miércoles, enero 08, 2014

NOTICIA 1289ª DESDE EL BAR: LA HISTORIA DE LO LOCAL A LO ESTATAL (1 de 6, más anexo)

"¿Ataca el dogma? Páginas.
'¿A la moral?
'¿A la Iglesia o sus ministros?
'¿A las personas que colaboran o han colaborado con el régimen?
'Informe y otras observaciones"

(Preguntas del formulario que los censores de libros debían rellenar en España durante la dictadura de Franco, consultables en los expedientes de censura conservados en el Archivo General de la Administración.)






En el verano pasado ayudé a un amigo y colega historiador, Andrea Bresadola, en este caso él también es filólogo, a rastrear en archivos algunos expedientes relativos a la censura que sufrieron en libros tres escritores españoles concretos, ya que él, que es italiano y trabaja para una editorial de Italia, había sido contratado para realizar una edición crítica de una serie de libros de ellos. En esos expedientes había unos impresos iniciales que se daban en todos los casos y que podían derivar en otra serie de documentos o no, dependiendo de los casos. El primer impreso recogía estas preguntas que debía rellenar el censor. Claro que el primer acto de censura estaba precisamente en la indicación de a quién estaba dirigido el impreso, que en todo momento era de carácter restringido para el uso de la administración interna del gobierno. El primer acto de censura era no llamar al censor, censor, se dirigía a él como "lector". Curiosamente he sabido que aún existen personas que a los censores de la época les llaman "correctores", y no por el nombre propio de su tarea real.

La censura durante la dictadura de Franco comenzó durante la guerra civil. En el teatro había comenzado en agosto de 1937, en el cine comenzó en noviembre de ese mismo año y en la prensa lo hizo oficialmente con leyes en abril de 1938, aunque previamente los periódicos en zona alzada ya estaban férreamente controlados como demuestra diversa documentación y correspondencia en archivos españoles y alemanes, por ejemplo con el caso de los bombardeos sobre Guernica en 1937, cuya autoría fue publicada en los diarios proclives a Franco como responsabilidad de los comunistas y no, como realmente fue, como responsabilidad de Franco y la aviación alemana nazi. La censura franquista regulada formalmente por ley en prensa y editoriales que se extendió de 1938 a 1966 se centraba en intentar que todos los periódicos dijeran la misma versión de los hechos y las mismas omisiones o añadidos que daba el gobierno. Siempre tratando además de estar conforme a las bases ideológicas de la dictadura, por otro lado altamente católicas. En un repaso histórico se puede leer el asunto de una manera mucho más rápida que profunda y análítica en "España Negra".

En 1966 el Ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga, hizo una Ley de Prensa e Imprenta (Ley 14/1966, de 18 de marzo) que cambió el rumbo de la censura. La dictadura buscaba un aperturismo que lograra que España entrara en la Comunidad Económica Europea (CEE), entre otras organizaciones internacionales. Como quiera que la CEE (actual Unión Europea) sólo admitía países democráticos, esa entrada no se produjo. La imagen española, que había gozado de mejores momentos internacionales en la década de 1950, era bastante mala en la segunda mitad de la década de 1960 y peor aún en el tardofranquismo que va de 1970 a 1975. La Ley de Prensa e Imprenta daba libertad a las empresas editoriales de prensa y libros para que publicaran sin necesidad de censura previa, esto es: sin tener que decir todos lo mismo que dijera el gobierno. Rápidamente los franquistas intentaron presentar aquello como libertad de prensa, pero era irreal y nadie lo creyó. Era irreal porque la figura del censor no dejaba de existir. Lo que ocurría es que la censura ahora no era en principio aplicada por las autoridades, pero sí con posterioridad, con lo que dejaban en manos de los autores la autocensura o el saberse condenable de una manera económica y, o también, penal. El ejemplo más citado y conocido suele ser el del diario Madrid, el cual usó de la nueva ley de 1966 para reclamar el cese de Franco en el gobierno, lo que le valió el secuestro de sus ejemplares de los kioskos de prensa, el cierre de su editorial por dos meses en 1971, y la posterior voladura con dinamita del edificio entero, con maquinaria incluida, por tanto: el final total del periódico. Mucha libertad no había con la nueva ley, simplemente se había cambiado el tipo de aplicación de la censura. Bien es cierto que la nueva ley de 1966 sirvió para que mucha gente la usara con inteligencia para colar en sus páginas muchas ideas que, de otro modo, hubiera sido más difícil que salieran a la luz.

La agencia de noticias EFE está a punto de cumplir setenta y cinco años en un par de meses. La "EFE", le dijeron al primer director que debía dirigirla, era la efe de Franco. Se fundó en Madrid en 1939, pero en el Madrid tomado por los franquistas sobre lo que quedaba materialmente de la también agencia de noticias FEBUS, que nació durante Alfonso XIII y que era claramente demócrata y republicana y la más exitosa de la época en el país. FEBUS se fue al exilio y siguió su labor desde Francia y EFE comenzó a hacerse con todas las noticias en España desde España. Mediante esta agencia la dictadura pretendió ejercer el control aún más total de todo tipo de noticiario, al ser ella quien generaba y distribuía las noticias a todos los demás periodistas. No obstante, sus fundadores eran el falangista, simpatizante del partido nazi y cuñado de Franco, Ramón Serrano Suñer, y el periodista falangista Manuel Aznar Zubigaray.

Las preguntas del expediente de censura de los libros, arriba reproducidas, no sólo ocultaban al censor bajo el nombre de lector, también ocultaban la actividad censora bajo el nombre de "inspección de libros", como se lee en el sello oficial de la época, y la tarea de censurar era "corregir". Yo estuve mirando en concreto una serie de expedientes diversos de libros de los años de 1950 a 1958. Me entretuve en sacar información abundante de uno preciso de Miguel Delibes. Por cierto que es bien curiosa la anécdota de que precisamente un escritor de la época, Camilo José Cela, fuera precisamente un censor de libros. Pero anécdotas aparte, las preguntas fijas de esos expedientes de censura dejan patente una cosa que por obvia a algunas personas se les pasa: son una constatación total de la implicación de la Iglesia católica y su moral con la dictadura, o cuando menos con su sustentación ideológica. De las cinco cuestiones a rellenar, tres tienen que ver con el catolicismo de manera directa, y la quinta, el informe, pudiera hacerlo también según el criterio del censor y lo que hubiera podido interpretar y destacar al leer. 

 En las galeradas de los libros uno lee párrafos, frases, nombres o páginas que el censor deshecha totalmente que se publiquen, aunque no en todos los casos. A veces introducen notas personales o profesionales. Suelen corregir las faltas de ortografía. E incluso hacen algo que luego llevan a cartas que envían al autor o editor del libro (y guardan copia), algo que no es en absoluto diferente a lo que hacen hoy día esos profesionales editoriales que se hacen llamar "correctores de estilo". En esas cartas les dicen que son sus sugerencias para mejorar el texto, pero está claro que si el autor o el editor no aceptaban las "sugerencias", el libro no se publicaba. Hoy día cuando un editor te manda esas "sugerencias" de su "corrector de estilo", tampoco tienes mucha elección para decirle que no estás conforme en aceptarlas, si las rechazas lo más fácil es que entres en un forcejeo entre el editor y tú para ver quién logra dejar el texto como quiere, y si gana el autor, lo más probable es que su texto no se publique, claro está que hoy día el editor dirá cosas como: "no me interesa", "tengo ahora otros títulos", o: "es una apuesta arriesgada, pero quizá en otra editorial...". Los actuales correctores de estilo tampoco es que traten al lector como alguien suficientemente capaz de entender un texto; un ejemplo, desde hace meses el diario EL PAÍS hace cosas como la siguiente: un político dice una frase del tipo "dentro de unos meses valdrá más dinero, saben que les conviene aceptar", y su corrector de estilo hace que el periodista escriba, y por tanto el lector lea: "dentro de unos meses valdrá más dinero, [ellos] saben que les conviene aceptar". A mí esto, cada vez que lo leo, me da la sensación de que me están llamando idiota. Pero será mejor centrarse, pues efectivamente un censor es algo bastante diferente, bastante más autoritario y bastante más doloso que un corrector de estilo, decir lo contrario sería mentir y hacer demagogia.

Si el libro era aceptado para su publicación, tuviera algo que censurar o cambiar, o no, el autor o la editorial debían depositar seis ejemplares en la administración, que los distribuirían entre los depósitos y bibliotecas respectivos administrativa y culturalmente para su conservación. Hoy día simplemente hay que registrar los libros en los registros de propiedad intelectual que el gobierno tiene en cada Comunidad Autónoma. Cuando yo comencé a registrar mis libros a finales de los años 1990 se depositaban tres ejemplares, pero la última vez que registré uno, hace no mucho, creo recordar que se depositaba ahora un ejemplar, pudiera equivocarme, pero la cantidad de ejemplares a depositar hoy día es consultable en estos registros.

 La censura también llegó a los libros infantiles y juveniles, como es lógico. En estos pusieron un especial interés y un especial control en los contenidos. La educación de base en las generaciones más jóvenes era un objetivo principal en esa creación de una nueva España que se empezó a construir en la zona alzada desde 1936 bajo los ideales "Dios, Patria y Franco". Educación pasó a ser adoctrinamiento y en esta labor hubo una serie de políticas y leyes, entre ellas la depuración del profesorado, entre las que tuvo importancia la labor de Censura en combinación con Educación, el Movimiento (que monopolizaba casi totalmente Falange), Información, Propaganda y la Iglesia católica. A menudo esta educación fue lo que hoy día se llama transversal, o en un término menos técnico: indirecta.

Sirva de ejemplo un fragmento de Matilde, Perico y Periquín, un serial de humor infantil radiofónico que tuvo tanto éxito que duró en antena desde 1954 a 1971, y que contó incluso con la publicación de cuatro libros, el primero en 1958, el segundo en 1959, el tercero en 1960 y el cuarto en 1961. En el primero de esos libros, homónimo del serial, se lee: "Después de la cena, sus padres hablaron de ir a la Misa del Gallo, Periquín se empeñó en acompañarles (...)" (Eduardo Vázquez, Matilde, Perico y Periquín, reeditado por EDAF, Madrid, 2004, pág. 148).  Teniendo en cuenta que Periquín era un niño pequeño altamente travieso, queda bastante difícil o improbable que tal personaje esté tan deseoso de pasar la noche de Navidad atendiendo la Misa del Gallo con sus padres. No es imposible, pero sí desentona con el resto de la personalidad y retrato del personaje. Era una forma transversal (indirecta) de educar. Un ídolo radiofónico infantil desde 1954 tenía este arrebato religioso y familiar dentro de los cánones cristianos, teniendo en cuenta que buena parte de sus radioyentes era un público infantil, el mensaje transversal (insisto: indirecto) era claro. Se arraigaba en las mentes sin apenas reparar en ello, sobre todo porque simplemente se mencionaba éste y otros hechos como algo natural, sin necesidad de explicación o proselitismo. Se aceptaba como "lo normal". Nada se decía de otras formas de vivir la Navidad, conocidas en España antes de 1936 cuando había diferentes tipos de familia y personas que no íban a misa o a procesión religiosa alguna. En el mismo libro (por tanto en el serial) se pueden leer otros ejemplos de educación sobre cómo han de ser las familias: estrictamente cristianas, con una madre que sea a la vez sirvienta del hogar y un padre cuya autoridad sea indiscutida y absoluta, el hijo es entendido, por otra parte, casi como una propiedad del padre y la madre, no como una persona a educar con voluntad propia. Incluso se pueden encontrar pasajes que hablan de la sexualidad de manera muy lejana, como cierto capítulo donde a Periquín le llevan todos los domingos de visita a una casa donde los mayores "hablan de sus cosas, se abrazan y se dan besos", aunque él prefiere cuando le llevan "al cine". Normal, al menos veía una película. Pero este pasaje, por otro lado altamente casto en su narración, nos descubre una España que tiene que esconder y contener sus deseos sexuales en inocentes visitas al novio o a la novia a su casa con alguien, un niño, que impide hacer nada más que tener una tertulia y un abrazo con presumible beso en la mejilla, pues en la casa visitada no hay otro adulto, hay varios adultos, obviamente los padres de ella. Lo que ocurra en el cine es más atrevido, de ahí la famosa expresión de "la fila de los mancos", pero con un niño pequeño al lado y una sala repleta de gente, por mucha oscuridad y alevosía que hubiera, imperaba aún lo casto pese a lo atrevido. Lo que nos importa de este pasaje, no obstante, es esa educación transversal de la que se deduce de manera indirecta que las relaciones entre hombres y mujeres jóvenes deben ser sin libidinosidad, sin deseo sexual. No hasta el matrimonio, y es que el matrimonio de los padres de Periquín, nos recuerda el valor del mismo. Un valor por otro lado tan patriarcal que al niño de manera transversal se le hace comprender su posición dominante como hombre al presentar su nombre mediante una tradición que si bien ahora es algo entrañable, en aquellas épocas tenía otras connotaciones aparte de las entrañables, el hijo recibe el nombre del padre, que es el que mandaba en casa.

En cuanto a los nombres entrañables de personajes, en cualquier libro, el de Curro y el de Paco tenían especial relevancia, y nos llevan al nombre real: Francisco. Cada vez que el nombre de Francisco, Paco o Curro, aparecía en un libro, la oficina del censor al cargo ponía especial interés por ese personaje. Es algo que vi en varios libros siempre coincidente. Francisco no era un nombre para cualquiera. El dictador, el gobernante, era Francisco Franco, y Francisco era un nombre de alguien que siempre debía ser ejemplar. No es interpretación gratuita por mi parte, es observación de unos cuantos, bastantes, expedientes de censura. Francisco no era un nombre para cualquier personaje, y en este sentido tampoco cualquiera de sus otras formas. Para los más irreverentes, aunque también prohibido, siempre les quedaría el consuelo privado de llamar al dictador como le llamaba el general Queipo de Llano, que siendo uno de sus partidarios eran entre ellos personas que no se soportaban entre sí, mientras Franco le llamaba a Queipo: "el carnicerito", Queipo le llamaba a Franco: "Paca la Culona". Pero este tema nada tiene que ver con la censura.

De momento, de cara a la siguiente entrega de este serial de seis, quedémonos con los libros, la censura, la educación y el adoctrinamiento.

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