"Columbia era una de las primeras y más importantes discográficas del país, y el mero hecho de poner el pie en el umbral ya era algo serio. De entrada la música folk se consideraba un estilo menor, de segunda categoría, digna solamente de sellos pequeños. (...) Las cosas estaban bastante adormecidas en la escena musical americana de finales de los cincuenta y principios de los sesenta. La radio se hallaba en una especie de punto muerto, estancada en una programación insulsa y vacua. Pasarían años antes de que los Beatles, los Who o los Rollings Stones infundieran nueva vida y emoción al panorama. Lo que yo tocaba por entonces eran ásperas canciones folk servidas con fuego y azufre, y no hacían falta encuestas para saber que no encajaban en absoluto con lo que emitía la radio ni tenían gancho comercial. (...)
LLegué en lo más crudo del invierno. (...) El Café Wha? era un club de la calle MacDougal, en el corazón de Greenwich Village, un antro subterráneo de techo bajo donde no se servían bebidas alcohólicas, de aspecto semejante al de un amplio salón de banquetes con mesas y sillas. Abría a mediodía y cerraba a las cuatro de la mañana. (...) Encontré el sitio y me informaron de que Freddy estaba en el sótano, donde se encontraba la guardarropía, y fue allí donde le conocí. (...) Fred tocaba durante unos veinte minutos y luego presentaba al resto de los artistas; después volvía a tocar cuando le apetecía, en general cuando el garito estaba atestado. Las actuaciones, algo extravagantes, se sucedían de forma inconexa y parecían salidas del Amateur Hour de Ted Mack, un programa popular de la televisión. El público se componía básicamente de universitarios, gente de los barrios residenciales de las afueras, secretarias que hacían una pausa para comer, marineros y turistas. Todos los números duraban entre diez y quince minutos. Fred, en cambio, actuaba durante el tiempo que le venía en gana, mientras la inspiración le durara. Dotado de una gran desenvoltura, vestía al estilo clásico, tenía un aire hosco y meditabundo, una mirada enigmática, la tez color melocotón, el cabello salpicado de rizos y una voz airada y potente de barítono que entonaba notas tristes y las propulsaba con o sin micro hasta las vigas del techo. Era el emperador del lugar; contaba incluso con su propio harén, su círculo de devotos. Era intocable. Todo giraba alrededor de él. (...)
En la sesión diurna del Café Wha?, un conjunto de actuaciones de lo más abigarrado, podía figurar cualquiera o cualquier cosa (...) Nada que pudiera cambiar tu visión de la vida. Yo no habría querido el trabajo de Fred por nada del mundo. (...) Hacia las ocho, aquella corte de los milagros cedía el paso a los profesionales. (...) A Fred constantemente le importunaban y acosaban gorrones que insistían en tocar o representar una cosa u otra. (...) Fred siempre trataba de encontrar un hueco para todos y era extremadamente diplomático. A veces la sala estaba inexplicablemente vacía, otras medio vacía y, de pronto, sin razón aparente, empezaba a afluir gente y se formaban colas a la entrada. Fred era la estrella allí, la atracción principal anunciada en la marquesina, de modo que muchas de esas personas quizá venían por él. No lo sé. Tocaba una gran guitarra Dreadnought, atacando las cuerdas de forma muy percusiva y con un ritmo energético y desgarrador; todo un hombre orquesta con una voz que era un patadón. Interpretaba versiones abrasivas de canciones carcelarias híbridas que entusiasmaban a la audiencia. Había oído rumores sobre él: que era un marinero errante con un esquife amarrado en Florida, un secreta, que tenía amigas putas y un pasado oscuro. (...) Sea lo que fuere, no era nada espectacular. No parecía tener aspiraciones. (...) En ciertos aspectos era como yo (...).
Me gustan los hermanos Coen y me gusta Bob Dylan, ¿cómo no me iba a gustar la nueva película de los Coen con este panorama? A propósito de Llewyn Davis incluso cuenta con un cartel diseñado imitando una de las primeras portadas de Bob Dylan en el comienzo de la década de los años 1960. Para quien no conozca la vida de Bob Dylan, da igual, y para quien la conozca, mejor, es una buena película de todos modos. Sólo que no es una biografía de Bob Dylan. Se nota que los hermanos Coen han leído la autobiografía del cantautor, y que han debido hablar (y mucho) con él y con gente cercana a él en sus inicios allá entre 1960 y 1961. Más bien parece una biografía indirecta de Bob Dylan a través de un personaje ficticio basado en un personaje real que conoció Bob Dylan, un rudo y misterioso cantautor que era maestro de ceremonias en el local de conciertos y otros espectáculos donde Bob Dylan se hizo famoso en New York, un tal Fred del que se rumoreaba que era marinero. Es más, este Fred era el compositor original de uno de los primeros éxitos de Dylan, como el propio Dylan dijo en los créditos de su álbum primerizo de 1961 y como dice en el primer volumen de su autobiografía.
Los hermanos Coen querían hacer una revisión de La Odisea de Homero otra vez. Ya lo habían hecho con O Brother! en el 2000 con mucho éxito. En aquella ocasión usaron el humor para ubicar la historia en los años de la Gran Depresión posterior a la crisis bursátil de 1929. Ahora vuelven para demostrar que una gran Historia imperecedera durante milenios puede ser vista con diferentes visiones incluso por unos mismos creadores a lo largo de su vida. La década de 1930 ya no les valía, según dijeron en una entrevista hace un mes. Necesitaban algo más cercano a nuestros tiempos, necesitaban la década de 1960, pero no la década 1960, según sus propias palabras. Por eso eligieron 1961.
Quizá para muchos lectores les sea un revuelto actualmente todo lo que en aquella década ocurrió y cómo ocurrió, e incluso alguno habrá que creerá que todo ocurrió a la vez. Pero no es así. En Estados Unidos de América, por no adentrarnos del caso europeo, que merece un análisis aparte en lo musical y lo social, había vivido la revolución musical del rock and roll desde 1957, más o menos, pero este estilo no llegaba a todos los sectores sociales, ni era bien visto por todo el mundo. Muchas cadenas de radio lo vetaban y se oía en círculos de radios piratas, o bien lo acogieron elites intelectuales que terminaron haciendo de ello un producto subcultural muy... oficialmente cultural. En la serie documental La Historia del Rock 'n' Roll (Bud Friedgen, 1995), por citar una fuente sin necesidad de otras muchas, podemos ver como a la altura de 1959, pero sobre todo en 1960, no sólo los intelectuales habían pervertido en buena medida el espíritu inicial del rock and roll, sino que también la persecución y represión de las autoridades a estos nuevos creadores, y la intromisión de los hombres de negocios en el espectáculo y la discografía queriendo controlarlo todo para hacerse con todo el dinero posible que generara, hicieron que el rock and roll se adormeciera, sin dejar de producir éxitos. La música soul, la blues y otras, era considerada música negra, vendida en pocos sitios y normalmente con las cubiertas tapadas en bolsas de papel. La televisión explotaba la música y a los músicos, los transformaba en productos comerciales. Se controlaba hasta los bailes para vender productos e incluso se llegó a crear una discográfica que albergó a todos sus letristas en un sólo edificio con horarios laborales. En 1960 hubo nuevos ritmos como el twist o los grupos corales, que tuvieron éxito, pero, como decía Dylan en su autobiografía, hasta la llegada de los Beatles a Norteamérica en 1964 y la de los Rolling Stones en 1965-1966, el panorama musical norteamericano ya no daba para más, eran los europeos quienes eran pujantes desde 1963, pero los americanos no lo supieron hasta las fechas citadas. Así que la música transgresora del comienzo de la década de 1960 en Norteamerica pasó a ser un estilo tradicional y minoritario, en general considerados por la gente del momento géneros de la raza blanca (en todos los sentidos positivos y negativos), el folk y el country. En Macroconciertos, un libro de Javier Escudero editado en 1995, descubrimos como en Estados Unidos desde el final de los años 1950 hasta 1963 el festival de música que atraía masas espectaculares de gente era precisamente el Festival de Música Folk de Newport, donde por cierto Dylan hizo Historia tanto como cantautor acústico, como cantautor folk que se pasó a la música electrificada.
Así estaban las cosas, mientras que un barrio de New York, el Greenwich Village, estaba atrayendo a todo tipo de bohemios, trotamundos y creadores. Por entonces no era el lugar privilegiado que es hoy. En 1960 era un barrio de edificios con pisos residenciales pequeños y con bastantes deficiencias para vivir, pero baratos, por lo tanto atractivos para obreros y para jóvenes sin dinero. En ese barrio se creó una subcultura, una cultura no oficial de la ciudad, donde empresarios pequeños y artistas sin dinero y sin fama crearon circuitos donde se podían escuchar conciertos de gente local, ver exposiciones de Arte de gente local, ver teatro aficionado de gente local, etcétera. Y resultó que eso atrajo como modo de diversión y como fenómeno que consideraban revolucionario a numerosos catedráticos de universidades, beatnicks, periodistas, críticos, cazatalentos... Hasta el punto que como el propio Dylan, entre otros muchos, recuerdan, resultó que se movían por los mismos bares gente que no era famosa haciendo cosas variopintas y muy diferentes pero que, en breve, iban a ser todos famosos mundialmente, incluso iban a cambiar los conceptos artísticos del mundo hasta esa fecha. Uno de ellos fue el propio Dylan, que tocando en esos locales logró tanta fama que en 1961 ya editó su primer álbum de larga duración. En ese disco, también es cierto, el cantautor incluyó una canción llamada Talkin' New York, donde describe el panorama general y sus propios inicios. Pero, además, ocurría que en ese ambiente, por contacto, se estaban ensayando ya muchas fórmulas musicales y no musicales que aún no habían terminado de estallar pero que estallarían hacia mediados de la década, como se puede ver en la propia película que nos presentan los hermanos Coen en estas fechas.
Así estaban las cosas, mientras que un barrio de New York, el Greenwich Village, estaba atrayendo a todo tipo de bohemios, trotamundos y creadores. Por entonces no era el lugar privilegiado que es hoy. En 1960 era un barrio de edificios con pisos residenciales pequeños y con bastantes deficiencias para vivir, pero baratos, por lo tanto atractivos para obreros y para jóvenes sin dinero. En ese barrio se creó una subcultura, una cultura no oficial de la ciudad, donde empresarios pequeños y artistas sin dinero y sin fama crearon circuitos donde se podían escuchar conciertos de gente local, ver exposiciones de Arte de gente local, ver teatro aficionado de gente local, etcétera. Y resultó que eso atrajo como modo de diversión y como fenómeno que consideraban revolucionario a numerosos catedráticos de universidades, beatnicks, periodistas, críticos, cazatalentos... Hasta el punto que como el propio Dylan, entre otros muchos, recuerdan, resultó que se movían por los mismos bares gente que no era famosa haciendo cosas variopintas y muy diferentes pero que, en breve, iban a ser todos famosos mundialmente, incluso iban a cambiar los conceptos artísticos del mundo hasta esa fecha. Uno de ellos fue el propio Dylan, que tocando en esos locales logró tanta fama que en 1961 ya editó su primer álbum de larga duración. En ese disco, también es cierto, el cantautor incluyó una canción llamada Talkin' New York, donde describe el panorama general y sus propios inicios. Pero, además, ocurría que en ese ambiente, por contacto, se estaban ensayando ya muchas fórmulas musicales y no musicales que aún no habían terminado de estallar pero que estallarían hacia mediados de la década, como se puede ver en la propia película que nos presentan los hermanos Coen en estas fechas.
La nueva visión de La Odisea de los Coen es más oscura que la primera que hicieron, pero tiene una fotografía y una iluminación preciosa, y no muy usual en ellos. Aunque esta vez quizá haya algo mezclado con La Eneida, de Ovidio. El comienzo, donde el padre de Ulises se le aparece a Ulises de entre los muertos, o donde el padre muerto de Eneas se le aparece a Eneas, se refleja esta vez en una escena preciosa de luz claroscura que podremos ver por dos veces en el metraje, y que el propio Llewyn Davis no podrá olvidar, pero que, además, será clave para el espectador que conozca el origen de Bob Dylan y clave para quien, sin conocerlo, sepa comprender la película. Negro y blanco, oscuridad o claridad, es lo que predomina de manera limpia. Los tiempos que refleja son tiempos duros. 1961 aparentemente era una época de bienestar en América. Era el apogeo económico de la sociedad, pero sólo de la sociedad de clase media. Las clases trabajadoras y muchos jóvenes no tenían demasiado dinero, y muchos encontraron salida en un ejército que en breve entraría en guerra en Vietnam. Muchos otros se refugiaron en la vida bohemia, o en la vida de vivir el momento aprovechando las ocasiones donde se les ofrecía una cama, una comida o un rato que reir o beber. No tenía más. En cierto modo creo que los Coen, de manera indirecta una vez más, han retratado desde el pasado la actualidad, en este caso de la crisis económica. Ya lo hicieron con Valor de Ley en 2010 sobre las ansias de venganza por el atentado de 2001, o con No es país para viejos en 2007 sobre la crisis de valores actual en Estados Unidos. En A propósito de Llewyn Davis se nos habla de la crisis económica dentro de la crisis personal, a todos los niveles, de un personaje que, no lo dudemos, no es un héroe ni quiere serlo, como se ve en una muy determinada escena de carretera con niebla, como a las puertas del Hades. Pero además, dentro de la tristeza y un ambiente derrotista, dejan abierta una puerta al futuro, a la esperanza. Los Coen no querían revisar La Odisea de nuevo desde el humor, sino desde la oscuridad.
El personaje de Llewyn Davis es muy rico en todo tipo de introspecciones personales, pero Jane, la chica que lo odia y ama a la vez, que es muy lineal, lo es también, lo es a través de una sóla casi sonrisa y de una tal vez conversación. Hay que leer entre las lineas de las imágenes en la película, no hay que quedarse sólo con los diálogos y las canciones. Esto es a lo que nos invitan esta vez los Coen. Incluso el vestuario está cuidadosamente escogido en todos los actores que salen para que sepamos quien es quien en esta historia del siglo XX. Con sólo mirar como va vestida la mujer de un catedrático de Arte Precolombino, cómo viste el dueño de un bar de música, cómo es el despacho del representante de Llewyn, como viste el síndico de marinos, etcétera, sabemos quien es, cómo es, esa persona. Y en algunos casos nos preguntamos, ¿qué hace en la vida de Llewyn? Y cuando Llewyn recurre a esa persona, comprendemos los porqués de Llewyn.
El barquero ciego, el Caronte que nos muestra un viejo actor John Goodman, necesita que le paguen el viaje en su barca, y su barca está conducida por una especie de Jack Kerouac en el camino a Chicago. Recitan poemas contraculturales e incluso el conductor de la barca nombra a un presunto amante de Kerouac, pero Kerouac no es nombrado. En esta película hay que estar atentos. Se disfrutrará igualmente, pero las metáforas de los Coen elevan el disfrute de la misma. Defraudará a quién espere una película de acción tipo Coen, a los que quieran un humor negro o sarcástico tipo Coen, a los que quieran guiones llenos de giros tipo Coen, en esta ocasión toca ver a los Coen más intelectuales, a los más reflexivos, a los más metafóricos, y a los más oscuros. Nuestro "Kerouac" de la película se cae del barco a las puertas del Hades, atrapado por el monstruo que vigila la entrada.
Oscuros como en su primer metraje Sangre fácil, pero sin llegar a ese nivel. Han vuelto al rodaje de un viaje físico e interior. Y lo acompañan de música popular americana llena de poesía. A quien le guste la poesía actual quedará encantado con las letras de las canciones. Pero en esas letras se esconde un algo mesiánico. Ya apareció en Valor de Ley, y lo confirmaron ellos mismos en un documental sobre aquel rodaje. Hay valores religiosos protestantes que ellos quieren marcar como origen de la forma de ser de su sociedad, pero no para avalarlos o promocionarlos, sino como constatación de un hecho. En O Brother!, por otro lado, ya rindieron un sentido homenaje a los estilos musicales más propios de Estados Unidos. En cierto modo ellos ya declararon que consideran que esas letras y esos ritmos son lo más parecido a una tradición popular de cuentos que puede aportar su país, y lo quieren explotar y reinterpretar. Lo usan de manera amable y lo comparten.
Bob Dylan, que visitó a un ya viejo y gastado cantautor Woody Guthrie en su residencia u hospital antes de hacerse famoso él mismo y de morirse el otro, del mismo modo que Llewyn Davis visita a su padre en la residencia de ancianos, el cual también fue una leyenda entre los marinos como Guthrie entre los músicos, ya había sido retratado de manera indirecta en otros metrajes, por ejemplo en Cruce de caminos (Walter Hill, 1986).
Pude ir a la película gracias a Javier Palou, un viejo amigo. Económicamente no hubiera podido por mí mismo. Fue todo un regalo y, además, con una gran parte de mis amigos más antiguos. Lo cierto es que a través de mis recitales de poesía por algunos bares he entendido muy bien a algunos de los personajes, sobre todo a Llewyn Davis, en algunas de las situaciones. No obstante, ¿acaso en esta misma ciudad no se suele primar a los músicos por delante de quien hace otro tipo de actuaciones, no suelen decirle los dueños de bar a los poetas que no tengan actitudes ni interpreten de modo triste, no se suele faltar el respeto por parte del público que no le gusta el espectáculo, no suelen haber dueños de bar que se creen con autoridad para decirte qué debes y qué no debes leer, no suelen estos mismos programarte en los peores días y horarios, no suelen estos mismos dueños de bar decidir que pagan a músicos pero que no es necesario pagar a poetas, y cuando se paga a un poeta, aunque yo hasta la fecha he rehusado cobrar, no suelen algunos dueños decidir que por ser poeta y no músico se te paga en bebida en su bar? Pues todo esto y algo más también en 1961 en el Greenwich Village.
Saludos y que la cerveza os acompañe
2 comentarios:
La clave para entender "A propósito de Lewis Davis), de los Coen, está en varios factores, por ejemplo en las memorias de Bob Dylan, pero también en que han vuelto a recurrir a contar de manera indirecta lo que realmente querían contar, al estilo Hitchcock, y eso despista a mucha gente. No es la historia de un fracasado, es la historia de una crisis general que está a punto de alumbrar algo maravillosamente regenerador. Pero escucho otros comentarios de amistades que han ido a verla y pienso que quizá la película la entendamos mejor ahora mismo (aparte de los seguidores más profundos de Bob Dylan) aquellos que sufrimos más cruelmente la crisis económica ahora o que lo haya hecho en alguno de sus momentos. No es una película de un fracasado, y ofende que Boyero le llame al protagonista fracasado, es la película de una esperanza.
Ha muerto Pete Seeger, que la tierra le sea leve.
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