domingo, marzo 16, 2014

NOTICIA 1315ª DESDE EL BAR: EL FRÍO QUE NOS ACOGE MIENTRAS LOS ROBOTS CAMINAN ENTRE LOS HUMANOS (capítulo 13)


Capítulo 13: Prometeo


Era de noche, si es que acaso los cielos de Alcalá de Henares D.F. no eran una noche permanente, pero era de noche, porque las franjas horarias del sistema de iluminación de la ciudad flotante lo habían dictaminado así siguiendo los precisos programas de mantenimiento de la compañía Galaxia Eléctrica. De noche a lo largo de la avenida que daba al vivero. De noche en las puertas del invernadero, precintado por Código desde que le intentaron matar allí dentro. Era de noche y hacía frío. Un frío que hacía bailar los vahos de las respiraciones. Blanquecinos. Como fantasmales testimonios de vida, precisamente de la vida de tres personas.

La ciudad vivía un episodio de leve pandemia, aunque nadie lo contemplaba como tal. Algunos ciudadanos y foráneos estaban como atontados, siguiéndose los unos a los otros, besándose en escarceos a las miradas. La gran mayoría de la población estaba indemne, pero el atontamiento generalizado en un sector de la gente había llamado la atención a varios grupúsculos ciudadanos que siempre buscaban más respuestas de las que se daban. Lo que en general bien pudiera ser efecto simple de la combinación de una población galáctica recibiendo a gente nueva que apenas iba a durar unos días de vacaciones por la ciudad, era observado por algunos pocos ojos como algo más trascendental con tildes de conspiración. El mero hecho del desfogue natural entre extraños con la promesa exacta de no volverse a ver, era de repente un acto sospechoso por cuanto había sobrevenido de la nada. Todo había ocurrido tras el encuentro deportivo anunciado hasta la saciedad por todos los medios de comunicación de Alcalá de Henares D.F. y de Indonesia, lo que hacía de él algo altamente alevoso. Los pequeños grupos de gente vigilante en pro de la libertad y la democracia habían observado abrazos y estados en Babia, habían ido relacionando los movimientos ocurridos tras el encuentro deportivo y habían rastreado rumores nunca comprobados acerca de que habían desaparecido personas notables en la vida y desarrollo de la ciudad, como el antiguo gestor Enrique Bermejo.

Todo era oscuro y frío.

Así que, ante las puertas del invernadero precintado, se encontraban tres personas vestidas de negro y bien protegidas cualquier parte de su cuerpo que pudiera desprender una pista a Código acerca de quienes eran, pues era su intención entrar en aquel lugar, que, según sus cálculos, había sido cerrado sin explicaciones tras el regreso de la Nereida de Indonesia, por lo que debía ocultar una pieza importante que explicara qué estaba ocurriendo, porqué estaba ocurriendo, y qué se deseaba hacer con ellos, los ciudadanos. Tras la declaración federal de la ciudad, bien pudiera ahora procederse al atontamiento de su ciudadanía para que, alejados del estado de alerta, lejos, en los confines de la nada, la alcaldesa Anna Guillou hiciera de aquel magnífico lugar, un lugar que fuera su señorío particular, tal como si fueran tiempos feudales. El exceso empático abobaba, era su tesis. Se estaba envenenando a la gente de exceso empático, hasta el estado más mameluco del enamoramiento hasta la enfermedad. Lo ocurrido a una pequeña parte de la población tras el encuentro deportivo era para ellos la prueba de que sus tesis iniciales no podían estar equivocadas.

Ellos tres en su conjunto eran conocidos de los informes confidenciales de Código desde que la ciudad era un distrito federal. Pertenecían a un grupo llamado Prometeo. Su identidad individual no era conocida, pero la alcaldesa le había proporcionado datos de su existencia a través de su secretaria, Doxa Grey. Código había ignorado todos esos informes. No les dio ni importancia real, ni prioridad. En aquellos momentos él estaba más pendiente de que no existiera confrontación institucional con el antiguo poder de Enrique Bermejo. Luego le habían enviado a Indonesia, desde entonces, con la muerte de Grisóstomo y la búsqueda de la polizonte, preciosa, Esther Claudio, con su intento de asesinato y otras cuestiones, como aquel polvo amarillo de la planta indonesa, Código apenas les había dedicado un pensamiento. Pero ahora ellos, libres en todos sus movimientos, estaban allí, ante las puertas de aquel lugar que debía reportarles las respuestas sobre el abovinamiento de la ciudadanía.

Prometeo era una organización que se había gestado desde hacía relativamente bastante tiempo. Sus miembros no eran muchos, pero eran constantes. Habían celebrado reuniones conocidas, actos, propaganda, alguna publicación cibernética, todo sobre temas diversos, aunque siempre dentro de una dinámica: el sistema político de la ciudad galáctica manipulaba a la gente y las adoctrinaba en la creencia de estar viviendo en libertad, cuando en realidad no era así. Según sus tesis eran controlados como meras piezas reemplazables de una máquina para que consumieran dentro de un orden preestablecido y altamente promocionado, para que convivieran dentro de unos cánones sociales elevados a la calidad de únicos garantes de seguridad en las vidas individuales, para que se comportaran y pensaran en las direcciones más convenientes, para que amaran cuando tuvieran que amar y odiaran cuando tuvieran que odiar, para que cobraran o pagaran, para que tuvieran los hijos exactos, para que eligieran por sí mismos lo que en realidad otros habían hecho que eligieran por inducción. Todos los esquemas posibles que manejaban sus conciudadanos eran en realidad  todos los esquemas posibles para el gobierno. Anna Guillou había dado un paso abismal en sus ansias de poder cuando se independizó de Madrid D.F., y probablemente, según sus tesis, Galaxia Eléctrica le había ayudado. El aturdimiento general de la sociedad era necesario si deseaban conseguir la consecuencia lógica de todo aquello: el poder absoluto que les permitiera alcanzar una vida llena de comodidades cuyas vidas de los demás estuviera al servicio de la suya, en lugar de hacer de aquella sociedad una sociedad participativa donde todos se sirvieran socialmente de todos mutuamente para la comodidad de todos. Las consecuencias de una política así, basada en el egoísmo personal de los gobernantes, sólo podría llevar algún día a la petición del sacrificio de la sociedad gobernada o de una buena parte de la misma si circunstancias futuras lo requirieran. Ese sacrificio sería ofrecido por los propios individuos, engañados en la creencia de que era por el bien de ellos mismos o de sus seres queridos, de sus familias, de sus amigos, de sus conciudadanos, y nada que les pudiera disuadir de lo contrario les disuadiría jamás. Nunca serían capaces de admitir lo corrupto del sistema donde se sentían cómodos por estar acomodados. Lo corrupto del sistema era el epicentro de un gobierno personal. Eran las ambiciones de unos pocos las que habían logrado convencer en falso de las conveniencias de unos muchos, conveniencias que sólo eran en realidad suyas, de nadie más que suyas, de los que gobernaban.

Fuera lo que fuera que encontraran en aquel invernadero precintado tenían claro que iba a ser una prueba, una respuesta, de las manipulaciones encubiertas sobre la sociedad. Pensaban ponerlo en el conocimiento de toda Alcalá de Henares D.F., incluso de Indonesia, utilizando el encuentro que había organizado la directora de turismo de la ciudad, Ma Ría Ría, junto a aquel magnate de vida derrochadora que era “el Oso” Yogui. La exhibición del cuerpo criogenizado del centenario músico Borja Montero iba a ser el momento oportuno para dar a conocer aquello que se había ocultado bajo los precintos. Habían usado sus contactos personales para lograr ser contratados como los músicos oficiales del evento. Iban a tocar temas clásicos de aquel personaje mítico, que dormía por los siglos de los siglos. O eso se esperaba de ellos. Les habían dicho que Tamara Rojas, la cantante del grupo, debía salir de una tarta. Era allí donde iban a ocultar la prueba preciada de la que estaban distanciados en ese momento por una simple puerta cerrada.

-Ábrela –le dijo Tamara Rojas a Pablo Lambea, uno de sus acompañantes.

Pablo Lambea hizo saltar los precintos electrónicos tras haber estado un rato trasteando en ellos. Un ligero chispazo hizo caer la resistencia del precinto. La puerta estaba abierta. Mark Rojo, su otro acompañante, la abrió. Cuando entraron había una gran cantidad de polvo amarillo por todas partes. Depositado como si alguien hubiera aventado un saco de harina.

-¿Qué es esto? –pronunció en voz alta Mark Rojo.

-Parece una especie de polen –dijo Tamara Rojas.

Avanzaron hacia el interior hasta encontrar la planta derribada y bastante destrozada que lo había producido.

-Parece que esta es la causante –dijo Pablo Lambea.

-¿Por qué estará así? –preguntó retóricamente Tamara Rojas.

-No lo sé –dijo Mark Rojo-. Tampoco sé si esto es lo que buscamos.

-No parece que haya nada más que sea anómalo, sólo eso –dijo Pablo Lambea que estaba dando vueltas por el oscuro invernadero.

-Está bien, cojamos la planta y algo de ese polvo –dijo Tamara Rojas-. Ya veremos de qué se trata. Hay que irse de aquí antes de que Código venga. El precinto ha tenido que enviarle la señal de su desconexión.

Así era. Código lo había recibido. Ellos rápidamente tomaron lo que pudieron del invernadero. Salieron precipitadamente hacia su automóvil flotante. Ni siquiera cerraron la puerta sin precinto. Al montar en el vehículo los tres vacilaron. Se sentían repentinamente alterados. Sus pulsaciones aceleradas y el sudor frío les hicieron comprender que aquella planta era realmente su respuesta. El coche se alejó fugaz de aquel lugar, pese a que les era imposible mantener una trayectoria firme, sin zigzagueos. Tuvieron que parar no muy lejos, donde unos niños leyeron claramente las letras recién pintadas en una de las puertas anunciándoles con su nombre como banda de música para la exhibición de Borja Montero: Pandora.

Era de noche, hacía frío y la gente dormía.

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