viernes, marzo 04, 2022

NOTICIA 2120ª DESDE EL BAR: RÉQUIEM POR UNA NANA, de Sofía Winter

La poetisa de origen ruso, pero afincada en España y con mucha relación con Alcalá de Henares, donde ha recitado numerosas veces, Sofía Winter, o Sophie Winter, SW, me ha hecho llegar un relato que ha escrito con motivo de la actual guerra de Rusia en Ucrania, con su total rechazo y su calor a las víctimas. Me pide que os lo comparta a través de mi bitácora, Noticias de un espía en el bar, y lo hago a continuación. Réquiem por una nana, de Sofía Winter.  
 
A la vez, el lunes la poetisa alcarreña Mamen Solanas, que también ha recitado en Alcalá de Henares y que actualmente se encuentra trabajando en Vitoria, me ha hecho llegar la convocatoria a en principio setenta poetas por parte de la CSOA La Ferroviaria (Plaza Luca de Tena, nº 7, Madrid)  para realizar un recital de doce horas de poesía contra la guerra. Será mañana sábado 5 de marzo. He aceptado participar y he ofrecido mis diez minutos con otra persona a quien no conozco para que haya más voces. Se me ha asignado las 15:20 de mañana. Os comparto el horario de poetas solo de esas primeras horas de la tarde donde yo intervendré, ya que son doce horas programadas y un desbordamiento de más de cien poetas dispuestos a recitar. Por cierto que en mi franja de primeras horas de la tarde creo que hay otros dos poetas muy relacionados con Alcalá de Henares, Óscar Ayala y Fernando Pastor. Os dejo el horario y a continuación el relato de Sofía Winter.

15 h.: Juan Antonio Pagan y Montserrat Fernández Mateos.
15:10 h.: Sofía Nowendsztern  y Armando Siles
15:20 h.: Daniel López-Serrano Páez "Canichu" y Mariana Feride
15:30 h.: Yolanda Arias Fernández y Jonathan Tito
15:40 h.: Carmen García
15:50 h.: Fernando Pastor y Max Çapiro
16 h.: Luz Pichel
16:10 h.: Óscar Cavadas y Mariví González Luna
16:20 h.: Rubén Romero Sánchez y Andrea Aguirre
16:30 h.: Oscar Ayala y Cristina Martín Herrero & Speranza Traba
16:40 h.: Nuria Álvarez Aguí
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RÉQUIEM POR Una nana

 

A todos los caídos en la guerra ruso-ucraniana del año 2022, se dedica con dolor y lamento…

 

Y entonces lívida, con la espalda encorvada, como si en sus hombros llevara toda la historia de su tierra, ella se acercó a la puerta carcomida por el tiempo y el dolor. El candado se resistía y la llave, exhausta e inflexible, como ella misma, perezosamente se agarraba en los recodos ocultos de la cerradura.

Hace treinta años por la misma puerta Antón cruzó el umbral de esta casa con ella en brazos. Olía a pan recién hecho y a sol. Sí, Ana sabía que los días soleados tenían un aroma especial que penetraba en cada poro y dejaba copos de luz en las comisuras de los labios. Las dos bocas ardían como hogueras de San Juan y los dedos se entrelazaban cual ramas intrépidas de zarzas. Esa misma noche los dos sabían que llamarían David a su hijo, porque deseado era y amado sería.

La casa se cambiaba y se reconstruía sin prisa a base de cuentos y nata con fresas. Las risas del niño que correteaba por los largos pasillos y escaleras, servían de vigas y de muros de carga. Entre los tres sembraban la tierra, el cereal crecía y se rizaba alrededor del campo como las trenzas rubias de la madre.

–Eres mi faro, mujer –repetía Antón de vez en cuando y David la miraba con devoción y asombro.

 Hablaban dos idiomas como todos en esa tierra. Las nanas sonaban ligeras y pasaban de ventana en ventana, de cuna en cuna escritas en cirílico cantadas en el idioma del amor:

Сладко спи, ребенок мой,
Глазки поскорей закрой
Баю-баю, птенчик спать!
БУдет мать тебя качать,
Папа сон оберегать.

 Y la mamá le acunaba y el papá guardaba su sueño. Y así podría haber durado eternamente, si no fuera porque un día volviendo a casa, una bala rauda y ciega perforó el pecho de Antón. Volaron sus sueños blancos como palomas blancas que él dejó en su palomar.

 –Volad –dijo Ana– volad tras mi amado. Llevadle sobre vuestras alas.

En el pueblo se decía que eran los radicales, movidos por los intereses de una política ajena, los que actuaban en nombre del pueblo.  Pero las noticias sin rodeos culpaban a los ciudadanos en su nacionalismo, extremismo y crueldad.

 Le enterraron en silencio una tarde lluviosa y gris. El pueblo estaba completamente empapado por el mar, las lluvias y el llanto. La gente entraba y salía vestida de negro, negra por dentro. Apretaban las manos de Ana. Se encogía el corazón de David. Las voces susurraban enredándose en el aire, haciéndose ininteligibles. ¡Qué podían significar las palabras en este mundo como un túnel sin salida! Por la noche Ana encendió una vela y la puso en la ventana:

–Para que tu padre siempre sepa hacia dónde ir, cariño –le dijo a su hijo.

El calor de la cera invadió cada rincón de la casa, penetró en las costuras de la ropa de cada día, se deslizó bajo las sábanas, impregnó el pan, serpenteó por las paredes hasta el techo donde se acurrucó en un rincón, jugando con las sombras de esa primavera rota.

                 Ana siguió viviendo lento, arrastrando los días y quehaceres. Por las mañanas sembraba abrazos para David, tejía recuerdos y por las noches cosechaba lágrimas.

 –Cada uno tiene su camino, hijo –decía– no puedes cambiarlo, no puedes recorrer uno que no es tuyo. Hay que seguirlo. Hay que seguir.

 Y siguió. Y siguieron.

 Y siguieron los días y las noches. Y los meses se vestían de años. Los veranos se arropaban con las mantas coloridas de los otoños, los inviernos se ahogaban en el impetuoso amor de los cerezos, y de nuevo se volvía todo pálido y trémulo bajo las mantas níveas de los inviernos.

  David cumplió dieciocho y de nuevo a la puerta llamó la primavera.

 –Has escogido una profesión muy bella, David –le repetía su madre. Fotografiar es como intentar parar el tiempo. ¡Hay tantos momentos que merecen ser eternizados y otros, al revés, borrados de la memoria! ¡Hay tanta belleza alrededor que se cambia al instante y si no la consigues captar, nunca volverá a ser igual ante tus ojos!

Un día, cuando David cazaba momentos para la revista fotográfica de la Universidad, intentado conseguir ese único instante en el que la vida se transforma cambiando su textura y su luz, jugando con las formas y tonalidades, muriendo en sí misma y resurgiendo de sus propias entrañas, se topó con un fila de tanques, que avanzaban rotundos y gélidos, justo delante. De repente la realidad se hizo en blanco y negro sobre la cual se derramaba el rojo de la sangre humana.

 Los días posteriores David fotografiaba para periódicos extranjeros desde las trincheras. “Buscad la belleza entre las ruinas” –repetía su profesor de la facultad. “Ahora tengo que buscar la vida entre tanta muerte”– pensaba. Sin embargo había tanta vida entre esas barricadas, tanta belleza temblante en los fosos, tanta luz en plena oscuridad, que finalmente David dejó la cámara y cogió el arma. “No tengo tiempo físico para intentar capturarla, debo luchar porque perdure”, escribió a su madre justo antes de que otra bala perdida le alcanzara.

 Y de nuevo llovía el día del entierro. Marzo ardía en forma de misiles y granadas por toda la geografía del país, en cada geografía humana. Los invasores avanzaban bajo la premisa de protección, pero Ana no era capaz de entender la idea de la muerte como salvación. Antes no lo entendía. Ahora la deseaba aunque la vela seguía incansable iluminando la noche eterna desde el alféizar de su ventana. Se acurrucó bajo la cama en el suelo de madera fría, privada de las huellas de la vida. Cerró los ojos. Sonrió casi imperceptiblemente, recordó como hace treinta años Antón entró en esta casa llevándola en brazos. Sintió el calor de su aliento, sus manos suaves, su boca repleta de amapolas. Recordó como lloraba David en la cuna, las nanas sedosas y ligeras que revoloteaban por la habitación; sus primeros pasos inseguros pero insistentes; sus rizos rubios que hacían cosquillas al abrazar. Ana sonreía sin abrir los ojos. Al contrario, los apretaba más y más como si allí muy dentro tras los muros de sus párpados y pestañas, en el fondo del pozo de los recuerdos, hubiera un rincón recóndito donde quedarse para siempre, por los siglos de los siglos.

 Entonces llamaron a la puerta. Parecía un eco lejano y sordo que provenía irreal de alguna parte. Ana seguía apretando los ojos. David ya aprendía a leer en voz alta. Dos idiomas se deslizaban de línea en línea, de libro en libro.

 Volvieron a llamar. Parecía más leve la fuerza de la aldaba, más irreal el sonido del cruel mundo. David le enseñaba las flores y se reía sonoro como alondra en el azul intenso de la mañana.

 Los golpes no cesaban pero sonaban cada vez más desesperados, más afilados. David se acercaba para enseñarle una fotografía suya. Tenía talento. Sabía encontrar los marcos naturales, juegos de luces y sombras, sabía encuadrar, destacar lo importante. Ana cogió la foto y se sacudió de golpe – en ella autorretratado aparecía el cadáver de su hijo.

 Escupió de repente sus sueños devastados, hechos añicos y se arrastró para salir de debajo de la cama. Algo rasgaba la puerta por fuera. Se levantó tambaleando, agarrándose de las paredes y lívida con la espalda encorvada como si en sus hombros llevara toda la historia de su tierra, se acercó a la puerta carcomida por el tiempo y el dolor. El candado se resistía y la llave, exhausta e inflexible, como ella misma, perezosamente se agarraba en los recodos ocultos de la cerradura. Nada quedaba allí fuera que pudiera mantenerla viva, nada quedaba allí fuera que pudiera matarla.

 En fin, cuando los dedos desobedientes encontraron la manera de abrir la puerta y una mañana nublada con olor a humo y a sangre podrida irrumpió en su casa. Ana vio a sus pies el cuerpo de un soldado. No tendría más de veinte años, era enjuto y desmadejado metido en el andrajoso uniforme del enemigo. Jadeaba con dolor y de las tripas reventadas chorreaban los ríos de la vida no vivida.

 Se arrodilló Ana, inclinó su cabeza hacia la cabeza del soldado sin nombre, cogió su cabeza entre sus manos delicadas en las que no quedaba fuerza alguna y cantó al oído del moribundo:

Duerme dulce, mi niño
Cierra los ojos, cariño.
Bayu-Bayu, duerme pajarito,
Tu mamá te acunará,
Tu sueño papá guardará

 


Por Sofía Winter
3-03-2022

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