miércoles, febrero 24, 2010

NOTICIA 754ª DESDE EL BAR: BALADA TRISTE DE UNA DAMA (21 y fin)

Capítulo 21: fin del viaje.

“¿Qué os admira? ¿Qué os espanta,
si fue mi maestro un sueño,
y estoy temiendo, en mis ansias,
que he de despertar y hallarme
otra vez en mi cerrada
prisión? Y cuando no sea,
el soñarlo sólo basta;
pues así llegué a saber
que toda la dicha humana,
en fin, pasa como sueño,
y quiero hoy aprovecharla
el tiempo que me durare,
pidiendo de nuestras faltas
perdón, pues de pechos nobles
es tan propio el perdonarlas.”

El actor terminó así la obra sobre el escenario en aquel patio encerrado entre casas de vecinos. El toldo extendido a modo de techo en aquel corral de comedias sofocaba bastante el calor aquella calurosa tarde de verano en Madrid. Aunque el tema había sido extraño, por tratar temas más metafísicos que de acción, la obra había gustado. Llevaba unos pocos años interpretándose y cosechaba éxitos. Su autor, un hombre con traje negro, media melena y un bigotito que quedaba muy bien con una pequeña perilla puntiaguda que nacía de su labio inferior, salió a saludar junto a todo el reparto de actores. Los hombres del patio se habían levantado de sus diferentes tipos de asiento a aplaudir. Las mujeres también aplaudían. La gente de atrás, y las mujeres de la cazuela, en pie, los llamados mosqueteros, no vociferaba ni lanzaba verduras apelotonada entre sí, cansados de las tres horas de sesión, con calor que no llegaba a calmarles ni el toldo ni estar cerca de un pozo de agua, también ovacionaban la obra. Aplaudían también las gentes nobles y ricas de los balcones, de los enrejados y ventanas.

Uno de aquellos reservados lo había pagado un noble castizo llamado Carlos Julián Arguedas. Era un caballero de la Orden de Santiago. Su, esposa Rebeca Triguero, había alojado en su casa esas semanas a unas italianas amigas suyas. Estas damas, María Gento y Catalina Perazzo, eran de la isla de Cerdeña. La una rubia, la otra morena, habían conocido a su vez a una joven dama española nacida en Las Indias españolas, Patricia de Santamaría, cuya historia, contada en breves y enigmáticas frases por ella, les había fascinado. Ocultos a las miradas molestas de las clases populares, exactamente en un balcón enrejado, se encontraban aplaudiendo también aquella obra teatral. El autor ya tenía fama en esos días y eso era otro aliciente que les había atraído aquella calurosa tarde madrileña al corral de comedias, aparte, claro está, de querer encontrar Carlos Julián y Rebeca distracciones apropiadas para sus invitadas.

-¿Y dices que Calderón se irá a la guerra? –preguntó a media voz Rebeca a su esposo acercándole la cabeza mientras aplaudían.
-Eso dicen –contestó Carlos Julián-. Los catalanes se han levantado en armas del lado de los franceses y los portugueses también. Él se siente dispuesto a combatir, como hace dos años.
-Pues qué entero se le ve reverenciándose ante tanta gente sabiendo que podría morir en el frente –dijo Rebeca, que era una mujer joven y hermosa, de rasgos españoles, y curiosa de las novedades de su época.
-¿Teniendo tanto éxito irá a exponer su vida? –preguntó María Gento, mientras los aplausos generales de todo el corral comenzaban ya a menguar.
-Pues ya lo ve, señora –dijo Carlos Julián-. En los Reinos Hispánicos de nuestro Rey común no sobran aún hombres gallardos como él, aunque sí nos falten en número para alimentar tantos frentes abiertos.
-Pues es una lástima -dijo Rebeca-. Yo también creo que debería quedarse aquí, dirigiendo comedias. No sólo en el corral de la Cruz o en el del Príncipe, haciendo comedias, simplemente. Si hasta el Rey le pide sesiones privadas, es motivo más que suficiente para que el propio Rey le pida que no combata.
-Mi dama –dijo Carlos Julián cuando ya todos dejaban de aplaudir y comenzaban a dejar el lugar-, estas cosas son cosas complejas y de honor. Ya veréis como Calderón vuelve de esa guerra con más honra que con la que ahora se va.
-Pero no lo entiendo –intervino Catalina-, si en esta obra… ¿Cómo se llamaba?
-“La vida es sueño” –contestó rápida Rebeca, que era gran consumidora de obras de teatro y lecturas.
-Gracias. Si en “La vida es sueño” habla de hacer el bien en todo momento, ¿acaso matar no es hacer un mal y no un bien?
-No es lo mismo –siguió la conversación Carlos Julián-. La guerra no es lo mismo que matar. Se mata, pero no como asesinos. Es una causa justa… y más en estos tiempos donde toda España tiembla y corre riesgo de resquebrajarse.
-Pero… -Catalina dudaba de esas razones imprecisas.
-Pues yo creo que la muerte es horrible y matar es horrible –dijo Rebeca a su esposo.
-No hay nada justo en matar –apuntilló María.
-Estamos pasando unos tiempos… -comenzaba su discurso Carlos Julián cuando fiue interrumpido por su esposa.
-No hay excusa, ¿por qué no vais vos si tanta gloria hay? –Rebeca metía así el dedo en la llaga a su esposo, sin querer ofenderle, sino queriendo ganar la conversación, sin darse cuenta de que a su esposo aquello le dolió, pues entre ellos sabían íntimamente que él pagó a la Corona para que uno de sus vasallos combatiera en la guerra en su lugar.
-¿Y vos, doña Patricia? –desvió los tintes de la conversación María Gento, cuando intuyó cierta turbación de herida en el amor propio de aquel hombre-. ¿Qué opináis vos?
-Yo… -dijo avasallada inesperadamente por aquella pregunta que ahondó en su ser más profundo-. Yo de la muerte sólo sé que quiero olvidarla.
-No podemos olvidarla –dijo Carlos Julián-. Es parte de la vida.
-Claro –dijo Rebeca, su esposa-. Todos estamos en esta vida para morir e ir con el Señor. No podemos olvidar nuestra muerte en esta vida.
-Yo quiero olvidarla, quiero olvidarla en mi vida –contestó Patricia de Santamaría.
-Pero no podemos –insistió Carlos Julián.
-¿Os estamos incomodando? –preguntó María Gento atenta al mutismo en el que cayó aquella dama española.
-No quiero hablar de la muerte…
-Cariño –dijo Rebeca inclinándose hacia ella condescendiente y poniendo sus manos sobre las rodillas de María Gento-, sabemos que lo pasaste mal cuando aquella terrible de los piratas, no queríamos incomodarte.
-Los piratas deben ser gente terrible, ¿verdad? –preguntó Catalina, interesada en este tema que aún no habían abordado en toda la tarde.
-Pero también debió ser algo apasionante –dijo María Gento.
-Los piratas son criminales que asolan, matan y violan en Las Españas –dijo contundente Carlos Julián creyendo dar así cierto apoyo moral a aquella joven dama que empezaba a palidecer ante lo que parecía una turba de recuerdos viniendo en tropel a su mente.
-Oh, sí –dijo la italiana María Gento-, pero viajar de lado a lado, arriesgando la vida por ganar mejor fortuna…
-Sí, deben ser gente brava. Yo nunca he estado en Las Indias, pero deben ser apasionantes aquellos lugares… ¿Cómo era aquello de los indios que conoció? –preguntó Catalina Perazzo.
-Los piratas no son gente brava, son gente vil y merecerían morir así, a garrote vil –continuó Carlos Julián en aquella actitud entre el rechazo a la piratería y el apoyo a Patricia de Santamaría, cuyos recuerdos eran ya demasiado dolorosos.
-Oh, basta –interrumpió Rebeca-. Dejad que nuestra invitada respire, la pobre –y dirigiéndose otra vez condescendiente a ella-. No os torturéis. Pensad en la muerte como si fuera un cuento si os agrada más. Tal vez así os sea más fácil soportar su recuerdo. Como los antiguos griegos, que imaginaban que la muerte llegaba en barca y la gente viajaba en aquella barca de la orilla de la vida a la orilla de la muerte. Pensad así, como si fuera un cuento agradable, como si la muerte fuese un agradable paseo en barca.

Patricia de Santamaría lloró. Lloró y no supieron consolarla. La dama española sabía que la barca de Caronte cobraba un precio para poder llevar a los muertos, y que lo muertos caídos al lago extendían sus brazos desde el agua intentando llevarse consigo a los embarcados. Patricia de Santamaría lloró, porque era una dama y aún no había llorado como persona lo que como dama no lloró desde Paul Muys a su cárcel española. Lloró, porque la muerte que viajaba en barca la depositó al fin en una orilla con aquella conversación. Porque la vida era un sueño, y aún no la había disfrutado. Era un sueño donde las vidas se cruzaban con múltiples posibilidades y lloró porque sólo había mirado el fondo de la barca y nunca a la orilla cercana donde comenzar una nueva vida. Lloró, porque en adelante, tenía mucha vida que disfrutar fuera de aquella barca.

(Este relato completo tiene registro de autor bajo licencia creative commons, al igual que el resto del blog según se lee en la columna de links de la derecha de la página. De este relato no está permitido su reproducción total o parcial sin citar el nombre del autor, y aún así no estará bajo ningún concepto ni forma permitida la reproducción si es con ánimo de lucro).

4 comentarios:

Canichu, el espía del bar dijo...

La obra citada que da comienzo al capítulo es: Pedro Calderón de la Barca, "La vida es sueño", 1635, final del tercer acto. Citado de la edición gratuita en:

http://www.e-libro.net/E-libro-viejo/gratis/vidasuenio.pdf

carde dijo...

gran historia dani me gusta mucho..

Dv dijo...

muito boa história!leitura empolgante e fluida Transporta-nos para outras epocas. Continua

Canichu, el espía del bar dijo...

Gracias. De momento este relato ya está acabado. Ahora retomaremos el ritmo habitual del blog. En archivos de meses anteriores, desde el inicio del blog, hay otros relatos. Recomendación: buscad Los Treinta.