Capítulo 12: Galerías
El día del esperado encuentro deportivo entre el equipo
del Alcalá Basket y la selección de béisbol de Indonesia, el estadio y sus
alrededores estaban abarrotados. Jimmy de Jesús y Alejandro Remeseiro se
encontraban en el palco de honor. Allí estaban también la alcaldesa Anna
Guillou, sin su secretaria, el nuevo cónsul Miguel Ángel Rodríguez, el abogado de
ambos Juanca López, el magnate Yogui, la Directora de Asuntos Turísticos de
Alcalá de Henares D.F. Ma Ría Ría, la Directora de las Relaciones
Públicas Entre Mundos de Indonesia Ana Cañas, don
Juan Manuel y, al lado suyo, John Snow. Todos juntos, más otras personalidades
y cargos de la ciudad y de Indonesia, como mandaba el buen protocolo, sabio en
personalidades, ignorante en personas.
Como era de esperar el partido de baloncesto era un mero
espectáculo no muy emocionante, pero lleno de momentos para conservar en
imágenes grabadas. La gente común estaba expectante, disfrutando. No era un
partido común. Lo que en principio iba a ser un simple partido de baloncesto
ahora era una extraña obra de circo donde los tiempos de juego se alteraban
para combinar bateos de béisbol que también anotaban en los marcadores. Si el
espectáculo no era suficiente, el llamamiento televisivo de Alejandro Remeseiro
reclamando a Esther Claudio atraía a las cámaras en un extraño montaje entre imágenes
de su cara e imágenes de barridos de espectadores, como esperando que surgiera
de allí un reencuentro que, de producirse, podía multiplicar los espectadores
durante mucho tiempo después del encuentro deportivo. Anna Guillou y Ma Ría Ría
estaban disfrutando aquello que tantos beneficios podía reportar a la ciudad
para garantizar los pagos a Galaxia Eléctrica. Aunque Ma Ría Ría sentía
predilección por la exhibición histórica de Borja Montero en la recepción que
el señor Yogui les había proporcionado, la cual se produciría un día después de
aquel encuentro. Procuró no juntarlos en el tiempo, pues sabía que así podía
caber la posibilidad de una mayor oportunidad para que todo el mundo tuviera la
ocasión de acudir a las dos citas. Sin duda, las cifras de la promoción de
Alcalá de Henares D.F. estaban siendo muy productivas. Una gran cantidad de
visitantes indonesios habían subido a la ciudad en órbita a ellos. Pudiera ser
también un modo de promover su carrera política a ojos de Anna Guillou, la
cual, al igual que Ana Cañas, estaba plenamente contenta con los
réditos políticos de aquel afortunado encuentro entre dos mundos tan distantes.
El afianzamiento como distrito federal de la ciudad era un hecho tras estos
días, e Indonesia, con este encuentro deportivo, tenía méritos para las
olimpiadas futuras.
Anna Guillou disfrutaba sentada cerca de Miguel Ángel
Rodríguez. Había ganado en secreto la partida a Enrique Bermejo. El Papado
Amalgamado le había dado su apoyo, y con él, la Federación. Sospechaba cómo
había sido la desaparición de Doxa Grey y del antiguo gestor madrileño, aunque
no en sus detalles ni en sus modos, pero lejos de creer que fuera un motivo de
tristeza, su ida era su afianzamiento. Una celebración para ella, en el
silencio de la meta obtenida. No imaginaba siquiera, que a su lado, Miguel
Ángel Rodríguez, sabía más que ella en aquellas desapariciones. Era un palco
muy sonoro que callaba muchas cosas.
Era un día más frío que otros días. Bajo la cúpula de la
ciudad flotante la gente estaba pletórica y regocijada, satisfechos con el
espectáculo, pero todos habían fallado en sus previsiones de temperatura. Les
daba igual. La hiperactividad les calentaba. Sin embargo, en el palco de honor,
Ma Ría Ría sí sentía el frío. Su alegría no tenía que ver con grandes dosis de
adrenalina recorriendo su cuerpo, sino con una satisfacción personal. A pesar
de que los chicos de Jimmy de Jesús habían logrado anotar varios tantos a su
favor, ella necesitaba tomar algo de temperatura más cálida para poder
continuar en el palco. Con una excusa sencilla se levantó de su asiento para
dirigirse a las galeradas interiores del estadio.
En las galeradas interiores no había casi nadie en esos
momentos. El ruido del gentío se colaba por las entradas desde las cuales se
podía ver la zona de juego. Ma Ría Ría sacó un cigarrillo para fumar. Era uno
de los pequeños lujos que se podía permitir. El tabaco era un producto caro,
aparte, el acceso a él estaba altamente restringido en las ciudades galácticas.
Pero ella, la pequeña mujer rubia de ojos azules, tenía un cargo municipal de
cierta importancia, y ahora que eran un distrito federal, su cargo había pasado
a ser federal. Aspiraba a que sus servicios económicos a la ciudad la
ascendieran. Los asuntos históricos la apasionaban, se sentía cómoda en su
cargo de directora de asuntos turísticos. Pero ella también aspiraba a dirigir
aquella urbe viajera cuando Anna Guillou la nombrara su sucesora. Lo cierto era
que la casualidad de que el señor Yogui fuera el dueño de un personaje tan
unido a la Historia cultural de la ciudad, como era el músico Borja Montero,
era lo que más centraba poderosamente su atención aquellos días, a pesar del
triunfo económico que había supuesto en su conjunto el certamen deportivo al
que estaba asistiendo. Se encendió su cigarrillo y dejó volar sobre su cabeza
una caprichosa voluta de humo blanco que jugueteó por un momento con el aire frío
en torno a ella.
Un hombre se le acercó. Ella estaba distraída en sus
pensamientos, entre cansada de la duración de aquel partido deportivo tan idiota
y las expectativas sobre la exposición de Borja Montero. Su mente iba de un
lado a otro cuando le saludó Código.
-Buenas tardes, directora –le saludó.
-Buenas tardes, Código.
-¿No disfruta del encuentro?
-Sí… sí, lo hago, pero tenía algo de frío.
-Hace frío últimamente.
-Puede ser. Pero ya conoce los ciclos que proporciona
Galaxia Eléctrica.
-Sí, un ciclo –dijo Código pensativo-. Cuando estuve en
Indonesia un hombre me dijo que me cuidara del frío.
-Hum… es un planeta cálido, ¿no?
-Lo es. Era un hombre extraño. También me dijo que me
cuidara de las voces del pasado. La verdad es que mi encuentro con él fue un
tanto extraño.
Ma Ría Ría sonrió.
-Pues en Alcalá de Henares D.F. sólo tenemos una persona
que dice escuchar voces del pasado, la escritora, ya sabe.
-Raquel Hernández Luján –contestó Código rápido aunque absorto,
recordando la conversación que sobre esto tuvo con Santi, la vendedora de cafés
ambulante.
Era la segunda vez que se la mencionaban. Quizá, pensó,
debía ir a verla. Las palabras del eremita seguían siendo para él un objeto de reflexión,
aunque no estaba allí por él.
-Usted tampoco ve el partido –le indicó Ma Ría Ría.
-Mis misiones no descansan.
-¿Está de misión hoy?
-Sí, es por la chica a la que citó el señor Alejandro
Remeseiro por televisión.
-¿Usted también la busca?
-Sí.
-Pues tiene demasiados pretendientes –sonrió Ma Ría Ría
mientras dio otra calada de su cigarrillo-. Unas tanto y otras con tan pocos
pretendientes. Póngase a la cola, Código.
-¿Hay más hombres buscándola?
-Parece una epidemia. Esa chica es realmente afortunada,
no le faltan hombres. Al parecer nuestro entrenador de baloncesto, el señor Jimmy
Rizos también la vio cuando se encontró con ella el señor Remeseiro. Creo que
incluso han apostado sobre quién la conquistará. Pero no creo que venga al
estadio. Ya le digo que no le faltan novios donde elegir. La chica vino al
ayuntamiento a uno de los actos promocionales de estos días. Yo no la vi, pero
desde luego debió causar impresión, porque hasta los guardas de la casa
consistorial desean volverla a ver. Debe ser muy hermosa.
-¿Por qué fue al ayuntamiento? –preguntó Código buscando
nuevos cabos que atar.
-No lo sé. Pero no logró lo que quería, ver a la
alcaldesa –Ma Ría Ría dio otra calada a su cigarrillo- ¿Y tú por qué la buscas,
Código?
-Asuntos pendientes –Código ocultó la condición de
polizonte y ciudadanía ilegal de ella, así como los efectos del polvillo
amarillo de la planta de Indonesia, que sin duda debía portar aún en su traje.
-Pues pregúntele a las voces del pasado –bromeó Ma Ría Ría-,
porque no creo que se deje ver mucho si allá por donde va crea estragos. Debe
ser asfixiante. Si me disculpa, tengo que volver al palco –la Directora de
Asuntos Turísticos tiró la colilla de su cigarrillo y se encaminó de vuelta al
interior del estadio, hacia el palco.
Código se quedó solo. Posiblemente Ma Ría Ría llevaba razón,
aquella chica no tenía porqué aparecer por aquel lugar. Sin embargo parecía
tener un interés en ver a la alcaldesa y el estadio era un lugar idóneo,
abierto a todo el mundo. Recorrió todos los accesos al palco presidencial. No halló
a nadie ni nada que evidenciara a alguien. Buscar entre los espectadores era
algo absurdo por inviable. Lo mejor era recorrer las galerías interiores
mientras aún no estuvieran atestadas de personas eufóricas comentando las
jugadas mientras salían, pero para eso aún quedaba bastante tiempo. En las
galerías inferiores no había nadie, tampoco en las del primer piso. Quedaban
las galerías superiores del estadio. Aquello era una pérdida de tiempo. Por un
momento creyó ver la figura de la chica de pelo corto a lo lejos. Corrió hacia
donde la vio, pero allí no había nadie. Código regresó hacia las entradas que
daban al palco presidencial. No sabía que con aquella acción estaba disuadiendo
a ese alguien fantasma al que había ido a buscar a las galerías superiores. Ella
estaba allí. Le había visto de lejos. Huir le había sido fácil. Sólo tuvo que
esconderse subiendo al tejado del estadio por uno de los accesos reservados al
personal de mantenimiento. Esther Claudio había escapado a Código una vez más.
Su vida era huir. Como llevada por el viento. Y ocultarse. Para ocultarse debía
quizá cambiar de aspecto. Sólo había una forma de salir del estadio, ya que
estaba claro que Código impediría que se acercara al palco. Debía cambiar de aspecto,
cosa que sólo le era posible cambiándose de ropa. El acceso al tejado para el
personal de mantenimiento contenía un pequeño cuartillo con monos de trabajo.
Se desvistió allí mismo y se puso uno de ellos. Echó sus ropas por dentro de las rejas
de uno de los conductos del tejado. No quería dejar nada que Código pudiera
encontrar, aunque Código abandonaba en esos momentos el edificio convencido por
las palabras de Ma Ría Ría de que ella, la antes conocida como Marcela, no
estaba allí. Ella hizo lo mismo algo después, sin siquiera comprobar que Código
ya no merodeaba por el palco de honor. También salió del edificio perdiéndose
en las calles. Sus laberintos personales no habían encontrado sus galeradas
comunes.
Entre tanto, cuando se cumplió el final del primer tiempo
y una gran mayoría de espectadores iban al interior de las galerías del estadio
en busca de los aseos o de algo de calor, el polvillo amarillo residual que
quedaba en las ropas de Esther Claudio, la inmune, se esparcía por el interior
del conducto a donde habían sido arrojadas. Los conductos de respiración
hicieron que miles de humanos respiraran.
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