sábado, febrero 08, 2020

NOTICIA 1936ª DESDE EL BAR: UNA NUEVA VIDA PARA ALCALÁ EN EL SIGLO XIX (1 de 5)


En 2014 un amigo y compañero, Badila Badila Durruti, me comentó y ofreció su proyecto de hacer un proyecto colaborativo en el que él se estaba planteando realizar fotografías de determinados lugares de Alcalá de Henares para acompañar a la publicación de un relato de ficción que escribiría otro compañero ambientado en esa Alcalá de comienzos del siglo XIX, en un contexto de la Guerra de Independencia. Me ofrecía escribirles una introducción con notas históricas sobre ese inicio del siglo XIX en Alcalá. Me acuerdo de uno de aquellos encuentros en el desaparecido bar El Gato Verde, transformado más tarde en El Perro Verde, y muchos más tarde encuentros esporádicos en El Laboratorio o dónde nos cruzábamos. Acepté y me puse a investigar para completar lo que ya sabía. Para octubre de ese 2014, tenía escrita la introducción y se la entregué a Badila. Pero al final, como tantos proyectos de tanta gente, terminó la cosa frustrada... Hay tantos proyectos míos que he intentado sacar adelante sin que salgan hasta la fecha. Los motivos son más o menos claros, pero no es el momento de comentarlos. Estamos en febrero de 2020 y supongo que ha pasado un tiempo prudencial como para reconocer que aquel proyecto quedó en el cajón sin salida. Por ello, sin tocar en nada el texto de octubre de 2014, os comparto esa introducción y de paso sirva para acercaros una visión más y algo diferente a lo tópico sobre el inicio del siglo XIX en Alcalá de Henares, cuando comenzó un pequeño inicio de concienciación de pensamiento liberal, democrático. El siglo XIX tiene muchas novedades en Alcalá salidas a la luz en los últimos años en diferentes publicaciones ya sean de libros de investigación, tesis doctorales, conferencias o artículos de investigación publicados en libros de actas. Muchas de las nuevas aportaciones vienen gracias a la labor realizada por Julián Vadillo, otras con pequeñas contribuciones de otros autores, entre ellos Urbano Brihuega en cuanto a la educación o yo mismo sobre la presencia de revolucionarios franceses en la ciudad en 1793, aunque el que más trabajó el tema del liberalismo complutense decimonónico en fechas relativamente recientes había sido Gutmaro. En 2014 ya habían salido a la luz varias aportaciones nuevas, pero faltaban por salir otras. Cada vez se hace más necesario actualizar la Historia de Alcalá, sacarla de tópicos que falsean su pasado y que la anquilosan en algo que cada vez es menos cercano a lo que sabemos que ocurría, hay que completarla en una nueva obra de conjunto con aquello que se nos había perdido en la memoria y con visiones más de nuestro siglo y menos de otros siglos. Como sea, os dejo la introducción en cinco partes, y recuérdese que aunque tiene alguna innovación, compila en realidad muchos datos de gente que fue analizando el tema en diferentes épocas y sitios, con la contribución de aportar una visión de conjunto que pretende ser una introducción no definitiva. En todo caso hay que pensar que se trataba de la introducción a una publicación de un relato de novela histórica que nunca terminó de hacerse, no se trataba de un texto de Historia para la historiografía de la ciudad, con lo que, ante sus posibles fallos, pido disculpas de antemano a la vez que recuerdo el origen y destino inicial del texto.

Dejo en mayúscula el título provisional de la introducción, que es el título con el que trabajé para entregarle a Badila una primera versión del texto a la espera de posible revisión y cambio para adaptarlo a las necesidades del relato del otro compañero. Saludos y que la cerveza os acompañe.


UNA BREVE VISIÓN DE UNA NUEVA VIDA PARA ALCALÁ DE HENARES EN EL SIGLO XIX

1.- Alcalá de Henares en el siglo XIX, ¿Decadencia Universitaria y arzobispal, o nuevo rumbo de importancia administrativa y militar?

 
“¿Qué pueblo se engrandece sin causar la ruina de otro pueblo? ¿Qué ser existe que no deba su vida a la vida sacrificada de otros seres?
 La sociedad se metamorfosea, si es valedera la frase, se renueva, y como consecuencia lógica se renuevan las costumbres y se varían los usos.
 La misma ilustración que avanza, la misma civilización que vuela, causas son principales de la centralización.
 Mientras vive la Corte, muere el pueblo…
 He aquí la causa verdadera de la decadencia de Alcalá: Madrid, que es el origen de la decadencia, de la muerte de otros pueblos.
 Cayó Alcalá de Henares de su alto pedestal, ¿y qué de extraño tiene?”[1]

(Javier Soravilla, ¡Cómpluto!, 1894.)

 A finales del siglo XIX, en 1894, el dictamen de Javier Soravilla sobre el porqué de la decadencia de Alcalá de Henares era bastante claro. Unos años antes, en 1883, otro historiador alcalaíno, Esteban Azaña Catarineu había escrito sobre el momento en el que él consideró que se produjo la confirmación total de una ruina de la ciudad que habría dado comienzo previamente en el siglo XVIII, como él también había explicado.

“El año de 1836 cerró sus puertas la Universidad de Cisneros, y tras ella los colegios, los pupilajes, y desiertos los claustros de los edificios de enseñanza, fuéronse tras de la gente estudiosa, tras de la gente escolar, numerosas familias, quedando muchas que de los estudiantes vivían, casi en la indigencia; las casas a tres y a cuatro seguidas veíanse cerradas muchos trechos de sus calles, la miseria se enseñoreaba de Alcalá; por otra parte, los conventos de frailes no abrigaban dentro de sus claustros a sus respetables comunidades, que villanamente asesinadas en Madrid, Barcelona y otros puntos, habían sido expulsados, y en Alcalá (…) dejaban luto en el corazón, duelo en el alma y al par que el sentimiento por su ausencia, el aumento de miseria, la falta de recursos para los pobres. El estado de ruina de Alcalá, en cuyas calles crecía la hierba como en el campo, cuyo sombrío y triste aspecto, al que contribuiría la soledad de sus edificios, daban a la ciudad el tinte de un pueblo encantado; por doquier ruinas, por doquiera edificios abandonados y casas deshabitadas, hacían predecir la despoblación de Alcalá, o cuando menos su reducción a la extensión de una pequeña villa (…).”[2]

El hijo de Esteban Azaña, el escritor y político republicano Manuel Azaña, no recordaría la ciudad de una forma muy diferente cuando escribió en 1927 su novela con recuerdos de infancia, El jardín de los frailes. Recordaba Alcalá con calles semivacías con edificios que fueron algo en otros tiempos, pese a ser poco o nada entonces, y una calle Santiago donde vivía mucha gente principal de la ciudad, la cual estaba llena de hierbas que crecían entre las piedras del suelo y de las paredes. Así por ejemplo del edificio del colegio de los escolapios donde él estudió bachillerato escribió:

“El colegio de donde venía pasaba por bueno. Caserón prócer, muros desplomados; sobre el dintel armas de berroqueña, suelo de guijas en el zaguán, oscuras salas cuadrilongas, húmedas, a los haces del patio ensombrecido por la pompa rumorosa de laureles y cinamomos.”[3]

También de su propia casa familiar en la calle de la Imagen habla de un patio ruinoso y de la cercanía a una plaza de San Bernardo que era “sepulcral”, del mismo modo que menciona a las mujeres que iban a por agua a la fuente del hospital de Antezana en el aletargamiento de “un pueblo desgarrado por la congoja vespertina”. En cuanto al abandono o entrega de la vida de la ciudad a las manos de órdenes religiosas, escribió el mismo autor la gran falsedad que se ocultaba tras ese hecho:

“Frailes, yo no los había visto. Alcalá fue en otros tiempos copioso vivero de insignes religiones. En los míos era un pueblo secularizado, abundante en canónigos pobres y sin demasiado celo proselitista, adscritos a la nómina que iban a ganarse el sueldo cantando en el coro de la Magistral: ‘Deus in adjutorium deum intende’… como otros empleados iban a la administración subalterna o al Archivo. Había capellanes de escopeta y perro, o que imitaban al pie de la tierra la vocación de los apóstoles pescando barbos en el Henares; curas de rebotica y algunos goliardos. De los frailes quedaban los conventos reducidos al cascarón, el nombre de los pagos más fértiles, que suyos fueron, y las memorias frescas aún de sus luchas por el rey neto en la era fernandina. Para la gente moza el fraile era un tipo corpulento, con barbas y sayal, rasurado el cráneo, que lo mismo asestaba un trabuco contra los franceses que azuzaba a los voluntarios realistas contra los ‘negros’.”[4]  

Francisco de Asís Palou, político complutense que intentó ser historiador a finales del siglo XIX, hablaba de unas obras en 1859 en el edificio que fue la sinagoga, en el Corral de la Sinagoga, que descubrieron la existencia de bóvedas de loza, las cuales se taparon por encalarlas llanas de yeso[5]. Esteban Azaña, igualmente político local, había escrito su Historia de Alcalá de Henares animado por hacer correctamente el trabajo inconcluso y deontológicamente cuestionable de Palou. La obra completa de Azaña presenta quejas parecidas. A lo largo de sus mil treinta y tres páginas se puede leer en cada capítulo descripciones de desamortizaciones, obras de albañilería, compras vecinales, acciones de reclamaciones del ayuntamiento y restauraciones cuestionables de edificios, monumentos, calles y plazas de la ciudad de las construcciones más emblemáticas que los alcalaínos quisieron recuperar tras la gran desamortización de 1836 y los abusos, demoliciones y desmantelamientos que cometieron empresarios y políticos nacionales en las décadas siguientes. De la década de 1850 a la de 1870, incluidas estas, se produjeron numerosos intentos de conservación en mejor o peor medida. Destaca en el imaginario popular la creación de la Sociedad de Condueños en 1851 para salvar los edificios que fueron de la Universidad de Alcalá, así como las polémicas y los usos que se le dieron o trataron de dar a cada inmueble, siendo la gran mayoría caídos en el desuso y la ruina. Esteban Azaña es incluso muy crítico con lo que el consideró dudosa restauración de la fuente romana del Juncal, la Calle Mayor, diversas iglesias, entre ellas la de Santa María en la calle Libreros, o hasta la inclusión de una torre con reloj en el Convento de Agonizantes transformado en ayuntamiento, del mismo modo que lamentó aún más el abandono o pérdida de importancia de algunas instalaciones como las del Palacio Arzobispal (usado en sus épocas como Archivo Central del Estado), o el convento de las Bernardas. Incluso llegó a la denuncia continua de los intentos del gobierno central del Estado ya no de haberse llevado la Universidad a Madrid, sino también de llevarse documentación, mobiliario y de intentar llevarse hasta los cadáveres más importantes, como por ejemplo el del cardenal Cisneros, cosa que movilizó en una manifestación con éxito a una gran mayoría de la población para impedirlo justo cuando vinieron los que a Madrid se lo habían de llevar.  

Mientras todo esto pasaba en las décadas centrales del siglo XIX, otro historiador alcalaíno, Quintano Ripollés, escribiría sobre el origen de la decadencia complutense, la cual fijaba a finales del siglo XVIII. Decía:

“La decadencia de Alcalá ofrece curiosos contrastes en el último tercio del siglo XVIII: Muchas y buenas habitaciones, pero muy pocos habitantes, abundancia de colegios y escasez de colegiales, mayoría de brazos inútiles para el trabajo material, etc. Ayuntamiento y Universidad se culpaban mutuamente de tal situación, cuando realmente era ajena a ambos, aunque a los dos afectase. Y las disputas en el papel de oficio se trasladaban a la calle, transformándose en pendencias, a veces, sangrientas, entre corchetes y estudiantes, aprovechando tan fútiles motivos como las corridas de toros de la plaza mayor.”[6]

Lo cierto es que la Universidad española del siglo XVIII tenía ya muy acusada la crisis educativa y formativa que había tenido su comienzo en el siglo XVII, cuando España decidió atar su destino al Concilio de Trento, de finales del siglo anterior, y a los resultados religiosos y políticos de la Guerra de los Treinta Años. El férreo celo de los reyes Austria porque no surgieran cristianos protestantes de sus aulas fue lo que recibió en herencia la Universidad del siglo XVIII de los Borbones. De ese modo, de ser el país con las universidades más importantes en el siglo XVI, había pasado en el siglo XVIII a ser el país europeo con las universidades que menos podían aportar a la ciencia del momento. Por un lado, el dinamismo para que pudieran acceder a los estudios superiores las clases sociales más bajas quedó prácticamente interrumpido, y casi reservado para nobles y alta burguesía, que a menudo se hacían incluso con el total de las ayudas de las becas, o bien imponían normativas a los rectorados para impedir el acceso a determinadas personas con procedencias diversas. La idea de que los nobles no debían trabajar con las manos, pues era algo deshonroso en España, se extendía a la alta burguesía, que por ese medio trataba de acceder a la nobleza a través de cargos y oficios como licenciados titulados. La limpieza de sangre se exigió a lo largo del siglo XVII también por las aulas. Se exigía a los alumnos ser descendientes de varias generaciones de católicos sin mezcla de sangre con personas de otras religiones. Aquello dio paso a la falsificación y compra de genealogías, pero hubo un auténtico esmero en controlar este fenómeno que en realidad lograba dar acceso con frecuencia sólo a los hijos de los nobles, que eran las personas que más fácilmente podían aportar esa referencia a la que unían incluso méritos de servicio en guerras y cargos de sus antepasados. Mientras Europa iba descubriendo por otro lado metodologías nuevas como el empirismo o el racionalismo, en España aún se centraba la enseñanza en la teología escolástica propia de la Edad Media. En aquel siglo XVIII hubo incluso ministros ilustrados que afirmaban que la única capacidad que funcionaba bien en la Universidad española era la de copiar técnicas mecánicas del resto de Europa. Casi parecía existir una parálisis para innovar. Eso no quiere decir que no existieran casos concretos muy notables, o que la primera mujer con título universitario fuera una alcalaína llamada Isidra de Guzmán en 1785, doctora por la propia Universidad de Alcalá[7].

Todos los Borbones quisieron cambiar este orden de cosas. En el caso alcalaíno existía además la creencia popular en toda España de que, de ser la Universidad más prestigiosa para obtener el título en Medicina, acceder con beca o bien poder ser funcionario gracias a ella, Alcalá era ultramontana, en contraposición de la Universidad de Salamanca, que sería lo contrario. Como el propio Azaña dice para corregir el error, eso se debía a la existencia de una sede episcopal en la ciudad y la existencia de numerosas capillas universitarias en los diferentes colegios. La realidad de la Universidad de Alcalá era muy otra, habiendo sido incluso una de las generadoras de comuneros entre sus estudiantes de la década de 1520. Eso sin hablar de la Biblia Políglota, confeccionada en esta Universidad, de la cual se pretendía que fuera un instrumento para mantener la esencia católica, fue mirada con recelo por el Papado cuando era un proyecto a causa de las ideas de Erasmo de Rótterdam, el cual no fue excomulgado por ser un admirado pensador por parte de Isabel I “la Católica”. El tópico ultramontano de la Universidad de Alcalá, aún teniendo base, no era del todo real. Así por ejemplo, durante el Trienio Liberal de 1820-1823, fue la Universidad de Alcalá la que se quejó formalmente de la inexistencia en la región madrileña de sociedades patrióticas dedicadas a difundir los ideales liberales y los valores democráticos de la Constitución de 1812, así pues fue ella la primera que lo hizo dentro del Colegio de Málaga, hoy Facultad de Filosofía y Letras. Por no mencionar las numerosas personas que aportó a la causa liberal y también a la afrancesada entre 1808 y 1814, durante la Guerra de la Independencia, siendo el más notable el catedrático Roque Novella, que llegó a formar parte del Consejo de Notables establecido en Bayona en 1808. Sea como sea, Carlos III intentó crear una serie de reformas en la Universidad de Alcalá para intentar que se abandonara el escolasticismo y se abrazaran nuevas corrientes de pensamientos que enraizaran su enseñanza con la normativa original creada por el cardenal Cisneros en el siglo XVI. Este intento de Carlos III comenzó a darse en la década de 1760, sin grandes logros.

Tengamos por cuenta también que volviendo a citar a Esteban Azaña, en sus capítulos dedicados al siglo XVIII y a la decadencia de Alcalá de Henares, menciona como muchos estudiantes dejaron de venir a realizar sus estudios a esta ciudad por causa de que los vecinos habían subido el precio de las habitaciones y casas que alquilaban, el precio de las ropas que necesitaban, el precio de la comida que comían, el precio de los instrumentos que usaban en sus estudios, etcétera. El encarecimiento de la vida para estudiantes y ciudadanos alcalaínos provocó una bajada en las matriculaciones, según este autor. Más aún. Cuando se produjo el Motín de Esquilache de 1767 uno de las iglesias jesuitas investigadas y desmanteladas junto a su colegio es el de Santa María, en la calle Libreros. Los jesuitas no volverían hasta el reinado de Carlos IV que comenzaría en 1788, pero provocó un vacío de sus edificios en la ciudad, un traslado de edificio a edificio y una falta de personas que siendo jesuitas acercaban a las aulas algunas de las ideas ilustradas francesas.

A partir de la década de 1790, sobre todo en torno de 1798, se iniciaría una subrogación de los bienes de la Universidad dado que algunos edificios estaban vacíos, o bien que algunas aulas y capillas ya no se usaban por falta de alumnos. Carlos IV necesitaba mobiliario y dinero para sus nuevos palacios y sus reformas palaciegas, por lo que supo aprovechar la ocasión ante la impotencia y la subordinación alcalaína al rey[8]. La Universidad irá adquiriendo desde entonces personas entre sus catedráticos y alumnos proclives a las ideas liberales, como se ha dicho, algunos serán afrancesados, otros no, simplemente liberales fernandinos. Aún así, es cierto que tenía algunos catedráticos muy enervadamente partidaria del Antiguo Régimen.

La Universidad vivió un primer sobresalto en 1814 de manos de los propios liberales. La Constitución de 1812, a la que la ciudad rindió honores y lealtad en 1813, lo que le costó caro el 21 de abril con una fuerte represión no exenta de violencia, destrucciones, saqueos y violaciones por parte francesa, había dado poderes al gobierno constitucional de Cádiz. Estos valoraron que era escandaloso que la capital no tuviera su propia Universidad. Dictaminaron que la Universidad Complutense, que es la alcalaína, debía trasladarse a Madrid. El gobierno local y el universitario se quejaron alegando el pasado histórico, los honores alcalaínos, la existencia de capitales europeas sin Universidad dentro de ellas mismas y la vida disoluta que llevarían los estudiantes en una ciudad grande. La derrota de José I trajo al trono a Fernando VII, que congeló la orden constitucional y la eliminó. En 1814 se abrió el curso 1814-1815 con una abundancia de catedráticos con ganas de ayudar a reprimir y castigar a todos los que habían sido liberales y especialmente a los afrancesados. No sólo se les apresó o se les despojó de sus títulos, sino que a algunos se les desterró, mientras unas turbas urbanas iban a sus casas a quemarlas o saquearlas. Las sociedades secretas liberales se instalaron en el Colegio de Málaga y aprovecharon la ocasión del golpe de Riego de 1820 para salir a la luz como Sociedad Patriótica, como ya se ha dicho[9]. Se volvió a restaurar la Constitución de 1820, lo que supuso el cierre de la Universidad de Alcalá en el curso 1822-1823 para su traslado a Madrid. Numerosas familias perdieron su economía familiar, algunas cayeron en la ruina, ya que la Universidad generaba un gran número de empleos directos e indirectos, así como ingresos extra. Fue en este momento que muchas familias alcalaínas comenzaron a percibir a los liberales como enemigos personales[10]. Aunque el ayuntamiento se quejó al Parlamento, el apoyo de una serie de catedráticos en la queja no fue realmente sincero, pues creían deseable el traslado a Madrid por cuestiones personales. La Universidad alcalaína fue restaurada por Fernando VII en 1824. Se volvió a repetir más ferozmente una persecución por parte absolutista a los que hicieron posible la situación anterior y de paso a sus familias y amigos. Nunca fue la misma. Muchos de los bienes de la Universidad se habían trasladado a Madrid. La Universidad padeció una merma y una falta de prestigio tan grande que cerró definitivamente en 1836, con un gobierno de regencia y los liberales de vuelta. Ya no volvería hasta 1977, tras varios movimientos fundacionales en 1975, pero no sería la Universidad Complutense que fue, sino que sería una nueva fundación universitaria, la de la actual Universidad de Alcalá, pero con sede en los edificios que comenzaron su andadura desde la fundación de la anterior de 1499.

En el ínterin de 1836 a 1977 los edificios universitarios pasaron todo tipo de historias. Muchos, como ya se ha dicho, fueron al desuso y a la ruina. Otros fueron vendidos a empresarios, algunos de estos hicieron acciones como la de desmontar el segundo patio del Colegio Mayor de San Ildefonso de la antigua Universidad, hoy rectorado de la actual, para instalar un jardincillo con jaulas para la cría de gusanos de seda, hubo quien tuvo un plan para usar la fachada para hacer balasto, hubo quien derribó algunos de los arcos que dividían el espacio municipal del perteneciente a la jurisdicción del rectorado, los abusos fueron muchos, pero el hartazgo de la ciudadanía tuvo su apogeo en 1851 cuando los vecinos se asociaron en la Sociedad de Condueños para comprar entre todos cuantos edificios antiguos pudieron, preferentemente universitarios, con la idea de salvarlos. Como los colegios universitarios contaban con capillas, y como las acciones de los liberales del comienzo del siglo XIX hicieron que se les achacara la culpa de la desgracia de la Universidad, fue común que muchos de estos edificios fueran cedidos a órdenes religiosas para conventos o iglesias, a pesar de que la vida de los religiosos de la ciudad no fuera ejemplar como escribió Manuel Azaña en el comienzos del siglo XX (hay otros textos, sobre todo documentales, que también apuntan a ello). Además al estar la ciudad próxima a la capital y el siglo XIX es muy convulso, cobró una importancia militar renovada. Ya se demostró por ejemplo en 1823 su posición estratégica cuando Alcalá, junto a Torrejón de Ardoz, realizó una defensa a la desesperada para detener a los Cien Mil Hijos de San Luis que desde Francia habían venido para acabar con el gobierno liberal de Madrid. Así pues, a pesar de que de por sí ya existían cuarteles militares desde tiempos remotos, y muy patentemente en el siglo XVIII, en el cual ha quedado el rastro de la presencia de guardias valones y de zapadores[11], es en el siglo XIX que muchos de los antiguos edificios de la Universidad pasan al ejército, por ejemplo la actual Facultad de Derecho fue cuartel de caballería en los años 1850, o bien se construyó e instaló un cuartel de cadetes previó derribo de un convento universitario de la calle Escritorios (antes avenida de Roma), en ese sentido tampoco olvidemos el antiguo Cuartel de Lepanto, que se mantuvo hasta el final del siglo XX en la antigua residencia universitaria de tiempos de Cisneros y que en el comienzo de este siglo XXI se ha transformado en la Biblioteca Central de la Universidad de Alcalá[12]. Otros edificios se mal usaron como almacenes de manera irregular. La Sociedad de Condueños, por ejemplo, hizo que desde 1861 los padres escolapios tuvieran un instituto de segunda enseñanza (el equivalente a bachillerato o a la secundaria actual) en el Colegio de San Ildefonso[13]. No era algo de poca importancia, pues pocos eran los municipios con institutos de segunda enseñanza y para los complutenses bien les valía tener uno de estos a falta de la añorada Universidad perdida. Otro edificio, por ejemplo el Colegio de Málaga, se usó de orfanato o institución para niños de familias conflictivas,  (no obstante existía una cárcel de mujeres en lo que hoy es el teatro La Galera de la actual universidad, un edificio en ruinas y otro que es ahora mismo Facultad de Documentación).

Usos hubo varios para varios edificios y desusos también. Con la Segunda República de 1931 los escolapios dejaron de dar clases en el Colegio de San Ildefonso. Con la guerra civil de 1936-1939 algunos edificios fueron útiles a las fuerzas republicanas, entre ellos este mismo. Con la dictadura de Franco de 1939 a 1975 el Colegio de San Ildefonso, por seguir el ejemplo iniciado con los escolapios, fue una escuela de formación administrativa de funcionarios. Pero no nos adentraremos más en profundizar en este aspecto.

También con la desaparición universitaria de 1836 se decidió que algunos de estos edificios fueran a usarse como cárceles, si bien es cierto que previamente la ciudad ya tenía varias cárceles propias de diferentes jurisdicciones (universitaria, del corregimiento, episcopal, etcétera).

Otra institución alcalaína que comenzó a hacer aguas en el siglo XIX era el propio Palacio Arzobispal. La Diócesis de Complutum había sido eliminada e integrada en la de Toledo desde el año 1099. La región alcalaína pertenecía incluso a los territorios con jurisdicción toledana, cosa que duró varios siglos. La gran reordenación territorial española de la que somos herederos tras otras reordenaciones no se produjo hasta el siglo XIX. La cuestión es que el Palacio Arzobispal de Alcalá de Henares, como segunda sede, a veces como sede principal, de los obispos de Toledo jugó un papel muy importante a lo largo de la Historia a partir de ese momento. Así por ejemplo, durante el Cisma de Occidente fue dentro de sus paredes que se tomó la decisión final de nombrar a uno de los Papas cismáticos. Habitualmente el arzobispado de Toledo reunía una gran cantidad de documentación para la administración y el gobierno, estos se guardaban dentro de este palacio, lo que le hizo atractivo para albergar a determinados reyes por temporadas. Sus murallas además permitían una posición estratégica clave en el centro peninsular. A pesar de que a lo largo de sus varios siglos de Historia son muy significativos los arzobispos y cardenales Bernardo, Tenorio o Carrillo, destaca Cisneros entre el siglo XV y el XVI. Fue el que le dio a la ciudad no sólo la Universidad, sino también un esplendor político enorme. Los reyes usaron mucho los edificios del conjunto palatino sobre todo debido precisamente a la documentación que guardaba, vital para el gobierno, como se ha mencionado. A lo largo del siglo XVI y del XVII la influencia de la ciudad en el sentido Universidad-Arzobispado-Archivo fue muy importante a nivel estatal, y a nivel regional también como cabeza de corregimiento. Sin embargo, con el siglo XVIII los Borbones no usaran apenas el palacio, a pesar de que Felipe V llegó a albergarse en él ocasionalmente en su primera ida a Madrid. La falta de uso por las grandes autoridades del Estado dieron pie al inicio de cierta dejadez del palacio. Se da el caso incluso de cuando llegó Carlos III a España en 1759 para ser rey. Tuvo que parar a hacer noche en Alcalá de Henares para poder entrar por la mañana en Madrid. Tradicionalmente los reyes y arzobispos se albergaban en el palacio, pero hacía tanto tiempo que había caído en desuso en ese sentido, que no había muebles para alojarlos. Se hubo de recurrir a buscarlos en las casas de las personas principales. Lo más surrealista fue que las infantas durmieran sobre colchones dispuestos en el suelo[14]. La llegada de los franceses en 1808 no le fue mucho mejor a las instalaciones palaciegas. A pesar de que diversos generales franceses se instalaron en el palacio, donde además alojaron a sus tropas mientras cerraban todos los accesos a la plaza que da entrada al conjunto arquitectónico, ni siquiera José I Bonaparte quiso pasar la noche allí cuando vino a la ciudad en septiembre de 1810, se alojó en casa de Vicente Munárriz, en la calle Santiago, cerca del palacio, pero no en el palacio[15]. La decadencia de la ciudad en este sentido era también patente y también se había llevado consigo numerosos oficios y empleos que los arzobispos traían con ellos.

Además, desde la invasión francesa varias órdenes religiosas quedaron  muy afectadas, por lo que desaparecieron o se mermaron. A todo esto se trató de poner remedio instalando en el palacio el Archivo General Central del Reino, a partir de 1858. Se aprovechaban los documentos que ya había y se añadía otros administrativos de la época. La ubicación de la ciudad era muy propicia por su cercanía a Madrid. Dieron así puestos de trabajo administrativos dentro de una ciudad que desde la decadencia del siglo XVIII, pero sobre todo desde la desaparición de la Universidad en 1836, había comenzado a funcionar como un pueblo que vivía de la agricultura. Ayudaba también que uno de los antiguos colegios universitarios, posterior sede de la Inquisición en la ciudad, en la Plaza de las Bernardas, junto al palacio, el cual había sido instituto de enseñanza, pasó a ser juzgado cabeza del partido judicial del Valle del Henares desde 1833-1836. No obstante a todo esto, la fundación del Archivo Histórico Nacional en Madrid en 1866 iba a dar otro mazazo a la ciudad, pero este vendría con el comienzo del siglo XX, cuando empiece a reclamar que se le manden los documentos históricos que había en Alcalá. Estos comenzaron a realizar un primer traslado interrumpido por la guerra civil española en 1936. Después, como se sabe, hubo un incendio al finalizar la guerra en 1939 y se quemó parte de la documentación, aunque en realidad la mayor parte se salvó por el comienzo de esos traslados y por la posibilidad de almacenar los documentos en el juzgado citado, que estaba al lado del palacio, hoy día es Museo Arqueológico Regional.

La ciudad perdió su posición como albergue de los documentos del Estado por culpa del incendio, hasta que en 1969 la dictadura le devolvió tal condición al dictar una ley por la que el antiguo Archivo Central de la Administración (nombre que tenía con la República) volvía a Alcalá de Henares con la fundación del Archivo General de la Administración, en la Plaza de Aguadores. Este comenzó a andar hacia la mitad de la década de 1970, aún durante la dictadura, pero prácticamente es un archivo que funciona principalmente desde la Transición a la monarquía parlamentaria actual. Se reavivó la vida alcalaína en este tipo de importancia para el Estado y sus necesidades de consultas de información, así como se revitalizó en trabajos, incluso atrayendo gente a vivir o a visitarla para consultar los documentos (que son algunos de los antiguos y muchos del siglo XIX-XX, más los del corregimiento de Alcalá). Su casi coincidencia en el tiempo con la reapertura de la Universidad en los años centrales de la década de 1970 es vital, ambos son un polo de atracción poblacional y laboral junto a la industria moderna. Ahora bien, para lo que a nosotros nos interesa, en el siglo XIX el Palacio Arzobispal también había caído en letargo y falta de usos importantes hasta la fundación de aquel Archivo General Central del Reino en 1858, que probablemente no comenzaría a funcionar correctamente hasta entrada la difícil y convulsa década de 1860.

El Palacio Arzobispal tuvo quizá como principal polo de atracción en el siglo XIX la convocación de un Capítulo de la orden franciscana y un cónclave episcopal. En 1885 el Papa León XIII rompería el lazo de Alcalá de Henares con Toledo y, acorde a los nuevos tiempos territoriales de España, pero con algo de retraso, creó el obispado Madrid-Alcalá. Pero en 1964 el Papa Pablo VI sólo reconoció al obispado de Madrid. Es Juan Pablo II quien en 1991 volvió a crear el Obispado Complutense o de Alcalá de Henares[16].

Así pues tenemos que a partir del siglo XVIII la Universidad de Alcalá había sufrido un progresivo deterioro tanto por cuestiones propias de toda la Universidad española, como por el encarecimiento de la vida a costa de unos vecinos que aumentaron precios progresivamente en torno a la vida universitaria. Eso sin contar diversos enfrentamientos entre ayuntamiento y Universidad, por ejemplo a costa de las corridas de toros, de las cuales eran contrarios los universitarios. La Universidad fue epicentro del liberalismo alcalaíno a comienzos del siglo XIX, aunque su cierre se debe en buena parte al liberalismo. Hemos visto como desde la década de 1790 había sufrido subrogaciones y como tuvo cierres momentáneos e intentos de cierre y traslado a Madrid entre 1814 y 1823, hasta su cierre definitivo y su traslado total en 1836. A este comienzo del deterioro de la vida en la ciudad, el cual se une a un fuerte sector antiliberal entre los vecinos que fueron llevados a la ruina o a un empobrecimiento rápido y grande por el cierre, se le suma la paulatina pérdida de importancia del Palacio Arzobispal en los asuntos de Estado e incluso religiosos desde el siglo XVIII y que se materializará en 1885 con la creación del obispado Madrid-Alcalá. Pero se trata de compensar en 1858 con el Archivo General Central del Reino. Esta vida administrativa se sumará a la ya existente en la ciudad como cabeza de partido judicial y como sede de cárceles. Muchas órdenes religiosas habían desaparecido desde la Guerra de la Independencia y sobre todo con las desamortizaciones del comienzo del siglo XIX, pero esto era algo que ya ocurría a causa de la decadencia universitaria del siglo XVIII. Con ellas desaparecía también parte de la población y las ayudas a los más necesitados. En consecuencia había muchos edificios vacíos que amenazaban ruina y que en parte eran aprovechados por empresarios que los compraban para desmantelarlos, lo que provocó una reacción de patria chica que llevó a la compra ciudadana y a una serie de restauraciones discutibles. Se suma a esto el intento de traslado a la capital de mobiliarios, objetos y cadáveres notables que provocó gran indignación general. El ejército es quien va a cubrir gran parte de los edificios abandonados, quizá porque el ayuntamiento no encontró otro organismo mejor que pudiera mantener en cierto modo la importancia de la ciudad a la vez que el mantenimiento y el uso de muchas de las construcciones emblemáticas. Así pues, la primera mitad del siglo XIX es una mitad muy interesante donde se asume la decadencia de la ciudad arrastrada desde el siglo XVIII. Son años en los que nacen y se perfilan identidades políticas muy claras y definitorias para el futuro alcalaíno.


[1]              Archivo Municipal de Alcalá de Henares (AMAH), Signatura 110 AL, Javier SORAVILLA, ¡Cómpluto! (Alcalá de Henares) Apuntes para un libro, pensado y no escrito, tipografía de los hijos de M. G. Hernández, Madrid, 1894; p. 93.
[2]              Esteban AZAÑA CATARINEU, Historia de Alcalá de Henares, ed. Universidad de Alcalá de Henares, Alcalá de Henares, 1986. Edición facsímil del original de 1882; pp. 872-873.
[3]              Manuel AZAÑA DÍAZ, En el jardín de los frailes, ed. El País, Madrid, 2003, libro original de 1927; p. 15.
[4]              Ídem nota 3; p. 19.
[5]           AMAH, Signatura 6421 AL, Francisco DE ASÍS PALOU, Historia de la ciudad de Alcalá de Henares. 1ªParte, Imprenta Española, Madrid, 1866.
[6]              Alfonso QUINTANO RIPOLLÉS, Historia de Alcalá de Henares, Ayuntamiento de Alcalá de Henares, Alcalá de Henares, 1973, pp. 169-170
[7]              Archivo Histórico Nacional (AHN), Notificación a la Universidad de Alcalá de real orden para conferir el grado de doctora en Filosofía y Letras a Dña. María Isidra Quintina de Guzmán y la Cerda, copia del título académico, y cartas del claustro para que felicite a los reyes con motivo de su subida al trono de España, en nombre y como diputada de la universidad. 23 de abril de 1785 a 2 de octubre de 1789, signatura: ES.28079.AHN/1.2.9.5.1.2//UNIVERSIDADES,557,Exp.14. Las abreviaturas han sido desarrolladas en la trascripción que os he hecho, y he adaptado la ortografía a la actualidad.
[8]              Archivo General de la Administración (AGA) El expediente 44/13999,0001 es representativo de esto, aunque este fondo está lleno de otros expedientes de subrogaciones de bienes de la Universidad relacionados.
[9]           Luis Enrique OTERO CARVAJAL, Pablo CARMONA PASCUAL, Gutmaro GÓMEZ BRAVO, La ciudad oculta. Alcalá de Henares, 1753-1868. El nacimiento de la ciudad burguesa, en “capítulo 7: el laberinto de la libertad”, ed. Fundación Colegio del Rey, Alcalá de Henares, 2003.
[10]             Ídem nota 9.
[11]             Se puede leer e investigar en muchos de los expedientes que guarda el AGA, en el fondo de Justicia correspondiente a Corregimientos, en Corregimiento de Alcalá de Henares, correspondiente a la ubicación (07) 042.002. 
[12]             Todas las referencias sobre estos usos militares se pueden seguir en VV.AA., Universidad de Alcalá: de las armas a las Letras. Edificios universitarios que tuvieron uso militar, ed. Universidad de Alcalá de Henares, Alcalá de Henares, 2010.
[13]             Urbano BRIHUEGA MORENO, La instrucción pública en Alcalá de Henares, el periodo entre repúblicas 1873-1939, ed. Fundación Colegio del Rey, Alcalá de Henares, 2005; pp. 11-29.
[14]             Se puede leer en los capítulos dedicados al siglo XVIII y a la decadencia de Alcalá del libro de Esteban Azaña ya reseñado.
[15]            Diario de un patriota complutense en la Guerra de la Independencia, con un prólogo y notas de J. C. G., edición facsímil, ed. Institución de Estudios Complutenses, Alcalá de Henares, 1991; p. 34.
[16]             Consultado en la página cibernética del Obispado de Alcalá de Henares el 2 de septiembre de 2014: http://www.obispadoalcala.org/historia.html, “Notas históricas sobre la Diócesis Complutense”.

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