lunes, febrero 01, 2010

NOTICIA 736ª DESDE EL BAR: BALADA TRISTE DE UNA DAMA (3)

Capítulo 3: Veracruz.

El pequeño palacio de Patricio de Santamaría en Veracruz estaba rodeado de un precioso jardín en su entrada y unas tierras de cultivo en su parte trasera. Varios criollos trabajaban en esas tierras cuando a las tres de la tarde llegaron a la puerta los hermanos Martín, Rubén y Luis. Habían sido llamados por la segunda esposa de Patricio de Santamaría, Alana Chamorro, a media mañana. Rubén y Luis Martín habían trabajado en otros encargos de esta familia en el pasado, sobre todo en asuntos de negocios comprometidos en Acapulco, tratando de ajustar cuentas con peruleros que traían a costas cercanas a aquella ciudad productos de China a través de la vía de Filipinas y a escondidas de unas autoridades bien pagadas y calladas. Del mismo modo, en la misma Veracruz, habían atendido negocios similares, escamoteando algunas cifras del recuento de oro y plata que debía embarcar para España de sus negocios, con el fin de eludir los impuestos exagerados de la Corona, o bien para evitar las ya demasiado habituales confiscaciones en nombre del Rey y devueltas en juros de dudoso cobro futuro.

Rubén y Luis Martín eran hermanos de mismo padre, pero no de misma madre. Rubén había heredado todos los rasgos de su madre andaluza. De barba de perilla bien cuidada y bigote elegante, pelo largo y pañuelo en la cabeza para cuidar su frente de las rozaduras de un elegante sombrero de ala ancha, bien a juego con su capa basta y negra. Tez blanca y modales de galante con las jóvenes y arrogante con los hombres, tenía en su voz un ligero defecto de una herida de bala que recibió en la defensa de Breda ante el asedio holandés. A poco podría haber muerto de aquella, la bala le atravesó limpiamente a muy poca distancia de la arteria. Su hermano Luis Martín era menor. Hijo de una india de ascendencia azteca, era de piel bronceada, pelo igualmente largo y negro, sólo que le alcanzaba hasta la cintura. Delgado y de espada fácil, en su familia sólo le reconoció su hermano. Eran ambos hombres que vivían de fortuna. Aparentemente caballeros, no les faltaban los halagos femeninos, ni los trabajos de espada cuyo dinero les mantenía.

En la casa de los hidalgos Santamaría se había sabido el día anterior del rapto de Patricia de Santamaría. Su padre, Patricio, al oír la noticia torció el gesto y así se le quedó, pues de una extraña contracción cayó al suelo y no podía mover mucho más que un poco las manos, ni siquiera el habla le asistía, si no era por medio de la escritura. No comió ni durmió en todas aquellas horas. Su segunda esposa Alana Chamorro había intentado que lo hiciera en vano. Tampoco el servicio de la casa lo logró. Por escritura sólo pedía que regresara su hija. De este modo al final, al día siguiente, Alana Chamorro hizo venir a Rubén y Luis Martín. Allí entraron ellos, a aquel salón de gran chimenea, apagada en esas fechas, como era obvio, donde él les esperaba sentado en una butaca, como espectador, y donde Alana Chamorro, vestida con un elegante vestido de color burdeo lleno de bordados, les esperaba en pie a s lado.

-Señor, señora, aquí nos tienen –dijo Rubén Martín quitándose el sombrero.
-Me alegro de vuestra presencia –dijo Alana Chamorro-. Tengo entendido que por toda Veracruz ya se sabe de lo que ha ocurrido con mi amada hijastra Patricia.
-Sí, señora –dijo Rubén.
-Entonces sobran esas explicaciones, el tiempo nos apremia –Alana puso una mano sobre el hombro de su esposo, este hizo aspavientos con sus manos y un patético intento de hablar que mal quedaba combinado con su gesto torcido y paralítico, ella intentó calmarlo, con acierto, elegantemente con su otra mano-. Mi esposo quiere decirles que desea que Patricia vuelva lo antes posible sana y salva.
-Eso haremos, señora, os la devolveremos sana y salva. Sabe si su prometido…
-No. Patricia ya no tiene prometido. Ese rufián bastardo se ha desentendido de ella. No podéis esperar ayuda de él. El dinero que necesitéis os lo daremos nosotros. Tendréis un barco dispuesto en el puerto esta misma noche para zarpar y unos pocos hombres que nos han sido siempre fieles. Paul Muys es un gran sanguinario, estamos dispuestos a pagar el rescate. Tenemos preparado para vuestro viaje un arca con plata abundante. Negociad con él, no la despreciará.
-Entendemos, señora.

En ese momento se abrió de golpe y de par en par la puerta del salón. Una niña rubia entró corriendo a abrazarse a las faldas de su madre, perseguida por una sirvienta.

-Está bien, Sofía, déjela, puede retirarse –Alana había parado a la sirvienta levantando su mano derecha mientras que con la izquierda acogía a su hija.

Sofía se retiró sin dar la espalda y cerrando la puerta a la par que se inclinaba en signo de respeto. Alana Chamorro se apartó de su marido y se acercó con su hija a una mesita donde se sentó en una silla decorada con panes de oro. Con un cepillito del pelo que estaba en la mesa, comenzó a cepillar la melena rubia de su hija, casi dorada.

-Sara –le hablaba en un tono dulce a su hija-, ¿estabas jugando? Deja que mamá te cepille el pelo, mientras habla con estos señores. ¿Quieres que mamá te cepille el pelo? ¿Eh, quieres? –Sara asintió con la cabeza a la pregunta de su madre-. Muy bien, vamos a cepillarte el pelo… creo que tu papá está cansado, ha tenido un día difícil, ¿verdad, Sara? ¿Crees que papá tiene que dormir? –la niña asintió-. Patricio, cariño, Sara también cree que debes dormir –Patricio no deseaba irse, pero su parálisis le hacía llevar su resignación en silencio. Su esposa tintineó una campanilla y apareció el camarero de Patricio quien, a la orden de Alana, se llevó a su amo a su cámara para dormir.

Rubén y Luis esperaron en silencio y pacientemente a que todo esto ocurriera y volvieran a cerrar la puerta, mientras Alana Chamorro cepillaba el pelo de su hija Sara.

-Mi hija es hermosa, ¿no creen vuestras mercedes? –dijo Alana sin dejar de cepillarla con amor.
-Será una dama hermosa –dijo Rubén Martín.
-Sí, lo será. ¿Y debe una dama hermosa ser monja y ganar con ello un gran bien divino?
-Lo divino es siempre una gran recompensa.
-Pero, ¿acaso hasta el Papa de Roma no ha nacido de una mujer?

Rubén y Luis callaron ante pregunta tan comprometida, con apenas un ligero carraspeo de mal tragar saliva Rubén por su garganta dañada para hablar.

-Pues si el Papa ha nacido de mujer, y su Santidad es nuestro intermediario directo con Nuestro Señor Jesucristo, la mujer que parió al Papa también debía ser muy hermosa, y también ella ganó un gran bien divino pariendo a su hijo.
-Supongo que sí, señora –dijo Rubén a media voz.
-Quizá mi hija no deba ser monja. Es demasiado pequeña para saber siquiera qué es un convento –Alana seguía cepillando el pelo rubio de Sara-. Mi esposo no tiene hijos varones. Su anterior esposa sólo le dio a Patricia, y yo, yo le he dado a Sara.

Hubo otro silencio lleno de cuestiones en el aire.

-Sara podría vivir en esta casa. Sin ser monja. Yo amo a mi hijastra, pero soy consciente de que ese Paul Muys es realmente peligroso… Tanto que tal vez a vuestras mercedes les sea difícil rescatarla sana y salva…
-La traeremos de vuelta, señora –dijo Rubén Martín.
-Oh, por supuesto, no lo dudo… pero, incluso si Paul Muys os la entregara, hay tantos peligros en el mar. He oído que en días de tormenta los barcos se mueven tanto, y hay olas tan altas, que algunos marineros se caen arrastrados al mar y nadie puede hacer algo por salvarles. ¿Es eso cierto?
-Sí, señora, es cierto, pero traeremos a Patricia de Santamaría como es deseo de su esposo.
-Y mío, mío también, Rubén Martín. No me malinterpretéis. Pero si algo de eso ocurriera y Patricia, desafortunadamente, no pudiera ser rescatada… bueno, sería una gran tragedia, pero vuestros servicios serían igualmente apreciados y recompensados. Los tendría muy en cuenta en el futuro, no obstante es algo muy gallardo y bravo ir a encontrarse en persona con un pirata como Muys, tan temible. Yo misma me aseguraría de que, pase lo que pase, tengáis vuestro dinero… incluso más, para que veáis el interés que tengo en este asunto.
-¿En qué asunto, señora? –contestó arrogante Rubén Martín.
-En el de mi hijastra, ¿estamos hablando de otra cosa?
-Señora, nosotros ni ponemos ni quitamos rey, sólo servimos a nuestro señor. Traeremos de vuelta a Patricia de Santamaría –diciendo esto Rubén y Luis Martín se dieron la vuelta para salir del salón cuando les retuvo unas últimas palabras de Alana Chamorro.
-Sara es muy bella, yo creo que nunca será monja, será señora. Tenedlo en cuenta, porque ahí está vuestro futuro temprano.

Y sin darse ni media vuelta Rubén y Luis Martín salieron de aquel pequeño palacio.

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