lunes, febrero 22, 2021

NOTICIA 2031ª DESDE EL BAR: ANTE UN 23F OXIDADO

Estamos ante el cuarenta aniversario del intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 (23F). No fue el único complot para acabar con el orden democrático y constitucional de la monarquía parlamentaria nacida con la Constitución de 1978.Todavía en 1985, de manera discreta hasta el punto que mucha gente hoy día o lo ha olvidado o lo desconoce, se desactivaba otro de aquellos complots dentro de los cuarteles y que contaba con asesinar al presidente del gobierno, al vicepresidente y al Ministro de Defensa. Aquel se considera el último, a pesar de que han habido discursos que podrían entenderse dentro de una clave proclive al golpismo como el del general Mena en la Pascua militar de enero de 2006, diversos comentarios a raíz de los sucesos secesionistas en Cataluña en 2017 o el más reciente de militares retirados que en diciembre de 2020 reflexionaban incluso sobre el fusilamiento de veintiséis millones de españoles (Noticia 2008ª), tal mensaje fue contestado por la Ministra de Defensa, Margarita Robles, en la Pascua militar de este año 2021, si bien había sectores de la población que esperaban que esa contestación en defensa del orden actual viniera en ese mismo acto de boca del propio rey Felipe VI. 

El que se produjo el 23F es el más recordado por ser el que más lejos llegó en sus intenciones y el que tuvo más posibilidades, aunque se quedó en nada según transcurría la noche del día 23 al 24 de febrero. Contaba con tres protagonistas en principio aparentemente difícil de encajar entre sí, el teniente coronel de la guardia civil Antonio Tejero, que entró en el Congreso reteniendo al gobierno en plena votación de investidura del nuevo presidente, Calvo-Sotelo, el general Milans dels Bosch, que sacó los tanques por las calles de Valencia, y el general Armada, considerado el cerebro de todo aquello. Tejero era antidemócrata y antimonárquico, Milans era antidemócrata, pero era muy monárquico, Armada estaba muy próximo e involucrado con la casa del rey Juan Carlos I y trató de mediar una postura intermedia entre los participantes. Queda en esas horas la toma de los estudios de Televisión Española, lo que hace que la gran mayoría de los españoles sigan el intento del golpe por la radio. Quedaba la incógnita en esas horas de cuál era la postura de Juan Carlos I, ya que los golpistas de Tejero proclamaron actuar en nombre del rey. A pesar de que en años posteriores se ha querido relacionar todos estos asuntos a la inquietud por los atentados de ETA entre las fuerzas del orden más reaccionarias, lo cierto es que los golpistas, especialmente Tejero, eran fuertemente anticomunistas y descontentos con la legalización del PCE en 1977, así que les unía la nostalgia por el régimen dictatorial del general Franco, desmantelado entre su muerte en 1975 y la Constitución de 1978. La implicación del general Armada sembraba muchas dudas del origen y fondo del golpe. Al final, como es conocido, el rey Juan Carlos I apareció en un mensaje televisado apoyando la Constitución de 1978 y condenando el golpe, la calle ya se había posicionado en parte frente al Congreso, pese al toque de queda, y aunque no hay constancia televisiva, numerosos testigos oculares aseguran que hubo quien acudía con banderas republicanas. Parte del ejército y la policía se negaba además a volver atrás, el Congreso estaba rodeado. El posicionamiento del rey con la Constitución fue decisivo para el fracaso del 23F. Dentro de todo esto, hay numerosas lagunas y profundos desconocimientos, secretos con documentos jamás desclasificados y personas que callaron y murieron sin hablar, documentos destruidos por posibles militares que podrían haber simpatizado con unirse a Armada antes de la comparecencia del rey, etcétera. Todo ello hace que algunos historiadores profesionales, ya no solo aficionados, algunos periodistas, algunos políticos, etcétera, barajen hipótesis o crean tener testimonios que avalan una reconstrucción de los hechos alternativa a la historia oficial, la cual quedó asentada no tanto por los historiadores profesionales, sino por las sentencias judiciales de los procesos posteriores. 

La simpatía que despertó Juan Carlos I en amplios sectores de la población, la desactivación de posteriores complots hasta 1985, el discurso único de los hechos, la entronización heroica de los políticos raptados en el Congreso con sus gestos y frases entre ellos (el más popular el de Gutiérrez Mellado negándose a echarse al suelo), incluso cierto discurso de reconciliación de la derecha y la izquierda dentro de una gesta democrática identificada en aquel tabaco que compartieron el exministro de Franco y líder de Alianza Popular, Fraga, y el Secretario General del PCE, Carrillo, se unieron a un deseo general de los españoles de no volver políticamente hacia atrás. Los años de la década de 1980 aceptaron unánimemente el discurso oficial histórico de aquellos hechos recientes. Tendríamos que ir hacia finales de la década de 1990 y comienzos de la década de 2000 para que comience a escucharse voces de historiadores que creen que ya se puede revisar algunos de los relatos de cómo se produjo realmente la Transición más allá de protagonismos unipersonales en las figuras de Adolfo Suárez, Juan Carlos I, Fraga, Santiago Carrillo, Felipe González y, efectivamente: Tejero. Coincide esto con la llegada a las universidades tanto de jóvenes profesores como de nuevos alumnos cuyos sucesos de 1981, habiéndolos vivido de niños o bebés, les queda mentalmente algo más relativos y lejos que a quienes los vivieron de una manera adulta plena, ya no hablamos de lo que previamente había, la dictadura. Pero es en la década de 2010, entre veinticinco y treinta años después de la Transición, cuando desde la profesionalidad de la Historia se quiere poder ahondar estos temas siguiendo las ciencias humanas, a pesar de que no faltan aficionados, incendiarios y paranoicos de la conspiración perpetua, a todos ellos se les ha unido en lo poco que va de década de 2020 los intereses políticos que visten de Historia argumentaciones que en realidad son utilizaciones políticas a conveniencia de según quien argumente. El historiador profesional normalmente no es escuchado o de ser escuchado es vilipendiado y cuestionado. Una vez más, en todos estos asuntos de la Historia lo que menos importa parece ser es la voz del historiador profesional, llegando al punto que incluso un dibujante de cómic, un cantante, un actor o un novelista parece mucho más valorado que la investigación histórica y la reflexión de análisis del historiador.

La prensa estatal ya ha comenzado a publicar sus reportajes y artículos sobre este cuarenta aniversario, si bien será mañana cuando se explayen seguramente. No obstante, el 23F es el gran simbolismo de la Transición, ya que ante el intento de involución a la dictadura, el gobierno en pleno se puso de lado de la democracia, poco se dice que una gran mayoría de la población española ese paso lo había dado ya desde hacía mucho tiempo antes. Es ahí donde los historiadores actuales queremos indagar más y explicar más, pero es ahí donde políticos y periodistas enturbian, cuestionan y manipulan muchas de las reflexiones y estudios si no cuadra con su versión oficial. Cualquiera que lea y siga a historiadores de profesión sabe que no estoy hablando de teorías de la conspiración, ni de reflexiones grandilocuentes sobre los grandes nombres del momento, ya que la Historia, generalmente, tiende a buscar en cosas menos llamativas pero más explicativas, como todo lo que tiene que ver con la evolución social, lo que es más aburrido que hablar de extraños complots ultra secretos, pero es más útil para entender la realidad de los sucesos. Los historiadores de profesión no estamos sobre la mesa en estos debates, no solemos estarlo, de hecho somos molestos, estropean los discursos de los que sí quieren alentar blanco y negro y grandes titulares que vendan noticias. 

De cara a la sociedad en general tampoco estamos en la mesa los historiadores, eternamente cuestionados. La sociedad en general mayoritariamente vivió aquellos sucesos ya con una edad o con otra, y mayoritariamente se ha alimentado del relato oficial de las décadas de 1980 y 1990, y como ese relato está interiorizado y cuadra con lo más o menos vivido personalmente por cada uno, es una realidad inamovible y reacia a escuchar otras realidades que también ocurrían en aquellos momentos, a pesar de que no ocurriera en tu propia casa. Es muy difícil realizar la tarea del historiador, más aún si además hay documentos clasificados y voces calladas. Pero los análisis se pueden hacer y sí hay perspectivas para poder asegurar que la versión oficial de la Transición se cumple en varias de sus partes, pero no exactamente como se ha contado, y tiene otras partes donde realmente no es lo que se dijo. Sin embargo, hablar de esto es delicado y siempre conflictivo. Existe interés mediático y político para que exista un relato único en pleno año 2021, en 1999 esto no era tan monolítico.

Ayer domingo 21, el diario El País, por ejemplo, le dedicaba tres páginas al 23F. El reportaje principal volvía a narrar por enésima vez las anécdotas de camaradería entre políticos de diferente ideología mientras estuvieron retenidos y anécdotas de la chulería y frases de los golpistas. El siguiente reportaje se centraba en las treinta y nueve cajas de bebidas y trescientas setenta y cuatro botellas que los golpistas se bebieron en el bar del Congreso. El tercer reportaje lo firmaba el historiador Juan Francisco Fuentes y era una condena total a todo intento de indagar o hablar desde la Historia de otros análisis realizados sobre los hechos del 23F que se alejan de la versión oficial. Señalaba como culpables a Unidas Podemos, el PNV, los catalanistas y a la extrema derecha, lo que particularmente me parece más una utilización política propia de 2021 que un análisis que reflexione de Historia propiamente. Me parece más interesante que Tebeosfera, en su sección de revista, haya publicado un interesante número dedicado a indagar sobre todo el humor gráfico que se publicó en aquel 1981 burlándose de aquel golpe de Estado fallido. Me parece mucho más explicativo y mucho más útil y novedoso sobre el asunto. Sobre todo mucho más útil para comprender un aspecto más social de cómo se vivió aquello y cómo pudo ocurrir en lo que sería las mentalidades de la época, aunque aquellas viñetas se hicieran a toro pasado. Se puede leer por aquí

El 23F se presenta este 2021 algo oxidado, pero no por este estado de la cuestión tanto en la Historia como en el mundo político y social, periodístico incluido. Se presenta algo oxidado porque el relato oficial que los periódicos este año se apresuran a apuntalar y sostener una vez más sigue encumbrando a Juan Carlos I como el gran protagonista. Para hacerlo atacan incluso a los que creen en teorías de la conspiración, como si esas teorías fueran el principal problema. De hecho no lo son, pero los medios de comunicación logran desviar el foco de la atención a esas teorías, de paso las cargan a lomos de los políticos que creen que puede ser útil cargarles ese peso, a sabiendas de que mayoritariamente la sociedad española solo atiende a la versión oficial no revisada de manera profesional. En otras palabras, hay cargas pesadas que pueden ayudar a determinados intereses para que la gente se aleje o tome posturas más contrarias frente a los oponentes de aquellos que tienen lo que he llamado determinados intereses. No ahondaré en esto, me autocensuro, aparte de que deseo agilizar el argumento y creo que quien quiere entender tiene sus propios medios de reflexión y de comprensión para crear su opinión sobre qué intereses pudieran ser.

Desvían el foco de atención bien focalizando este año el punto de mira contra las teorías de la conspiración, porque en el fondo la realidad más sostenible del óxido del relato oficial es que Juan Carlos I se ve envuelto en una serie de investigaciones y rumores sobre presuntos actos ilícitos con el dinero, presunta corrupción, así como comportamientos personales que si bien debieran caer en su ámbito personal chocan de pleno con esa ejemplaridad que siempre se nos dio de él para todos, y no me refiero tanto a si tenía o no tenía una amante, como a su propia equivocación reconocida de ir de safari para cazar elefantes en África y además en plena crisis económica en España, por poner un ejemplo. Más allá de Juan Carlos I, la propia Casa Real quedaría perjudicada en ese óxido en estos momentos ante por ejemplo la semana que llevamos de disturbios a causa de la condena de un cantante de rap, Hasél, que cantó contra la monarquía y contra Juan Carlos I (aunque su condena en realidad es por varias otras cosas y actos). La identificación de Juan Carlos I como freno del 23F es una identificación de la monarquía como garante de democracia desde el mismo momento que los golpistas dijeron obrar en nombre del rey y el rey lo negó al posicionarse con la Constitución. La monarquía quedaría así doblemente refrendada por la sociedad, primero con el referéndum constitucional de 1978, aunque no lo hubo para elegir entre monarquía o república, así como en 1977 los partidos republicanos se legalizaron con posterioridad a las elecciones generales, y segundamente refrendada por ganarse a todos los españoles demócratas al ponerse de su lado el 23F. Ahora bien, en 2021 no solo está cuestionada la figura personal de Juan Carlos I, y con él la monarquía en parte, la monarquía en sí queda cuestionada por aquel proceso de Hasél, al que se ha sumado el recuerdo de otros procesos polémicos de límites a la libertad de expresión, como fue el de otro rapero, Valtonyc, la revista humorística El Jueves, la otra revista humorística Mongolia, o si nos alejamos en el tiempo incluso Pedro Ruiz en televisión (aunque recientemente un rotulista de Televisión Española también ha sido despedido por escribir un rótulo desafortunado sobre que la princesa de Asturias se vaya a estudiar fuera de España). Pero es más serio todavía cuando una parte de Cataluña no olvida las palabras de Felipe VI en 2017, o cuando ante los comentarios golpistas de militares en 2020 Felipe VI no haya sido él mismo quien hable en contra o que ante las presuntas corrupciones o actos dudables de su padre Juan Carlos I no haya tomado medidas contundentes y ejemplarizantes para el resto de la Casa Real. 

Todos estos asuntos de la monarquía española en 2021 hacen que haya mucha gente que tomen distancia sobre la versión oficial del 23F. Se distancian sobre todo los nacidos a partir de 1981, por poner un año de referencia, en realidad podríamos decir a partir de 1985 por poner una fecha simbólica que implique incluso tomar conciencia del mundo en unos colegios cuyos profesores van tomando frialdad del tiempo respecto al cercano 23F de 1981. Los nacidos en 1985 tendrían 5 años en 1990 y para entender estos temas, aunque sea en lo básico pongamos por edad muy temprana los 10, que sería 1995, o los 15, que sería el 2000. Hay distancia temporal y emocional. Más aún, las generaciones nacidas a partir de ese año 2000 apenas cuentan tampoco con recuerdos del reinado de Juan Carlos I, por lo que les parece más complejo comprender el significado de su nombre ligado al 23F dentro de aquel relato oficial. 

El relato oficial del 23F en 2021 parece oxidado. Ayudaría a resolver esto que se dejara libertad a los historiadores de profesión, sin presiones ni cuestionamientos, para que hicieran su trabajo y sus reflexiones, y que además no haya arribistas, políticos, periodistas, aficionados y cuñados dispuestos al cuestionamiento y a la descalificación por no ser complacidos en el recuerdo de sus lugares comunes. Una renovación y amplitud de visiones, que no una validación de la teoría de la conspiración constante por el mero hecho de la sospecha eterna, podría ayudar a acercar los momentos clave de consolidación de la democracia a todas las edades de nuestra sociedad, ayudar a su comprensión, digo. Luego ya que cada cual sea monárquico o republicano que quede en el ámbito de lo que cada cual considere mejor para todos en sociedad. 

Hoy por hoy, sinceramente, repasando algunos de los reportajes del 23F que se han publicado, se me asemeja que se ahondan cada vez más las diferencias generacionales. Los relatos de hace cuarenta años son válidos, pero faltan voces y hay que incorporarlas, las voces de la sociedad del momento.  Es en esas voces donde puede que se logre comprender mejor algunos porqués por parte de las generaciones que ni siquiera vivieron como niños en los colegios los años inmediatamente posteriores.

Saludos y que la cerveza os acompañe.

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