sábado, junio 19, 2021

NOTICIA 2056ª DESDE EL BAR: CONAN EN JUNIO

-Hace calor exagerado -dijo el bardo.
-Y estamos a junio -contestó Conan.

Conan se acarició suavemente la cabeza.

-Quiero comer gazpacho -dijo Conan.
-Me he tocado con tu mujer -dijo el bardo.
-¿Habéis hecho gazpacho?
-Sí.
-Déjame oler tus manos.
-Toma.
-Lo es más Mahoma.
-No entiendo, Conan.

Y restregando una amapola que tenia en su mano dijo con su brutalidad su origen cimerio y su deseo de que las naranjas sean de la China.

-Imperial -dijo el bardo, sacó un Ducados negro y pensó en los tiempos de los trenes.
-Parece que llueve -dijo Conan.
-Primero chispea.

A lo largo de la calle un tren turístico les observaba mientras se alejaba. 

En la casa de arriba se tocaban.

Dijo el bardo:

-Conan, ¿es este el pomo de tu espada?
-Lo es.
-La empuñadora tiene un cuero suave y la hoja es robusta y fuerte.
-Es acero.

El bardo extendió su brazo acariciando el largo de la espada. Conan se recostó y dijo:

-Nos hemos quedado a uno de ganar algo en la quiniela.
-Pues habrá que salir a cazar.
-No se hable más -Conan se dispuso a salir de casa, fue hacia la salida y enroscó su cuello con una boa de plumas rojas.
-Conan... -le llamó el bardo.
-Callate ya. Debo irme con mi acero para ganar algo de comer.

 Conan se fue y cerró sin dar un portazo. El bardo se sintió solo, volvió a poner el televisor para rellenar los huecos de la casa con voces. El televisor dijo: "esta muy bien tirado el penalti", y siguió hablando.

Cuando regresó Conan ya anochecido no vino con humor de hablar. Fue a la cocina y vio que no había nada de comer.

-No has hecho nada para cenar -dijo molesto.
-No te canses, Conan -dijo el bardo.

Conan le agarró de súbito levantándole del sofá y poniéndole la cara muy cerca de la suya sin darle espacio para escapar, ya que atrás tenía solo el contacto de la pared y al otro lado su cuerpo.

-Me pones contra la espada o la pared.

Conan le soltó y se sentó en el sofá. El bardo fue a su lado.

-¿Quieres un pito? -preguntó el bardo.

Conan sacó un cigarrillo para cada uno y se lo encendieron con la misma cerilla. 


-Ahora parece que refresca -dijo el bardo, Conan asintió con la cabeza-. ¿Cómo está la calle?
-Hay gente -dijo Conan.
-Mira -dijo el bardo enseñándole una pajarita de papel que había hecho con papel multicolor como un arco iris.

Conan miró y cogió la pajarita de la mesita que tenían al lado suyo. Se la puso en el pelo y dijo:

-Quiero comer gazpacho.
-No tengo pepino -dijo el bardo-, pero puedo hacer salmorejo.

El bardo se levantó y agarró una barra de pan duro, tomates y la batidora. Conan le acercó el ajo y la cebolla. Se puso a cocinar sencillamente. 

A la mañana siguiente desayunaron leche y por la tarde volvieron a hablar del cosmos. Las nubes de gas que ocupaban el espacio de varios planetas millones de años luz lejos de La Tierra les fascinaba. Combinaban sus conversaciones con pequeños comentarios sobre tal o cual cosa que había ocurrido en el barrio. No les preocupaba mucho el tiempo del reloj. Las horas estaban hechas a medida gomosa como un chicle. Se oían motos pasando debajo de su ventana. Se sentaban en la terraza y les observaba la gente de los trenes turísticos que circulaban cada media hora llevando a unos y otros interesados en ir a echar un rato mirando los cimientos restantes de casas de dos mil años atrás. 

-Me gusta el arroz -dijo el bardo.

Conan tenía el pecho al desnudo, tomando el sol, como siempre. Pensaba en los dragones que había enfrentado y en la bruja que le intentó engañar. Lejos estaba el barco pirata y el reino que un día reinaría cuando traicionara al rey que confiaría en él. El bardo, por la contra, pensaba en la mecánica hidráulica de los motores y la composición biológica de los insectos más bonitos que podía recordar. Pensaban él uno al lado del otro como quien echa naipes en una partida de cartas. Jugaba el uno al tute y el otro al mus. Al fin el cartero llegó al timbre de la casa y les introdujo un sobre en el buzón con noticias nuevas del coste que supondría la electricidad que habían gastado los tres últimos meses. Conan la leyó y apagó la luz del largo pasillo. Tomó en sus manos un libro y volvió a sentarse junto al bardo en la terraza.

-Los limones están siempre llenos de un olor dispuesto al mundo -leyó.

El bardo dijo:

-Eso es así.

Miraron a la calle y vieron pasar al cartero yendo a la acera de enfrente con otras cartas para más personas. Por un momento, sin saberlo, los dos pensaron en lo mismo: Si Oswald disparó en solitario a Kennedy qué maravilloso recorrido había hecho la bala en su oscilar y su baile dando volteretas para volver una y otra vez sobre lo mismo. "Ay", pensaron, si Marte estaba lleno ahora de aparatos que miraban las rocas, ¿qué no sería entonces, pensaron, de bonito ir a contemplar sus huellas en la arena roja? Pero sus pensamientos fueron fugaces y súbitos, apenas duraron nada. Nunca supieron que pensaron lo mismo, y sin embargo, los trenes turísticos.  


Por Daniel L.-Serrano, "Canichu"

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