La librería Diógenes de Alcalá de Henares tiene dedicado esta semana uno de sus escaparates de la calle Ramón y Cajal a la Revolución Rusa de 1917. No es una extraña alusión a la situación política española actual, que está totalmente alejada de esos hechos ahora mismo, de los que hoy apenas me cabe por comentar como una reflexión más, esta vez ajena y desde el pasado, lo que Juan Cassou escribió en octubre de 1926 en el número 40 de la Revista de Occidente, dirigida por Ortega y Gasset: "(...) El tiempo y la historia no han carcomido nada; han girado en el vacío. (...) España es estática. (...) Y por miedo de caer en no se sabe qué agorafobia, se ata al tiempo donde ha tenido la suerte o la desgracia de nacer, se sostiene en él y marca en él su puesto". El escaparate de Diógenes con unos trece libros dedicados a la Revolución Rusa de 1917 se debe a que estamos en las semanas del primer centenario de la Revolución Bolchevique de 1917. La llamada revolución del Octubre Rojo. En realidad era el mes de octubre en el calendario juliano por el que se regía Rusia, los acontecimientos se precipitaron el 25 de octubre de ese calendario juliano. En buena parte del resto de Europa, sobre todo en la Europa occidental, el calendario vigente era y es el calendario gregoriano. Lo que era el 25 de octubre en el juliano, en estos otros lugares con el gregoriano, incluida España, era el 7 de noviembre de 1917.
La revolución rusa de 1917 había tenido preludios con descontentos y un panorama político y social agitado desde finales del siglo XIX y que en 1905 ya había tenido una revolución fracasada agitada por el descontento de la derrota militar rusa frente a Japón. En 1917 el sistema monárquico imperial del zarismo había caído con la revolución de febrero, la cual dio el salto del Imperio de súbditos a la República federal y democrática de ciudadanos. Tal República, liderada por Kerenski, tenía un carácter burgués y democratizador al estilo de las democracias de la Europa Occidental. Su problema era que ni la Rusia zarista había abandonado su idea de Rusia como Estado unido a los valores estáticos de la nobleza y la religión, ni la Rusia obrera y campesina aspiraban a una República burguesa, sino a una socialista con una idea de justicia social diferente a la de los partidos que sustentaban el sistema de Kerenski. Existían además ideales nacionalistas y diferencias profundas entre las diferentes corrientes del socialismo que existían en Rusia. Poco más o menos, a rasgos generales, sirva de introducción a esos problemas los libros La venganza de los siervos, Rusia 1917, de Julián Casanova, Por el pan, la tierra y la libertad. El anarquismo en la revolución rusa, por Julián Vadillo, o también Anarquismo y Revolución Rusa, 1917-1921, por Carlos Taibo, todos ellos reseñados por Mauricio Basterra en Fraternidad Universal. Pero, como se puede ver en el escaparate de la librería Diógenes, este año 2017 se han publicado numerosos libros sobre el asunto histórico. Podría llamar la atención la gran cantidad de historiadores españoles lanzados a analizar este importante capítulo de la Historia Contemporánea, pero lo cierto es que el fenómeno es mundial. Hay numerosos libros nuevos y estudios nuevos, algunos con aportaciones muy frescas y a tener en cuenta por su novedad, en todos los países, especialmente los occidentales.
La Primera Guerra Mundial seguía en marcha y los propios rusos revolucionarios terminarían exigiendo el final de la participación rusa, como así ocurrió. Los conflictos internos de Rusia vieron incluso un intento de golpe de Estado intentando la involución, el regreso al zarismo, mediante la intentona militar de Kornilov. El conflictivo periodo de primavera y verano ruso de 1917 llevó a aquel otoño donde definitivamente la revolución de los soviets, ahora con una dirección mayoritariamente bolchevique, llevó al triunfo de la revolución soviética en octubre juliano y al inicio de la Guerra Civil Rusa que se prolongó hasta 1923 y que contó incluso con participación extranjera. En ese periodo se asentó la represión de los socialistas soviéticos no sólo contra conservadores, nacionalistas y zaristas, sino también contra el resto de corrientes de izquierdas que no coincidían con sus ideas y objetivos. Lenin moriría en 1924 y el conflicto abierto entre Trotski y Stalin se resolvió a favor de Stalin, pero la base dictatorial del sistema, que se autodefinía democracia socialista, estaba asentada desde el momento de su gestación en la guerra civil cuando ya era evidente que los restos de los zaristas y conservadores estaban ya condenados a la derrota tarde o temprano, fue en ese momento que comenzó también la represión contra los grupos de izquierdas y socialistas diferentes a las lineas oficiales del gobierno y del partido en el gobierno.
Ha pasado un siglo de aquellos acontecimientos. Su revisión, recuerdo, análisis, conmemoración o como se quiera afrontar es algo mucho más que justificado. En estos últimos cien años, el triunfo de la revolución rusa significó un cambio radical del mundo en política, en economía y en sociedad, incluso en la religión y sus seguidores. Nada quedó sin mutar. El siglo XX no se entiende sin las guerras mundiales y sin la Revolución Rusa, mucho menos sin la Guerra Fría nacida en 1947 (fecha convencional) por el choque entre el Primer Mundo liderado por Estados Unidos de América y el Segundo Mundo liderado por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Guste o no guste lo que significó aquello, el mundo actual es hijo de ello mismo.
En 1989 las políticas de Gorbachov para modernizar la URSS y democratizarla relativamente con la Perestroika y la Glasnost llevó a una interpretación de las nuevas leyes por parte de los países miembros del Pacto de Varsovia al margen de la interpretación única desde Moscú existente hasta entonces. La República Democrática Alemana pensó que era confuso si podían o no dirigir su política respecto a la República Federal Alemana de manera propia o dirigida desde Rusia. Un discurso ambiguo de su jefe de Estado hizo que los guardias del Muro de Berlín abrieran las puertas del muro por error, pero una vez abiertas el trasvase y el entusiasmo de los ciudadanos de un lado a otro, sobre todo de oriente a occidente, llevó a la caída y derrumbe del muro y del régimen comunista en esa media Alemania. Luego, en 1990, las dos Alemanias se reunificarían y se independizarían unilateralmente de la URSS Estonia, Letonia y Lituania. El resto de países del Pacto de Varsovia haría lo mismo que Alemania, se desvincularían de la URSS, pero el ejemplo de Estonia, Letonia y Lituania era diferente, pues ellos eran Estados federados de Rusia desde tiempo de los zares. Su independencia unilateral, no exenta de recurso al ejército, sirvió de ejemplo a otros Estados federados de la URSS y así nacieron las independencias de lugares como Ucrania, Georgia o Bielorrusia, por citar tres de los muchos que lo hicieron, ante la mirada del resto del mundo que no hizo nada por evitarlo y ante un golpe de Estado en Rusia que llevó al final de la URSS en 1991 y al nacimiento de la Federación Rusa actual, que mantiene federados algunos Estados y trata de influir en aquellos que un día fueron federados desde el siglo XVIII y el siglo XIX. No obstante, hasta Putin, presidente de Rusia, ha recordado estos hechos al ser preguntado ante su postura sobre Cataluña y España esta semana pasada.
El asunto de la revolución rusa es muy complejo y contiene en sí muchos aspectos históricos y actuales que analizar. Sirva esta entrada sólo de recordatorio como evento histórico trascendental y como invitación a leer Historia para comprendernos como mundo actual. Saludos y que la cerveza os acompañe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario