Capítulo 10: Un partido por jugar
Alcalá de Henares D.F. orbitaba Indonesia. La ciudad se
veía desde sus cielos de azul turquesa en los atardeceres y sus noches. Mientras
las gentes indonesas paseaban por sus verdes entornos, muchos de sus
compatriotas estaban embarcando hacia la ciudad galáctica o estaban ya allí. Ma
Ría Ría y Ana Cañas habían hecho una gran labor publicitaria. Pocas veces se
podía disfrutar de unas vacaciones en órbita dentro de una ciudad flotante. La
ocasión era única, era la presentación de la ciudad como distrito federal. Era
una ocasión espectacular. El equipo indonesio de béisbol iba a jugar un partido
de baloncesto con la selección de los visitantes. Los deportes clásicos podían
encontrar allí su hueco incluso en promoción hacia las próximas Olimpiadas. Y
luego estaba lo de aquella exposición que patrocinaba Yogui. Todo tenía una repercusión
que había desbordado un tanto las previsiones. Los indonesios estaban
encantados, tanto como los alcalaínos.
Para la alcaldesa Anna Guillou aquella era la ocasión
para recaudar un dinero extra con el que poder hacer frente a las nuevas
tarifas energéticas de Galaxia Eléctrica. Era un tema ciertamente preocupante,
aunque entraba dentro de los percances previstos en su ascenso político. Era más
inquietante el descubrimiento que Doxa Grey había realizado mientras aislaba a
Enrique Bermejo de sus entornos cibernéticos. Había sido un descubrimiento
fortuito. El antiguo gestor madrileño estaba mejor ubicado de lo que hubieran
imaginado. No iba a ser un rival fácil. Detrás de él no estaba tan sólo Madrid
D.F., pues al parecer varios de los contactos más delicados de alterar tenían
que ver con relaciones personales con la alta jerarquía de la Iglesia
Amalgamada, la religión más extendida de la Federación. La prudencia les
aconsejó no alterar esas comunicaciones, a pesar de que le habían aislado de
todas las demás. Su plan de desacreditarle para poder eliminarle sin problemas
posteriores lo habían tenido que dejar de momento parado. Cortar el lazo de unión
con esa jerarquía debía ser para ellas una tarea delicada. La eliminación física
del gestor hubiera sido deseable. Pero el propio don Juan Manuel ya se había
postulado en relación a eso el día que, habiéndose citado para negociar esa
muerte, decidió atentar contra sus vidas. Don Juan Manuel era un mero
mercenario, como todos los capos mafiosos. Era aún un peón útil para la ciudad.
Anna Guillou no deseaba tocarlo, aunque sí deseaba mandarle una advertencia.
Pocos días atrás Código casi hubiera podido ser asesinado por Paul Helldog,
probablemente, pensaba ella, para aislarla de un protector que además actuaba
desde la legalidad. Pero Codigo estaba vivo. Anna Guillou iba con un poco más
de cautela. Su principal preocupación era sin duda en esos momentos Bermejo,
que era quien había comprado a su socio común, don Juan Manuel.
Doxa Grey ardía en sed de venganza, pero Anna Guillou la
había parado en seco. Además, su otra tarea, la de hacerse con el control de
los suministradores de energía de la ciudad, no paraba de toparse una y otra
vez contra los muros de Galaxia Eléctrica. La inactividad cautelar que le había
pedido tener la alcaldesa la estaba revolviendo por dentro. Era demasiado
impaciente.
Los indonesios llegaban a los muelles de desembarque con
gran fluidez mientras los entresijos de la ciudad estaban negros. Llegaban
rodeados de frío, de un frío inusual para el subsuelo de la ciudad. Un frío
equiparable al del desierto helado que existía entre todos aquellos que debían
ejercer un buen gobierno en ese momento. Un frío, por otra parte, provocado.
Miguel Ángel Rodríguez, el nuevo cónsul de Galaxia Eléctrica,
había dado la orden secreta de ir bajando la temperatura de aquel mundo
mientras no se abonase lo que la empresa consideraba suyo por cambiar de
categoría política aquel rincón flotante de la Federación. Los dueños de la
situación, ellos, los ejecutivos de aquel lucrativo negocio, no tenían
miramientos con los habitantes de los mundos a los que suministraban energía. Ellos
sólo contemplaban el dinero. Daban frío a Alcalá de Henares D.F., un frío que
algunos habitantes empezaban a notar como algo anecdótico en sus
conversaciones, confiados en que nunca nada malo podía pasarles, mientras por
ellos velasen los que les suministraban el calor necesario cuando era
necesario. Pero aquellos eran fríos, como máquinas. Como máquinas que eran.
Nada de todo ello parecía existir. Por tanto, nada
importaba. Las noticias locales daban en sus pantallas en esos momentos una
entretenida entrevista donde careaban a los entrenadores del Alcalá Basket,
Jimmy de Jesús, y de la selección de béisbol de Indonesia, Alejandro Remeseiro.
Era un programa que esos días llamaba suficientemente la atención a ciudadanos
y visitantes, sobre todo en vísperas del encuentro deportivo. No dejaba de ser
gracioso lo que se decían. No se tomaban en serio aquel encuentro. Sólo los
espectadores más simples, los que menos respuestas necesitan, se tomaban en
serio un encuentro deportivo entre dos equipos cuyos deportes nada tenían que
ver entre sí, salvo ser deportes clásicos.
Código se encontraba en un bar bajo una de aquellas
pantallas de televisión. Él no prestaba mucha atención. Le preocupaba
principalmente el paradero de Esther Claudio, la polizón. Desde su último
encuentro no había parado de pensar en ella. Le había salvado la vida, sin
tener porqué, pero sobre todo había desaparecido en la ciudad con las ropas
cubiertas de aquel polvillo amarillo que ya había acabado con la vida de dos
personas y que tenía a la bióloga Pat Patri en su casa, sin apenas vida social.
Ni siquiera parecía importarle demasiado reparar en que tenía un problema
mayor, don Juan Manuel, que, parecía ser, había puesto precio a su cabeza, o al
menos eso parecía cuando Paul Helldog intentó matarle.
El bar estaba medio lleno de gente de fuera de la ciudad,
pero siempre estaban allí en la barra los clientes habituales como él. No era
un bebedor empedernido, pero le gustaba ir por allí y encontrarse con otros
habituales de los que se había hecho conocido. Por ejemplo, de Iván Pascual.
Iván era la persona que más conversación le solía dar,
reunidos con una cerveza en aquella barra. Según él, había sido uno de los
navegantes exploradores que habían descubierto un par de planetas habitables
hacía ya muchos años. No era muy viejo, pero tampoco muy joven. Era imposible
cerciorar su historia, pero para todos era una historia real. La realidad
siempre es aquello en lo que se cree real, y en aquel bar todas las historias
de sus habituales eran historias reales.
-Navegar en medio de una tormenta galáctica, eso sí que
es una proeza –le contaba sentado a su lado en la barra-. No esto de jugar
corriendo detrás de unas pelotas. Ya no se aprecia lo que nosotros hicimos. La
fama hoy día es para el más insulso. No se valora el esfuerzo o el costo de una
proeza. No creo en ninguno de estos tipos.
Iván Pascual seguía hablando sin que Código estuviera
realmente atento del todo. El programa televisivo proseguía con Jimmy de Jesús
contestando con sarcasmo a Alejandro Remeseiro. Ambos entrenadores sabían que
su cometido en aquella ciudad era un paripé interesado y político. Algunos
forasteros escuchaban atentamente embelesados la promesa de un gran espectáculo
irrepetible, a pesar de que no captaban el sentido irónico de Alejandro
Remeseiro contestando a Jimmy de Jesús. Aquellos espectadores portaban consigo
las entradas del evento en sus bolsillos. Iván Pascual seguía bebiendo su
cerveza mientras hablaba con Código.
-Me interesaría más bajar a ese planeta que ver ese estúpido
partido –Iván Pascual bebió-. Oye, Código, te noto ausente.
-Sí, tal vez un poco –contestó Código-. Han pasado cosas.
-Deja el trabajo, ahora estás en tu tiempo libre. Tienes
que apreciar tu tiempo libre. Algún día no lo tendrás más.
-Pensaba en una mujer.
Iván Pascual sonrió.
-Mira –le dijo-, como este –Iván señaló con su jarra de
cerveza hacia la pantalla de televisión.
Código levantó la cabeza y observó la pantalla con cierta
desidia. Alejandro Remeseiro había dejado de hablar por un momento del
encuentro deportivo y hablaba de una mujer de pelo corto a la que había
conocido. Estaba haciendo un llamamiento televisivo para que fuera al campo de
juego con la finalidad de conocerse en persona. Los espectadores de la mesa
estaban regocijados. Aquella entrevista ahora añadía un cierto matiz de asuntos
del corazón que les hacía gracia. Su entrenador de béisbol parecía haber
encontrado el amor en Alcalá de Henares D.F., lo que probablemente ahora había
atraído la atención hacia la pantalla a algunos presentes más en el bar.
Código comprendió enseguida que aquel hombre estaba
describiendo a Esther Claudio. Probablemente la había encontrado furtivamente
en algún lugar. Se despidió rápidamente de Iván Pascual y dejó pagadas las
bebidas de ambos sobre la barra. Su idea ahora era encontrar su vehículo para
ir hasta la emisora donde se estaba produciendo la entrevista. Debía
encontrarse con aquel indonesio. Quizá fuera valiosa la información que le
diera sobre el lugar del encuentro que hubiese tenido con ella. No había tiempo
que perder. En la calle había mucha gente andando de un lado para otro llenos
de artículos promocionales. Código montó en su coche gravitatorio y se lanzó a
lo largo de la avenida Juan de Austria buscando el mejor camino hacia el Paseo
de los Afligidos. También el tráfico era fluido, pero él llevaba los
indicadores oficiales para que le abrieran paso. Los silenciosos vehículos
electromagnéticos abrían para él vías inexistentes para evitar accidentes
innecesarios. Sin embargo, torciendo en un cruce, un coche más raudo que el
suyo se estrelló contra su parte trasera. Código perdió la estabilidad de su
vehículo. Dio varias vueltas sobre sí. La gente llena de pánico le dejaba sitio
como podía, hasta que definitivamente Código logró hacerse con los frenos justo
a tiempo para que el choque contra una pared de una casa apenas fuera demasiado
grande. Los sistemas contra accidentes se habían disparado dentro del coche. Código
no podría seguir su camino. El coche que se había estrellado era el de la
autoescuela del robot Sergio Pérez, el amigo manumitido del antiguo gestor
Enrique Bermejo. Estaba unos metros más lejos, parado de igual manera.
Código se acercó al coche del empático para ver si el
robot seguía funcionando. Era extraño que hubiera perdido el control como lo
había hecho. Cuando Código llegó, sin embargo, no había nadie dentro. ¿Ahora
también le quería eliminar el antiguo gestor madrileño?
El robot empático Sergio Pérez corría unas calles no muy
lejanas a aquella, alejándose con un destino muy concreto. Mientras en otro
lugar de la ciudad, en ese mismo momento, Doxa Grey volvía locos sus circuitos.
Doxa Grey ardía en sed de venganza. Enrique Bermejo debía pagar sus deudas.
¿Quién iba a sospechar que hacía unos días había llamado al robot desde el
ayuntamiento, o más bien le había dado una orden remota de ir hacia allá, para
manipular físicamente sus circuitos? Anna Guillou podía ser cautelosa, pero
ella, Doxa Grey, era furiosamente vengativa.
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