Capítulo 8: quien roba a un ladrón
En aquella costa de Santo Domingo los bucaneros y filibusteros habían levantado un pequeño poblado de casas de madera cerca de la playa. Incluso contaba con una empalizada con vigías para defenderse de posibles ataques de las autoridades españolas de la isla. Las casas estaban bien dispuestas para facilitar la huida por mar hacia la cercana isla de La Tortuga, donde podían ser más fuertes, si fuera necesario. Algunos españoles comerciaban allí de contrabando con ellos, habiendo algunos que incluso se habían establecido entre ellos dentro de aquella sociedad pirata gobernada con las normas de los filibusteros franceses que mandaban en ese emplazamiento. Había otros poblados parecidos a lo largo de la zona occidental de La Española, pero era en ese lugar donde “los Jimis” estaban preparando su barco para un viaje con su cautiva.
Sobre la cubierta del barco inglés se encontraba David, el capitán negrero de origen portugués. Hablaba con un español renegado de la justicia, Trujillo, que se había hecho bucanero entre aquellos. Trujillo solía trabajar con el portugués en el contrabando de bucán en esa isla. David, personaje tan claro por fuera como oscuro por dentro, no sólo traficaba con negros africanos de forma legal e ilegal indistintamente, mantenía estos negocios bucaneros y aún otros que implicaban una red maquiavélica cuyos agentes, amigos normalmente del portugués, ocultaban el nombre del mismo. Trujillo había traído en un carro otras dos reses más preparadas en carne de bucán para sumarlas a la primera res que el propio David trajo al barco acompañado de los propios “Jimis”. Le entregó una parte del dinero que le habían pagado y le dio instrucciones para que llevara su parte a Carlos Gómez y Sergio Corbacho. Él no pretendía regresar al lado oriental de la isla, donde se encontraba anclado su barco en la capital. Las historias que había oído sobre Patricia de Santamaría le hacían sospechar que allí podría haber grandes beneficios si lograba sacarla del barco y llevarla de vuelta a Veracruz con su padre. Pensaba que lograría un buen rescate, como se rumoreaba, y si no era así siempre podía practicar una extorsión para lograrlo. Patricia de Santamaría para él era un negocio mejor por el que poder ganar más dinero que por cualquiera de los esclavos negros más valorados en sus ventas en Cartagena de Indias. Si lo lograba por medio de una recompensa voluntaria incluso podría ganar cierto prestigio social entre los españoles que le podría ser muy útil en sus negocios legales… y de tapadera de los ilegales. Por ello mandó a Trujillo ir a la capital de Santo Domingo tras pagar su parte a sus socios, con el fin de que allí esperara en su barco negrero a un mulato que le era fiel y estaba por venir pronto a reunirse con él a La Española. Este mulato, Jorge Gomero, debía hacerse cargo del barco y llevarlo a Punta Cana, en el extremo más oriental de la isla, e iniciar un viaje de carga de mercancía humana a Angola si en dos meses no había regresado él. Si eso ocurría se reunirían en varios meses convenidos en la mismísima Cartagena de Indias para hacer la venta de negros. David no desconfiaba de nada de este mulato. Gamero era un hombre que le era en exceso sumiso, quizá por no tener ningún lugar donde fuese aceptado con tanto aprecio como estando al servicio del negrero.
Trujillo bajaba del barco inglés cuando el capitán Jimmy se acercó a David el portugués que miraba desde la borda una escena llena de gente en tierra. Del aquel grupo de gente curiosa salió un hombre y que se dirigía al barco mientras una mujer alta de pelo rizado se alejaba en otra dirección después de haberle cogido las manos entre las suyas.
-Ahí viene el señor Steinman –dijo el capitán Jimmy con voz indolente-. Esa es su compañera, una flamenca, Barbara Von Cauwalaert. Ella quiere que nuestro señor Steinman se quede a vivir aquí con ella y han ido a hablar con el jefe de los filibusteros franceses. Los franceses se organizan demasiado… y son tan aleatorios. Su ley puede ser hoy esta y mañana otra, según su parecer.
-Pero tienen normas –dijo el portugués.
-Sí, pero no están escritas. Acaso algunas cosas se respetan por tradición, pero sus normas son de libre interpretación por sus cabecillas. Por eso a mí no me gustan. Prefiero que no me digan qué debo hacer. Sin embargo es necesario convivir con los franceses, este puerto es bastante seguro… dentro de lo que es vivir en un puerto de una isla española. Esto es lo que me hace reír de ellos –haciendo un alto en su discurso el capitán Jimmy añadió aún con tono indiferente-. Vaticino que el señor Jason Steinman va a perder a su amada Barbara Von Cauwalaert.
-¿En qué se basa?
-En que no volveremos a pisar esta isla. ¿Se imagina? Usted volverá, por supuesto, es un honrado vendedor de personas… bueno, cuando nos la vende a mi socio y a mí es sólo un vendedor de personas –el capitán Jimmy nunca medía sus palabras, era un provocador nato sin considerar las consecuencias en todas sus posibilidades-. Pero nosotros no volveremos. Nos aburre esta isla. Tal vez volveremos a La Tortuga, tiene más vida, ¿no cree? Así que espero que el jefe de los filibusteros de este pueblucho no le haya hecho muchas ilusiones a la parejita dándoles su visto bueno para instalarse… y si se las ha hecho peor para la holandesa. A fin de cuentas le hago un favor al señor Steinman, ¿qué hace un inglés intentando tiznar su sangre con una holandesa? Y menos con una holandesa dispuesta a tiznarse con alguien de pasado judío. Su padre se convertiría, pero entonces porqué mantiene el apellido. Por lo que a mí respecta no es mejor él que ella, ¿no cree?
Jason Steinman acababa de subir al barco tras acercarse en un bote y usar la escala casi al lado de ellos.
-Buenos días, señor Steinman, zarparemos pronto, no desembarque ya. Me alegra tenerle a bordo.
Jason Steinman saludó y fue hacia los camarotes. David compadeció a aquel pirata.
-La verdad es que no comprendo qué hace un judío en mi barco, pero me preocupa más la presencia de un portugués. Podría explicarme otra vez, amigo David, porqué quiere viajar con nosotros y no en su barco negrero –el capitán Jimmy se volvió esta vez hacia el portugués para mirarle la cara, cosa que él correspondió.
-Mis negocios están a buen cuidado. Necesito hacer un viaje secreto y me ayudaría bastante que los españoles crean que estoy a bordo de mi barco y viajar en realidad a bordo del suyo.
-No es cosa mía meterme en sus negocios, cada uno tiene sus asuntos, pero comprenderá que me preocupa llevar pasajeros de más, y usted, señor David, no deja de ser un portugués con un Rey que no me simpatiza demasiado.
-Creo, capitán Jimmy, que no debe haber ningún Rey en el mundo a quien usted simpatice –ante las palabras de David el capitán Jimmy esbozó una forzada media sonrisa-. Hemos hecho buenos negocios en el pasado. No tiene que temer de mí. Le hubiese entregado hace tiempo si yo fuera su enemigo, ¿no cree, capitán?
-Es cierto –dijo el inglés volviendo a mirar por la borda-. Pero ya que nuestra amistad es una amistad comercial, dígame, en este favor ¿qué ganamos mi socio y yo?
-Una cifra, un porcentaje de lo que gane de la venta de mi próxima venta de esclavos.
-Hablamos de un 50.
-Capitán, no me tome por ingenuo.
-Cierto, creí que era un viaje importante para usted. Quizá hablamos de un 30.
-De un 20.
-25.
-De acuerdo.
-¿Y dónde he de desembarcarle?
-En Florida.
-Bonitas costas. Espero un momento, señor David, he de consultarlo con mi socio… ya sabe, los negocios a medias.
-Vaya capitán, yo me quedaré aquí –David observó como el capitán Jimmy se alejaba por cubierta en busca de Jimi “el Rizos”.
El portugués no tenía ningún viaje secreto más allá de sus intenciones de raptar a Patricia de Santamaría para cobrar el rescate o extorsionar a su padre. Había inventado la historia del viaje secreto y regateado una cifra que no pensaba pagar. Era el mejor modo de que su trampa funcionara. “Los Jimi” no eran sus mejores clientes, y defenderse de ellos cuando descubrieran el engaño suponía que le iba a ser fácil, no obstante jugaba con la ventaja de saber el porqué real de querer embarcar en el barco pirata inglés. La parte complicada la encontraba en cómo sacaría a Patricia de Santamaría del barco. En esto pensaba cuando se acercaron “los Jimis” a él.
-De acuerdo, señor David –dijo el capitán Jimmy-. Espero que disfrute de nuestra compañía en su viaje. Nosotros disfrutaremos del cobro el año que viene cuando haya vendido su nueva remesa de esclavos.
-Vamos a zarpar ya –dijo Jimi “El Rizos”-, le acomodaremos en los camarotes del castillo de popa junto a los nuestros, venga.
Los tres fueron hacia popa. David el portugués estaba satisfecho, había picado el anzuelo de su trampa. La red de araña estaba tendida. Sabía, por el guardián de la puerta, que ella, Patricia de Santamaría, estaba encerrada en uno de esos camarotes de popa. A lo largo del viaje tendría tiempo para urdir el plan del rapto, un rapto que no podía presentársele mejor.
En aquella costa de Santo Domingo los bucaneros y filibusteros habían levantado un pequeño poblado de casas de madera cerca de la playa. Incluso contaba con una empalizada con vigías para defenderse de posibles ataques de las autoridades españolas de la isla. Las casas estaban bien dispuestas para facilitar la huida por mar hacia la cercana isla de La Tortuga, donde podían ser más fuertes, si fuera necesario. Algunos españoles comerciaban allí de contrabando con ellos, habiendo algunos que incluso se habían establecido entre ellos dentro de aquella sociedad pirata gobernada con las normas de los filibusteros franceses que mandaban en ese emplazamiento. Había otros poblados parecidos a lo largo de la zona occidental de La Española, pero era en ese lugar donde “los Jimis” estaban preparando su barco para un viaje con su cautiva.
Sobre la cubierta del barco inglés se encontraba David, el capitán negrero de origen portugués. Hablaba con un español renegado de la justicia, Trujillo, que se había hecho bucanero entre aquellos. Trujillo solía trabajar con el portugués en el contrabando de bucán en esa isla. David, personaje tan claro por fuera como oscuro por dentro, no sólo traficaba con negros africanos de forma legal e ilegal indistintamente, mantenía estos negocios bucaneros y aún otros que implicaban una red maquiavélica cuyos agentes, amigos normalmente del portugués, ocultaban el nombre del mismo. Trujillo había traído en un carro otras dos reses más preparadas en carne de bucán para sumarlas a la primera res que el propio David trajo al barco acompañado de los propios “Jimis”. Le entregó una parte del dinero que le habían pagado y le dio instrucciones para que llevara su parte a Carlos Gómez y Sergio Corbacho. Él no pretendía regresar al lado oriental de la isla, donde se encontraba anclado su barco en la capital. Las historias que había oído sobre Patricia de Santamaría le hacían sospechar que allí podría haber grandes beneficios si lograba sacarla del barco y llevarla de vuelta a Veracruz con su padre. Pensaba que lograría un buen rescate, como se rumoreaba, y si no era así siempre podía practicar una extorsión para lograrlo. Patricia de Santamaría para él era un negocio mejor por el que poder ganar más dinero que por cualquiera de los esclavos negros más valorados en sus ventas en Cartagena de Indias. Si lo lograba por medio de una recompensa voluntaria incluso podría ganar cierto prestigio social entre los españoles que le podría ser muy útil en sus negocios legales… y de tapadera de los ilegales. Por ello mandó a Trujillo ir a la capital de Santo Domingo tras pagar su parte a sus socios, con el fin de que allí esperara en su barco negrero a un mulato que le era fiel y estaba por venir pronto a reunirse con él a La Española. Este mulato, Jorge Gomero, debía hacerse cargo del barco y llevarlo a Punta Cana, en el extremo más oriental de la isla, e iniciar un viaje de carga de mercancía humana a Angola si en dos meses no había regresado él. Si eso ocurría se reunirían en varios meses convenidos en la mismísima Cartagena de Indias para hacer la venta de negros. David no desconfiaba de nada de este mulato. Gamero era un hombre que le era en exceso sumiso, quizá por no tener ningún lugar donde fuese aceptado con tanto aprecio como estando al servicio del negrero.
Trujillo bajaba del barco inglés cuando el capitán Jimmy se acercó a David el portugués que miraba desde la borda una escena llena de gente en tierra. Del aquel grupo de gente curiosa salió un hombre y que se dirigía al barco mientras una mujer alta de pelo rizado se alejaba en otra dirección después de haberle cogido las manos entre las suyas.
-Ahí viene el señor Steinman –dijo el capitán Jimmy con voz indolente-. Esa es su compañera, una flamenca, Barbara Von Cauwalaert. Ella quiere que nuestro señor Steinman se quede a vivir aquí con ella y han ido a hablar con el jefe de los filibusteros franceses. Los franceses se organizan demasiado… y son tan aleatorios. Su ley puede ser hoy esta y mañana otra, según su parecer.
-Pero tienen normas –dijo el portugués.
-Sí, pero no están escritas. Acaso algunas cosas se respetan por tradición, pero sus normas son de libre interpretación por sus cabecillas. Por eso a mí no me gustan. Prefiero que no me digan qué debo hacer. Sin embargo es necesario convivir con los franceses, este puerto es bastante seguro… dentro de lo que es vivir en un puerto de una isla española. Esto es lo que me hace reír de ellos –haciendo un alto en su discurso el capitán Jimmy añadió aún con tono indiferente-. Vaticino que el señor Jason Steinman va a perder a su amada Barbara Von Cauwalaert.
-¿En qué se basa?
-En que no volveremos a pisar esta isla. ¿Se imagina? Usted volverá, por supuesto, es un honrado vendedor de personas… bueno, cuando nos la vende a mi socio y a mí es sólo un vendedor de personas –el capitán Jimmy nunca medía sus palabras, era un provocador nato sin considerar las consecuencias en todas sus posibilidades-. Pero nosotros no volveremos. Nos aburre esta isla. Tal vez volveremos a La Tortuga, tiene más vida, ¿no cree? Así que espero que el jefe de los filibusteros de este pueblucho no le haya hecho muchas ilusiones a la parejita dándoles su visto bueno para instalarse… y si se las ha hecho peor para la holandesa. A fin de cuentas le hago un favor al señor Steinman, ¿qué hace un inglés intentando tiznar su sangre con una holandesa? Y menos con una holandesa dispuesta a tiznarse con alguien de pasado judío. Su padre se convertiría, pero entonces porqué mantiene el apellido. Por lo que a mí respecta no es mejor él que ella, ¿no cree?
Jason Steinman acababa de subir al barco tras acercarse en un bote y usar la escala casi al lado de ellos.
-Buenos días, señor Steinman, zarparemos pronto, no desembarque ya. Me alegra tenerle a bordo.
Jason Steinman saludó y fue hacia los camarotes. David compadeció a aquel pirata.
-La verdad es que no comprendo qué hace un judío en mi barco, pero me preocupa más la presencia de un portugués. Podría explicarme otra vez, amigo David, porqué quiere viajar con nosotros y no en su barco negrero –el capitán Jimmy se volvió esta vez hacia el portugués para mirarle la cara, cosa que él correspondió.
-Mis negocios están a buen cuidado. Necesito hacer un viaje secreto y me ayudaría bastante que los españoles crean que estoy a bordo de mi barco y viajar en realidad a bordo del suyo.
-No es cosa mía meterme en sus negocios, cada uno tiene sus asuntos, pero comprenderá que me preocupa llevar pasajeros de más, y usted, señor David, no deja de ser un portugués con un Rey que no me simpatiza demasiado.
-Creo, capitán Jimmy, que no debe haber ningún Rey en el mundo a quien usted simpatice –ante las palabras de David el capitán Jimmy esbozó una forzada media sonrisa-. Hemos hecho buenos negocios en el pasado. No tiene que temer de mí. Le hubiese entregado hace tiempo si yo fuera su enemigo, ¿no cree, capitán?
-Es cierto –dijo el inglés volviendo a mirar por la borda-. Pero ya que nuestra amistad es una amistad comercial, dígame, en este favor ¿qué ganamos mi socio y yo?
-Una cifra, un porcentaje de lo que gane de la venta de mi próxima venta de esclavos.
-Hablamos de un 50.
-Capitán, no me tome por ingenuo.
-Cierto, creí que era un viaje importante para usted. Quizá hablamos de un 30.
-De un 20.
-25.
-De acuerdo.
-¿Y dónde he de desembarcarle?
-En Florida.
-Bonitas costas. Espero un momento, señor David, he de consultarlo con mi socio… ya sabe, los negocios a medias.
-Vaya capitán, yo me quedaré aquí –David observó como el capitán Jimmy se alejaba por cubierta en busca de Jimi “el Rizos”.
El portugués no tenía ningún viaje secreto más allá de sus intenciones de raptar a Patricia de Santamaría para cobrar el rescate o extorsionar a su padre. Había inventado la historia del viaje secreto y regateado una cifra que no pensaba pagar. Era el mejor modo de que su trampa funcionara. “Los Jimi” no eran sus mejores clientes, y defenderse de ellos cuando descubrieran el engaño suponía que le iba a ser fácil, no obstante jugaba con la ventaja de saber el porqué real de querer embarcar en el barco pirata inglés. La parte complicada la encontraba en cómo sacaría a Patricia de Santamaría del barco. En esto pensaba cuando se acercaron “los Jimis” a él.
-De acuerdo, señor David –dijo el capitán Jimmy-. Espero que disfrute de nuestra compañía en su viaje. Nosotros disfrutaremos del cobro el año que viene cuando haya vendido su nueva remesa de esclavos.
-Vamos a zarpar ya –dijo Jimi “El Rizos”-, le acomodaremos en los camarotes del castillo de popa junto a los nuestros, venga.
Los tres fueron hacia popa. David el portugués estaba satisfecho, había picado el anzuelo de su trampa. La red de araña estaba tendida. Sabía, por el guardián de la puerta, que ella, Patricia de Santamaría, estaba encerrada en uno de esos camarotes de popa. A lo largo del viaje tendría tiempo para urdir el plan del rapto, un rapto que no podía presentársele mejor.
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