerles un homenaje, dejar algo de su memoria para sus familias, crearles un último retrato, y dejar a la vez testimonio realista del último retrato de amistades de infortunio que con sus rostros demacrados en su gran mayoría fueron fusilados.
Él mismo no sabía qué sería de él, pero la respuesta le llegó cuando tras revisar su caso y su juventud, sus conexiones familiares, se decidió liberarle para integrarle a las tropas franquistas. En ello estaba cuando determinado convento de frailes se dio cuenta de su valía como artista y reclamó que le sacaron de filas para que pintara para ellos, si bien debía convivir con ellos. Así fue. Ahí comenzó una serie de retratos de varios párrocos y frailes, así como cuadros de la Virgen, a la vez que empezaron los bocetos del Cristo en la cruz. Como puede sospechar el lector, su realismo tremendista tiene mucho que ver con toda esta etapa de barbaries de la guerra civil, lo humano y lo divino. Es más, para perfeccionarlo, terminada la guerra civil, a través de algunas de sus amistades, pudo tener acceso por petición propia a los cadáveres del anatómico de un hospital, los cuáles los usaba como modelos para poder crear un Cristo muerto crucificado lo más exacto posible a lo que pudo ser su postura real en la cruz y alejarse de las divinizaciones e idealizaciones que durante dos mil años se habían ido repitiendo en uno u otro estilo. Todo esto, no lo olvidemos, mientras a la vez hablaba con su amigo teólogo y entre tanto algunos sacerdotes pretendían destruir y prohibir lo que estaba haciendo, creyendo que era blasfemo, a la par que pretendían someterle a liturgias para salvar su alma.
Queda mucho más que evidente que en este Cristo tan rompedor está más que resaltado el efecto de las torturas y el presidio en las más ínfimas condiciones para un condenado a muerte. Es más que probable que los primeros bocetos destruidos, venidos del recuerdo de la guerra civil, fueran siendo más endurecidos en el resultado final según se conoció a lo largo de la Segunda Guerra Mundial muy diversas barbaridades, fotos de muertos en campos de batalla y ciudades, y sobre todo de las personas en los campos de concentración nazis. Una denuncia que para aquellos años de 1940 en la España del primer franquismo muy evidentemente no solo podían resultar blasfemia, sino también una denuncia política contra el fascismo.
Por la propia biografía del pintor, no parece que él repudiara de una creencia religiosa, pero su interpretación se aleja mucho de la que la Iglesia oficial de la España de entonces pudiera tener, así como de una parte de la Iglesia oficial más internacional y previa al Concilio Vaticano II. No es el Cristo crucificado lleno de vida y sosiego de la Edad Media, ni el divinizado de perfección del Renacimiento, ni tampoco el martirizado cuyo dolor expía el pecado del ser humano en el Barroco, ni mucho menos el Cristo que preludia el renacimiento incluso en el momento de su muerte en el Neoclásico. No es tampoco el Cristo que trasciende dimensiones metafísicas del surrealismo, por ejemplo de Dalí, ni aquel otro previo que sufriendo es tan humano como el resto de humanos, de gente como los pintores del cambio del siglo XIX al XX. Es una figura de un Cristo plenamente humano, donde independientemente de si es hijo de Dios o simple humano, refleja una brutalidad cuyo origen es plenamente de la barbarie de la intransigencia humana que pone en manos de la violencia toda solución contra la discrepancia. No aparenta, en principio, rasgos de divinidad, ni siquiera de vida ultraterrena. Se centra en el aspecto más absolutamente humano de la figura de Cristo. En este sentido, fijémonos igualmente en que su cruz es una cruz imperfecta de maderos rotos mal ensamblados y más astillas que maderos trabajados por un carpintero.
En un año como este, con una nueva guerra en suelo europeo en marcha y matanzas como las de Bucha, quede la comprensión en sus puntos básicos de esta obra y autor para lanzar una nueva mirada sobre el Arte sacro a la hora en el que nos acercamos a apreciarlo.
Benito Prieto Coussent dejó dicho de esta obra que tanto le supuso y que tantas veces rehízo: “En cada pincelada, en cada sombra, hay una gota de mi propia sangre y mi sudor de esclavo sometido al yugo del amor y el esfuerzo. Mi Cristo es también mi calvario, y acaso mi gloria".
Saludos y que la cerveza os acompañe.
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