Mira que mi actual trabajo va a ser breve, lo que dure mayo
es lo que va a durar el contrato, pero cada madrugada, con la primera luz del
sol, esto es lo que veo al llegar, la calle Alcalá a la altura que se junta con
la Gran Vía de Madrid. Salgo de la estación de tren de Recoletos y me encuentro
con la fuente de la Cibeles rodeada de banderas, el Palacio de Comunicaciones,
el Banco de España, al que creo que por primera vez he escuchado sonar su
propio reloj, y el resto de edificios de la zona. A primeras horas hay montones
de personas que van a sus trabajos o a las cafeterías. Se distingue todo tipo
de trabajadores, no obstante es evidente que hay varias sedes de gobierno por
allí, y se mezclan con las obras de asfaltado, los camareros, los de los bancos,
las sedes culturales, librerías, comercios varios, oficinas diversas, etcétera.
Cuando salgo parecen primar los turistas y los paseantes confundidos entre
algunos trabajadores que o bien vuelven de su hora de la comida o bien han
cumplido ya sus ocho horas laborales. Entre medias hay guardias civiles y
policías nacionales custodiando algunas puertas, y hasta militares. Una de las
imágenes más curiosas que he visto son destellos de sol subiendo al cielo por
detrás del Palacio de Comunicaciones, reflejando su luz sobre las fachadas a lo
largo de la calle Alcalá. Pero a la vez también, otro día, un amanecer
encapotado con las calles casi desiertas de viandantes porque llovía, y allí
estaba el edificio esquinero de la Gran Vía. Trabajo dentro de un despacho sin
ventanas, pero estas visiones son de agradecer. Pero la cuestión es: el trabajo
es solo de un mes. Y esa es la realidad sobre cualquier otra poesía.
Entre tanto yo aún compro periódicos en los kioscos de prensa de allí al madrugar, aunque lo cierto es que el prosaísmo nos lleva a que ahora estos kioscos lo que más venden son artículos de regalo para turistas, y lo que menos hay es prensa. Pues eso.
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