Hace una semana me invitaron a la noche de la inauguración de la nueva exposición temporal del Museo del Prado. Así que me fui allí con tres amistades y nuestras invitaciones oficiales, en una noche fría de Madrid, bajando por las escaleras que, tras pasar la casa del presidente del Congreso, dan entrada al museo, que estaba a rebosar de gente engalanada, no todos realmente pendientes de los cuadros, sino de otros asuntos.
La nueva exposición está dedicada a un artista que ha pasado varios siglos desconocido hasta que le descubrieron en el pasado siglo XX, concretamente en 1915 gracias al criterio de Hermann Voss. Se trata del francés Georges de La Tour (1593-1652). Un pintor barroco del que se cree que pudo formarse en Italia en su juventud, pero que según fue envejeciendo tomó mucha nota de las formas de pintar de españoles como Zurbarán, Ribera y Velázquez, sobre todo por los juegos de luces y sombras. Que se sepa este autor no fue especialmente prolífico con su obra. Apenas se tiene constancia de cuarenta cuadros suyos en todo el mundo. La exposición temporal que ha organizado el Museo del Prado en colaboración con el Museo del Louvre, y ayuda de otros, contiene treinta y uno. Prácticamente está su obra expuesta casi al completo por primera vez, y está aquí, en Madrid capital. Aunque uno de sus cuadros llamado El tramposo del as de tréboles me parece más que sugestivo y me hace pensar que, ante el juego de miradas hay más de un tramposo, los mejores cuadros de este autor me parecen los que hizo con una edad más madura en los que las luces vienen dadas por llamas de velas que no se ven. El foco de luz queda algo así como a contraluz e ilumina las figuras muy alegóricamente según el cuadro. Desde la cara de JesuCristo niño ayudando a su padre José en la carpintería, al cuerpo del ángel anunciador a José del hijo de María. Hay más cuadros con este recurso, entre ellos hay tres dedicados a María Magdalena, la prostituta reconvertida por JesuCristo que fue a atenderle junto a la virgen María en sus horas de muerte humana. Os muestro aquí María Magdalena del espejo. Hemos de suponer que se trata de María Magdalena en la noche en la que creen que JesuCristo ha muerto en la cruz, antes de que el arcángel les anuncie su resurrección. En esa noche oscura y lúgubre, pues según La Biblia el cielo se oscureció y hubo tormenta y hasta terremoto, se nos muestra a María Magdalena sin dormir preocupada ante un espejo en el que se mira, pero nosotros, ubicados de lateral, no vemos el reflejo de ella, sino el de la calavera que tiene sobre la mesa, claro mensaje de la mortalidad humana y lo pasajero. Además puede deberse también a otro mensaje sobre lo vano de la belleza física, dado que se trata de María Magdalena quien se mira en el espejo donde vemos la calavera. La vela que ilumina la habitación oscura y cerrada está por detrás de la calavera, sólo vemos un penacho del fuego por encima del cráneo. Según las representaciones clásicas y algunas descripciones religiosas, al resucitar Jesús al tercer día e ir a buscar a sus discípulos, este les mostró la resurrección de las almas de modo que vieron como una llama encima de ellos. Está así expuesto un cierto mensaje de la vida eterna en la ubicación del foco de la luz. Luz que además ilumina principalmente a María Magdalena, haciendo de ella espejo de luz, pareciera, sin serlo, que fuera ella quien irradiara luz, lo que era un recurso muy de Velázquez. De este modo se nos indica también la consistencia sagrada del personaje. Otras consideraciones sobre lo que se nos muestra es mejor que cada uno las reflexione por sí, pues a cada uno le podrá sugerir diversas cosas diferentes. En rodo caso, esos cuadros con estos juegos de luces me llamaron mucho la atención, si bien el resto de la exposición no me atrajo tanto. Se podrá ver hasta el 12 de junio.
El Museo nos dio la oportunidad de entrar esa misma noche a su otra exposición temporal en activo, también en colaboración con el Museo del Louvre. La dedicada al francés romántico Jean-Auguste-Dominique Ingres (1780-1867), aunque hay críticos que creen que su obra es contraria al romanticismo, por un querer quizá contestar a la contra Ingres a la obra de Delacroix. Si bien sus cuadros más famosos son Napoleón emperador (1806), La gran odalisca (1814), La condesa de Haussonville (1845), o El baño turco (1862), yo me he decantado por mostraros Ruggiero libera a Angélica (1819), basado en un pasaje literario. Este cuadro está por partida doble en la exposición. Tenemos el más famoso cuadro de dimensiones rectángulares, y otro menos conocido y más pequeño dentro de un óvalo. Hay pequeñas diferencias de planteamiento entre los dos, para mi gusto es mejor el del óvalo, aunque os haya puesto la imagen del rectangular. Es más, hay un tercer cuadro relacionado, ya que también se expone el lienzo donde Ingres pintó a modo de boceto o prueba con pintura a la modelo que sirvió de dama desnuda angelical y virgen encadenada para que se la comiera la bestia en ofrenda. Dese luego hay en este cuadro elementos totalmente románticos. No sólo está sacado el asunto de la mitología literaria, sino que además cuenta con todos esos elementos que nos muestras caos como es el mar embrabecido, el dragón o grifo que monta Ruggiero, el monstruo salido del mar (que éste debiera ser el último dragón), los juegos de luces en un ambiente tormentoso y oscuro. La escena entre eróica y amorosa de Ruggiero y la dama en apuros casi desvaída (bien mirada la pintura parece que ella tuviera el cuello roto, sin duda la modelo real tenía una extraordinaria habilidad para contorsionar la cabeza). El peligro en general y la acción salvadora, ahí tenemos, en esa inestabilidad, muchos elementos que por sí solos son claves en el romanticismo del siglo XIX. Una vez más el foco de luz es la mujer, en este caso desnuda, y no tanto Ruggiero y su armadura dorada que viene a salvarla volando. Un Ruggiero, que es San Jorge, que nos recuerda un poco a la iconografía cristiana de ese mismo San Jorge desde la edad Media, pero con elementos claramente idealizados desde las perspectivas de la imaginación contemporánea y que, bien mirado nos acerca más a las historias mitológicas de la antigua Grecia que a las historias cristianas de la Edad Media. Y es precisamente el medievalismo otro hito del romanticismo del siglo XIX. Ella aparece desnuda no como alegoría sagrada, sino quizá como la pureza, la inocencia, todo lo más positivo del alma que merece la pena ser salvado. Ingres tiene muchos cuadros que se alejan de esta temática, su orientalismo, también muy del romanticismo, nos muestra numerosos desnudos femeninos y masculinos. Podemos ver incluso variantes bocetadas de algunos de sus cuadros más famosos, variantes que quizá hubiera sido interesante que se llevaran a cabo en el resultado final, como la mujer que trata de trenzar el pelo a otra en El baño turco. Pero también tiene curiosos retratos, como el del hijo de Luis Felipe de Orleans. Curioso porque un año después de empezar a pintarlo esa persona murió, lo que hizo del retrato final un cuadro póstumo. Curioso porque la muerte fue en accidente y siendo esa persona muy joven, lo que alimentó un halo romántico sobre su vida. Curioso porque Ingres que había pintado a Napoleón y otras cuestiones de la revolución francesa, pintara al hijo de Luis Felipe de Orleans, cosa que, como se lee en la cartela de la exposición, Ingres explicó varias veces que se debía a su amistad personal con esa persona y no por ninguna otra razón. No olvidemos que la revolución de 1848 derrumbó el reinado de Luis Felipe de Orleans y proclamó la Segunda República Francesa, con Luis Napoleón Bonaparte, sobrino de Napoleón Bonaparte. De hecho, Ingres muestra entre sus cuadros dedicados a temas orientales y de personalidades del Imperio Napoleónico muchos cuadros de retratos de burgueses, quizá personalidades tanto del reinado de Carlos X como el de aquel Luis Felipe de Orleans. Retratos que merecen la pena, pero que nos hablan mucho de toda una clase social en esos años. Retratos de poder económico y político que ahondan en las cuestiones humanas de la personalidad a través de las caras muy logradas, sobre todo en las miradas, pero cuyos objetos y ropas nos hablan también de ante quien estamos. Uno de sus últimos cuadros, a una dama de cierta edad, nos muestra un precioso tratamiento a la hora de pintar unos encajes negros. Aún con todo, destacaría el autorretato que se hizo el propio Ingres de anciano. Esta exposición acabará el 27 de marzo, así que quizá os urge más ir a verla, por una cuestión de tiempo.
Recordad que las imágenes, como siempre, se amplian se pulsáis sobre ellas. Saludos y que la cerveza os acompañe, queridos lectores, Alto Mando del Servicio de Espionaje de Bares.
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